La pastoral urbana como enculturación del Evangelio

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La pastoral urbana es un tema que recurre a veces con tonos polémicos porque centrado en los aspectos sociológicos de pobreza y las esferas de poder que existen en la urbe. Por el contrario, este artículo lo aborda desde la perspectiva de Pablo VI: Evangelización de la cultura adveniente.

La pastoral urbana como enculturación del Evangelio[i]

1. Premissa   

El tema de la cultura está profundamente vinculado con la nueva evangelización, por cuanto en el contexto de la “cultura adveniente”[ii] denunciada por Puebla, la cultura urbano-industrial, con todas sus características morfológicas, funcionales y mentales, es reconocida como un claro desafió  para la Iglesia.

En efecto, el Documento reconoce que la ciudad, en el paso de la cultura agraria a la cultura urbano-industrial, se trasforma en motor de una nueva civilización (DP 429) y lo asume como un “evidente desafió”, pero rechaza la tesis de la incompatibilidad entre religión y ciudad; la respuesta que plantea será la evangelización de la cultura: a la cultura, en cuanto conjunto de valores y estructuras (DP 378) hay que evangelizarla, alcanzando con la Palabra de Dios, la zona profunda de los valores y, a través de ellos, las estructuras de convivencia social (DP 388); urge penetrar a parir del valor religioso (DP 390), en la totalidad de la cultura, entendida como escala y orden de valores y manifestaciones estructurales (DP 389); a la cultura, como realidad social y como estilo de vida de un pueblo que se trasmite de generación en generación (DP 392), se evangeliza mediante la acción directa sobre las estructuras, a partir de los valores auténticos, y así, a la vez que se evangeliza la cultura, se evangeliza a los individuos que a ella pertenecen (DP 394); finalmente, la cultura como realidad historia, sometida a recíprocos encuentros, interpretaciones y trasformaciones, desafiada por nuevos valores  y desvalores y por la necesidad de nuevas síntesis vitales (DP 393), se hace urgente evangelizarla a través de la permanente presencia (le la Iglesia, principalmente en los tiempos en que “decaen y mueren viejas formas según las cuales el hombre ha organizado sus valores y su convivencia, para dar lugar a nuevas síntesis” (I)P 303).

Aunque la III Conferencia invitó explicita e insistentemente a “evangelizar la cultura”, entendida come  “aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales”  (DP 386), no se abordó propiamente el desafío de la enculturación del Evangelio como proceso de la evangelización de la cultura; en efecto, aunque en el Documento Conclusivo se reconoce el principio de la encarnación en el orden pastoral, y en razón del principio de asimilación cultural habla de “trasvasamiento del mensaje evangélico al lenguaje antropológico y a los símbolos de la cultura”, solo en la década de los anos 80 se da una clara consolidación teórica en relación con la problemática de la enculturación.

 Es gracias a este desarrollo que los Obispos reunidos en Santo Domingo pueden proclamar explícitamente la necesidad de inculturar el Evangelio, para posibilitar el nacimiento de una nueva cultura cristiana: el encuentro del mensaje transcultural del Evangelio de Salvación de Jesucristo con la realidad concreta del hombre que vive en Latinoamérica, exige “realizar una pastoral urbanamente inculturada” e “inculturar el Evangelio en la ciudad y en el hombre urbano”, “para discernir sus valores y antivalores y captar su lenguaje y sus símbolos”, y para que en este nuevo contexto relacional y comunicativo se pueda anunciar, asimilar y re-expresar la fe y el designio salvifico divino (DSD 256). La crisis de la cultura expresada generalmente en la “eliminación” de valores religiosos fundamentales hace de la evangelización de la cultura urbana y de todas las culturas existentes, una exigencia par la Iglesia (DSD 21.22), pues como dijo el papa Juan Pablo II, una fue que no crea cultura “o no fue suficientemente anunciada, o no fue objetivamente asimilada, o no fue plenamente vivida”.[iii]

 2. La cultura urbano industrial como cultura adveniente

En la evolución cultural de la humanidad, el cultivo de las relaciones de los hombre entre sí, se va plasmando en diversas formas de convivir asociado, dentro de las cuales destaca la ciudad, como una de las consolidaciones más decisivas y favorables a la realización del hombre. Así como en el milenario y diferenciado proceso histórico del urbanismo se pueden distinguir tanto los elementos constantes que configuran el fenómeno urbano, como los elementos variables que le imprimen la diferencia especifica, se puede percibir ahora una nueva estructuración del fenómeno urbano, que como fruto de la  modernidad, de la ciencia y de la técnica, asume en la realidad latinoamericana una configuración especifica; la ciudad, fruto de la fuerza creadora del espíritu humano, de su naturaleza racional, libre y social, conquista decisiva de la humanidad, acaba finalmente trasformándose en sede e instancia cultural, a la vez que generadora y motor de una nueva cultura.

