En el corazón del Evangelio de Marcos (estamos hoy exactamente en la mitad), retorna el tema de fondo sobre la identidad de “Jesucristo, Hijo de Dios” (1,1; cf 15,39). Él posee una identidad rica y misteriosa, que el evangelista Marcos, desde el comienzo hasta el final de su texto, quiere desvelar gradualmente a sus lectores. El texto de hoy contiene la respuesta ardiente de Pedro, quien toma distancias de las opiniones corrientes entre la gente: los grandes personajes religiosos del pasado quedan superados, ahora Jesús de Nazareth es el Mesías, el Cristo.

¡Atreverse!
Perder la vida por Jesús y el Evangelio

Is.  50,5-9ª; Sl  114; Santiago  2,14-18; Mc  8,27-35

Reflexiones
En el corazón del Evangelio de Marcos (estamos hoy exactamente en la mitad), retorna el tema de fondo sobre la identidad de “Jesucristo, Hijo de Dios” (1,1; cf 15,39). Él posee una identidad rica y misteriosa, que el evangelista Marcos, desde el comienzo hasta el final de su texto, quiere desvelar gradualmente a sus lectores. El texto de hoy contiene la respuesta ardiente de Pedro, quien toma distancias de las opiniones corrientes entre la gente: los grandes personajes religiosos del pasado quedan superados, ahora Jesús de Nazareth es el Mesías, el Cristo. El texto paralelo de Mateo (16,13-20) da un mayor despliegue al diálogo entre Jesús y Pedro, con los temas de la piedra, la Iglesia, las llaves... Dentro de su brevedad, Marcos concentra en las palabras de Pedro la revelación de quién es Jesús: “Tú eres el Mesías” (v. 29). La afirmación de Pedro es correcta y completa en cuanto fórmula teológica, aunque él mismo tenga de ella una comprensión limitada y distorsionada, como se ve pronto por el reproche que le hace Jesús a continuación (v. 33).

A estas alturas del Evangelio de Marcos, Jesús ha entrado en una etapa nueva: deja las muchedumbres de Galilea, quiere dar más tiempo a la formación de sus discípulos; comienza revelándoles su doble identidad de Mesías y de Siervo que sufre: son dos realidades inalcanzables por la sola mente humana. Pedro, con dificultad, alcanza la verdad de Jesús Mesías-Cristo, pero tropieza totalmente ante la verdad del Mesías-Siervo que “tiene que padecer mucho, morir y resucitar” (v. 31). Pedro pretende dar lecciones a Jesús y lo increpa por ese género de previsiones (v. 32), hasta que Jesús le amonesta duramente, invitándole a retomar el lugar que le corresponde, detrás de Jesús: el discípulo camina tras el Maestro, sigue sus pasos. En el tema del sufrimiento y de la cruz, Pedro es esclavo de la mentalidad corriente, piensa como los hombres. Tan solo más tarde, cuando llegue el Espíritu, logrará pensar como Dios (v. 33).

Tú piensas como los hombres, no como Dios”: es la amonestación de Jesús a Pedro y a los discípulos de entonces y de siempre. Una amonestación que rechaza toda forma de religiosidad cómoda, ritual y retórica. Una desconcertante invitación a emprender el camino estrecho de la humildad y de la austeridad: dejar de pensar solo en sí mismos, hacerse disponibles a los demás, compartir la decisión de Jesús, que ha aceptado, por amor, incluso la muerte, para que todos tengan vida en abundancia (Jn 10,10).  Una llamada  a todos los bautizados (sean simples fieles o responsables de comunidades, en cualquier nivel) a colaborar para que la Iglesia  -de la cual todos formamos igualmente parte-  sea siempre más discípula que escucha y actúa según el estilo de Jesús; más humilde, pobre, austera en los signos exteriores; más valiente y eficaz en sus opciones en favor de los débiles y de los últimos. En una palabra, una Iglesia más conforme a su Maestro, siguiéndole los pasos. Ese es el verdadero lugar de una Iglesia discípula y misionera; su único proyecto. (*)

Cargar con la cruz y seguir a Jesús (v. 34), acoger la sabiduría y la fecundidad evangélica de la cruz es posible solo por una gracia, que la liturgia nos invita a implorar, para estar seguros de que salvaremos nuestra vida “tan solo si tenemos el valor de perderla” (Colecta), ofreciéndola con Jesús por la vida del mundo. Esta certeza sostenía al Siervo sufriente (I lectura): “El Señor me ayuda, no quedaré defraudado” (v. 7). “La cruz no es el símbolo de la resignación, sino del amor, del don de sí. Cristo no nos pide que escojamos la cruz para sufrir más, sino para hacer florecer la vida allí donde hay dolor y desesperación” (Roberto Vinco).

