El don de la consagración a Dios para la misión, con su sello de ‘esponsalidad’, asume, en quien lo acoge y lo vive, aspectos de maternidad, paternidad, hermandad, intimidad personal profunda con Dios y condivisión de vida, material y espiritual, con los hermanos y hermanas a los que se es enviado.

Radicalmente único, el don de la consagración a Dios para la misión, con su sello de ‘esponsalidad’, asume, en quien lo acoge y lo vive, aspectos de maternidad, paternidad, hermandad, intimidad personal profunda con Dios y condivisión de vida, material y espiritual, con los hermanos y hermanas a los que se es enviado.
Dado lo vasto del argumento, decidimos hacer una pausa en lo que actualmente nos parece más oportuno y necesario subrayar( y tal vez recuperar), con la confianza de que, partiendo de estos sencillos puntos, la reflexión personal y comunitaria pueda continuar aportando una mayor riqueza de intuiciones, conocimientos y sobre todo experiencia de vida.


Comboni – Consagración: esencia y falsos dilemas

No se puede comprender realmente a Daniel Comboni, ni a su misión, ni a la obra por él fundada, ni al carisma del que nos ha hecho herederos (por consiguiente nuestra identidad), prescindiendo de esta categoría espiritual, de esta palabra clave: "consagración", de su significado, ni de sus implicaciones sobre el plan concreto (v. E. 442, 1034).
Nos parece muy necesario e importante reflexionar sobre esta constatación ante la tendencia de algunos a separar consagración y misión, a querer considerar la misión sencillamente como una respuesta a las necesidades del mundo (paz, justicia, dignidad, lucha contra la pobreza y el hambre, etc.), que también son expresión concreta e ineludible de la misión, pero separándola del concepto de consagración, como si esto perteneciese a una tradición e institución jurídica de la Iglesia, unida a circunstancias históricas (ya en gran parte superadas), más que a las raíces y a la fisonomía constitutiva de la misión (v. misión filantrópica, social, más que evangelización de la sociedad).
Esta tendencia parece que tenga fases recurrentes enfatizadas. Después del Concilio Vaticano II, en la época del capítulo especial que tenía que formular la nueva Regla de vida, fue motivo de búsqueda y de pronunciamientos en torno a la pregunta: "Para nosotros, misioneros y misioneras combonianos /as, ¿es primero la consagración o la misión?", con la sutil "tentación" de privilegiar la misión separándola del "hábito religioso" de la consagración, desde el punto de vista de un don más, a veces molesto, y no como una unidad vital con la misma misión.
Esta tendencia la tienen hoy, quienes subrayan una dicotomía entre misión y consagración, considerando esta última como propia desde un cierto tipo de vida religiosa y casi como un vínculo añadido, si no como un peso más y un obstáculo, para la misión.
Es positivo el hecho de que esta tendencia suscite, como reacción, una búsqueda más profunda, que nos ayuda a acoger, contemplar, saborear y vivir más conscientemente, realidades y valores que, tal vez por mucho tiempo hemos dado por descontadas, o arrastrado por la fuerza de la tradición.. Es arriesgado, en cambio, dejarse atraer solamente por las formas de misión más sensiblemente fascinantes y que satisfacen nuestra sutil e inconsciente gana de realización y de aparecer como protagonistas puestos al día.
Igualmente opuesto a la vitalidad renovadora del Espíritu, y totalmente contrario al espíritu comboniano, sería el encerrarse en formas de vida religioso-misioneras carentes de atención a lo concreto de las personas y situaciones en las que se está presente, refractarias a los signos de los tiempos, a las diversidades culturales, a los sucesos y cambios históricos, etc.
La búsqueda sincera, ayudada por la palabra y el testimonio de vida de Comboni, demuestra que no se trata de dicotomías o de dilema, (consagración/misión) sino de intrínseca unidad y de aportación reciproca. En realidad, si la misión se configura como respuesta a las necesidades del mundo (de las personas y de los pueblos del mundo), es porqué a la luz de la fe, en profunda relación con el amor de Dios por cada uno /a de nosotros y por la humanidad, nos empuja a dar estas respuestas en su Nombre y con su ayuda, poniendo en juego –como el mismo Cristo hizo, y como él, Daniel Comboni-, toda nuestra vida.
Comboni no escribe tratados sobra la vida consagrada, pero la vive y la siente como fundamento "natural" (en realidad fundamento divino-humano) de su vocación y de la de aquellos/as que querrán formar parte de su obra.
Comboni no hace teoría sobre la santidad: la vive y constata los aspectos concretos en los /las que la viven.
El nexo profundo que él capta entre consagración y santidad establece, desde su punto de vista, la unión entre consagración y misión, por consiguiente es necesario ser santos y capaces. Y es la caridad, o sea el amor de Dios transmitido en nuestro corazón, que nos hace tales. Sin la "caridad", que tiene su raíz en Dios, la "capacidad" es solo eficientismo, producción y organización material, protagonismo. La misión requiere otro tipo de "capacidad": capacidad de transmitir, no solo con palabras , sino testimoniándolo, el anuncio evangélico y la vida verdadera, capacidad de comunión, de liberación, de transformación de las conciencias, de denuncia para resanar mentalidades y estructuras de pecado...
Santidad y capacidad tienen como matriz común la caridad de Dios.

