Viernes, 18 de marzo 2022
En muchas comunidades cristianas en tierras de misión, el Domingo de Pascua tiene lugar la celebración del bautismo de niños, jóvenes y adultos. Es la culminación de todo un proceso de preparación que, en la mayoría de los casos, dura varios años. Pero es también el inicio de una nueva vida, el punto de partida de un camino que se abre para los recién nacidos a la fe cristiana. [En la foto: P. Pedro Pablo Hernández Jaime. Primer bautismo en la nueva comunidad de Masiina, el día del bautismo de Jesús. Después, dedicamos la capilla a este motivo. Misión de Qillenso/Etiopía (2016)]
En la mayoría de los países de África, los jóvenes y adolescentes, tanto hombres como mujeres, celebran el rito de la iniciación, un rito que simboliza el paso de la niñez a la vida adulta y que tradicionalmente los capacita para formar parte de la comunidad, con sus responsabilidades y obligaciones. Estos ritos son muy diversos, según la etnia a la que el joven pertenece, pero todos tienen una misma finalidad y todos son vividos como un momento crucial en la vida de la persona. Hay un antes y un después, hasta el punto que en muchos casos se considera que el joven iniciado ha muerto a la vida de niño y ha resucitado como adulto a una vida totalmente nueva.
Los cristianos africanos interpretan el bautismo como una auténtica iniciación, porque para ellos supone iniciar también una nueva vida en la que tendrán responsabilidades y obligaciones con respecto a su nueva comunidad. Recibir el Bautismo y aceptar la fe cristiana para entrar a formar parte de la familia de los hijos de Dios es como nacer de nuevo; y la preparación para ello supone un camino largo que exige un compromiso personal e implica un cambio radical en la vida del bautizado.
En África, como en muchos otros lugares del mundo, este camino de preparación al bautismo tiene una componente iniciática muy marcada que afecta a toda la persona, que lo vive con una gran intensidad y que supone un cambio radical en su existencia. Para los nuevos cristianos, el día de su bautismo quedará siempre marcado en sus mentes como el día en el que volvieron a nacer, el día en el que sus vidas cambiaron para siempre.
Un largo camino de preparación
El proceso de preparación al bautismo, llamado catecumenado, es un camino largo que suele durar varios años. En Chad, por ejemplo, comienza con un año de iniciación a los fundamentos de la fe cristiana que se denomina “pre-catecumenado”, al final del cual el candidato debe pasar un examen de conocimiento mínimo de las principales oraciones y verdades cristianas. También debe demostrar durante ese tiempo que tiene la intención y el deseo de participar en la vida de su comunidad, siendo solidario, comportándose de manera cristiana, cambiando sus malos hábitos y haciendo un esfuerzo por corregir aquello que en su vida no es digno del nombre de cristiano. Una vez superada esa primera prueba, hará el rito de entrada oficial en el catecumenado. Durante ese rito, el candidato recibe la bendición de su comunidad y se compromete públicamente a seguir a Jesús, a escuchar y aprender de su Palabra y a ser fiel a las catequesis que le ayudarán a prepararse para ser un buen cristiano.
El catecumenado propiamente dicho durará tres años más. Durante los dos primeros el candidato irá recibiendo una formación cristiana y humana. Conocerá la historia del pueblo de Dios, los orígenes de la Iglesia a través de nuestros antepasados en la fe, como son Abraham, Isaac y Jacob; escuchará las palabras de los profetas y se adentrará progresivamente en la vida de Jesús y de las primeras comunidades cristianas. Todo ello bajo la mirada atenta de su comunidad, que lo acompañará para ayudarlo en su camino y verificar que realmente quiere cambiar de vida y ser un buen discípulo de Jesús.
Camino espiritual
Durante los años que dura su preparación, el catecúmeno debe ir haciendo su propio proceso iniciático. No se trata solamente de adquirir conocimientos sobre la vida de Jesús, sobre la Iglesia o sobre la fe cristiana, sino también de ir haciendo todo un camino espiritual que lo vaya marcando interiormente, iniciándose a la oración, al perdón, a la humildad o a la solidaridad con los que sufren. Por eso, el último año del catecumenado, que se denomina “camino espiritual de preparación al bautismo”, estará marcado por una serie de etapas iniciáticas en las que el catecúmeno podrá profundizar, con la ayuda de sus catequistas y sus padrinos, en lo que realmente supone ser un discípulo de Jesús. Esta última etapa suele comenzar el mes de octubre, al inicio del año pastoral. Consta de seis tiempos fuertes, cada uno de los cuales se hace a modo de retiro, en el bosque, apartados de la ciudad, durante un fin de semana.
