No dejen de practicar la hospitalidad,
pues saben que algunos
dieron alojamiento a ángeles sin saberlo
(Heb 13, 2)

69. Como Abrahán en el encinar de Mambré, hemos sentido la fatiga del día y nos hemos sentado en el umbral de nuestras tiendas, solos. Inesperadamente Dios nos ha visitado en el rostro de algunos hermanos en camino. Los hemos acogido saliendo de nuestras tiendas hacia la sombra de un gran árbol, donde nos hemos encontrado todos reconfortados. Nosotros, dando de nuestra riqueza y pobreza; ellos, dejándonos el don de una vida más rica, más humana, más familiar.

A) Sueño y realidad

70. Nos hemos encontrado unidos -quien con la experiencia vivida, quien con el deseo- en el aprecio de una vida comunitaria en la que encontramos respuesta a nuestras necesidades de crecimiento y madurez como personas.
70.1 La comunidad -la nueva familia que Dios nos ofrece- es el lugar donde vivimos nuestra propia donación y acogemos el don de los demás. En ella entramos en relación los unos con los otros como miembros de una auténtica familia, conscientes de que -compartiendo nuestras vidas- nos pertenecemos mutuamente.
70.2 La vida de comunidad nos ofrece una experiencia de comunión humana y evangélica, un espacio de libertad y de amor, que se traduce en una vida más plena y una misión más rica.

B) Nuestro presente

71. En los distintos informes de las provincias aparecen los pasos dados hacia la realización de comunidades más acogedoras y fraternas, lugares de escucha y de intercambio, tanto de vida como de oración. Comunidades que viven a la luz de la mirada de bendición de Dios y de los hermanos. Al mismo tiempo, los mismos informes reconocen la permanencia de no pocas situaciones comunitarias difíciles, marcadas por la resistencia a aceptarse, comprenderse, perdonarse y sostenerse mutuamente.

72. Sin querer infravalorar los aspectos positivos y los pasos dados (conscientes de que las luces y las sombras a menudo están juntas) y a la identificación de estas fatigas recurrentes -y de sus causas- que hemos creído prioritario concentrar nuestra atención y reflexión.

73 Fatigas y malestares
73.1 Existen comunidades en las que el tiempo dado a la escucha, a la comunicación y al intercambio personal es considerado secundario, como si fuera un tiempo precioso sustraído al trabajo.
73.2 El revisar y programar como comunidad a menudo se reduce sólo a un reparto de tareas.
73.3 Encontramos hermanos encerrados en sí mismos y en sus mundos individuales, poco capaces de crear relaciones humanas significativas.
73.4 Otras dificultades debidas a diferencias de edad, formación, sensibilidad y experiencia de misión, dejan su marca.
73.5 Constatamos, finalmente, el surgir y permanecer de actitudes, expresiones y juicio negativo respecto a hermanos que provienen de otras etnias y culturas.

74 Causas
74.1 Parecemos confundidos sobre cual es lo que enriquece o empobrece nuestras vidas, las vuelve imposibles o inhumanas para nosotros y para cuantos están a nuestro lado. No se trata sólo de invocar más sentido común, sino de reconocer las carencias en la sabiduría de lo humano.
74.2 Causas concomitantes son la formación y espiritualidad poco atentas a la vida concreta de las personas -vistas en la totalidad de sus expectativas humanas, no sólo espirituales, y de sus necesidades de relaciones interpersonales significativas-.
74.3 El individualismo, denunciado continuamente en nuestros documentos, revela una comprensión de la misión entendida como fruto de esfuerzos solitarios e individuales.
74.4 El fundamento trinitario de la misión no se ha traducido todavía suficientemente en una búsqueda de modalidades efectivas de comunión entre nosotros, en la vida, en la evangelización y en nuestra espiritualidad.
74.5 Aquella misma Palabra, que nos sentimos llamados a anunciar lejos encuentra, dificultad para iluminar y tocar la cotidianidad de nuestras relaciones comunitarias.
74.6 Nuestra vida religiosa aparece a veces demasiado ligada a la observancia legalista de las reglas y poco a la misericordia y a la caridad fraterna, que son el corazón de la Buena Nueva que libera y da vida.
74.7 Damos por supuesta la capacidad de vivir y afrontar ambientes y comunidades interculturales de manera serena y positiva. Nos preguntamos si somos suficientemente capaces de leer nuestra cultura e historia con sus dones y límites, así como de leer las otras culturas en una clave de complementariedad, respeto y riqueza.

C) Colocar la fraternidad en el corazón de la vida común

75. Para favorecer un estilo fraterno de vida comunitaria, queremos formar comunidades acogedoras donde, en primer lugar, nos aceptamos a nosotros mismos con nuestra realidad profunda, con nuestros dones y debilidades, y aceptamos también con respeto al hermano, su historia, su personalidad y su cultura.