Fundamento y significado

Al origen de la misión, y por consiguiente en la base de la propia vida, Comboni ve la consagración como expresión concreta de "una vida de espíritu de fe" (E. 2698, 2887), que brota como re4alización obvia de "un fuerte sentido de Dios y un vivo interés por Su gloria y el bien de las almas" (2234). De aquí nace el impulso interior que lo mueve a actuar "únicamente por su Dios, por las almas más abandonada de la tierra, por la eternidad, movido por la sola vista de su Dios" (E. 2698; 2702). Quien no tuviese estas motivaciones superiores y no actuase en esta dirección "carecería de actitudes para sus ministerios y terminaría por encontrarse en una especie de vacío y de intolerable aislamiento" (2698, Reglas 1871, cap. X).
Podemos ver focalizada en esta afirmación, la causa de ciertas crisis psicológicas de las que se deriva la crisis vocacional. Si el corazón no está lleno de amor a Dios y a las almas, no puede ser colmado por nada, y tampoco perseguir nobles ideales o ideologías humanitarias, sociológicas etc. Solo en Dios "encuentra con que sostenerse y nutrirse abundantemente el propio corazón…" (2702).
En esta radicalidad de motivación, Comboni nos empuja aun más allá, afirmando: "antes bien su espíritu no le pide a Dios las razones de la Misión que le ha confiado, sino que actúa sobre su palabra y en la de sus Representantes, como dócil instrumento de su adorable voluntad, y en cada evento repite con profundo convencimiento y con viva alegría: "servi inutiles sumus; quod debuimus facere fecimus"(Lc 17)" (2702). Lo que quiere decir que ponerse al servicio de la misión es ponerse incondicionalmente en las manos de Dios para ser instrumentos de su amor para los hermanos y hermanas que él pone en nuestro camino y que une a nuestra vida. Instrumentos de ese amor que el misionero y la misionera descubren y sacan cotidianamente del contemplar y penetrar el Corazón mismo de Dios, hecho visible en el Corazón traspasado de Jesús, enteramente donado al Padre por sus hijos e hijas.
Los escritos de Comboni están literalmente impregnados de este concepto de la vida misionera y de este profundo convencimiento. Toda su vida es el más perfecto e indudable testimonio. No es retórica espiritual de un lenguaje propio de su tiempo, ni entusiasmo de fervor abstracto o fruto de devocionismo o de códigos clericales que "enjaulan" los caminos nuevos y valientes de la misión en las estrecheces de reglas estudiadas teóricamente por los estudiosos del derecho canónico sin experiencia "en el campo".
Al contrario, sus escritos están intrínsicamente conectados con su experiencia de vida, llena de contrastes, de durísimas pruebas y de cruces. En ellos se respira el alma de su alma y de su acción y se abre de par en par el horizonte de vida que ofrece a los que lo seguirán en la ardua empresa de la misión africana.
(Como observa p. Baritussio, "la prueba de que esta consagración tiene todos los carismas de la consagración religiosa, no obstante que Comboni no se refiera a ello, es la forma como él concibe el estar y el hacer misión").