En efecto, si la cultura es el «modo particular como en un pueblo, los hombre cultivan sus relaciones con al naturaleza, consigo mismos, con Dios»(DP 368), en la ciudad moderna el cultivo de la relación del hombre con la naturaleza se suele dar en forma indirecta, trasformada ya por la industria, mediatizada por diversas metamorfosis; las relaciones entre las personas, por su parte, surgen primordialmente al nivel de las funciones y de los contactos instrumentales, que dejan de lado la realidad más profunda del hombre; finalmente, se alteran profundamente las relaciones con Dios, en cuanto el moderno fenómeno urbano de la indiferencia religiosa se vincula con una experiencia cultural permanente, cerrada muchas veces a la trascendencia, y hace entrar en crisis una religiosidad fundada durante siglos en el contacto de la persona con la naturaleza, riquísima imagen de relación, y por tanto, en mediaciones de itinerario de la criatura para su Creador.

La influencia no es solo unilateral, por cuanto lo urbano se genera en la ciudad, pero no existe solo en la ciudad, la mentalidad urbana penetra todos los ambientes, llega al medio rural, y “el mismo campo se urbaniza por la multiplicación de las comunicaciones y transportes” (DSD 255). Por otra parte, si es verdad que lo urbano invadió lo rural, también es verdad que “la cultura rural está invadiendo la ciudad, pues la migración lleva para la metrópolis no solo las personas, sino también sus costumbres, comidas, música, religiosidad”.[iv] Pero es en esa adveniente cultura urbano industrial, que la ciudad se trasforma en un “horizonte mental”, en el que el valor del “sentido” es desplazado por el valor de “función”; el papel de cada uno, definido tradicionalmente por la autoridad, pasa a serlo por el contrato, las  relaciones se tornan especializadas y el habitante es desafiado a vivir al mismo tiempo en una ampliada diversidad de espacios, sin que pueda identificarse con ninguno. Pensada, proyectada y realizada en función de un trabajo eficaz, producción abundante y consumo de bienes, la principal morada del hombre se torna un signo de los tiempos, en cuanto su interior revela al mismo tiempo el mas profundo anhelo de comunión, y las más dramáticas e inhumanas condiciones.

 Tal vez en esto consiste el carácter ambiguo de la cultura urbana, “fascinante y, al mismo tiempo, repulsiva; que atrae por la libertad que ella ofrece y por el sinnúmero de vocaciones que posibilita para los mas diversos tipos de personalidad; que aleja por sus estructuras deshumanas, por el anonimato, la soledad y la angustia que produce”.[v] Obra del hombre y en consecuencia producto cultural, la gran ciudad moderna es simultáneamente forjadora de cultura, pero dentro de la configuración más cabal de la cosmovisión antropocéntrica, en la que todo inicia con el hombre para terminar con él.[vi] Frente a la adveniente cultura en cuanto cultura viene de fuera, cultura del porvenir, se pueden asumir dos posiciones igualmente equivocadas: la absorción fácil e acrítica del nuevo estilo de vida, o el repliegue y el aislamiento; o bien se puede asumir el desafió de la elaboración de una nueva síntesis vital, a través de la cual se aseguraría el desarrollo de nuestra propia cultura, capaz de asimilar de modo propio los avances de un nuevo contexto relacional.[vii]

