Antes de ser misionero, fue párroco. Modestia, laboriosidad y alegría fueron el programa de su vida. Fue el que inauguró la serie de los “mártires combonianos” en la República Democrática del Congo.


Balbido del Bleggio (Trento - Italia)
Paulis (Isiro - R.D.Congo)

Tuvo una niñez inquieta y revoltosa. Las travesuras estaban a la orden del día.
Al acabar los estudios primarios, el pequeño Remo, una mañana después de Misa, manifestó al párroco su deseo de ser sacerdote. La noticia causó alegría en la familia, aunque había que sacrificarse algo más para pagar los estudios.
El 29 de junio de 1941 se ordenó sacerdote en Trento y en seguida fue enviado como coadjutor a Grigno, Riva, Campi di Riva, Carisolo.
“En Carisolo – dice el párroco di Agrone, natural de aquel pueblo – lo querrían mucho, sobre todo los hombres, porque sabía comprenderlos. Cuando se marchó, mi padre dijo: «Hemos perdido mucho»”.

Misionero infatigable
Precisamente en Campi di Riva es donde sintió la vocación misionera. “Tenía poco que hacer –decía el P. Remo-; por eso pensé que valía más irme a trabajar con los africanos”.
En realidad ya desde el seminario tenía cierta inclinación a la vida misionera, pero el golpe decisivo llegó en 1944 durante los ejercicios espirituales de un mes.
«Nosotros no tuvimos nada que ver con esa decisión – dijo su hermana -. Nosotros los hermanos no nos opusimos».
En cambio, sus padres reaccionaron de otro modo. Su madre se opuso decididamente. Al enterarse de la muerte de su hijo, dijo:
«Lo di con gusto al señor cuando quiso ser sacerdote, pero no cuando se hizo misionero. El fue quien lo quiso, aunque ni a sus hermanos ni a me nos agradaba».
En 1950 zarpó para Africa. “Por la noche, después de una jornada de trabajo bajo el sol ecuatorial, nos reuníamos para la cena y como una cuadrilla de muchachos alegres nos contábamos chistes y nos hacíamos bromas unos a otros.
Yuba, Naandi, Tombora y Rimenze (en el Sudán meridional) fueron las misiones donde desplegó su celo el P. Remo.
Hizo una fábrica de ladrillos junto al río cerca de Rimenze. Con esos ladrillos construyó dos escuelas con ocho aulas grandes, en las que cabían 250 niños. Fueron las primeras escuelas que vio la gente de Rimenze: en ellas empezaron a aprender a leer, escribir y trabajar.

En 1955 algunas secciones militares negras del sur, exasperadas por los malos tratos de los árabes, se rebelaron. El motín duró poco y fue reprimido cometiéndose espantosas atrocidades por ambos lados: fueron unos momentos muy graves para los misioneros que estaban en el sur. Un misionero ha escrito: “los árabes, cegados por su fanatismo religioso y político, nos acusaban de conspiración. Cuando estaban juntos, armados y seguros, nos insultaban diciendo que nos harían pedazos porque éramos instrumentos del imperialismo. Los negros, por su parte, no comprendían por que todos nosotros, y particularmente el P. Armani, procurábamos calmarlos”. “Tenéis que amar a vuestro prójimo – decia el P. Armani -, y los árabes son también vuestro prójimo”. Pero los azande no podían captar esta enseñanza.
Un dá uno de ellos fue a ver al P. Armani y le preguntó si le agradaría a la Virgen que le ofrecieran el corazón de un árabe, que él sabía cómo arreglárselas para lograrlo. “Da vueltas por estos contornos y ya lo tenemos rodeado – le dijo el joven azande -, o sea, que lo cogeremos cuando queremos”. El infeliz era un chófer musulmán que había logrado huir a la selva escapando de las represalias de los insurrectos. El P. Armani se puso a buscarlo, salía de noche solo y desarmado y regresaba por la mañana con la ropa destrozada, sin esperanza. Sabía que tampoco él hubiera podido librarlo de la venganza de los negros, porque ya había comenzado la represión árabe y continuamente estaban llegando noticias de choques y asesinatos.
En esta ocasión el P. Armani consiguió encontrar al musulmán. Parecía un esqueleto, casi enloquecido por el terror. Al verse descubierto, se echó a los pies del P. Remo convencido de que querría matarlo. Pero el misionero le ayudó a ponerse en pie y, sosteniéndolo, lo llevó a la misión y lo escondió en una pequeña capilla. Allí lo tuvo durante dos semanas hasta que pasó todo el peligro. Cada noche iba personalmente a llevarle comida, agua y medicinas porque las picaduras de los insectos de la selva lo habían infectado. Cuando se restableció el poder de los árabes, en febrero de 1956, el primer ministro sudanés mandó un diploma al P. Armani en el que decía: “Todos nosotros recordamos siempre los esfuerzos que ha hecho usted por salvar la vida de ciudadanos inocentes de su zona”.
“Cuando vino de vacaciones en 1959 – dice su madre – estaba contento como siempre. Nos dijo que había hecho de albañil, camionero… de todo.” Pero no dijo que lo había nombrado superior del puesto de Rimenze y luego de la región de Mupoi. En 1959 pudo regresar a Italia para la elección del superior general y fue también a Londres para mejorar su inglés.