Formación – Apropiación de la caridad de Dios

Feliz de estar "secuestrado" por un amor tan grande de parecer inverosímil (v. Sus reflexiones sobre "un Dios muerto por nosotros" (2720), y confortado por su experiencia de gozo en el Espíritu en las situaciones más inverosímiles y dolorosas, da directivas clarísimas para la formación de los miembros del Instituto: "Es necesario inflamar a los sujetos con el amor de Dios y el espíritu del amor de Cristo" (6656), por consiguiente basar sobre esta radicalidad "trinitaria" el sentido, la calidad y la capacidad de éxito, sobre el plan salvífico de la misión.
"Es necesario inflamarlos de caridad que tenga su fuente en Dios y del amor de Cristo; y cuando se ama de veras a Cristo, entonces son dulzuras las privaciones, los sufrimientos, el martirio" (6656).
Escribiendo a Sembianti sobre los sujetos de formar, Comboni dice: "Es necesario vestirlos personalmente de la caridad de Dios y del Espíritu de Cristo" (2374). Lo mismo dice escribiendo a Elisabetta Girelli a propósito del personal masculino y femenino de la Obra.
Esta asunción personal del amor de Dios en Cristo Jesús, hace que las personas de egocéntricas se conviertan en desconcentradas de si mismas y orientadas hacia los demás, especialmente hacia los más pobres y oprimidos, los más "necesitados". En la alegría y el estupor de saberse elegidos por Dios para su misión, los misioneros y misioneras "serán felices de ofrecerse" para realizar el designio de Dios, cueste lo que cueste..
Se trata de una relación de fe, no abstracta, sino de corazón a corazón con un Dios vivo, en constante relación con nosotros. No un Dios "pensado", sino un Dios que vive en nosotros, que se nos da, que se da a nosotros en la Palabra y en la Eucaristía, que se hace incesantemente presente en la historia individual, comunitaria, social, y en sus criaturas (comprendida la naturaleza) y en particular en sus Santos. Un Dios que nos asume en su vida, nos involucra en su acción salvífica, nos hace su Palabra y su Eucaristía (víctima inmolada, pan partido, alimento para todos).

Centrada en el Corazón de Cristo

La más alta revelación de este Dios Comboni la encuentra e invita a encontrarla en Cristo en la cruz, en su Corazón abierto, herido de su amor "exagerado" hacia los hombres, más de que de la violenta constatación de su muerte llevada a cabo por el centurión.
"En la cruz, en la Transfixión, Jesús alcanza el ápice de su consagración donde aparece casto, pobre u obediente sin velos. … Ser consagrado/a significa ser llamado/a a entrar en la consagración de Cristo" para continuar su misión hacia los hermanos más necesitados, hasta darse completamente, como él.
He aquí porque es necesario constantemente "tener los ojos fijos en Jesucristo crucificado " (2720-21) para poder dejarse transformar por él en la medida de su amor.
"Para él la dedicación total a la causa misionera nace y se sostiene "teniendo siempre los ojos fijos en Jesucristo, amándolo tiernamente, y procurando entender cada vez más que quiere decir un Dios muerto en la Cruz por la salvación de las almas. Si con fe viva contemplarán y gustarán un misterio de tanto amor, serán felices de perder todo y morir por él y con él"" (E. 2720-21).
Todo el amor que el Padre quiere derramar sobre el mundo, sobre la humanidad herida y oprimida por el pecado para redimirla y devolverle vida y libertad, tiene un rostro y un nombre: Jesús de Nazareth, hijo de Dios, su Cristo, nuestro Salvador.
La vida consagrada tiene su fundamento no en la institución de un orden o en alguna palabra específica de Jesús sino en el mismo Jesús, desde su aparición en el mundo (en su concepción virginal en el seno de Maria). Jesús, Palabra del Padre, es el consagrado, totalmente casto, pobre, obediente, es modelo y principio de toda vida consagrada, y es al mismo tiempo el misionero del Padre. Por consiguiente, en cierto sentido, la realización de la vida consagrada "precede" el anuncio "histórico" del Evangelio. Esto hace suponer lo inseparables que resultan el concepto auténtico de consagración y de misión: el uno implica al otro y se iluminan mutuamente. La Exhortación apostólica post sinodal "Vita consacrata", (25 marzo 1996) dice expresamente que "la misionariedad está incluida en el mismo corazón de toda forma de vida consagrada"(25). Aceptar y acoger la llamada a la vida consagrada misionera se entiende como llamada a ser cada vez más Jesús casto, pobre, obediente, palabra del Padre, realizado en el Espíritu de amor y movido por el Espíritu para cumplir, hasta el fin, la misión del Padre para la salvación de los hombres.
Nuestra sincera pertenencia total y esponsal a Dios define nuestra identidad y desemboca inevitablemente en la misión.
En Comboni está clarísimo el carácter de "esponsalidad" expresado, ya sea en relación a la "cruz" (no amada morbosamente como instrumento material de tortura, sino como signo de salvación y símbolo del amor infinito de Dios en Jesús), ya sea en relación a la Nigrizia, el pueblo al que el amor de Dios lo manda. ‘Esponsabilidad’ que tiene los caracteres de la pasión totalizante y unificante y de la ternura y dedicación indisoluble, hasta el martirio.