1.- La llamada
Cada tiempo fuerte tiene un tema central, basado en el ritual cristiano del catecumenado para adultos. El primero se hace en octubre y el tema central es la "llamada": Dios me llama por mi nombre, me llama para que le siga sin condiciones, para que sea un fiel discípulo suyo, para que sea uno de sus hijos predilectos. El nombre es muy importante en las culturas africanas; marca la vida y la identidad de la persona, hace referencia a las circunstancias en las que vino al mundo y determina, de alguna manera, lo que la persona será en esta vida. Por eso, la imposición del nombre cristiano es muy importante. Tras la catequesis correspondiente se hace el rito de la “llamada decisiva”, primera etapa del catecumenado de adultos. Durante la celebración, el sacerdote va llamando uno a uno a los catecúmenos, pronunciando en voz alta y clara el nombre cristiano que han elegido, a lo que cada candidato responde: "aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". Es una adhesión pública y una respuesta que la persona da libremente, comprometiéndose a responder a la llamada de Dios.
2.- La lucha contra la tentación
El segundo tiempo fuerte tiene como tema central "la lucha contra la tentación", es decir, el esfuerzo que el cristiano debe hacer para luchar contra el mal que le acecha. Los catecúmenos toman consciencia de que ser cristiano no será fácil, porque el mal siempre estará presente en sus vidas a través de la tentación del dinero, del poder o del prestigio. Aprenderán a luchar contra esas tentaciones y a no dejarse seducir por el demonio. En este segundo tiempo fuerte se celebra el rito de la unción con el óleo de los catecúmenos, signo de la fuerza y de la presencia de Dios que estará siempre con ellos para ayudarlos a vencer toda tentación. Ese gesto les hace recordar a los antiguos guerreros, que untaban con aceite sus cuerpos cuando iban a la guerra.
3.- Profesión de fe
El tercer tiempo fuerte está centrado en el "Credo" y tiene el objetivo fundamental de inculcar en los catecúmenos la importancia de la confianza en Dios: “creo en Él y me fio de Él”. Es también un tiempo en el que el catecúmeno debe expresar públicamente su adhesión a Cristo y a su Iglesia. Por eso, el rito que corresponde a este tiempo fuerte es el de la profesión de fe. Los candidatos proclaman pública y solemnemente su fe recitando el Credo, como signo de su adhesión a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y de su deseo de formar parte de la Iglesia, pueblo de Dios. Es un gesto que va más allá de una simple profesión de fe ritual o dogmática. Supone renunciar al miedo a los malos espíritus que tantas veces paraliza la vida de los africanos; es demostrar y afirmar delante de la comunidad una confianza verdadera en el Dios de la Vida, en su Hijo hecho hombre y en su Espíritu Santo protector y sanador de todo mal.
4.- Adorar en espíritu y en verdad
El cuarto tiempo fuerte se llama “servir a Dios en espíritu y en verdad”. Tomando como base el texto evangélico del encuentro de Jesús con la samaritana, el catecúmeno se hace consciente de que no se puede ser cristiano sólo de palabra, sino que debe ser un servidor “en espíritu y en verdad”. La fe sin obras es una fe muerta, y aquel que quiera llevar el nombre de cristiano, debe saber que se compromete a poner por obra todas las enseñanzas del Maestro, visitando a los enfermos, perdonando a sus enemigos, ayudando a los pobres y tomando parte activa en la vida y las actividades de la comunidad. Al final de este tiempo y en presencia de la comunidad cristiana, se hace el rito que la Iglesia llama “primer escrutinio”, y que consiste en una oración particular que la comunidad hace sobre los catecúmenos y que culmina con una imposición de manos y una oración especial de exorcismo hecha por el sacerdote para liberarlos de todo mal.
5.- Jesús, luz del mundo
El quinto tiempo fuerte está centrado en la curación del ciego de nacimiento, narrado en el capítulo 9 del evangelio de San Juan, y que consta de dos partes. Una primera en la que Jesús cura al ciego de nacimiento, y una segunda en la que el ciego, acosado por los fariseos y jefes religiosos judíos, reivindica su fe en Aquél que lo ha curado, viéndose por ello expulsado de la sinagoga.
Es uno de los momentos más intensos de esta etapa del catecumenado porque, por una parte, el catecúmeno aprende a reconocer su propia ceguera y a ver en Jesús a Aquél que es la luz del mundo que le podrá guiar de ahora en adelante. Por otro lado, se dará cuenta de que a lo largo de su vida deberá dar razón de su fe cristiana ante aquellos que rechazan a Dios, se sentirá criticado, menospreciado o, incluso, atacado y marginado por el simple hecho de ser cristiano. En ese momento deberá mantenerse firme y no dudar de quien es la verdadera luz que ilumina a todo hombre.
El rito de este quinto tiempo fuerte tiene las mismas características que el anterior. Tras una oración de intercesión por parte de la comunidad, y antes de recibir la bendición del sacerdote, los padrinos entregarán a cada catecúmeno una vela encendida para recordarles que Cristo, Luz del mundo, estará siempre con ellos para iluminarlos en los momentos de dificultad.