 3. La cultura urbana como desafío a la evangelización

La realidad de la cultura urbano industrial, en cuanto constituye el estilo común de vida actualmente más intenso y universal, y en cuanto adquiere en Latinoamérica unas características singulares, se plantea como un desafió para la Iglesia que está llamada a anunciar  el Evangelio en la realidad de la ciudad, en la cual “se altera la forma con la cual en un grupo social, en un pueblo, en una nación, los hombres cultivan su relación consigo mismos, con los otros, con la naturaleza y con Dios” (DSD 255). Un acercamiento fenomenológico a la realidad concreta del hombre urbano, hace evidente los múltiples retos que la cultura urbana ofrece a la evangelización, y la necesidad de un profundo discernimiento por parte de la Iglesia, que le permita anunciar el Evangelio a un hombre que tiene un modo característico de ser, de vivir y de convivir, de sentir y de pensar, de trabajar y descansar, y que presenta un tipo diverso de hombre: confía en la ciencia y en la tecnología; está influido por los grandes medios de comunicación social; es dinámico, abierto, extrovertido y proyectado hacia lo nuevo; consumista, audiovisual, anónimo en la masa y desarraigado. Este nuevo estilo de hombre, hace de la urbe lugar y ocasión de comunicación, que urge y exige “comunicadores que tengan los mensajes adecuados para el hombre de hoy, y a la vez, comunicadores que conozcan cómo habla la ciudad de hoy, qué dice, qué necesita”.[viii]

La historia de la evangelización entendida como historia del encuentro o de los desencuentros del evangelio con las culturas, permite entender la propuesta de la “evangelización de la cultura” proclamada por Puebla, que explícitamente incluye la evangelización de la adveniente cultura, identificada en el documento con la cultura urbano industrial, y a la vez permite reasaltar como el llamado de los obispos a trazar nuevos caminos basados en la experiencia y en la imaginación, es fruto de la conciencia de que los antiguos caminos no funcionan para conducir al encuentro del hombre con Dios. En efecto, después de afrontar en los primeros siglos el mundo urbano y pluralista de la cultura greco-romana –en la que el campo tenia un contexto eminentemente pagano-, la Iglesia echó raíces en el contexto  de una cultura predominantemente agraria; mientras que el monaquismo y otros fenómenos evidenciaron el rechazo de lo urbano, es palpable en el campo religiosos una cierta hostilidad frente a todo lo que se le relacione y son evidentes los nostálgicos  anhelos por volver a los antiguos vínculos entre cristianismo y vida rural.

El proceso de urbanización vivido en los últimos siglos, y la nueva cultura que se constituye, hacen que el “problema urbano” se torne un “problema pastoral” y multiplica las dificultades que se plantean a la misión evangelizadora de la Iglesia.[ix] En el contexto de la “urbanización de los espíritus”, los medios de comunicación social, además de crear nuevos valores y contravalores asumen tareas reservadas antes exclusivamente al pulpito; expresiones, costumbres, fiestas y celebraciones son despojados de su original sentido religioso y se trasforman en simples celebraciones sociales, el catolicismo empieza a aparecer en el mundo urbano, como una de las múltiples posibles opciones que se le ofrecen al hombre, el contorno secular y plural de la sociedad ya no empuja a vivir espontáneamente la fe cristiana; los valores que promueve la sociedad de consumo, además, “entran inevitablemente en conflicto con los valores que promueve el evangelio, tales como la solidaridad, la austeridad, la gratuidad y la fidelidad”.[x]

Además, la Iglesia, que durante décadas se venia preparando para el dialogo con la modernidad, se encontró de la noche a la mañana con el movimiento postmoderno, con cada vez más dinámicos contextos sociales y con una secularización y un pluralismo creciente, que la pueden hacer aparecer como ajena o perdida en medio de la compleja realidad de las grandes ciudades;[xi] esta problemática, sin embargo puede estimular una renovación interior de la comunidad cristiana, al exigirle revisar la manera de transmitir la fe y al replantear el estilo que han de revestir el testimonio cristiano en la ciudad y las actitudes y las estructuras pastorales de la Iglesia.

La periferias invadidas por el proselitismo de sectas religiosas, la incapacidad evangelizadora de las instituciones tradicionales, la perdida de sentido de muchos signos religiosos, la insuficiencia de ministros que cubran el desbordante crecimiento cuantitativo de las urbes, la diversidad de enclaves culturales, la multiplicación de los problemas morales y sociales, la falta de compromiso y la corrupción  política, la inadecuación de los planes y la falta de respuestas pastorales eficaces, son algunos de los signos que hacen evidentes las dificultades que vive la Iglesia en la ciudad. La tentación eclesial de refugiarse en decisiones verticalistas y uniformadoras, se confronta con la cruda realidad de un hombre urbano que rechaza los dogmatismos de manera creciente, que no obedece a reglas, que no lee las cartas pastorales, que no perteneces a los cerrados grupos parroquiales. De cara a la realidad, la Iglesia y el creyente non solo tienen que demostrar que la fe puede iluminar los problemas y los anhelos más profundos del hombre, sino que necesitan buscar los lugares más adecuados para anunciar el Evangelio: “En una sociedad marcada por la informática y por la movilidad, los hombres ya no se encuentran allí en donde se encuentra la Iglesia. El hecho solo puede conducir a una conclusión: la Iglesia se encuentra en el lugar equivocado”.[xii]

