El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los dirigentes religiosos: “¡Cuidado con los maestros de la Ley!”, su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda, llama a sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.

“Dar desde nuestra pobreza”: un criterio misionero

1Reyes  17,10-16; Salmo  145; Hebreos  9,24-28; Marcos  12,38-44

Reflexiones
En la selva de Brasil, un misionero preguntó un día a un indio de la etnia yanomami: “¿Quién es bueno?” Y el indio contestó: “Bueno es el que comparte”. ¡Una respuesta en sintonía con el Evangelio de Jesús! Dan testimonio de ello las dos mujeres, ambas viudas y pobres, expertas en la lucha por sobrevivir, protagonistas del mensaje bíblico y misionero de este domingo. - En tierra de paganos, al norte de Palestina, la viuda de Sarepta (I lectura), a pesar de la escasez de alimentos en tiempo de sequía, comparte el agua y el pan con el profeta Elías, que está huyendo de la persecución del rey Ajab y de la reina Jezabel. Aquella viuda, exhausta (v. 12), se fió de la palabra del hombre de Dios, y Dios le concedió lo necesario para  vivir ella, su hijo y otros familiares (v. 15-16). En contraposición a la maldad de esa pareja real, la protección de Dios se manifestó en favor de su enviado (Elías) y de los pobres.

La escena se repite sobre la explanada del templo de Jerusalén, lugar oficial del culto, donde Marcos (Evangelio) presenta dos escenas contrastantes. Por un lado, los escribas: los supuestos sabios de la ley, inflados de vanidad hasta la ostentación (hacen alarde de amplio ropaje, buscan saludos y primeros puestos), pretenden manipular a Dios con “largos rezos”, y llegan hasta devorar los bienes de las viudas (v. 40). Por otro lado, Jesús pone en evidencia el gesto furtivo de una viuda pobre, la cual, con la mayor discreción, sin llamar la atención, echa en el tesoro del templo dos moneditas de poco valor, que eran “todo lo que tenía para vivir” (v. 44). ¡Son pocos céntimos, pero de valor inmenso! Ella no echa gran cantidad, como los ricos, pero da mucho, todo; como dice el texto griego: “toda su vida”.

El provecho y la gratuidad se contraponen. Los escribas ostentan una religiosidad para provecho personal: hasta haciendo obras buenas, buscan su interés, son víctimas de la cultura de la apariencia. Jesús, por el contrario, exalta en la viuda la gratuidad, la humildad, el desapego: ella se fía de Dios y a Él se abandona. Vuelve aquí la enseñanza radical del Evangelio de Marcos en los domingos anteriores: el verdadero discípulo de Jesús lo vende todo, lo da a los pobres, ofrece su vida como hizo el Maestro para rescatar a todos (II lectura, v. 26), ama a Dios y al prójimo con todo el corazón. Para la viuda pobre, este doble amor es más importante que su misma supervivencia. (*)

Para el Reino de Dios no importa dar mucho o poco; lo importante es darlo todo. Ya el Papa S. Gregorio Magno (siglo VI) afirmaba: “El Reino de Dios no tiene precio; vale todo cuanto uno posee”. Bastan incluso dos moneditas, o “tan solo un vaso de agua fresca” (Mt 10,42). El don ofrecido desde la propia pobreza es expresión de fe, de amor y de misión. Así se expresaron los obispos de la Iglesia latinoamericana en la Conferencia de Puebla (México, 1979), al hablar de compromiso con la misión universal: “Finalmente, ha llegado para América Latina la hora de proyectarse más allá de sus propias fronteras, ad gentes. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros; pero debemos dar desde nuestra pobreza” (Puebla n. 368). El compromiso por la misión, dentro y fuera del propio país, es concreto y exigente: se necesitan medios materiales y espirituales, pero sobre todo personas disponibles a salir y a ofrecer su vida. ¡Por el Reino!

La pobre de Sarepta y la viuda del Evangelio vuelven a proponer hoy el desafío de una misión vivida con opciones de pobreza, en el uso de medios pobres, fundamentada sobre la fuerza de la Palabra, libre de los condicionamientos del poder, al lado de los últimos de la tierra, en situaciones de fragilidad, contando con la debilidad propia y de los colaboradores, en soledad, entre hostilidades… Pablo, Javier, Comboni, Teresa de Calcuta y los otros misioneros, han vivido su vocación bajo el signo de la Cruz, afrontando sufrimientos, obstáculos e incomprensiones, convencidos que “las obras de Dios deben nacer y crecer al pie del Calvario” (Daniel Comboni). El misionero pone en el centro de su vida al Señor crucificado, resucitado y viviente, porque sabe que la fuerza de Cristo y del Evangelio se manifiesta en la debilidad del apóstol y en la fragilidad de los recursos humanos (cfr. Pablo). En las situaciones de pobreza, aislamiento y muerte, el misionero descubre en Cristo crucificado la presencia eficaz del Dios de la Vida y una multitud de hermanos que esperan amor y aprecio, llevándoles el Evangelio, que es mensaje de vida y esperanza.