Votos: un reto para nuestro tiempo

Profundizar y recuperar tal sentido de ‘esponsalidad’ no solo nos pone en sintonía con el espíritu de Comboni en el vivir radical e irrevocablemente nuestra vocación misionera, no solo da nueva luz y empuje a nuestra vida de oración, contemplación y acción e infunde nueva comprensión de los votos que la caracterizan, de la comunión comunitaria que la distingue, de la total e incondicional dedicación al bien de las personas, de los pueblos y de las situaciones de "Nigrizia", sino también un testimonio y un reto esperanzador a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a reencontrar el sentido y el valor de la fidelidad. Nuestra época, en efecto, huye de vínculos indisolubles, considera una conquista la libertad la fragilidad e inconstancia de las relaciones conyugales e incluso en las opciones más generosas se ampara bajo la fórmula "ad tempus".
Amar y entregarse "esponsalmente" según el espíritu comboniano comboniano ayuda a reencontrar el verdadero valor de las personas (temporal y eterno), su prioridad sobre la relación con las cosas, sobre sus proyectos y los programas, hace recobrar el sentido de la unidad de la persona y de nuestra misma vida, su infinitud aun en el límite de la experiencia terrena, la convergencia de todo en el unum necessarium que merece nuestro "para siempre" y "eterniza" el transcurrir del presente. Liberados de la fragmentariedad de los advenimientos y de las sensaciones, recuperamos la unidad interior y existencial.
En Comboni, "el puro amor de Dios", "África mi amante", "África y los africanos que se han adueñado de mi corazón"," la cruz mi esposa elegido inseparable y eterna" son el tesoro único de ese corazón "segregado por Cristo", "para siempre".

Alma de la misionariedad

Los votos, vividos en esta óptica, en lugar de ser "obstáculo" son el alma de la misión:
La castidad expresa lo absoluto del amor de Dios (en la esponsalidad, indisolublidad, unicidad, totalidad irrevocabilidad, radicalidad) y reproduce el movimiento trinitario con la misión del Hijo por la salvación de los hombres.
Todo servicio a los hermanos, toda acción misionera, aun la más pequeña y aparentemente insignificante, asume en virtud de ella, el valor infinito y eterno del amor que la mueve. De aquí la su eficacia, visible o no, a corto o a largo tiempo. Esto no exime (al contrario lo exige, porque el amor no es poca seriedad, sino sabiduría) de buscar las formas, los modos y los tipos de intervención más idóneos y que miren al verdadero bien de los destinatarios de la misión evangelizadora (ver las directivas y las iniciativas de la misión "nueva").
La pobreza, como modelo de la humildad de Dios y del despojo de sí mismo cumplido por amor de nuestra salvación, debe vivirse "identificación con el pobre-condivisión-humildad". La misión requiere este dejar todo, acercarse "al más pobre y abandonado", "hacer causa común con él", no buscarse en absoluto a sí mismos, ni al propio nombre y ni siquiera el éxito de nuestros proyectos según nuestros criterios, solo por ser nuestros. No podría verdaderamente "hacer causa común con los últimos", ni aun viviendo más míseramente que ellos, quién conservase el ídolo de la propia "imagen" (mira principal: "realizarse") y tal vez enfermo de protagonismo, sutil sucedáneo de la voluntad de poder.
"El misionero despojado totalmente de sí mismo trabaja únicamente por su Dios, por las almas más abandonadas de la tierra, por la eternidad" (E.702 – 2890).