Este cambio de perspectiva también debe hacerse en relación con la ciudad, asumiéndola como un desafió, porque así como de la realidad urbana brotan los problemas, las angustias, las frustraciones, las aspiraciones del hombre urbanizado, en ellas se pueden buscar los criterios y principios de anuncio y vivencia del evangelio. Fácil seria contraponer el antropocentrismo de la cultura urbana latinoamericana con la idealizada experiencia agraria: en esta, al contacto con la naturaleza suele favorecer la experiencia de la trascendencia; en aquel suele identificarse la causa y el espacio propio de la indiferencia religiosa y el ateismo. No solo es necesario rechazar la aparente incompatibilidad entre urbe moderna y religión, sino que se requiere asumir la cultura urbana latinoamericana como un desafió para la consciencia religiosa y para la vida cristiana (DP 432), que exige renovar la evangelización (DP 433), trazando criterios y caminos basados en la experiencia y la imaginación (DP 441) y creando estructuras eclesiales nuevas, que sin desconocer la validez de la parroquia renovada, permitan afrontar la problemática que representa el carácter inédito de la vida urbana latinoamericana (DP 152).

La imperiosa la necesidad de elaborar una síntesis nueva entre fe y cultura, entre razón y fe, entre trabajo y contemplación, entre libertad y solidaridad, entre confort y austeridad, entre tecnología y ecología, no puede ser una simple estrategia en orden a facilitar una comunicación unidireccional, sino que debe consistir en la estructuración de una verdadera pedagogía de valores  para la consolidación de una convivencia urbana más humana y cristiana, que posibilite la evangelización de la dinámica cultural urbana:[xiii] las exigencias de revivir lo comunitario en medio del anonimato urbano, la necesidad de entrar en comunicación con el hombre audiovisual, que en la ciudad ha remplazado al hombre tipográfico, la consciencia de la existencia de las múltiples racionalidades que se yuxtaponen al interior del ciudadano, los crecientes cuestionamientos éticos, la reconstrucción y vivencia de los valores evangélicos, las múltiples posibilidades de los medios de comunicación social, los novedosos símbolos que surgen, las exigencias y necesidades que se acrecientan, son solo algunos de los nuevos elementos culturales que surgen en la ciudad y que plantean a la Iglesia el imperativo de ayudar a quien en ella habita, a rehacer desde una dimensión trascendente, sus relaciones consigo mismo, con los otros, con la naturaleza y con Dios.[xiv]

La opción por una evangelización inculturada, que encuentra uno de sus mayores desafíos en la realidad de las ciudades, gestadoras y a la vez frutos de una nueva cultura, hace licito preguntarse: así como en la primera evangelización el Imperio Romano propició un espacio abierto y sin fronteras para el anuncio del evangelio, ¿no será “la cultura urbana el nuevo espacio universal par a una nueva evangelización? Nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión”.[xv]

 4. La evangelización de la cultura como enculturación del evangelio en la ciudad.

La historia de los términos que median la relación entre el Evangelio y la cultura es bien compleja: cuando el fenómeno urbano empieza a emerger en el discurso de la Iglesia, con la carta Octogesima Adveniens de Pablo VI, no puede contar aún con una reflexión teórica estructurada al respecto. Ciertamente, era notorio el avance conceptual del Concilio Vaticano II, al referirse con la Constitución Gaudium et Spes al sano fomento del proceso cultural, a la situación de la cultura en el mundo actual, al reconocer al hombre como autor de la cultura y al estudiar los problemas derivados de la relación e interconexión con la fe y con el Evangelio; el Concilio Vaticano II reconoció la variedad de formas culturales y el surgimiento de un nuevo humanismo, e invitó a buscar nuevos caminos para que la salvación de Cristo “fecunde desde sus entrañas” las modernas estructuras de convivencia, las regenere, eleve y restaure en Cristo, y para que la Buena Noticia penetre en el alma colectiva de la humanidad.[xvi]

 Esta radicalidad será asumida por le Evangelii Nuntiandi, cuando Pablo VI invitará de modo explicito a la “evangelización de la cultura”, afirmando que “es necesario evangelizar –no de una manera decorativa, con un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus ultimas raíces- la cultura y las culturas del hombre”. Evangelio y cultura no se identifican, pero tampoco no son incompatibles; sin embargo, la ruptura que en la actualidad se da entre el Evangelio y la cultura, exige “hacer todos los esfuerzos posibles en aras de una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente, de las culturas. Ellas deben ser regeneradas mediante el encuentro con la Buena Noticia” (EN 20).

