El servicio de la autoridad encuentra su fuerza en el testimonio de las virtudes vividas

El Capítulo General recordó que el superior está llamado a ser animador de la fraternidad, del discernimiento y de la corresponsabilidad de todos. También es el promotor de la misionaridad de cada uno, de las comunidades y de la provincia. Su tarea primaria es hacer crecer a todos los misioneros y a las comunidades en la fidelidad al carisma de nuestra vocación misionera (Carta del Consejo General después de la Asamblea Intercapitular, 18; RV 102).
Hoy, recordando el pensamiento de Juan Pablo II, hay necesidad de testimonios más que de palabras, y de ejemplos más que de predicaciones. Y Benedicto XVI enseña que “el servicio de autoridad exige una presencia constante, capaz de animar y de proponer, de recordar la razón de ser de la vida consagrada, de ayudar a las personas encomendadas a vosotros a corresponder con una fidelidad siempre renovada a la llamada del Espíritu” (A los Superiores Generales, 22 de mayo de 2006). El superior, además, debe ayudar a sus hermanos en el camino de la santificación personal, como respuesta al evangelio, al carisma y a la propia vocación.
A este punto, queda claro que el servicio de la autoridad encuentra su fuerza en el testimonio de las virtudes vividas.
Para ser un administrador fiel y servir bien a los hermanos y al Señor (cfr. Lc 12,41-48) el superior, hoy más que nunca, está llamado a ser:

Hombre de oración

La oración es el don que hay que presentar a los hermanos cotidianamente: orar por ellos y orar con ellos.
Los evangelistas nos presentan a Jesús que ora por y con sus discípulos. Los Apóstoles con frecuencia eran testigos de que Jesús se levantaba muy temprano, cuando todavía era noche profunda, para irse a un lugar aislado y orar (cfr. Mc 1,35-36). Otras veces sabían que Jesús se había ido al monte para pasar toda la noche en oración (cfr. Lc 6,12).
Y quizás la petición más significativa que Jesús recibió de sus discípulos fue esta: Maestro, enséñanos a orar (cfr. Lc 11,1). Jesús, sobretodo, ruega por ellos con afecto fraterno y profundo sentido de pertenencia. Es edificante la oración por sus discípulos en la última cena: Tú me has confiado algunos hombres elegidos de este mundo. Eran tuyos y me los has confiado. Yo les he revelado quién eres... los he protegido y ninguno de ellos se ha perdido… consérvalos en la verdad… yo me ofrezco a mí mismo en sacrificio por ellos, para que permanezcan consagrados a ti (cfr. Jn 17,6-19).
Claramente, el superior que tiene tanto que hacer por los hermanos y no tiene ya tiempo para la oración, para orar con ellos y por ellos… debe preocuparse, porque falta a su vocación de ser animador, coordinador y guía de la comunidad.

Hombre de verdad

El superior debe ser celoso siempre de los valores evangélicos de la vida consagrada. Él mantiene vivas y es garante de las riquezas y exigencias de la combonianidad. Por tanto, está llamado a ser firme contra todo tipo de falsificación e hipocresías, tacañería y mediocridad, de pasividad y relativismo. Con frecuencia el superior es llamado a pronunciar la última palabra, para que prevalga lo que es verdadero, justo y necesario. A él se le pide que tome decisiones, no según el sistema de la mayoría, sino según el criterio de la fidelidad al evangelio, al bien común y a la defensa de la verdad. La voluntad de la mayoría, a veces, puede ser signo de mediocridad y compromiso, y traiciona la radicalidad del evangelio y de la vida consagrada. ¡Pobre Jesús si hubiera debido someter la voluntad del Padre a la aprobación de la mayoría! A veces la mayoría tiene necesidad de ser sacudida de la rutina, de lo ya conseguido del siempre se ha hecho así.