Las vacaciones en Italia fueron “activas”. El P. Remo no acababa nunca de llenar cajones con utensilios para la misión. Allí había millares de jóvenes que esperaban de los misioneros una formación que les ayudase a dejar la vida de la selva y trabajar como obreros, albañiles, campesinos, mecánicos, etc. evangelización y promoción humana, ése era el programa de los misioneros.

El P. Remo volvió a Sudán y fue superior de Tombora. Pero pronto se dio cuenta de que las misiones estaban ya sentenciadas.
El P. Tescaroli escribe:
“Empezaron a quitarnos las escuelas, luego el derecho de decir misa y predicar, después el de bautizar incluso a los niños recién nacidos de padres católicos que lo pedían expresamente… El P. Armani movía la cabeza … y siguió bautizando… lo hizo a escondidas durante varios meses. Cuando lo detuvieron había administrado el bautismo a más de 700 niños azande. Pasó una noche en la cárcel y tuvo que pagar 50 libras de multa por «haber hecho demasiados cristianos».
De nada le sirvió el diploma que le habían concedido: tuvo que marcharse a toda prisa como un ladrón. La razón aducida fue que «habían cesado todos los motivos por los cuales había ido a Sudán»”.

“Nos quedamos aquí, pase lo que pase”
Después de un curso acelerado de francés se embarcó para Congo. Zarpó con el segundo grupo de misioneros el 13 de febrero de 1964. El motivo de este retraso lo cuenta él mismo en una carta escrita desde París al superior de los combonianos.
“Pido una prórroga de unos meses para aprender bien el francés. No vale la razón de que ya lo aprenderá en el Congo. Yo me conozco, y sé que si llego allí sin poderlo hablar desde el principio, luego no conseguiré dominar el complejo de miedo y no podré hacer nada. Sufrí mucho en Sudán por no saber inglés… Tengo cuarenta y seis años y carezco de facilidad para los idiomas”.

Marchó como representante del P. General para los combonianos presentes en Congo que eran ocho en Total. Si las cosas hubiesen ocurrido normalmente, hubiesen llegado poco después otros diez que estaban en lista.
El P. Armani partió con su alegría y su pena. Llevaba ocho cajones con utensilios, entre ellos todas las herramientas necesarias para un pequeño talles donde los jóvenes pudieran aprender el oficio de mecánico. En la maleta llevaba también las semillas parra las judías, ya que “también allí la tierra sería buena”. Iba a Ndedu, entre los azande, que eran los mismos de Sudán, sólo que habitaban en Congo.
La actividad misionera había comenzado muy prometedora, cuando los rebeldes empezaron a circular por la zona aterrorizando a la gente. “Nos deleitan con frecuentes visitas que nos ponen la carne de gallina – escribe al superior general el 10 de julio de ese mismo año -. Las vías de comunicación están interceptadas. No tengo tampoco noticias de Rungu. Por el momento no hay que pensar en enviar más personal”.

Dos meses más tarde, en septiembre, empezó un diario muy conciso – no le gustaba escribir mucho -, pero suficiente para descubrirnos la situación:

Ndedu, 2 septiembre 1964: “Estamos en un caos absoluto. Los rebeldes han ocupado todo el nordeste y, por tanto, también nuestra provincia. Han comenzado los asesinatos: nosotros nos hemos escapado por un pelo. Visitas de soldados (bandidos), registro de las habitaciones. El miércoles pasado habían decidido acabar con nosotros, pero no se conoce que luego tuvieron algún escrúpulo de conciencia y nos ha dejado vivos. Ya veremos qué pasa. Hay que ver si las tropas del gobierno tratarán de reconquistar sus posiciones o si los jefes de partido se pondrán de acuerdo. Las escuelas están cerradas; los catecúmenos en sus casas; no se puede salir para visitar a los cristianos. Pero esperamos que las cosas se arreglarán también para nosotros. Es una lástima porque habíamos empezado bien y todo daba buenas esperanzas”.