Pero durante el Sínodo de los Obispos de 1974, del cual es fruto la Evangelii Nuntiandi, fueron duramente cuestionados les términos utilizados en el Concilio para referirse a la relación entre evangelio y cultura, por cuanto los términos “adaptación” o “acomodación”  sugerían la idea de trasplante, y aunque se utilizaba la rica expresión “fecundar desde adentro”, esta se podía referir más a la ambientación del evangelio ya inserto en otros ambientes culturales; también será criticada la “aculturación” entendida como proceso que posibilita la evangelización de la cultura y garantiza la penetración de la Palabra de Dios en el ámbito de los valores de la cultura, conforme a la enseñanza  de la exhortación post-sinodal, por cuanto no solamente no expresaba toda la peculiaridad del encuentro sui generis entre evangelio y cultura, sino que asumía connotaciones negativas y peyorativa, como sinónimo de conflicto cultural, producto de la dominación político-económica, de dominación cultural, e incluso de “destrucción axiológica”. Es Juan Pablo II quien en la exhortación Catechesi Tradenda (1979), introduce oficialmente en el discurso magisterial el término incultuación, considerando que “a pesar de ser un neologismo, expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la encarnación” (N° 53). Desde entonces, se ha impuesto esa expresión para indicar el proceso de evangelización de la cultura, asumiendo los sustratos conceptuales de la antropología y de la sociología cultural, pero redimensionándolos desde una clave teológica y ubicándolos en intima sintonía con el acontecimiento salvifico de la encarnación, tal como lo expresa el Papa en la encíclica Slavorum Apostoli (1995, n. 21), Redemptoris Missio (1990, nn. 39.52.67), y Centesimus Annus (1991, nn. 24.50.51), y en la Exhortación Pastores Dabo Vobis (1992, n 55).

Es este largo proceso evolutivo de la autocomprensión de la misión eclesial considerada dentro del marco de las relaciones entre fe y cultura, el que permite redimensionar no solamente el quehacer, sino fundamentalmente el ser de la Iglesia que se inserta en la peculiar realidad cultural de las ciudades latinoamericanas: la Tercera Conferencia del Episcopado latinoamericano siguiendo muy de cerca las orientaciones del Vaticano II y las líneas explicitadas en la Evangelii Nuntiandi, asumió la evangelización de la cultura, como objeto de la misión evangelizadora de la Iglesia. El grado de evolución conceptual alrededor del problema de la cultura se hace evidente en Puebla, cuando reconoce que ella abarca la totalidad de la vida de un pueblo, el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan, constituyendo la conciencia colectiva de los miembros; “la cultura comprende, asimismo, las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social” (DP 387).

Enviada por el Señor Jesús a todas las gentes, a todos los pueblos de todos los tiempos, portadora de un mensaje de salvación destinado a todas las culturas, la Iglesia tiene, por tanto, como tarea inicial, integrarse en el estilo de vida común del pueblo al que se dispone evangelizar, sin el cual se torna imposible el encuentro, por dentro, del mensaje de salvación de Cristo con la cultura”;[xvii] se trata del encuentro largo, progresivo y constante entre dos realidades ricas y profundas: la revelación gratuita de Dios y el proyecto de vida de la realidad urbana, en el que la gracia divina no está ausente. Evangelizar la cultura urbana significa entonces, inculturar el mensaje de Cristo y el misterio de la Iglesia dentro del estilo de vida propio de la ciudad; significa encarnar la Buena Noticia en el alma colectiva de la ciudad, para que la salvación de Cristo “fecunde desde sus entrañas” las modernas estructuras de la convivencia urbana, las regenere, eleve y restaure en Cristo.

