Lunes, 12 de junio 2017
Muchas veces me he preguntado –escribe P. Mariano Tibaldo (en la foto)– cómo ha influido mi experiencia misionera en el modo de entender a los demás, de relacionarme con el mundo de las cosas, en mi relación con Dios y con mi ser misionero. En otras palabras, qué caminos me han llevado a ser lo que soy, en qué modo los contactos con personas de diferentes culturas y sensibilidades me han cambiado, en qué modo la convivencia con hermanos marcados por experiencias positivas, pero también dolorosas me ha transformado, y cómo situaciones llenas de significado y a veces dramáticas, han afinado mi sensibilidad misionera.

‘Narrar’ la misión, por tanto, no es simplemente mencionar acontecimientos y problemas misioneros (mucho menos exponer ‘paradigmas misioneros’ que excitan la mente, tal vez, pero no el corazón). ‘Narrar’ la misión es “recordar” los eventos fundantes que han marcado la vida (en el sentido más amplio de la palabra, como eventos-signos de realidades-otras, cuando se ha sentido la caricia de la mano invisible de Dios), y hacen parte de la propia historia e identidad; la narración de la historia toma entonces una dimensión per-formativa porque siendo testigos de un cambio que afecta a la mente, al corazón, a la voluntad, implican otros en el propio recorrido misionero. Narrar la misión es, en síntesis, ser testigo de un encuentro que aflora misteriosamente en la historia y marca la dirección de la marcha. La misión surge del encuentro con el amor de Dios. Dice Papa Francisco en su encíclica Evangelii Gaudium (EG) “Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?” (8).

Recordar los 150 años del Instituto y por tanto, celebrar eventos constituyentes y fundantes, la roca de la cual hemos sido tallados, de la que nos han hecho lo que somos y donde descubrimos la mano amorosa de Dios, más aún, hacer memoria de quienes han encarnado los valores con la pasión y la entrega extrema de sí mismos. Elijo tres de estos eventos que, me parece, tienen un significado especial para nuestra vida y, en particular, de nuestro modo de vivir la misión porque expresan las constantes, las actitudes y las dimensiones fundamentales.

1. La muerte de Comboni como evento paradigmático de su vida

Confieso que siempre me ha fascinado la pasión visceral de Comboni por África, hasta consumarse por África, como la llama consume poco a poco la vela: ¿Cómo podemos olvidar una de las últimas fotos de Comboni, casi al final de su vida, con la barba veteada de blanco y su rostro marcado por el sufrimiento? Pero siempre me he sentido atraído por la muerte y el después de la muerte de Comboni, como eventos emblemáticos de su vida. Comboni murió cuando en el horizonte se espesaban las nubes amenazantes de la revolución del Mahdi que habría arrasado las misiones de Sudán. Unos días antes de su muerte, había escrito una carta a P. Sembianti que terminaba con estas palabras: “Estoy feliz de la Cruz, que llevada de buena gana por amor de Dios genera el triunfo y la vida eterna”. Palabras que, desde un punto de vista humano, parecían contradecir la evidencia, al menos en relación con el ‘triunfo’ de su misión. ¿Quién, como él, podía comprender la enormidad de la misión, pero también la escasez de fuerzas? Una herencia recogida por Johan Dichtl, que asistía a Comboni en las últimas horas de su vida, pero que todavía era demasiado joven, por lo que parecía, para continuar aquella misión sobrehumana. Un legado que parecía cerrarse trágicamente poco después con la revolución de la Mahdia.

Comboni fue enterrado en el jardín de la misión, junto a la tumba del primer pro-vicario apostólico, el jesuita Maximiliano Ryllo. Después de la revolución, en 1901, el entonces vicario apostólico, Mons. Roveggio, vuelve del cementerio de la misión en Jartum para exhumar los cuerpos. “[…] hemos entrado en el jardín de la misión de Jartum, escribe Domenico Agasso en la biografía de Comboni – a las tumbas del padre Ryllo y monseñor Comboni. La primera la hemos encontrado intacta. […]. La de Daniel Comboni, en cambio, está destruida, quedan sólo unos cuantos huesos mezclados con la tierra. […]. Pocos restos [...]: el cuerpo del Vicario Apostólico seguía estando en gran parte allí, mezclado con la tierra. La donación total [...] Comboni y África, una sola cosa”[1]. Una escena conmovedora, palabras que expresan aún más la pasión visceral de Comboni, de quien no sólo la vida sino también la muerte parecen pertenecer a África. Un evento, creo, altamente simbólico: el cuerpo de Comboni, “mezclado con aquella tierra” parece casi fecundarla. Una pertenencia, la suya, más allá de la muerte. Pero, más allá de la turbación emocional, el punto de vista humano nos llevaría a pensar que el gran sueño de Comboni se había resuelto en un fracaso – como otras experiencias antes de él.

