Jueves, 29 de agosto 2013
“El icono del Misionero Comboniano es cada vez menos Pablo y más Juan Bautista, el que se pone a un lado. Menos roles de decisión, más lugares de servicio escondido, menos patrones y más servidores, para usar el imaginario evangélico. Han cambiado no sólo las funciones sino también la misma comprensión de la misión y de quien la reclama como suya por derecho: la Iglesia local.” P. Alberto Pelucchi (en la foto), Vicario General.

 

Aunque estadísticamente los hermanos de origen europeo son todavía (ya por poco) la mayoría, la geografía de las vocaciones y el envejecimiento de muchos hermanos del Norte muestran el cambio rápido que el Instituto está viviendo, pasando del Norte al Sur del mundo.”
En la foto en Roma:
Sc. Ndhlovu Justin,
P. Aleti Apalolem Z. Chris,
P. Adaku Isaac Augustine,
P. Charles, diocesano de Uganda,
P. Mbuthia Simon Mwaura.

 

CAMINOS DE RECONCILIACIÓN EN NUESTRA HISTORIA DEL INSTITUTO

1. Un Instituto ‘herido’

El artículo del P. Siro Stocchetti, publicado con anterioridad, empezaba recordándonos que todos estamos heridos de algún modo, pero no del mismo modo o con la misma intensidad… y que convivimos con nuestras heridas de un modo diverso… La profundidad y la percepción que tenemos de estas heridas puede ser diferente igual el grado de consciencia y como nos condicionan.

No queriendo adoptar una reflexión intimista e introvertida, nos hemos dejado llevar por la conciencia de que lo que permanece latente e ignorado – lo que no sale a la luz – no puede ser reconocido para alcanzar así el perdón y la reconciliación; sino que sigue condicionándonos y ejerciendo su fuerza destructora y generadora de divisiones entre nosotros.

Condicionamientos y divisiones que se dejan sentir en nuestras historias personales así como en las heridas que hemos experimentado en nuestra historia y opciones de Instituto, vividas e interpretadas por personas de proveniencia, sensibilidad y culturas muy diversas entre sí.

Desde este punto de vista es posible hablar también de un Instituto herido, en el que las heridas no son sencillamente la suma de las heridas individuales de sus miembros.

Sabiendo que  quizá las heridas mal curadas o ignoradas pueden convertirse en llagas, el último Capítulo General escribía que es ya hora de identificar y curar las heridas presentes entre nosotros (143.3).

Queremos volver nuestra atención en este cuarto subsidio justamente a este proceso, que exige valor y conversión del corazón por parte de todos (cfr. AC 2009, 53).

2. Palabras pesadas (y el ejemplo del avestruz)

Palabras como racismo, intolerancia, discriminación, prejuicio, conflicto interétnico, nacionalismo, sexismo, son palabras que suenan especialmente pesantes y embarazosas en el contexto de la vida religiosa. El solo hecho de oírlas tiene un sabor de derrota, pues son palabras que evocan una traición de los valores que nos son queridos y que nos sentimos llamados a anunciar a los demás.

Recuerdo como algunas de estas palabras habían hecho titulares en los trabajos del Capítulo del 2003, pero fueron silenciadas pronto por un cierto sentido de desasosiego.

En el último Capítulo no faltaron estas rémoras puesto que pidió expresamente que las comisiones de FP ofrezcan los instrumentos necesarios para ayudar a identificar y a sanar las heridas presentes en medio de nosotros, a menudo causadas por prejuicios y discriminaciones, y animen a las Circunscripciones a organizar seminarios o hacer uso de otros programas ya existentes sobre la resolución de conflictos (143.3).

No debemos  extrañarnos de que - cuando se habla de heridas de este tipo – la reacción más instintiva e inmediata entre nosotros sea a menudo la de negar, remover o racionalizar; típicos mecanismos de defensa que nos lleva a esconder la cabeza en la arena como hace el avestruz.

O quizà, de un modo más sutil, nos conducen a elaborar  justificaciones y toda una serie de “distinciones” que, al final, no nos permiten distinguir lo verdadero de lo falso, lo claro de lo oscuro. O, más sencillamente, nos empujan a dejar caer el tema con una frase ingeniosa o con un “total no se puede hacer nada”.

Por suerte, no estamos llamados a vivir como avestruces o resignados, sino a ser signos visibles de la humanidad nueva nacida del Espíritu (RV 36), pueblo de Dios que Él ha llamado de las tinieblas a su luz admirable (cfr. 1 P 2, 9).