El anuncio del kerigma, debe tocar los puntos nodales de la realidad que envuelve el hombre de la ciudad, los problemas del mal, la muerte y el desamor, debe llegar hasta el corazón del modo de vida urbano de manera constante y progresiva, redimensionando el papel de la familia, repensando la planeación, adaptando la pastoral a los diferenciados ambientes urbanos, a la intensa movilidad de la población, a la especialización de las áreas, a la “parroquialidad afectiva”, a la saturación de la información. De la misma manera, la mentalidad y la sensibilidad del hombre urbano cuestionan algunos aspectos de la forma de celebrar la fe, y alimentan la toma de conciencia de la necesidad de una adecuada y equilibrada enculturación de la liturgia, celebración de un Misterio transcultural, que se expresa en lenguaje, signos y símbolos específicos.

Es precisamente la consideración de dicho carácter del mensaje evangélico, lo que permite que la evangelización de la cultura urbana no se reduzca a una identificación con ésta, sino que proponga al hombre urbanizado la salvación de Cristo, tocando su conciencia, llamando a la conversión y proyectándose en el ethos social, en sus instituciones y estructuras y confrontando los elementos que están en contraste con la Palabra de Dios (EN 19-20; DISD 20). Se da así una reciproca relación de apropiación entre el mensaje cristiano y la cultura urbana; el mensaje de salvación de Cristo tiene que apropiarse de elementos de la cultura urbana, de sus categorías mentales, lenguaje, valores y estructuras de convivencia, y la cultura urbana tiene que apropiarse del sentido ultimo que el Evangelio otorga a la ciudad y de los medios que para ello propone; la enculturación de la Buena Noticia en el mundo urbano y la fecundación de la ciudad moderna por el mensaje evangélico, exigen una propuesta que se adecue en sus términos, a las categorías mentales y al lenguaje del hombre urbanizado, que acentúe sus valores y que denuncie sus deficiencias; esta adecuación permitirá la acogida y la asimilación del evangelio, vividas dentro de un proceso gradual, posibilitará la reexpresión de la fe en el lenguaje cultural propio y se constituirá a la vez, en un aporte a la catolicidad de la Iglesia.

Finalmente, aunque parezca obvio, es necesario resaltar que la enculturación del Evangelio consiste en una dinámica procesual que tiene que surgir y alimentarse de una profunda vida en el espíritu, referida al Dios Trino, celebrada en la comunidad eclesial y en la liturgia. Frente a los peligros de una mística que se casa sin condiciones con el espíritu del tiempo, se exige discernir las ventajas y obstáculos que presenta la situación urbana para la espiritualidad, y encausar y posibilitar nuevos procesos de fe en los nuevos contextos, sin absolutizar lo relativo sin universalizar lo particular, sin dogmatizar lo opinable.

Es necesario elaborar actitudes de búsqueda, de experimentación, de apertura a nuevas formas de espiritualidad y afirmar las que han manifestado eficacia, reconociendo que el ambiente urbano evidencia una particular sensibilidad religiosa y se presenta como un espacio propicio para favorecer y cultivar el silencio y la contemplación para defender la dignidad humana y la personalización de las relaciones, para formar en el verdadero sentido de la penitencia y la austeridad y para testimonias el amor que salva del pecado y llama a vivir la santidad en la Iglesia, como alegres misioneros y testigos de las bienaventuranzas;[xviii] se exige así, una pedagogía de la fe que permita al hombre de la ciudad, que ya no la recibe por tradición o herencia, vivir una experiencia de Dios original y diferente, y una espiritualidad que se fundamente en la oración como expresión de la comunicación religiosa, en la Gracia como conciencia que la salvación viene de Dios, en la Esperanza que salva de las ideologizaciones y en el realismo que supera el sentimentalismo;[xix] recogimiento, ascesis y mística, parecen utopías en confrontación con el dinero, el sexo y el confort, pero pueden hacerse tópicas si se da una audaz y verdadera reconstrucción desde el evangelio en la ciudad.[xx]

La construcción cotidiana en la ciudad, de una espiritualidad vivida como tarea, permite entender su entramado social como lugar de revelación de lo divino y posibilita actitudes de gratitud y alabanza por parte del creyente; pero a la vez exige una inteligente utilización de los medios de comunicación, una revalorización de los signos y de los símbolos y un fortalecimiento de las pequeñas comunidades, de las “koinonias” de talla humana, en las que se pueda compartir la fe personal, la solidaridad con los pobres y los marginados, la comunicación e bienes, la reunión en asamblea eucarística, el compromiso social y el proyecto evangelizador.