Me parecen, entonces, iluminadoras las palabras del Papa Francisco que en la Evangelii Gaudium, formula un principio fundamental para la construcción de una nueva sociedad: el tiempo es mayor que el espacio. “Darle prioridad al tiempo, dice el Papa, es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”. Y todavía: “Este criterio también es muy propio de la evangelización, que requiere tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo” (# 223 y 225).

La vida y la muerte de Comboni como una acción generadora de un proceso de cambio a través de personas que, aunque numéricamente pocas, continúan el sueño. Por lo tanto, un criterio de método misionero y de animación misionera es aquel que lleva a cabo actividades generativas que aunque aparentemente insignificantes, ceban un movimiento de transformación, asociando personas que se convierten en sí mismas instrumentos de cambio. Los ejemplos no faltan en nuestra historia. Menciono brevemente al hermano Michele Sergi y su ‘club’ en Khartoum, un punto de encuentro y de formación para los jóvenes, una realización sin grandes pretensiones, pero muchos de los que fueron entrenados se convirtieron en pioneros de la evangelización en las zonas del Sur Sudán donde los misioneros no habían llegado todavía.

2. Después de la revolución del Mahdi

El huracán de la revolución del Mahdi, inmediatamente después de la prematura muerte de Comboni, se extiende sobre nuestras misiones. La misión de África Central es aniquilada, los misioneros y misioneras huyen a Egipto o son hechos prisioneros. Para estos últimos iniciará el calvario del encarcelamiento y de la humillación.

Después de unos veinte años, los misioneros volvieron a Jartum y empezaron a marchar hacia el sur para iniciar nuevas misiones; sin puntos de referencia, sin experiencia, y además sin un manual misionero. El P. Antonio Vignato, repensando en sus primeras experiencias en Sudán, describe la situación: “un terrible retraso en nuestra organización catequética se debe atribuir a la falta de experiencia de cómo organizar la misión; ninguno de nosotros había observado sobre el terreno el trabajo de otros misioneros y se había leído poquísimo sobre la experiencia de otros. Nuestra única experiencia allí fue la colonia antiesclavista de Gesirah [...] y de las escuelas de Helouan, Suakim y similares”[2]. Había que empezar de nuevo y refundar el sueño de Comboni, no obstante las enormes dificultades y obstáculos sobre el camino.

Perderlo todo y empezar de nuevo, reconstruir el sueño de Comboni – o mantenerlo vivo en las tragedias en las que muchos de nosotros se encontraron – es una constante que nos ha acompañado desde el principio. Es como si el Señor nos hubiera conducido, a través de estas y otras experiencias dolorosas, a lo esencial de la misión. Recuerdo la devastación de la guerra en Uganda, cuando aún era escolástico; las misiones destruidas: Maracha, Koboko y otras; recuerdo la misión de Otumbari, abandonada por los misioneros bajo órdenes del obispo porque era zona de guerrilla, el dolor del P. Bernardo Sartori con la orden de evacuar la misión, aunque no estaba convencido, y cómo dobló su cabeza en señal de obediencia.

También tengo presente a tantos hermanos que se quedan con la gente a pesar de las guerras y la violencia, a veces siguiéndolos como refugiados. Empezar de nuevo, obstinadamente, mantener vivo el sueño de Comboni, que es el mismo de Jesús, o refundarlo cuando todo parece perdido, pasando por un doloroso proceso de kénosis, que es participación en la kenosis de Jesús, donde todo el trabajo de años es destruido y anulado; aunque es una experiencia que puede llegar a ser, a través de un proceso de discernimiento guiado por el Espíritu, kairos, momento oportuno de crecimiento y de cambio.

