Sábado, 7 de agosto 2021
“La incertidumbre continúa, no sabemos ni cómo ni cuándo terminará esta pandemia. No existen soluciones fáciles. Junto con ella las otras ‘pandemias’: corrupción, violencia, pobreza, exclusión, inmoralidad, manipulación mediática, desplome económico, destrucción ecológica, falta de sentido… El desafío misionero desde la pandemia consiste en entrar en Getsemaní con Jesús, para obtener la fuerza de acoger siempre la Voluntad de Dios que nos resucita.” (P. Rafael González Ponce)

“¡ÁNIMO! ¡SOY YO, NO TENGAN MIEDO!”
(Mt 14,27)

Desafíos misioneros desde la pandemia

“El Señor es mi Pastor, nada me falta… Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me dan seguridad.”
(Sal 23,4)

UNA LLEGADA SORPRESIVA

La pandemia nos sorprendió a todos. Habíamos escuchado acerca de un “virus extraño” en Wuhan (China), veíamos algunas escenas preocupantes en las pantallas de televisión, sin embargo, ni por lo más mínimo imaginábamos que el tal “Coronavirus” ya se encontraba rondando por nuestras calles. Todo sucedió tan de repente. Se trataba de un enemigo sin rostro definido, lograba esconderse por todas partes y no se sabía exactamente de qué o de quién protegerse. Además, no respetaba edades o razas, ni estatus sociales ni espacios sagrados… simplemente te hacía caer enfermo y lograba matarte.

Mi experiencia en Guayaquil (Ecuador) fue dura y dolorosa. Las fotografías de los cadáveres depositados fuera de las puertas de las casas dieron la vuelta al mundo. Las noticias continuas de los vecinos o gente de nuestros grupos apostólicos, que perdían algún ser querido o se quedaban sin el sustento para dar de comer a sus hijos, iban mermando mi salud física y emocional. Poco más tarde empezaron a llegar los comunicados sobre amigos cercanos en mi país y hermanos Combonianos e igualmente Combonianas que sucumbían en sus respectivas misiones a causa del “Covid19”. ¡Cuántas situaciones podríamos contarnos! ¡Cuántos sentimientos mezclados de impotencia y de compasión misionera guardados en el corazón!

La fecha del 27 de marzo del 2020 permanecerá imborrable, con el Papa Francisco orando por la humanidad en la simbólica plaza de la Basílica de San Pedro vacía, durante una tarde fría y lluviosa de Roma, ante el Cristo tremendamente bello de san Marcelo y la conmovedora imagen de la Virgen Salus Populi Romani. Cuando nos regaló la bendición Urbi et Orbi y la Indulgencia especial, en medio de un silencio que penetraba las entrañas, yo sentí que todo cambió. Yo ya no era el mismo porque me sentía llamado a una vida de gracia, a bajar de los pedestales del ego y configurarme solo a Él como el único sentido de mi existencia, para asumir finalmente una vida de sencillez evangélica, y a reconocer como mi única vocación ser sembrador de amor entre los pobres y descartados. Y el mundo cambió porque sus mitos de omnipotencia se aniquilaron: la ambición del dinero, la inmoralidad, la injusticia y la violencia que genera, la mentira institucionalizada como corrupción, la trágica rotura con la madre tierra, el sin sentido de una existencia sin Dios... se desplomaban y recomenzaba una nueva creación bajo el horizonte de la fraternidad. Todos nos encontrábamos dentro la misma barca.

Días más tarde, celebrando la Pascua del Señor, solo con mis dos Hermanos africanos, Abel y Albert, en nuestra capilla pequeña se nos coló el universo entero. Y desde infinidad de rincones a través del mundo se nos abrieron las tumbas con el grito: ¡el Amor está vivo! Abrazados todavía al Crucificado, renació la Esperanza. Esa Noche-Luz nos volvimos a poner de pie con la serenidad del Resucitado. Nos dimos cuenta que Él estaba llorando nuestras lágrimas, luchando nuestras pérdidas, asistiendo a los contagiados y curando nuestro miedo con el bálsamo de su misericordia. Volvimos a comprender que nada ni nadie podría arrancarnos de las manos maternales de Aquel que nos entregaba a su propio Hijo con amor extremo.

