Día de la elección de Benedicto XVI

- Comboni vivió su llamada bajo el signo de la Cruz, afrontando los sufrimientos, los obstáculos y las incomprensiones en la convicción de que “las obras de Dios nacen y crecen al pie del Calvario” (RV 4).

- El misionero pone en el centro de su vida al Señor crucificado, resucitado y vivo, porque cree que la fuerza de Cristo se revela en la debilidad del apóstol: “Por eso me complazco en mi enfermedad, en los ultrajes, en la necesidad, en la persecución, en las angustias sufridas por Cristo: cuando soy débil, es entonces que soy fuerte” (RV 4.1).

- En tantas situaciones de pobreza, abandono y muerte, Comboni descubre en el Cristo crucificado la presencia eficaz del Dios de la vida y una multitud de hermanos a los que amar y que valorizar, llevándoles el Evangelio. Esos se convierten en su única pasión (AC ’03, 34).

La Cruz de la esperanza en Comboni

Leyendo las cartas de Comboni, uno queda inmediatamente impresionado por la insistencia sobre la cruz como gracia de la Providencia para el bien y la fidelidad a la misión. Es una intuición que Comboni muestra haber asimilado ya desde el primer viaje misionero a África, cuando apenas tenía 27 años.
Comboni supo, con fuerte visión de fe, transformar en cruces enviadas por la Providencia, todo tipo de tribulación, de sufrimiento y de dificultad relacionados con la misión.
Esta espiritualidad de la cruz lo ayudó a llevar adelante su obra misionera en el África central.
Siete días antes de morir, el 3 de octubre de 1881, escribió: “¡Dios mío! ¡Siempre cruces! Y todas estas cruces pesan terriblemente sobre mi corazón; pero acrecientan la fuerza y el valor para combatir las batallas del Señor. (…) Todas las misiones católicas que han dado fruto crecieron así…así prosperaron, así se consolidaron y prosiguieron en medio de muertos, de sacrificio, y a la sombra del árbol de cruz…” (E 3202-3203).
Ciertamente que Comboni no era un “fanático de la cruz” uno que amaba sufrir por sufrir. Creía en la cruz “evangélica” y no en las cruces “que vienen de nuestra ignorancia" (E 1710) o “provocadas por nuestra imprudencia” (E 3136). Comboni no buscaba las cruces inútiles. Sino que sabía que por el echo de ponerse al servicio de Dios por la misión significaba encontrar oposiciones, incomprensiones, desánimos y obstáculos. Se puede decir que Comboni razonaba de esta manera: si para realizar la misión del África Central debo pasar por “valles obscuros”, si por amar la misión debo portar mil cruces, bienvenida sea cualquier cruz. Lo que llevamos en el profundo del corazón es la misión. No me asustan las cruces, si estas son el único camino para llegar a realizar la obra que Dios me ha inspirado. Un mes antes de su muerte escribía: “Estoy pasando grandes tribulaciones, porque así lo quiere Jesucristo. (…) ¡Que cruz para un Obispo Misionero! Pero si pudiéramos ver el porque Dios trabaja de este modo, tendremos que bendecirlo y alabarlo” (E 3173 - 3174).

La tentación de la cruz cómoda

La gran tentación para el cristiano-pagano, hoy, es ésta: hagámonos un Cristo más cómodo; un Cristo que pueda ser entendido, un Cristo menos exigente y menos ensangrentado. Prediquemos una fe con menos cruces. Una fe que tome el atajo para no pasar por el Calvario.
Pero Cristo nos enseña que no podemos edulcorar el mensaje de Su evangelio: “Si alguno quiere venir en pos de mí –nos dice–, reniéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). No podemos creer y vivir nuestra fe sin tener el valor de adoptar la cruz y el crucificado como pilares de nuestra vida cristiana y como compañeros de nuestra labor misionera.
Tonino Bello, un obispo que plantó su tienda bajo la cruz, nos recuerda que: “La gente le decía a Jesús: si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz y te creeremos. El mundo le dice hoy a la Iglesia: permanece en la cruz porque si pretendes arrancar los clavos y descender, e incluso hacer un pequeño trono de tu cruz y convertirte en una Iglesia sedentaria, que ama la seguridad, entonces no te creeremos más”.
Los cristianos o son herederos del Crucificado o no son cristianos, escribió Moltmann. Se puede entonces decir que el misionero o es heredero del Crucificado o no es misionero. “La cruz –escribió Comboni- es conditio sine qua non para el misionero” (S 6751). Pero también es cierto que la cruz no tiene sentido si no tiene una meta. Y la meta es el amor. La cruz es amor, es amar ideales y personas, es aceptar dificultades, sufrimientos y cruces sólo por amor. La cruz inútil no es evangélica. La cruz predicada por Jesús es una cruz que debemos llevar con “inteligencia evangélica”, es una cruz que nos hace entender que el sufrir tiene siempre una finalidad: el bien para los demás y para nosotros mismos. La cruz es darlo todo, y darse sin reservas.
Como misioneros, hemos encontrado y encontraremos muchas cruces en el camino de nuestra vida. Se nos pide “llevar” la cruz que genera amor, esperanza, verdad, libertad y redención para nosotros y para los otros.

La cruz vence en el amor

Muchas fueron las cruces que el misionero Daniel Comboni tuvo que cargarse sobre sus espaldas para permanecer fiel a la vocación y a la misión.
Comboni creció en santidad a pesar de tanto sufrimiento. Se trata de la robusta “espiritualidad de la Cruz” que Comboni formula de forma clara y personalmente asimilada. Él se había convencido cada vez más de que las obras de Dios no son humanamente fáciles y de que las tribulaciones son una señal segura de bendición de la obra misionera.
Detrás de las pruebas de la vida misionera, detrás de las miserias, la mezquindad y las injusticias de los hombres, Comboni supo ver siempre la mano de la Providencia que guiaba hacia metas más altas e impensadas su alma y su obra en África. Con este espíritu de fe nació y creció el auténtico santo que hoy admiramos y que Juan Pablo II, el día de su canonización, propuso como ejemplo misionero a seguir e imitar.

La cruz, cuestión de amor

Misión, por lo tanto, para Comboni, es amar, es una cuestión de amor. Así debe ser también para nosotros, sus hijos y discípulos.
Cuestión de amor: salir de la propia casa, patria y lengua hasta un “despaisamiento” íntimo para buscar y restaurar el rostro de Dios en el rostro de quienes lloran y sufren en las tierras más olvidadas…
Cuestión de amor: asociar celosamente el propio destino y aquel de los “más pobres y abandonados”, en el sigilo de la cruz.
¡Cuestión de amor! Amor sin límites. El amor vence incluso a la muerte y, por eso, a la distancia de más de un siglo torturado por guerras, conflictos, injusticias, persecuciones y sangre… Comboni continúa enseñándonos que vale la pena “dar la vida por la misión de Cristo y con Cristo”.
Vale la pena darse. Sin reservas.

Roma, 19 de abril de 2005
Día de la elección de Benedicto XVI

P. Teresino Serra, mccj
Superior General

Roma, 19 de abril 2005