La espiritualidad de la ciudad necesita ser confrontada con una autentica teología del pecado, entendido como negación de Dios y del prójimo y de toda recta valorización del mundo, a la vez que requiere ser estimulada por un llamado a la santidad, como ideal posible; también se exige una creciente capacidad de la Iglesia para inculturarse, en el proceso de inculturar el evangelio, la liturgia, los sacramentos, las devociones y la misma oración personal y comunitaria y para reformular también categorías vitales para la fe como pobreza, bienaventuranza, misión, testimonio, cruz, dolor y alegría, para permitir liberar al hombre de la ciudad del odio, de la violencia, de la agresividad y de la vergüenza. Urge una espiritualidad que ponga la caridad en el centro de la vida del hombre urbano, que le plantee que es posible amar y que tiene sentido amar, y que alimente, en la enculturación del evangelio, la construcción de la civilización del amor.[xxi] Y nada de esto es posible si no es realizado por una Iglesia en camino de conversión y que invite al hombre urbano a volver sus ojos y su vida al proyecto de vida de Jesús.

 5-. Conclusión. Llamado as la conversión

Nueva evangelización, cultura cristiana y promoción humana, constituyen así, tres dimensiones de acción eclesial que toman forma en la realidad concreta del hombre urbano latinoamericano y caribeño y en la opción preferencial por los pobres, para, de esta manera, “impulsar con nuevo ardor una Nueva Evangelización, que se proyecte en un mayor compromiso por la promoción integral del hombre e impregne con la luz de evangelio las culturas de los pueblos latinoamericanos” (DSD 1). Pero el empeño por realizar una nueva evangelización, en este caso, de la cultura urbana, por inculturar allí el evangelio y por promover en ella al hombre, se constata la exigencia de una nueva manera de ser Iglesia: en efecto, solo respondiendo de manera más intensa al continuo llamado que Dios hace a la conversión, podrá la Iglesia testimoniar su sacramentalidad en la comunión y la participación, en la pobreza vivida, en el servicio a la persona humana, particularmente a los marginados, y se constituirá en verdadero signo de esperanza. La conversión personal y comunitaria, expresada en la promoción  humana y en la enculturación del evangelio como exigencias de la nueva evangelización, permitirá configurar un modelo de Iglesia viva y dinámica, promotora y libertadora del hombre, y un nuevo estilo de pastoral, que abierto a la acción del Espíritu, haga cada día mas visible el Reino de Dios instaurado por Cristo.

Dentro de las líneas pastorales concretas, el Documento de Santo Domingo afirma la necesidad de “reprogramar las parroquias urbanas”; en efecto, la Iglesia en la ciudad debe reorganizar sus estructuras pastorales, y la parroquia urbana debe ser más abierta, flexible y misionera, para permitir una acción trans-parroquial y supra-parroquial; además, “la estructura de la ciudad exige una pastoral especialmente pensada para esa realidad. Lugares privilegiados de la misión deberían ser las grandes ciudades, donde surgen nuevas formas de cultura y de comunicación” (DSD 257). Es necesario “promover la formación de laicos para la pastoral urbana, con formación bíblica y espiritual; crear ministerios conferidos a los laicos para la evangelización de las grandes ciudades” (DSD 258), así como “multiplicar las pequeñas comunidades, los grupos y movimientos eclesiales y las comunidades eclesiales de base. Iniciar la llamada pastoral de los edificios, mediante la acción de laicos comprometidos que vivan en ellos” (DSD 259); También se requiere “programar una pastoral ambiental y funcional, diferenciada según los espacios de la ciudad. Una pastoral de acogida, dado el fenómeno de migraciones. Una pastoral para los grupos marginados. Asegurar la asistencia religiosa a los habitantes de las grandes ciudades durante los meses de verano y vacaciones; procurar una atención pastoral para quienes pasan habitualmente los fines de semana fuera de la ciudad, donde no tienen posibilidad de cumplir con el precepto dominical” (DSD 160); igualmente, se hace necesario “incentivar la evangelización de los grupos de influencia y de los responsables de la ciudad, en el sentido de hacer de esta, especialmente en las barriadas, un hábitat digno del hombre” (DSD 261); finalmente, urge “ promover en ámbito continental (CELAM), nacional y regional, encuentros y cursos sobre evangelización de las grandes metrópolis” (DSD 262).