He aquí una llamada a volver a lo esencial a través de anulación de efímeras certezas y de planes y métodos bien pensados, aunque sólo resultado de la “vanagloria”. “¡Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, propios de generales derrotados! –nos recuerda el Papa –Así negamos nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo es ‘sudor de nuestra frente’”, (EG # 96). Entonces también la tragedia, las derrotas, la pérdida, la anulación de nuestras certezas terrenales, se convierten en llamadas a la conversión, se transforman en eventos fundantes para volver a las raíces de nuestra identidad y de la misión.

En pocas palabras la Evangelii Gaudium propone las dimensiones de una comunidad ‘en salida’ y en qué consiste la esencia de la misión. Papa Francisco habla de tomar la iniciativa, buscar a aquellos que están lejos, ir a los cruces de caminos e invitar a los excluidos: ir a los más pobres y más abandonados de nuestra tradición; la fórmula ad gentes, en esta perspectiva, aún conserva su validez. Pero Francisco también habla de una comunidad que se compromete y sabe asumir “la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” eco de aquel ‘hacer causa común con la gente’ que es parte de la metodología comboniana de evangelización; misión es tocar la carne sufriente del hermano, ‘carne’ en sus distintas dimensiones: humanas, sociales y culturales – e invitación a no permanecer “en la pura idea y degenerar en intimismos y gnosticismos que no dan fruto”, sino que pretende establecer “el criterio de realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encarnarse” según el criterio que nos dice que “la realidad es superior a la idea” (EG, # 233).

Francisco añade otras dimensiones misioneras: la de acompañar “a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean.”; acompañar es un recorrido que “sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites”. ‘Salvar África con África’ ¿no subraya quizá el proceso de hacerse compañeros discretos para que la gente sea protagonista de su propio destino? Y, finalmente, los criterios de fructificar y celebrar para “que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva” y pueda celebrar y festejar “cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización” (EG # 24).

Volver a lo esencial de la misión, es redescubrir la comunidad como sujeto que evangeliza, que toma la iniciativa, se implica, acompaña, fructifica y celebra, porque, en palabras de la encíclica, la comunidad “es una intimidad itinerante, y la comunión ‘esencialmente se configura como comunión misionera’” animada por el espíritu de Jesús (EG # 23). La comunidad, añado, es aquella intimidad itinerante que, mientras que evangeliza es evangelizada, mientras enseña, aprende, mientras que es sujeto de misión se convierte en el objeto, en un enriquecimiento mutuo de dar y recibir (CA ’15 # 3, 26).

3. División y reconciliación

Recordar, siquiera brevemente, los acontecimientos principales que llevaron a la división y, más tarde, a la reunión del Instituto me parece que tenga una consecuencia no sólo de cómo vemos nuestra pertenencia común, sino también en el cómo vivimos la misión

La división del Instituto, establecida en 1923, fue una “herida profunda”, escribe el P. Romeo Ballan en la inserción de la Familia Comboniana, abril de 2017, aludiendo a los comentarios de los PP. F. Pierli y T. Agostoni. Una división cuyas razones parecían tener más peso para la división que para permanecer juntos: formación diversa, diferente método misionero, nacionalismos, todo condimentado con una absoluta falta de diálogo en la cumbre que se imputaba, por lo que se escribió en el boletín de 1972, “la separación en dos del único cuerpo fundado por Comboni”[3]. Una división vivida con el sufrimiento de muchos combonianos, abiertos de corazón y de mente: “la separación no ha estado nunca sin remordimientos – insistía el mismo artículo – de hecho, para algunos era un caso de conciencia”[4].