UN CAMINO DE TRASFORMACIÓN: DEL DUELO AL COMPROMISO

Un cuestionamiento me viene con frecuencia: ¿Cómo hubiera actuado nuestro fundador, San Daniel Comboni, en estas circunstancias? ¿Cómo realizar un discernimiento cristiano misionero, iluminados por la fe y en coherencia con nuestro carisma, ante la pandemia que nos azota? Sobre todo, ¿cómo transformar la muerte a causa del Covid19 de nuestros hermanos Combonianos y hermanas Combonianas, al igual que otra mucha gente de nuestras familias o comunidades cristianas, en semilla de Resurrección?

No he encontrado fórmulas mágicas, pero desde mi experiencia y reflexión (cada uno debe hacer la suya propia), me atrevo a sugerir algunos pasos que me parecen ineludibles.

1. EVITAR REACCIONES DAÑINAS (realismo)

Una primera reacción desatinada consiste en pretender continuar como si no sucediera nada: negar lo que está frente a los ojos y seguir actuando como si a uno no le pudiera suceder. De hecho, algunos optan por un activismo compulsivo a fin de evitar la reflexión. La verdad es que no podemos ser siempre fuertes, ni somos robots ni superhéroes. Lo más positivo es acoger nuestros sentimientos y preguntarnos por el mensaje de los acontecimientos. Evadirse de la realidad o escapar del discernimiento resulta contraproducente, no nos permite reubicarnos ante los tiempos nuevos ni abrirnos a la bendición que todo esto esconde.

La segunda reacción se sitúa al polo opuesto: dejarse atrapar por un miedo paralizante. Todos sin excepción sentimos miedo. El miedo es una emoción natural – un instinto – que se instala en nuestra mente y nos protege del peligro: nos hace atentos y prudentes. Puede convertirse en un gran aliado y maestro. Sin embargo, cuando es “irracional” y “permanente”, puede hacerse tóxico y producirnos bloqueo orgánico, cerebral, psíquico y hasta espiritual. De pronto se encienden las luces de alarma: cansancio desproporcionado, roba el sueño, no permite ver con objetividad, obliga a ser lo que uno no es, produce enfermedades… La verdad es que no podemos tener siempre todo bajo control, debemos aceptar nuestra finitud y lo contradictorio de la realidad, trascender nuestra pequeñez y, sobre todo, soltar nuestra rigidez para que de ahí pueda brotar la fortaleza.

2. RECONOCER NUESTRA FRAGILIDAD (proceso de humanización)

Dejar de huir. Lo desfavorable es tener miedo al miedo. Démonos cuenta que mucho de lo que tememos no ha sucedido. Y aunque existiera, no tiene el poder de dominarnos si no se lo permitimos. Veamos como la pandemia hace surgir lo mejor y lo peor de la gente, depende de la actitud.

Detenerse para analizar y asumir. Sentir. Observar. Verbalizar. Racionalizar nuestras reacciones, dando a los hechos las debidas proporciones. Al ir desmantelando al miedo, perderá su fuerza. Identificar de dónde nacen ordinariamente nuestros temores (expandir la mente). Darles un nombre y una justa medida. ¿Cuáles son las raíces de lo que está sucediendo? Invocando siempre al Espíritu Santo para que nos ilumine.