20 septiembre 1964: “Los misioneros belgas de la misión cercana han sufrido golpes y saqueos. Lo peor está por venir. No sé nada de mis compañeros de Rungu. Hasta ahora los rebeldes han encontrado tiendas que desvalijar, pero ya no queda nada y «animal hambriento se enoja»”.

2 octubre 1964: “Los rebeldes han formado ya un nuevo gobierno en las provincias ocupadas y mandan que es una delicia. Sólo que son capaces de matar y acabar con todo. Tenemos todavía el coche. Me dicen que nosotros los italianos no tenemos que temer. El otro día me regalaron una gallina robada a los otros”.

7 octubre 1964: “Hemos vuelto a abrir la escuela; veremos si dura. A los maestros no les pagan porque el nuevo gobierno (el de los rebeldes) no tiene dinero. Pero el miedo hace milagros: se callan y trabajan gratis con la esperanza de que las tropas del gobierno central vengan pronto a librarlos de sus «libertadores».
Hoy he ido a Dungu, cabecera de partido de esta zona, a 45 kilómetros de aquí. Los europeos tienen miedo y han mandado fuera a las mujeres y los niños. Los hombres están tratando de obtener el permiso de marcharse también ellos, pero será difícil.
Nosotros nos quedamos aquí , pase lo que pase. El Señor sabe que aquí estamos; la gente nos quiere”.
Fueron sus últimas palabras escritas que nos llegaron junto con el reloj, el breviario y la cartera, entregados a una Hermana antes de dejarse matar.

El fin
A últimos de octubre el P. Armani fue a Paulis con el único coche que había quedado en todo el distrito (Dungu) para traer el dinero y poder pagar a los maestros. En Dungu le concedieron el visado para Paulis y le asignaron como escolta a un agente del distrito de Dungu. En Paulis, después de recibir el dinero para los maestros, en vez de regresar a Ndedu, se detuvo en la misión porque las autoridades civiles le pidieron su coche por un rato. Era el 6 de noviembre.
Antes de la noche el P. Armani fue apresado por los rebeldes, junto con los demás misioneros y los europeos de Paulis. Los llevaron a la casa de las Hermanas y allí los dejaron vigilados. Las religiosas les preparaban la comida y ellos pasaban el tiempo leyendo, rezando y charlando con los guardias.
Después de unos días los simba de guardia se hicieron intratables. Radio Stanleyville anunciaba que el ejército regular avanzaba hacia la capital de la región oriental. En Uele, región en la que se encuentran Rungu, Ndedu y Paulis, los rebeldes asesinaron a gran número de personas sospechosas de fidelidad al gobierno central.
El lunes 23 de noviembre bajaron a Stanleyville los paracaidistas belgas. En su última emisión de radio los dirigentes de la revuelta dieron la orden de matar a todos los rehenes. A la Cruz Roja, que había afirmado en un mensaje que el asesinato de rehenes va contra el Pacto de Ginebra, el jefe de los rebeldes, Gbenye, respondió que “los pactos han sido hechos por los blancos y no significan nada para los negros”. Llegó el 24 de noviembre.
Al anochecer, los rebeldes de Paulis hicieron salir a todos los presos. El P. Armani y los demás misioneros estaban ya preparados. Se habían confesado mutuamente y habían orado juntos. En los días anteriores, al salir para el desfile cotidiano, en el que eran injuriados los prisioneros, habían tomado la costumbre de decirse uno a otro: “Hasta que nos veamos pronto en el cielo”.
Los misioneros recibieron la orden de arrodillarse para ser atados y golpeados. Entre ellos había corrido la voz de que circulaba una hoja anunciando la próxima liberación mediante los paracaidistas. Los rebeldes querrían apoderarse de esa hoja. El P. Remo quiso ponerse en pie y decir que él era italiano (la represalia era contra los belgas y los americanos). El coronel de los rebeldes, sin escuchar al padre, le disparó un tiro de pistola. El misionero, herido en la cabeza, murió en seguida. Unos meses más tarde su madre lo siguió al cielo.

Isiro (Rep. Democràtica de el Congo) 24 noviembre 1964 47 años