RECONCILIARSE con algunas historias, opciones y eventos del Instituto

“La verdad os hará libres”

¡Cuántas veces estas palabras de Jesús nos han abierto el corazón y hecho soñar! La verdad que nos hará libres no es solamente Él y las verdades que en Él encontramos, sino que incluye además aquellas dolorosas verdades sobre nosotros mismos y que nos hacen libres en la medida en que nos liberamos de ellas. Las heridas celadas y no curadas siguen infligiéndonos daño, nos vuelven lentos - como un impedimento que arrastramos y que se hace cada vez más pesado a lo largo del camino - y envenena la atmósfera a nuestro alrededor.

Podemos liberarnos o neutralizar los efectos negativos si comenzamos a aceptar su existencia, reconociéndolos como tales y llamándolos por su propio nombre. En esta lectura de fe y esperanza nos acompaña Aquel que hace nuevas todas las cosas y en el que todas las llagas y heridas pueden llegar a curarse; en su promesa encontramos las razones y el espíritu para enfrentarnos a algunas verdades del Instituto a veces silenciadas o tocadas muy de refilón.

Lo que sigue quiere presentar algunos ejemplos de “experiencias negativas de división, conflictos, juicios poco generosos, episodios de intolerancia y cerrazón mental y cultural” y de cambios padecidos que nuestro Instituto ha vivido o está viviendo (ver carta introductoria del Capitulo General); no tiene la pretensión de ser ni exhaustiva ni completa y no puede menos de reflejar la sensibilidad y la percepción del que escribe; aun así, espero que sea una modesta aportación a un proceso de liberación y crecimiento.

“¿Religiosos o (solo) misioneros, las dos cosas juntas, o…?

Desde que entré en los Misioneros Combonianos fue uno de los temas y debates más recurrentes de los que alcanzo a recordar. Como innumerables son las razones que me fueron dadas en pro y en contra de ambas tesis, remitiéndose a la voluntad del Fundador en una primera instancia y más tarde revisada y corregida a la luz de nuevas cartas y testimonios. “Partir de la misión”, oímos con frecuencia. “Es verdad, pero la Regla de Vida parte de la vida religiosa y solo después se llega a la misión”, advierten otros. ¿De qué misión estamos pues hablando? ¿La misión marcada por el individualismo o como comunidad donde se comparte todo? “Todo pero no todo el dinero”, aclaran otros. “Atentos al espíritu frailuno del que Comboni ponía en guardia a los suyos, añaden otros, y así sucesivamente.

Ignoro si hoy hemos alcanzado una verdadera síntesis o si el tema ha sido simplemente arrumbado, puesto en suspenso. Es un conflicto que ha producido buenos frutos y aportado alicientes, pero también, me temo, ha proporcionado excusas para para permitir debilidades y fragilidades que tenían y tienen que ver más con la naturaleza humana que con el deseo de una mayor fidelidad a las llamadas y exigencias de la misión y de la vida religiosa.

La división en dos Institutos y otras divisiones

Noventa años han transcurrido desde aquella dolorosa fecha, mucho camino recorrido y muchos gestos de reconciliación tuvieron lugar desde entonces, más allá de la fecha formal de la reunificación. Muchos de nosotros no conocieron n i sufrieron los efectos de dicha división que nos queda lejos en el tiempo.

Por ello se siente uno tentado a decir que el mencionar aquí el tema es más bien por un deber de fidelidad histórica que de actualidad; un acontecimiento embarazoso que, a Dios gracias, ya se diluye en la neblina compasiva de la historia. Es algo ya pasado y olvidado y esperamos que esté también perdonado.

Pero también hoy hay otras señales de divisiones internas que constituyen una fuente de preocupación: pienso, por ejemplo, en la división (en nuestra organización interna) entre los que tienen y encuentran mucho dinero y los que no, en las divisiones culturales y sociales entre el Norte y el Sur que se dejan sentir también en nuestro Instituto; en la dificultad para pensar y aceptar ‘reunirse’ entre varias circunscripciones, entre cuyas causas encontramos, al menos en algunos casos, el reafirmarse de un espíritu regionalista y nacionalista reforzado entre nosotros por el recuerdo de relaciones difíciles que a veces consecuencia de historias coloniales. A esto se añade el uso de un lenguaje violento y, finalmente, el renacer de prejuicios fuertemente exclusivos y excluyentes que más que de amistad y de solidaridad fraternas (cfr. RV 18) hablan de barreras culturales y étnicas.

Se trata de un panorama que parece señalar verdades que se nos escaparon de la mano o a las que no supimos dar la suficiente importancia y atención. Uno no nace capaz de ‘internacionalidad’ sino que se hace. Es ésta una verdad que la Regla de Vida nos recuerda (cfr. 18.1).

La opción de América Latina como nuevo campo de misión comboniana

La opción de ir a América Latina, aunque se dijo siempre que fue por invitación del Santo Padre, fue una elección dolorosa. Igual que el caso anterior también el recuerdo de este caso empieza a perderse en el tiempo, pero aun así, no puedo menos de recordar juicios y discusiones poco generosos sobre la ‘misión’ y sus campos; interpretaciones del carisma, a veces despectivos o intolerantes, lanzados de una y otra parte, en tiempos muy recientes.