La fraternidad y el servicio a los necesitados son valores inseparables del seguimiento de Cristo, como enseña el apóstol Santiago (II lectura): las palabras hipócritas y huecas son incapaces de calentar al que tiene frío y saciar al hambriento (v. 15-16). La autenticidad del seguimiento del Señor se comprueba con los hechos de la caridad. Dan testimonio de ello algunos santos que recordamos en este mes: la S. Madre Teresa de Calcuta (5-9), S. Pedro Claver (9-9), S. Pío de Pietrelcina (23-9); S. Vicente de Paúl (27-9)... Ya que se han atrevido a perder su vida por Jesús y por el Evangelio, la han salvado (Mc 8,35). Por tanto, su testimonio es claro y estimulante para las fuerzas vivas de la misión hoy, aquí y en todas partes.

Palabra del Papa

(*)  “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo... Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo”.
Papa Francisco
Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), n. 49

A cargo de: P. Romeo Ballán, MCCJ

Marcos 8, 27-35

TOMAR EN SERIO A JESÚS
José Antonio Pagola

El episodio de Cesarea de Filipo ocupa un lugar central en el evangelio de Marcos. Después de un tiempo de convivir con él, Jesús hace a sus discípulos una pregunta decisiva: “¿Quién decís que soy yo?”. En nombre de todos, Pedro le contesta sin dudar: “Tú eres el Mesías”. Por fin parece que todo está claro. Jesús es el Mesías enviado por Dios, y los discípulos lo siguen para colaborar con él.

Pero Jesús sabe que no es así. Todavía les falta aprender algo muy importante. Es fácil confesar a Jesús con palabras, pero todavía no saben lo que significa seguirlo de cerca compartiendo su proyecto y su destino. Marcos dice que Jesús “empezó a enseñarles” que debía sufrir mucho. No es una enseñanza más, sino algo fundamental que los discípulos tendrán que ir asimilando poco a poco.

Desde el principio les habla “con toda claridad”. No les quiere ocultar nada. Tienen que saber que el sufrimiento lo acompañará siempre en su tarea de abrir caminos al reino de Dios. Al final, será condenado por los dirigentes religiosos y morirá ejecutado violentamente. Sólo al resucitar se verá que Dios está con él.

Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Su reacción es increíble. Toma a Jesús consigo y se lo lleva aparte para “increparlo”. Había sido el primero en confesarlo como Mesías. Ahora es el primero en rechazarlo. Quiere hacer ver a Jesús que lo que está diciendo es absurdo. No está dispuesto a que siga ese camino. Jesús ha de cambiar esa manera de pensar.

Jesús reacciona con una dureza desconocida. De pronto ve en Pedro los rasgos de Satanás, el tentador del desierto que busca apartar a las personas de la voluntad de Dios. Se vuelve de cara a los discípulos y “reprende” literalmente a Pedro con estas palabras: ”Ponte detrás de mí, Satanás”: vuelve a ocupar tu puesto de discípulo. Deja de tentarme. “Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres, “.

Luego llama a la gente y a sus discípulos para que escuchen bien sus palabras. Las repetirá en diversas ocasiones. No las han de olvidar jamás. “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”.

Seguir a Jesús no es obligatorio. Es una decisión libre de cada uno. Pero hemos de tomar en serio a Jesús. No bastan confesiones fáciles. Si queremos seguirlo en su tarea apasionante de hacer un mundo más humano, digno y dichoso, hemos de estar dispuestos a dos cosas. Primero, renunciar a proyectos o planes que se oponen al reino de Dios. Segundo, aceptar los sufrimientos que nos pueden llegar por seguir a Jesús e identificarnos con su causa.
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