Afrontar la realidad como una oportunidad para crecer. En primer lugar, seamos comprensivos y pacientes con nosotros mismos. Concedámonos descanso ante las tensiones y ratos agradables con los demás. Evitemos un exceso de información, sobre todo de noticias falsas o alertas innecesarias. Caminar, relajarse, cantar, danzar, respirar profundamente, aprender algo nuevo (sol y aire, dieta sana, ejercicio, dormir lo suficiente…) y sobre todo dar gracias continuamente a Dios por todas sus bendiciones. Cambiemos nuestra perspectiva, dejemos de quejarnos, hagamos de la pandemia la gran oportunidad.

Actitud misionera comboniana:

Hacer “causa común” con los que sufren. También a los misioneros Combonianos nos hace bien reconocernos frágiles y poner nombre a nuestras propias emociones. Ver, escuchar, tocar, sentir con toda la piel del cuerpo y del corazón. Que nos duela este dolor humano, solidarios con nuestro pueblo, para transformar el dolor en compasión. Lo que más revitaliza nuestra misión, lo que da sentido a nuestra vocación, es la donación de nosotros mismos al estilo de Jesús a través de opciones concretas.

El paradigma del “cenáculo de apóstoles” como modelo de “ser misión”. En la aparente inutilidad, al no poder llevar adelante tantos proyectos, se nos ofrece la ocasión única para resignificar la misión: una misión que da prioridad a la reconstrucción de las relaciones humanas a todos los niveles. Es bello desde la pandemia “dar desde nuestra pobreza”, creando la dinámica del compartir entre pobres. No somos más fuertes que los demás, y ahora lo que realmente cuenta es unir nuestros brazos en un solo corazón. La gente necesita sentir una Iglesia como familia de hermanos/as que se apoyan mutuamente. Frente a los tejidos desgarrados de una sociedad abatida, la cultura de la comunión fraterna y del cuidado afectivo es la clave para nutrir una misión que genere esperanza.

3. REDESCUBRIR NUESTRAS CERTEZAS (profesión de fe)

Nutrirse de Palabra de Dios y de Oración. cuando el acontecer es más desafiante, resulta más urgente abrir el corazón al Dios de Jesucristo y confiar a su Amor todo lo que nos pasa. La contemplación silenciosa, larga y fecunda, nos abre paulatinamente el misterio de la vida. Aunque permanezcan muchas preguntas sin respuesta, desde la oración nace la luz, increíblemente la paz empieza a vislumbrarse al final del túnel. La Palabra de Dios encarnada en la historia nos revela lo esencial para dibujar el horizonte.

Redescubrir las certezas verdaderas. La dureza de la pandemia nos constriñe a consolidar nuestros cimientos de fe y los valores humanos y divinos. El ancla en medio del oleaje es el Plan amoroso de Dios nuestro Padre. El fundamento antropológico es nuestro origen en el Dios Trinidad, la urdimbre de amor materno donde hemos sido creados y al que pertenecemos: somos chispas del fuego divino y en ello radica nuestra grandeza y seguridad. Todo absolutamente trascurre bajo el soplo de la Ruah que habita en nuestro íntimo y al interior del cosmos. Nuestro Credo, herido por el dolor, está sólido en el Dios de la Alianza, que en ninguna circunstancia dejará de sernos fiel. Las crisis no hacen sino sacar a flote nuestras convicciones más profundas y colocar a Dios como el Señor de nuestra historia y como alma de nuestros pueblos. Al hacerse “carne”, Dios se hizo frágil, humano, mortal… al establecer “su morada entre nosotros” (Jn 1,14) no deja de dar sentido a nuestra existencia. En Él, a pesar de todas las pandemias, es hermoso ser humanos.