La obediencia es fidelidad a Dios tomando como modelo la del Hijo, por lo tanto hasta la inmolación de sí mismo por la realización de su proyecto de amor.
Involucra a todos en la búsqueda libre y sincera de la voluntad de Dios ( no puede ser falsificada por el autoritarismo ni negada por el individualismo; requiere diálogo y corresponsabilidad).
En el espíritu comboniano, la obediencia llamada en el sentido del Instituto como familia ("pequeño cenáculo de apóstoles" 2648), pide amor y obediencia a la Iglesia y fidelidad a la obra común emprendida ("nada sin la Iglesia, porqué sin ella son menos que cero, todos los esfuerzos " (959).
Cada uno debe estar dispuesto a actuar como "piedra escondida bajo tierra que entgra a formar parte del fundamento de un nuevo y colosal " (2701).

La misión brota del Corazón

Introducido por el Espíritu Santo en la intimidad del Corazón de Cristo traspasado en la cruz, Comboni ve en él y en la cruz misma, el signo perenne del amor que salva y que brota incesantemente del corazón del Padre. Desde allí se difunde la "divina Llamarada" que lo marca para siempre, le revela el designio de salvación que Dios, por medio de él, quiere llevar a los pueblos de África y lo trasporta y lo empuja con el ímpetu de la caridad "a estrechar entre sus brazos y a dar el beso de paz y de amor a aquellos infelices hermanos suyos" (2742-43).
Desde aquel encuentro íntimo y trasformador, Comboni se siente llevado a ver en manera nueva a sí mismo y a la obra de la regeneración de la Nigrizia que debe tocar el corazón de toda la Iglesia. De aquel latido del Corazón de Cristo, que hizo vibrar el Espíritu en su corazón, brota la idea del Plan, que no es tanto un documento programático cuanto la revelación que el amor que Cristo siente por el africano, su pasión que se encarna en el corazón de Comboni, quiere continuar a realizarse, y de hecho se realiza, a través de su corazón y del corazón de quienes lo seguirán.
Ese momento carismático determinante para su vida y profundamente eclesial, traza en modo inequívoco también nuestro camino de consagración para la misión. De aquí la necesidad de volver a descubrir la actualidad del Plan en la mística de la misión que lo inspira. En sus líneas, en las intuiciones proféticas que propone, sustancialmente válidas y capaces de generar nuevos y actuales caminos de evangelización.
Entre las indicaciones que de él emergen, mencionamos la necesidad de actuar una lectura crítica y valiente de los signos de los tiempos, asumiendo posiciones incluso arriesgadas contra corriente (como hizo Comboni intuyendo y anunciando "la hora de África" precisamente en el tiempo del máximo desprecio por la Nigrizia). Su lectura de los tiempos que se sirve de los medios de investigación humana que tenía a su disposición, pero que lee la historia en la perspectiva de Dios ("la luz del católico"), que es superior a la del filántropo y no está condicionada por intereses económicos o políticos. Comboni anuncia la hora de Dios, denuncia la injusticia, la pobreza y el abandono de los pueblos a los que quiere llevar la liberación y la salvación, indica una estrategia que reconoce y valoriza a los sujetos-objeto de la misión: "Salvar África con África" (2568-69); estimula a toda la Iglesia (jerarquía y fieles) a la participación y corresponsabilidad en la actuación del designio de redención-regeneración de África. Muestra una increíble confianza en los africanos, en su capacidad de ser, con la gracia de Dios, miembros vivos y operantes de la Iglesia, y otro tanto de gran confianza en las mujeres, ya sea como misioneras que como agentes locales de la misión (catequistas, maestras, etc.)
Su actitud, decididamente nueva y profética hacia África, abre a sus colaboradores y a sus futuros misioneros el capítulo de la preparación del clero y del laicado locales, de la colaboración a la par o dependencia de la jerarquía local, de la capacidad de trabajar juntos, de abrir caminos a la autonomía de los pueblos, a la ciudadanía madura y responsable, al ecumenismo (3049) y al diálogo interreligioso, a la serena y respetuosa capacidad de colaboración –aun a nivel de programación y decisión-, con las misioneras y en general con el elemento femenino, en la Iglesia y en la sociedad. A las misioneras el deber de desarrollar la propia formación, la asunción de las propias responsabilidades y, en particular, el compromiso a colaborar en la promoción de la mujer en la familia y en la sociedad..