76. Sentimos la necesidad de continuar construyendo comunidades donde cada hermano se sienta valorado como persona y donde haya las posibilidades reales de comunicarnos y compartir los unos con los otros cuanto somos, vivimos y hacemos, sin dramatizar las debilidades y errores propios y de los otros.

77. Para crear relaciones que nos ayuden a crecer en nuestra vida, cultivamos las siguientes actitudes: dar tiempo y espacio para el encuentro, celebrar los momentos importantes de la vida de cada uno, ser transparentes en nuestro actuar, tener objetivos comunes y ser positivos al hablar.

78. Necesitamos, especialmente en los momentos más duros, de comunidades experimentadas como lugares de misericordia y perdón, capaces de ofrecer un espacio acogedor y sanador a los hermanos más golpeados por la vida.

79. La celebración comunitaria de la Eucaristía y de la Reconciliación nos permiten compartir la experiencia profunda de Dios, reforzando nuestros lazos de fraternidad y nos permiten volver a encontrar la alegría de anunciar el Evangelio.

80. La experiencia de la corrección fraterna no sólo nos vuelve conscientes de nuestra fragilidad, sino que nos asegura el apoyo fraterno en nuestro camino personal y comunitario.

81. En esta perspectiva, el ministerio del superior resulta particularmente precioso como animador de la fraternidad, del discernimiento y de la corresponsabilidad, que hacen posible y significativa la vida comunitaria.

D) La comunidad sujeto y objeto de la misión

82. En un mundo fuertemente marcado por la globalización, donde el éxito personal es, a menudo, exaltado en detrimento de todos, la comunidad comboniana está llamada a ser signo de aquella aldea global que se quiere construir. En ella, la internacionalidad y la interculturalidad se viven como don y riqueza, no como un problema o una amenaza. Comboni quería que su obra fuera católica, no española, francesa, alemana o italiana (E 944).

83. La llamada a la misión es una llamada individual, pero se vive y expresa como comunidad. Los carismas y dones personales enriquecen la misión y hacen posible un servicio misionero más fructuoso.

84. La vida común es ya en sí misma una proclamación y una traducción del Evangelio que anunciamos, una realización del Reino. “En esto conocerán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Jn 13, 35). Las energías y el tiempo invertidos en la construcción de una auténtica comunidad no van invertidos en detrimento de la misión, sino que están a su servicio.

85. La comunidad es el lugar donde se realiza el discernimiento, la elección, la ejecución y la evaluación del trabajo y del servicio misionero. Todo esto favorece la continuidad de la obra apostólica y ayuda a afrontar los problemas causados por la rotación, las enfermedades y otros imprevistos. Comboni ha sido el primero que ha querido que la misión fuese llevada a cabo como cenáculo de apóstoles (E 2648), en el que personas diversas estuvieran asociadas por un proyecto común.

86. Compartir los bienes y los medios materiales en comunidad expresa el don de nosotros mismos a Cristo y se convierte, a la vez, en propuesta alternativa y denuncia profética del materialismo y consumismo dominantes en un mundo globalizado.

87. La gente, a la que somos enviados y con la que vivimos, es para nosotros don de Dios, fuente de conversión y estímulo para una vida más evangélica y solidaria con sus pobrezas y riquezas, alegrías y sufrimientos.

88. Todas las comunidades están llamadas a inserirse cada vez más en el contexto en el que se encuentran y a vivir en solidaridad y comunión con la realidad que las circunda.

89. Una vida comunitaria auténtica es instrumento eficaz del que se sirve Dios para atraer personas de culturas y proveniencias distintas y suscitar en su corazón el deseo de compartir nuestra vida misionera.

E) Elementos de programación para una renovada praxis comunitaria

90. Las provincias y las comunidades propondrán momentos y rasgos de espiritualidad que tengan presentes aspectos y consecuencias humanas y psicológicas.

91 Durante todo el iter formativo, se ofrecerán más instrumentos de análisis, comprensión y manejo de la personalidad que permitan crecer en la interculturalidad.

92. Se continuará el esfuerzo de tener comunidades formadas, al menos, por tres personas.

93. Para una corresponsabilidad más efectiva, todos los miembros de la comunidad participarán en la elaboración de un proyecto común y en la programación y revisión de los compromisos.

94. Cada provincia organizará cursos de formación para ayudar a los superiores a ser animadores de comunidad. En su elección se tendrá presente la capacidad de animar a los hermanos.

95. Las provincias se interrogarán en qué medida las estructuras físicas de algunas de sus casas son ambientes a medida de hombre.

96. A través del debido discernimiento provincial y con la colaboración del CG, en el momento de las asignaciones, se favorecerán formas de vida comunitaria caracterizadas por una mayor sencillez evangélica, que busquen caminos nuevos de evangelización, contemplación e inserción en el ambiente según nuestro carisma (cf. AC ’85 n. 32; AC n. 31.5).

LA COMUNIDAD COMBONIANA: DON Y CAMINO