Prepararse a una explosión de gozo. Durante el frío del invierno parece todo muerto, sin embargo, es cuando las raíces alcanzan más profundidad y se cargan de mayor energía para, apenas asome el calor de la primavera, explotar en colores de belleza incomparable. Este es el secreto de la vida cristiana; poseemos una luz capaz de penetrar las oscuridades más espesas y la belleza de la fe es más esplendente que la amenaza de cualquier maldad deformante. Desde que nace el sol hasta el ocaso, llevamos su paternal morada en el corazón, somos Suyos cotidianamente, aunque ni siquiera lo sospeche nuestra mente adormilada. La verdad más verdadera es que nada ni nadie puede arrebatarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús (Rom 8,31-39)

Actitud misionera comboniana:

“Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15). Hoy más que nunca, a nosotros los misioneros/as toca ofrecer al mundo un anuncio-testimonio fuerte y coherente, con nuestra palabra y con el arrojo de nuestro ejemplo, sobre la persona de Jesucristo y su Evangelio transformador. La humanidad está urgentemente necesitada de la paz del Señor Resucitado y del Proyecto de su Reino de hermandad, justicia, verdad, libertad, reconciliación e inclusión para todos, en particular los más pobres y abandonados y los que aún no lo conocen porque nadie se los ha anunciado.

“Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Nuestro Fundador nos enseñó que “las obras de Dios nacen y crecen al pie de la Cruz”; bajo esa visión, también esta pandemia resultará una cruz florecida en pascua de caridad misionera para la humanidad. Nuestra tarea es ser profetas de esperanza, sin condiciones y sin límites ni de tiempo ni de fronteras. La gente nos espera, aunque digan otra cosa las ideologías: quiere les conduzcamos a Dios, su único “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6), sin añadidos ni preámbulos.

4. IDENTIFICAR NUESTROS APRENDIZAJES VITALES (conversión-metanoia)

Elegir Amar y Confiar. Visualicemos qué haríamos si no tuviésemos miedo. Optemos por una vida llena de amor y entrega a los demás y de bella armonía con la creación entera. Esta pandemia puede ser un Kairós (la hora de Dios) y el amor es la palabra clave. Si nosotros cambiamos todo cambia, esperar a que las cosas se modifiquen de manera supersticiosa, es una vana ilusión. Siempre es posible volver a empezar, de hecho, cada mañana es una nueva creación.

Llenarse de Autoestima y Cariño. Reconozcamos nuestros muchos recursos y capacidades. Pensemos quiénes somos en realidad y hagamos memoria de todo lo que hemos sabido enfrentar y vencer. Nuestras limitaciones y errores ahora son nuestra mejor escuela. Nosotros lo podemos lograr. Aprendamos a valorar lo que tenemos. Aquí y ahora.

Asumir un estilo de vida impregnado de Evangelio. Mi servicio en la presidencia de la Conferencia Ecuatoriana de Religiosos/as, me ayudó mucho a evaluar la manera como estamos enfrentando la pandemia en cuanto Vida Consagrada. A través de diálogos personales, encuentros virtuales y retiros a Congregaciones… puedo ahora compartir algunas de esas constataciones:

LA PANDEMIA ME ESTÁ AYUDANDO:

A caminar más humildemente tras las huellas de Cristo para aprender a amar incondicionalmente. Me siento con ganas de empezar desde cero con el Señor, en autenticidad.

Volví a descubrir la centralidad de la oración en nuestras vidas, mi relación con Dios (tan descuidada) ahora es más vivencial desde la realidad. Tenía muchos años que no oraba como lo estoy haciendo hoy.

Este tiempo me ha llevado a la reconciliación con Dios, conmigo mismo y con los demás. He debido pedir perdón por todo lo que he hecho mal. Al comprobar la fragilidad de la vida, me he mirado en profundidad y estoy buscando la conversión. Igualmente, a nivel social, hemos creado verdaderos infiernos. Si estamos llenos de miedo es a causa de nuestros apegos, rabias, egoísmos y el no aceptarnos como simples creaturas. La reconciliación es el antídoto que nos cura y nos llena de paz. La reconciliación, en este momento particular, es el gran don que Dios quiere regalarnos para superar la crisis.