6.- Yo soy la resurrección y la vida
El sexto y último tiempo fuerte, que lleva por título “yo soy la resurrección y la vida”, pretende explicar a los catecúmenos cuál es el verdadero sentido del sacramento del Bautismo. A través del texto evangélico de la resurrección de Lázaro, se les hace ver que en la fidelidad a Jesús, es posible morir a la vieja vida de pecado y debilidad y renacer a una vida completamente nueva. El Bautismo no es un punto de llegada, sino el comienzo de un camino que los llevará a la vida plena con Jesús. El verdadero sentido de la vida cristiana es morir al pecado, pasar del deseo de venganza al perdón, de la mentira y la falsedad a la transparencia y la honestidad, del deseo de enriquecerse a costa de los demás a la solidaridad con los que más sufren. Estos “pequeños pasos” en nuestra vida terrena, nos ayudarán a dar el “gran paso” el día de nuestra muerte. Ese “gran paso”, no es otro que el de la resurrección final gracias a la muerte y resurrección de Jesús. Por eso, el día de Pascua suele ser el más indicado para la celebración del Bautismo.
Un corazón nuevo
Terminado el camino espiritual, queda todavía una última etapa antes de llegar al gran día. Se trata del retiro pre-bautismal, última etapa de preparación que suele ser la que más grabada queda en la memoria de los catecúmenos por su intensidad y su marcado carácter iniciático. Puede durar entre tres días y una semana, según las circunstancias de cada lugar. Se hace siempre en un lugar apartado, generalmente al borde de un río o en pleno bosque, como suele ser frecuente en la iniciación tradicional.
Durante esos días, tienen lugar una serie de catequesis y de ritos que toman como punto de partida el propio cuerpo. Se comienza invitando a los catecúmenos a observar con atención todo lo que les rodea: la tierra, los árboles, el agua, el cielo, los animales… y a dar gracias a Dios por el don de la vida. Luego se les pide que fijen su atención y su pensamiento en ellos mismos, en su propio cuerpo: los pies, las manos, el cabello, los oídos, los ojos… y a hacer esta reflexión: “Dios me ha dado la vida, me ha puesto en este mundo, rodeado de una naturaleza que es mi madre y que me alimenta y me da calor, Dios me ha dado también un cuerpo para que me ponga a su servicio y al servicio de mis hermanos”. El mensaje central es hacerles comprender que, en el Bautismo, Dios toma nuestros cuerpos para hacerlos renacer, para que dejen de ser herramientas al servicio del mal y se conviertan en instrumentos de amor y servicio a los demás.
Durante los días que dura el retiro, los catecúmenos irán reflexionando sobre los distintos órganos de su cuerpo como herramientas maravillosas que Dios pone a su disposición para hacer el bien: los ojos para saber mirar y descubrir sus maravillas; los oídos para ser capaces de escuchar o percibir las necesidades de los demás; las manos para actuar y ser solidarios y generosos; o los pies para estar siempre dispuestos a ir al encuentro de los demás. Así, por ejemplo, el día que se reflexiona sobre los ojos, los catecúmenos son llevados al borde del río, muy temprano, cuando todavía reina la oscuridad. El temor a tropezar con alguna piedra o a encontrarse con una serpiente o un escorpión es muy fuerte. Una vez al borde del río, reciben una catequesis sobre la importancia de la luz, mientras el sol comienza poco a poco a levantarse en el horizonte. Es un momento mágico en el que los catecúmenos descubren la maravilla de la creación, de un Dios que es Padre y luz para disipar nuestros temores y nuestros miedos.
Cada parte del cuerpo tiene su día, al final del cual una serie de ritos y símbolos ayudan a comprender su importancia. Se lavan las manos, se bendicen los pies, el sacerdote sopla sobre los oídos… son gestos que quedan grabados en la memoria y que tienen un significado iniciático que los catecúmenos viven con gran intensidad.
El último día se hablará del corazón, centro de los sentimientos y de los deseos del ser humano, lugar donde residen las actitudes y los anhelos, donde se genera el odio, pero donde también nace el perdón. Ese día se lee solemnemente el texto del profeta Ezequiel sobre el corazón nuevo: “Los rociaré con agua pura y los purificaré de todas sus impurezas e idolatrías. Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que vivan según mis mandamientos, observando y cumpliendo mis leyes” (Ez 36, 25-27). Este texto resonará con enorme fuerza en la mente y el corazón de los catecúmenos, que lo recuerdan con emoción el día en que el agua bautismal cae sobre sus cabezas para hacer de ellos una creatura totalmente nueva.
Ismael Piñón, mccj
Esquila Misional, Abril de 2022