La pasión por la propia misión – que a veces motivó dichas reacciones – no puede justificar ni borrar el malestar y el sufrimiento que fruto de esa situación. Estas reacciones han vuelto a sentirse con la decisión de abrir en Asia.

El proceso de recualificación y reducción de los compromisos (también en África), el envejecimiento de una parte del Instituto, la disminución de las  vocaciones en Europa y el aumento de hermanos provenientes del Sur del mundo contribuyeron a exacerbar las dimensiones del problema.

Se pudiera pensar que todo ha sido ya superado e integrado en una nueva comprensión, que ya no es solo geográfica, de la misión y de sus confines; nueva es hasta un cierto punto, puesto que ya en el Capítulo de 1969 el carisma había sido interpretado en una óptica misionera y liberado de horizontes estrictamente geográficos (la opción por América Latina había sido tomada como ejemplo).

Todo eso nos hizo más conscientes de cómo es posible causar daño incluso en nombre de la misión que todos sin distinción amamos de corazón como razón de nuestra existencia e identidad.

Nosotros y la rama femenina

El 17 de marzo de 2002 se publicaba una carta por parte de los Institutos Misioneros Combonianos titulada “Colaboración para la misión” que partía de la constatación que nuestro Fundador veía la tarea misionera como el fruto de una colaboración de todas las fuerzas eclesiales, de hombres y mujeres indistintamente. Todos ellos juntos son constituidos en un cenáculo de apóstoles, hombres y mujeres de naciones y culturas diversas (cfr. 4).

La carta ponía de relieve las historias y colaboraciones positivas, experimentadas en el pasado y en el presente, partiendo de niveles informales, hasta los más oficiales e institucionales, animando a la continuidad y proponiendo el retorno a algunos fundamentos. Acababa proponiendo caminos todavía abiertos y posibles a nivel particular, comunitario y de Instituto, siendo conscientes que tenemos que reconocer y aceptar que tenemos necesidad los unos de los otros con nuestras riquezas y nuestra vulnerabilidad (36).

De igual manera se indicaban los límites, conflictos y resistencias experimentadas en el camino de la colaboración y comunión entre Institutos, partiendo de la relación entre hombre y mujer. Se citaban las carencias de una formación humana deficiente en lo concerniente a las relaciones con el género ‘femenino’ (aunque también con el propio género) formas sutiles de prejuicios y falta de autenticidad que impiden unas relaciones responsables y fraternas, un conocimiento inadecuado de las respectivas vocaciones y un clericalismo aún presente y operante en la visión y comprensión de la misión, de sus funciones y ministerios, fruto de una visión eclesiológica deficitaria (ver 13-16).

Ha pasado ya el 10º aniversario de dicha carta y, al igual que se comenzó a hacer con otros aniversarios, habría que celebrarlo convenientemente. Empezando con una petición/oración de perdón por parte nuestra, tanto como miembros de una sociedad humana que, a menudo oprimió y sigue oprimiendo, explotando y discriminando a las mujeres, que como miembros de una Iglesia que usa lenguaje, teología, instituciones y expresiones marcadamente de género masculino. Resulta difícil discutir algo que es evidente.

Nosotros y las relaciones Sacerdotes-Hermanos

El mismo clericalismo y otras causas enumeradas arriba se cuentan entre las razones principales de sufrimiento, de discriminación y de derechos humanos (no solo religiosos) negados en las relaciones con la componente no clerical del Instituto. No puedo menos que recordar el sufrimiento y la amargura manifestada expresamente o de forma más velada en las narraciones y recuerdos de muchos Hermanos combonianos de la “vieja escuela” que todavía hoy se pueden oír.

Es verdad que no siempre se trataba de clericalismo, sino de razones y causas inherentes al carácter, historias y pobreza humanas de las que se era víctimas y verdugos al mismo tiempo. Pero no cabe duda que sean páginas de nuestra historia que nos tienen que hacer pensar e inclinar la cabeza y que tal vez no han encontrado todavía la paz.

Cambios (de ciclo) de una época: del Norte al Sur

Las Actas del último Capítulo se refieren a estos cambios desde sus primeras páginas: El Instituto está viviendo una fase de profunda y rápida transformación; se enriquece con nuevas nacionalidades y culturas, pero debe al mismo tiempo afrontar incomodidades, resistencias a lo “nuevo” o al “pasado” y situaciones críticas. (AC 2009, 3.4). Es una reflexión que se refleja en las líneas arriba citadas, el Instituto que está creciendo rápidamente en su internacionalidad e interculturalidad, experimenta cambios radicales generacionales, sociales y culturales. Este fenómeno provoca inevitablemente tensiones y la sensación de incomodidad (53).