Sin embargo, el anhelo por la reunión nunca desaparece porque “el cuerpo comboniano seguía siendo fiel a su vocación: por la inquietud fecunda y fructífera de Comboni”[5]. Inquietud que hace superar los mutuos prejuicios y precauciones cuando la conciencia de pertenencia a Comboni como figura de fundación y toma de conciencia de la misión, como razón de ser del “único Instituto Comboniano ‘nacido en misión’”[6], “se refuerzan y se convierten en los motivos que generan un nuevo movimiento: entonces las ansiedades se transforman en la práctica, en historia concreta de diálogos informales, investigación, estudio, colaboración en las misiones, logros concretos para la formación conjunta en España, el trabajo de personas que creyeron en la reunión como los PP. Riedl y Faré, historia de las deliberaciones de los Capítulos Generales de los dos Institutos, de las actividades de la Reunion Study Commission, hasta el Capítulo de 1979 que sancionó formalmente la reunión. Pero la reunión, que es simplemente un hecho formal y legal, fue precedida por el diálogo sincero, aceptación mutua y, diría, reconocimiento honesto de los propios prejuicios, conscientes de las raíces comunes de la identidad como un punto fijo para reconstituir la unidad. Considero este anhelo por la reunión y el proceso que ha provocado los acontecimientos fundacionales de nuestra identidad, especialmente hoy que el Instituto tiene una fuerte dimensión multicultural: somos un Instituto fundado en la reconciliación y en la mutua aceptación y cuya misión es crear comunidades reconciliadas: el perdón, el diálogo, la reconciliación, la aceptación de los demás son parte de nuestra identidad misionera.

Me parecen relevantes las palabras de la Evangelii Gaudium en cómo afrontar los inevitables conflictos que puedan surgir en la comunidad. El conflicto, dice el Papa, ni se disimula ni menos aún se permanece presos arrojando a los otros las propias “confusiones e insatisfacciones” sino que se acepta, se resuelve, se transforma en “el eslabón de un nuevo proceso” (EG # 227). “De este modo, el Papa continúa, “se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda. Por eso hace falta postular un principio que es indispensable para construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto” (EG # 228). En resumen, el conflicto debe abordarse con la aceptación incondicional de los demás y en el horizonte de la propia identidad carismática y misionera; de esta manera las diferencias, ocasiones de conflicto, se transforman en potencialidad con beneficio para la misión. Aceptando dichos conflictos, solucionándolos, y transformándolos se hace el camino de la construcción de las comunidades interculturales y la misma comunidad se convierte en signo e instrumento de reconciliación y de diálogo.

4. Conclusión: algunas cuestiones problemáticas

Me gustaría mencionar algunas cuestiones que me parecen importantes en este primer trimestre del siglo XXI y no hago con la pretensión de dar soluciones, sino como propuestas para una ulterior reflexión.

Escribía antes sobre un Instituto, donde hermanos portadores de nuevas culturas procedentes del Sur Global (una calificación que tomo prestada de algunos sociólogos) entran en el Instituto y ocupan espacios de gestión. El Instituto está cambiando no sólo numéricamente, con el advenimiento de estos hermanos, sino también porque traen nuevas formas de pensar la vida religiosa, la comunidad y la misión, herencia de un entorno cultural diferente. El diálogo, que se alimenta de la escucha profunda de las razones del otro, es más necesario ahora, cuando se están manifestando estas diferencias culturales y algunas soluciones a problemas que parecían comúnmente aceptados se ponen de nuevo en cuestión.

Me refiero en particular a la problemática de las comunidades de inserción radical, que según una comprensión y una praxis común, sobreentienden vivir pobremente, al nivel de los pobres y de instalaciones pobres. Me pregunto si los hermanos de otras culturas, distintas de las del mundo occidental, tienen otra forma de pensar acerca de la pobreza, a vivir como pobres con los pobres y, en general, una sensibilidad diferente hacia la pobreza ‘radical’. No tengo soluciones para esta pregunta, me limito solo a poner la pregunta, insistiendo sin embargo, que la tarea de escucharse, sobre todo de escuchar los mensajes verbales como los no verbales, nos ayude en la construcción de una comunión de diferencias, primer paso hacia la realización de comunidades interculturales.