Hacia los nuevos retos

La capacidad y el modo de Comboni de afrontar los retos de su tiempo nos invita a todos nosotros a abrir los ojos y afrontar los nuevos retos de nuestra época: citamos solo el pluralismo religioso, la internacionalidad comunitaria y eclesial, la inculturación del evangelio y de la Iglesia, la realidad del mundo secularizado, de la globalización, de la comunicación con todos los medios de nuestro tiempo, la cultura del dinero y la omnipresencia de las grandes empresas multinacionales, las reglas del mercado y de la economía, el comercio de las armas, las guerras, loas grandes migraciones e inmigraciones, la pérdida de los valores fundamentales de la comunidad humana...
La óptica comboniana nos invita (y nos convierte) a volver a partir de su misma adhesión amorosa al misterio del Corazón de Cristo y de la cruz que salva, a recuperar el sentido profundo, que la mentalidad contemporánea, incluso religiosa, fácilmente elude o presenta en modo reducido; nos conduce a dar respuestas adecuadas y bien estudiadas a estos y a otros retos de la misión, pero encuadrándolos en una visión más amplia y superior, conscientes en la fe de que el verdadero protagonista de la misión es el Señor. "Como la obra que tengo entre las manos es toda de Dios, es con Dios que se va tratando todo pequeño o gran negocio de la misión: por lo tanto importa muchísimo que entre sus miembros domine potentemente la piedad y el espíritu de oración" (3615).
Ese espíritu de oración que lo llevó a "entrar" en el misterio de "un Dios muerto por nosotros", ha hecho que para él, el anhelo del Crucificado, la sangre y el agua que brotan de su Corazón, no sean eventos del pasado, terminados definitivamente con la Resurrección, y relegados a la esfera de los recuerdos. Al contrario, son realidades que se perpetúan y se verifican constantemente en quien las acoge y comparte dedicación, inmolación, amor que sacrificándose genera vida.
El fuego del Espíritu ("la divina Llamarada de caridad") está actualmente operando en la manifestación eclesial de su santidad (su canonización). En la realidad del Cuerpo Místico y de la Comunión de los santos, el Amor que salva pasa del Corazón de Cristo al de Comboni y del suyo al nuestro. El vive en Cristo, está presente, hoy, continúa a actuar y está vivo y presente en nuestra vida consagrada misionera. Su deseo de tener mil vidas de gastar para la Nigrizia, no es un sueño y mucho menos una ilusión: es y puede ser cada vez más, concreta realidad.


Sor M. Irene Bersani, smc


Preguntas para la reflexión

- ¿Que sentido tiene para mi la consagración y en que relación con la misión la percibo y la vivo? ¿Dificultades¿ ¿Conflicto o unidad de vida?
¿Como veo percibida esta relación a nivel comunitario, de Instituto?
- Santidad: una palabra "demasiado grande" ¿o de otros tiempos?
- La misión que brota del Corazón de Cristo y abraza el misterio de la cruz, ¿es tal vez inconciliable con las exigencias de justicia, liberación, promoción de los derechos humanos...? ¿O con mi realización personal?
- ¿Me doy cuenta de la existencia de verdaderos /as testimonios del carisma comboniano, en nuestro tiempo aunque si no notorios, y trato de seguir el ejemplo? ¿O prefiero solo criticar "lo que no va" (en la comunidad, en el instituto, en la iglesia …)? ¿Rezo por las personas o situaciones que me parecen que necesitan ser "saneadas"?
Sr. M. Irene Bersani, smc