Estoy convencido/a que Dios no quiere que los seres humanos manipulemos la vida y la creación provocándonos enfermedades que nos matan. Esta pandemia purifica mi creencia en Dios. Él es Amor y quiere que nos cuidemos, abracemos, acompañemos y ayudemos mutuamente.

Me doy cuenta que en nuestra comunidad estamos haciendo mucho de lo que se nos había olvidado por largo tiempo: nos escuchamos en hondura y hablamos sobre nuestros sentimientos, nuestros familiares y amistades son de todos/as, a pesar de las tensiones normales somos capaces de sonreírnos y hasta jugar juntos/as… este tiempo duro compartido nos ha hecho hermanos/as de verdad.

Más allá de las carencias económicas, hemos experimentado que necesitamos poco para vivir. Me parece increíble que logremos estar bien y felices con poco, como la gente sencilla que nos rodea. Compartimos todo con espontaneidad. De cuantas posesiones debemos liberarnos para servir con mayor disponibilidad a las cosas del Reino de Dios.  Es verdad que el consumismo es una droga.

Constato cuánto quiero a mi gente, lo que más me duele es no poder ir a abrazarlos y solo estoy pensando en qué forma vamos a luchar juntos para salir adelante y vencer tanta pobreza e injusticia. Nos llamamos con cariño y nos extrañamos, nos sentimos Iglesia viva.

La pandemia, a pesar de todo, rompió el espejismo de lo que llamábamos “normalidad”: precisamente lo que nos enferma es nuestro egoísmo, sistemas económicos esclavizantes, modelo de desarrollo que destruye la “casa común”, un estilo de vida que nos separa y nos narcotiza con el consumo y medios tecnológicos que nos encierran en el individualismo. A esa normalidad no queremos regresar sino a un mundo diverso.

Me parece que la madre tierra nos está diciendo: sí es posible una relación armónica y respetuosa, sin contaminación ni explotación depredadora, ni destrucción de las especies. como tampoco el descarte sin medida. En el fondo, todo tipo de violencia e injusticia debe desaparecer para dar plenitud a toda forma de vida creada.

Soy una persona estructurada como una máquina, todo era guiado por mi agenda repleta y nunca tenía tiempo que perder para los demás. Como un rayo caído del cielo, me vi obligado/a a “descansar” y a posponer compromisos. Con gran sorpresa compruebo que nada se perdió sino todo lo contrario, que la vida sigue adelante con mayor armonía. Aprecio más los detalles significativos y doy valor a lo pequeño. La gran lección: vivir con plenitud el momento presente. Voy a luchar por adquirir esa libertad interior en medio de las responsabilidades.

Siento que ahora mi prioridad debe ser el ministerio del consuelo, el acompañamiento de los duelos del pueblo, particularmente de los más pobres y abandonados, con el fin de construir un mundo más humano, equitativo y en paz.  

Personalmente, el confinamiento me llevó a la lectura y al estudio, han sido tiempos de formación permanente, en vistas a un apostolado de mayor calidad. Más que nada se nos pide una gran creatividad para explorar caminos inéditos de evangelización. Los medios tecnológicos llegaron para quedarse en la realización de la actual misión integral.

Ser misioneros/as de la ternura de Dios (profetismo) – esa es mi aportación – escoger servir a esta humanidad sufrida y hambrienta de misericordia. Si esta pandemia nos hace misioneros/as más “humanos” y más “presencia de Dios”, habrá valido la pena tanto sufrimiento.

Actitud misionera comboniana:

“El Buen Pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). No se trata de aplicar un parche o un remedio parcial, esta crisis planetaria demanda un modo diferente de vivir y de entender el mundo. No del Gran Reseteo (Gran Reinicio) del que algunos iluminados están hablando, sino de la conversión del corazón, de la mente y de la voluntad según Dios. Es a Cristo muerto y resucitado a quien debemos predicar y aprender a amar como Él sin límites. Se nos exige una forma de relacionarnos como hermanos y un modelo socio-político-económico-cultural-ecológico que coloque la dignidad de la persona humana al centro. A nivel eclesial se nos exige coherencia con el Evangelio y entrega incondicional a los pobres, una vida en comunidad sinodal empeñada en construir la igualdad y la esperanza. Misioneros enamorados de Dios y de los pobres, dóciles a la acción del Espíritu Santo.