Una segunda cuestión se refiere a la provisionalidad de los compromisos y, en particular, a lo relacionado con la responsabilidad de dejar un compromiso (me refiero en particular a las parroquias) una vez que se ha llegado a un cierto grado de viabilidad económica, ministerial y misionera (RV # 70). Agrego, como una digresión, pero sin intención polémica, que también compromisos no autosuficientes y que aún necesitaban nuestra presencia se entregaron al obispo debido a la imposibilidad de llevarlos adelante, dada la escasez de personal. Los ideales de la Regla de Vida chocan muchas veces con los límites de la historia. El problema de entregar las parroquias florecientes sobre todo autosuficientes, desde un punto de vista económico, se cuestiona ahora que están aumentando los hermanos de procedencia radical de una circunscripción de misión, y con mucha razón, gestionan la Circunscripción. La autonomía de las Circunscripciones en cuanto al mantenimiento de los miembros de pertenencia radical, es un problema grave al cual muchas Circunscripciones están tratando, con dificultad, de dar respuestas. En esta perspectiva y teniendo en cuenta las nuevas circunstancias históricas, las afirmaciones y principios aceptados en general, ahora tendrían que ser revisados. En mi experiencia como provincial, recuerdo las dudas y la perplejidad de hermanos de pertenencia radical a la decisión de entregar al Obispo una parroquia autosuficiente económicamente.

Un tercer nudo problemático: la misión que se contextualiza y el sistema jurídico del Instituto dividido en Provincias y Delegaciones que generalmente siguen las fronteras nacionales. Muchas situaciones ‘misioneras’ como pueblos pastores de África Occidental, los afrodescendientes, las poblaciones indígenas de América Latina, pero también los problemas asociados a los suburbios de grandes ciudades, trascienden las fronteras nacionales y circunscripciones. De hecho, en el Instituto hablamos de compromisos ‘continentales’ refiriéndonos a dichos contextos. Quisiera saber si la organización legal del Instituto, de acuerdo con el criterio de compromiso misionero, no deba ser reconsiderada y adaptada a la nueva realidad. Es decir, si una división jurídica no deba seguir una organización basada en las situaciones ‘misioneras’ en lugar de los límites administrativos de una nación. Esto no es un problema nuevo: de hecho, es una cuestión que surgió en el Capítulo General del 2009, pero sin una solución a continuar.

También es cierto que, en relación con el intercambio de personal entre las Circunscripciones, la Regla de Vida prevé cierta flexibilidad (116 y 125), pero también es cierto que cambiar una Circunscripción (o como se quiera llamar) según una ‘situación misionera’ ayuda a crear homogeneidad e identidad en la misma Circunscripción, para discernir las líneas comunes de pastoral y para facilitar por parte del superior, el proceso de profundización en los compromisos asumidos.

Me parece que estas tres cuestiones (y otras que puedan surgir) requieren cuidadosa reflexión, diálogo y discernimiento sincero. “Seguir a la escucha de Dios, de Comboni y de la humanidad, para acoger y mostrar en la misión de hoy los signos de los tiempos y de los lugares” (CA ’15 n. 22) es un compromiso que no podemos evitar.
P. Mariano Tibaldo mccj

Preguntas para la reflexión

1. Recordando mi historia personal y/o la de la Circunscripción, ¿cuáles son las experiencias básicas que han marcado mi vida y dónde veo la presencia de Dios? ¿En qué sentido me han cambiado o han cambiado la vida de la Circunscripción estos eventos?

2. ¿Hay acciones generativas que han puesto en marcha una transformación de la Circunscripción o de una situación social? ¿Qué cambios han aportado? ¿Quiénes las iniciaron? ¿Qué cantidad de nuestra actividad misionera es debida a la ‘vanagloria’ de planes personales más que a la preocupación por iniciar procesos de cambio?

3. ¿Qué situaciones difíciles a nivel personal o de la Circunscripción han purificado y hecho más creíble a mi ser misionero y han ayudado a la Circunscripción a recuperar la esencia de la misión?

4. ¿Cuáles son los conflictos y cómo los gestiono a nivel comunitario y de Circunscripción?


[1] Domenico Agasso sr – Domenico Agasso jr, Un profeta per l’Africa. Daniele Comboni, Cinisello Balsamo (Milano), San Paolo, 2011, pp. 279-280.

[2] Antonio Vignato, Una pagina di storia catechetica africana, in «Combonianum», 8 (1944)2, p. 11-12. Roma, Archivio Centrale, l/A/l.

[3] Breve cronologia dei contatti tra Comboniani Italiani (FSCJ) e Tedeschi (MFSC), in «Bollettino» (1972)97, p. 58.

[4] Ibid. p. 58.

[5] Ibid. p. 58.

[6] Ibid. p. 59.