La balanza de Dios no mide la cantidad, sino la calidad, el corazón. Lo que cuenta no es cuánto das, sino cómo lo das. Las dos mujeres, de Sarepta  y de Jerusalén, viudas y pobres, han enriquecido el tesoro del mundo y de la Iglesia. Son personas sencillas, pero de corazón grande y generoso, que saben amar sin reservas, saben regalar tanta humanidad y ternura, nos ayudan a vivir, son lo mejor de la familia humana, son la verdadera Iglesia. Son las que hacen el mundo más humano, creen de verdad en Dios y mantienen vivo el Evangelio de Jesús. Santa Teresa de Calcuta decía: “No importa cuánto uno da, sino cuánto amor uno pone en dar”.

Palabra del Papa
«Esta mujer echa en el tesoro del templo solamente dos moneditas, todo lo que le quedaba, y hace su ofrenda intentando pasar desapercibida, casi avergonzándose. Pero, precisamente con esta humildad, ella cumple una acción de gran importancia religiosa y espiritual. Ese gesto lleno de sacrificio no escapa a la mirada de Jesús, que, al contrario, ve brillar en él el don total de sí mismo en el que quiere educar a sus discípulos… Hermanos y hermanas, las balanzas del Señor son diferentes a las nuestras. Pesa de manera diferente a las personas y sus gestos: Dios no mide la cantidad sino la calidad, escruta el corazón, mira la pureza de las intenciones».
Papa Francisco
Angelus domingo 11 de noviembre de 2018

A cargo de: P. Romeo Ballán, MCCJ

Contraste entre vanidad y humildad

Comentario a Mc 12. 38-44

Marcos nos transmite hoy dos dichos de Jesús que contraponen dos situaciones opuestas, ante las que Jesús se manifiesta de una manera muy contundente, lo que seguramente nos impacta y nos cuestiona, si leemos el texto con el corazón sencillo y abierto.

Por un lado están los “maestros de la ley” que “se pasean con vestidos lujosos, buscan los puestos de honor y devoran los bienes de las viudas”. Por otro, está la viuda pobre que se acerca al lugar de las ofrendas en el templo y echa “dos monedas de muy poco valor”, que eran “todo lo que tenía para vivir”.

Ante esas dos categorías de personas, Jesús se pone claramente a favor de la viuda y nos enseña que lo que da valor al ser humano no son los “adornos” superficiales ni las apariencias, sino la autenticidad de la vida, el poner en juego todo lo que somos y tenemos con lealtad y generosidad.

Esta enseñanza podemos aplicarla a todos las dimensiones de nuestra vida: la profesional, la familiar, la religiosa. La pregunta es: como trabajadores, como miembros de una familia o de la Iglesia, ¿entregamos todo lo que somos o nos reservamos? ¿Somos auténticos en nuestro comportamiento o preferimos esconderos detrás de los adornos y las máscaras, como Adán se escondía detrás de unas hojas de parar?  ¿Buscamos el prestigio personal incluso a base de vivir una vida falsa?

Leyendo este texto de Marcos, me acuerdo de un breve salmo (el 130), que dice así:

Señor, mi corazón no es altanero, ni son altivos mis ojos.
Nunca perseguí grandezas ni cosas que me superan.
Aplaco y modero mis deseos;
Estoy como un niño en el regazo de su madre.
¡Espera, Israel, en el Señor, ahora y siempre!

Como en los tiempos de Jesús, también hoy el mundo que vemos en los medios de comunicación vive mucho de apariencias, de imagen postiza, de vanidad, de enaltecer nuestro “ego”. Incluso a la hora de compartir, la mayoría comparte de lo que le sobra, como los ricos del evangelio. Son pocas las personas que dan de lo que les hace falta, como la viuda. ¿Doy yo alguna vez de lo que me hace falta? ¿Me expongo a compartir incluso cuando no tengo asegurado lo necesario?

Cuando uno da algo “a fondo perdido”, incluso algo que le “duele” perder, entonces crece enormemente en humanidad y se acerca a la realidad divina, como la viuda del evangelio.
Antonio Villarino. Bogotá

LO MEJOR DE LA IGLESIA
José Antonio Pagola

Mc 12, 38-44

El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los dirigentes religiosos: “¡Cuidado con los maestros de la Ley!”, su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda, llama a sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.

Es sorprendente el lenguaje duro y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los escribas. No puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir de modo especial y ser saludados con reverencia para sobresalir sobre los demás, imponerse y dominar.

La religión les sirve para alimentar fatuidad. Hacen “largos rezos” para impresionar. No crean comunidad, pues se colocan por encima de todos. En el fondo, solo piensan en sí mismos. Viven aprovechándose de las personas débiles a las que deberían servir. Marcos no recoge las palabras de Jesús para condenar a los escribas que había en el Templo de Jerusalén antes de su destrucción, sino para poner en guardia a las comunidades cristianas para las que escribe. Los dirigentes religiosos han de ser servidores de la comunidad. Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que no hagan daño.

En la segunda escena, Jesús está sentado enfrente del arca de las ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades importantes: son los que sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer. Jesús observa que echa dos moneditas de cobre. Es una viuda pobre, maltratada por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al Templo.

Conmovido, Jesús llama rápidamente a sus discípulos. No han de olvidar el gesto de esta mujer, pues, aunque está pasando necesidad, “ha echado todo lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir”. Mientras los maestros viven aprovechándose de la religión, esta mujer se desprende de todo por los demás, confiando totalmente en Dios.

Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente, generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro. Solo sabemos que Jesús vio en ella un modelo para los futuros dirigentes de su Iglesia.

También hoy, tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender los presbíteros y obispos.
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