[i] Ponencia para el seminario-Taller de Pastoral urbana, Aquidiocesis de Quito. Septiembre 23 de 1998.

[ii] Cfr DP 421-428. La denominación de “adveniente cultura”, es identificada por Puebla con la “cultura urbano industrial” (cfr. DP 421), enmarcada dentro del ambiente totalizador de la cultura (DP 387) y de las grandes transformaciones culturales que atraviesa el continente latinoamericano ( DP 399); la “adveniente cultura” se caracteriza por una mentalidad científico-técnica, dominada por la idea de eficiencia, empreñada de racionalismo, controlada por las grandes potencias detentoras de la ciencia y de la técnica, que tiende a agudizar cada vez mas el problema de la dependencia y de la pobreza de América Latina (c fr. DP 417). El advenimiento de la cultura urbano-industrial que ha comenzado hace dos siglos, se va imponiendo como estilo común de vida mediante una determinada jerarquía de valores y preferencias, que “llega a amenazar las mismas raíces de nuestra cultura” (DP 418).

[iii] Citado por A. Do Carmo Cheuiche, Cultura Urbana: reto a la evangelización, p. 254.

[iv] Cfr. C. Ambrozio, Populaçao urbana y mobilidad, 223.

[v] A. Do Carmo Cheuiche, Cultura Urbana: reto a la evangelización, p. 254. Id. Evangelización de la cultura urbana, 164.

[vi] A. Do Carmo Cheuiche, Cultura Urbana: reto a la evangelización, p. 251-252.            

[vii] A. Do Carmo Cheuiche, Cultura Urbana: reto a la evangelización, p. 165-166.

[viii] R. Méndez, El fenomeno urbano, 58.

[ix] “El mundo evolucionó y en los últimos anos se hizo más evidente el impacto de la modernidad sobre la realidad brasileña y sus repercusiones en el campo religioso. Existe un fenómeno particularmente decisivo para el catolicismo popular de origen rural: la urbanización” (CNBB, Rumo ao novo milênio, n. 46)

[x] Cfr. A. Rincón, La ciudad y las mediaciones, 133-136.

[xi] Cfr. A. Do Carmo Cheuiche, Evangelización de la cultura urbana, 170-171

[xii] R. Blank, Desafios da evangeliçao num mundo eletronizado e urbano, 12.

[xiii] Cfr. J. Vélez, Pastoral de la metrópoli y pedagogía de valores, 229.

[xiv] Cfr. A. Rincón, La ciudad y las mediaciones, 140-145.

[xv] Cfr. A. Do Carmo Cheuiche, Evangelización de la cultura urbana, 187.

[xvi] Cfr. GS 44. La Constitución GP dedica al tema, de manera explicita, los números 53-62, e indica el sentido general del termino cultura, referido a “todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales” (GS 53); con la aceptación de sus variados aspectos históricos, sociales, sociológicos y etnológicos, abre las puertas al reconocimiento del pluralismo cultural (cfr. Ib.) El deber de “perfeccionar” (GS 54), “favorecer”, armonizar” (GS 56) “ayudar” y “estimular” (GP 57) las relaciones entre fe y cultura, se hace explicito con la conciencia de que la Iglesia “no está ligada de manera exclusiva e indisoluble a raza o nación alguna”, y que “puede entrar en comunión con las diversas formas de cultura” (GS 58). En tal sentido, se evidencia la necesidad de “compaginar” o “adaptar” el Evangelio y la cultura, ya que por cuanto la fe eleva, regenera y perfecciona la cultura y, a la vez, la cultura sirve la fe para poder expresarse, comprender y profundizar la verdad revelada, el encuentro entre fe y cultura se lleva a cabo mediante la “adaptación” y la “acomodación”. La fe se adaptaría a la cultura y la cultura tendría que acomodarse a la fe (cfr. GS 44.59.62).

[xvii] A. Do Carmo Cheuiche, Inculturaçao e endoculturaçao da Igreja nas culturas urbanas, 339.

[xviii] Cfr. P. Galimberti, Dios en la ciudad, 95-119

[xix] Cfr. J. Vélez, Pastoral de la metrópoli y pedagogía de valores, 227.

[xx] Cfr. A. Alvarez, Mistica y securalizacion en medio de la ciudad securalizada.

[xxi] Cfr. O. Pol, Situacion urbana y espiritualidad, 194-202.

Francisco Niño Súa, Pbro