Hombre de esperanza

El superior, sobre todo en estos tiempos, está llamado a servir con espíritu optimista, para mantener viva la esperanza hacia el futuro. Deberá valorar todo mínimo signo de vida presente en el individuo y en la comunidad: mi siervo, dice el Señor, no romperá la caña inclinada, no apagará la llama vacilante (cfr. Is 42,3).
El amor es precisamente esto: ausencia de muerte (a-mors). Es tarea del superior leer con atención la realidad del Instituto y de las personas, con sentimientos de fe, esperanza y caridad. En el Instituto las señales de la benevolencia de Dios son muchas. Y en la realidad de nuestra familia comboniana los hermanos virtuosos y santos son muchos. Una lectura serena y optimista lleva al superior a apreciar a cada hermano, a usar misericordia con los más débiles, a ser sencillo y de fácil comunicación, a escuchar siempre. Todo esto le dará autoridad, cuando deba intervenir con energía y firmeza, para afirmar los principios base de la vida comboniana.

Hombre con la misión en el corazón

Debemos dar gracias a Dios del espíritu misionero visto y sentido en los superiores de cada circunscripción y superiores locales. Mientras que tengamos superiores enamorados y amantes de la misión, el Instituto podrá caminar tranquilo y con la bendición de Dios y de Comboni. Mientras tengamos superiores con corazón misionero, no nos espantarán las debilidades, los abandonos, los conflictos internos y el pequeño número que ya ha olvidado la misión.
El superior con la misión en el corazón será siempre gracia misionera para la comunidad, la provincia y el Instituto.

Hombre del encuentro

El Instituto es nuevo, porque nuevos son los tiempos y las personas; nuevas son las sensibilidades y nueva es la geografía de los misioneros combonianos, con identidad y culturas diversas. El superior, por tanto, está llamado a favorecer la fraternidad misionera y el encuentro entre las diversidades.
El superior tiene la delicada tarea que tenía Comboni con sus misioneros: tenerlos unidos alrededor de la misión, llevando unidad a los diversos orígenes, cultura y formación, por el bien de la misión misma.
Comboni tenía hacia sus misioneros la misma pasión que nutría por la misión. Unido por la misma fe y misión, amaba y estimaba a todos sus misioneros, incluso a aquellos que le causaban dificultades y problemas.
Todos, los Hermanos coadjutores, los Camilianos, las Pías Madres de la Nigrizia, las Hermanas de S. José, los laicos, las educadoras y los jóvenes africanos preparados en el Cairo, podían siempre encontrar en Comboni el animador y el punto de apoyo para el encuentro y la animación mutua.
El trabajo apostólico y las dificultades del Vicariato no impedían a Comboni a preocuparse de cada uno. No sólo, sino que exhortaba a cada misionero a estar atento a la paz recíproca (S 5566) y a trabajar en perfecta armonía con otros misioneros (S 1859). Siempre por el bien de la misión a la que Dios había llamado a todos, sin distinción.

Conclusión

Tenemos ya la mirada fija hacia el Capítulo General ordinario-especial de 2009. Creemos que en este momento del Instituto, más que hacer muchas cosas y más, el don que se nos pide es la conversión personal. Todos estamos llamados a ponernos en estado de renacimiento para un servicio cada vez más auténtico y afectivo a la misión de Cristo. Es importante entrar en esta nueva era del Instituto como discípulos, atentos a los signos y a los tiempos del Espíritu.
Algunas coincidencias históricas pueden ayudar a vivir este tiempo como gracia misionera:
- 150 años de la primera vez que partió Comboni para África (1857-2007)
- 140 años de la fundación del Instituto (1867-2007)
- 40 años del Capítulo General y Especial de los FSCJ del 1969 (1969-2009).
En la Intercapitular se recordó que este es el tiempo para atreverse, arriesgar y creer. Por tanto, proyectémonos hacia el futuro con esperanza y confianza, sobre todo, porque – como nos enseña Comboni – “Dios está siempre presente y se sirve de los más débiles, para las empresas más difíciles” (S 3179).
15 de marzo de 2007
Nacimiento de Comboni

P. Teresino Serra

Superior General
Hacia las elecciones provinciales 2007 (Segunda parte)