Desde la “minoría” como “levadura en la masa” (Mt 13,33). El gran riesgo de la “era post-pandemia” será la pretensión de recuperar lo de antes. Vamos a requerir una enorme conciencia crítica y decidida, como células pujantes, para nadar contra corriente dentro de un sistema alienante y una masa alienada. El futuro será de pocos grupos, pero fuertemente concientizados. La formación del liderazgo será enormemente importante para “no echar en saco roto” (II Cor 6,1) tanta gracia recibida. Pequeñas comunidades, un programa claro para un mundo alternativo, con el sabor de Dios para fermentar a la humanidad. Hagamos que suceda lo que soñamos. Somos “polvo de estrellas”, somos el orgullo del Creador (san Ireneo de Lyon – Salmo 8), porque en nosotros se manifiesta la grandeza de la divinidad. Seguramente no seremos multitudes, pero la fuerza de los pobres con convicción es indestructible, “porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,10). La tarea está clara: volver a lo esencial del seguimiento de Jesús, humanizar los procesos comunitarios, asumir nuestra vida como un camino de continuo crecimiento, hacia una renovada vocación mística-profética-misionera, al servicio de un mundo preñado de Evangelio, como Iglesia sinodal en salida misionera hacia las periferias compartida con todo el pueblo cristiano.

CONCLUSIÓN: ABANDONO FILIAL EN DIOS (santidad humilde)

La incertidumbre continúa, no sabemos ni cómo ni cuándo terminará esta pandemia. No existen soluciones fáciles. Junto con ella las otras “pandemias”: corrupción, violencia, pobreza, exclusión, inmoralidad, manipulación mediática, desplome económico, destrucción ecológica, falta de sentido…

Pongamos “manos a la obra”, confiados en Dios que nos cuida y nos acompaña con su gracia. “Dios es fiel y no permitirá que sean probados por encima de sus fuerzas…” (1Cor 10,13). Entreguémosle nuestra vida sin reservas. Oremos serenamente y dialoguemos desde nuestro corazón con nuestro Padre Dios. De manera muy especial, invoquemos a María nuestra Madre, ella ha estado todo este tiempo a nuestro lado, nos ha sostenido como hijos/as suyos amados, nos ha consolado en nuestras lágrimas, gracias a ella todavía estamos de pie. La Virgen Santísima acompaña a los moribundos y da fuerza insospechada a los médicos, enfermeras y a todos aquellos que arriesgan su vida para salvar vidas. Ella nos anima en nuestra lucha cotidiana y nos enseña a ser valientes discípulos misioneros de su Hijo.

La misión hoy es una experiencia mística, permitiendo a Dios ser Dios en nosotros. Comprometámonos sinceramente todo lo que podamos, pero, finalmente, dejemos a El realizar lo que a nosotros resulta imposible. La fe es lo único que nos sostiene. Solo Dios basta.

Esto no se ha acabado. Confinamiento y desconfinamiento. El cansancio nos abruma con frecuencia, pero cada vez es más rotunda la determinación por salir adelante transformados… Aún en la pandemia estamos siendo bendecidos… Estábamos acelerados y distraídos del misterio de la vida, ahora es la oportunidad de recuperar la ruta… El desafío misionero desde la pandemia consiste en entrar en Getsemaní con Jesús, para obtener la fuerza de acoger siempre la Voluntad de Dios que nos resucita.

“Vengan a mí, los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré…”  (Mt 11,25-30); “En el amor no cabe el temor…” (I Jn 4,18).

P. Rafael González Ponce MCCJ
Quito, Ecuador, 2021