Aunque estadísticamente los hermanos de origen europeo son todavía (ya por poco) la mayoría, la geografía de las vocaciones y el envejecimiento de muchos hermanos del Norte muestran el cambio rápido que el Instituto está viviendo, pasando del Norte al Sur del mundo.

Un paso que significa también ceder responsabilidades a todos los niveles, incluidos tareas y servicios institucionales, incluyendo también la necesidad de identificar nuevos lenguajes y expresiones culturales. Un movimiento obligado que ha puesto de manifiesto, por una parte, lo costoso que resulta el “transigir”, a transmitir a otros (algo parecido a la fatiga de los padres que se encuentran en la situación de tener que entregar, a los hijos primero, lo que toca a los hijos, y después también tareas que los padres sentían como suyas).

Un transferir competencias salpicado aquí y allá por sentimientos de sospecha, poca confianza, juicios y comentarios mezquinos, a veces de carácter abiertamente racistas. Por otra parte, un sentido de frustración y de impaciente espera que crece cada vez más y que, a su vez, se abre a sentimientos poco fraternales.

Sin duda alguna, a un buen número de hermanos, en su mayoría provenientes del Norte del mundo, hoy más que en el pasado, se les está pidiendo entrar en una dinámica de muerte. No solo hacen ‘luto’ con respecto al Instituto, muy diferente del que habían conocido y en el que habían entrado hace cuarenta o cincuenta años, sino que tienen que hacer luto también con respecto a las propias funciones, encargos y el modo de vivirlos y expresarlos. Una ayuda más sobre cómo elaborar el luto no estaría mal.

De protagonistas en la misión a colaboradores…

Por si esto fuera poco, en el plano interno, también el papel en el trabajo misionero se ha invertido. No más protagonistas, no más “voz” o la única voz de otros, que ahora han adquirido voz y experiencia suficientes. El icono del Misionero Comboniano es cada vez menos Pablo y más Juan Bautista, el que se pone a un lado. Menos roles de decisión, más lugares de servicio escondido, menos patrones y más servidores, para usar el imaginario evangélico.

Han cambiado no sólo las funciones sino también la misma comprensión de la misión y de quien la reclama como suya por derecho: la Iglesia local.

A todo eso hay que añadir que dentro de nuestro Instituto resulta cada vez más evidente como la visión y sensibilidad de misión por parte de los miembros que provienen de las llamadas tierras de misión no son las mismas de los que provienen del Norte.

No es fácil hacer un pacto con todo esto. Estamos llamados a reconciliarnos no solamente con las sombras y heridas de un pasado, sino también a reconciliarnos con un presente (y un futuro) que fluctúa y a veces genera dudas y añoranzas.

Paradójicamente, esté presente en gran parte es fruto de opciones hechas anteriormente, un presente del que se hablaba en el pasado como del futuro que había que construir y hacia el que había que tender, y por el que se trabajó con espíritu de sacrificio y pagando un alto precio.

A pesar de eso, el presente encuentra en nosotros gente no preparada para acogerlo por estar amargados, unas veces por la modalidad que ha adoptado y otras por las consecuencias imprevistas que ha madurado.

Ser testimonio de Aquel que vino a ofrecernos una vida plena, humana y santa

Este subsidio se acerca a su fin, pero el camino no está concluido. Visitamos algunos acontecimientos reconociendo que de verdad existen y llamándolos por su nombre; toda experiencia salvífica parte de aquí. Este es el primer paso.

El paso siguiente consiste en reconciliarnos con la verdad que dichos eventos contaron de nosotros y de mí mismo. Lo hacemos sin temor, aceptando la responsabilidad que en ellos nos compete, con gran sentido de libertad y confianza, porque sabemos que Dios nos ama y carga sobre sí, junto con nosotros, nuestra historia, abriéndola a un futuro de gracia y liberación.

El tercer paso, por consiguiente, es abrirse al perdón y a gestos públicos de reconciliación, pedidos expresamente a los que hayamos herido y otorgados por nuestra parte. El último subsidio de este año dedicado a la Fraternidad y Caminos de reconciliación debería ayudarnos a hacer esto.

El cuarto paso forma parte de un camino permanente de conversión, que pasa por etapas y exigencias definidas: se puede aprender de errores cometidos y estar más atentos partiendo de la escucha y diálogo recíprocos.

Pienso, además, en las riquezas que nos ofrece, por ejemplo, la historia de los movimientos no violentos y los instrumentos que estos maduraron para la resolución de conflictos y dinámicas de reconciliación. También ellas son parte del hoy de Dios para nosotros, signos de la gracia y de vida nueva.

30 de julio 3013
P. Alberto Pelucchi
Vicario General