En cada etapa de nuestra vida personal o familiar, en cada época de la historia tenemos que renovar nuestra fe en esta promesa del Espíritu, en el triunfo de Dios, en la victoria del amor, de la verdad y del bien. En esa promesa y en esa esperanza está anclada nuestra fidelidad, nuestra alegría y nuestra determinación de continuar la Misión. Ante cada nueva batalla sabemos que el Espíritu prometido por Jesús no nos fallará, sino que estará con nosotros y nos impulsará a ser testigos y anunciadores de cambio y conversión.

Ascensión del Señor: Una alegría resistente

Un comentario a Lc 24, 46-53

Leemos hoy los últimos versículos del evangelio de Lucas, que sorprendentemente termina con las siguientes palabras: «Se volvieron a Jerusalén con alegría y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios». 
El mismo Lucas en su segundo libro, Los Hechos de los Apóstoles, explica un poco más el ambiente que reinaba en aquella primera comunidad de discípulos cuando el Maestro ya no estaba con ellos: «Unánimes y constantes, acudían diariamente al templo, partían el pan en las casas y compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y se ganaban el favor de todo el pueblo».

Alguien ha dicho que esta descripción lucana del ambiente positivo, alegre, orante, fraterno y lleno de «bendición» de las primeras comunidades es una visión utópica y poco realista, porque la realidad suele ser bastante más prosaica y llena de sombras, sin que falten los conflictos, las traiciones y los pecados.

Pero Lucas no ignora esta realidad. Por el contrario, en el texto que leemos hoy, se nos recuerda que «el Mesias padecerá». De hecho, Jesús padeció y murió, fue insultado, traicionado y negado. De hecho, padecieron los primeros discípulos, que fueron perseguidos y asesinados y contaron también con traidores y pecadores entre sus filas. 

Así sigue sucediendo también con nosotros. La vida no siempre es de color de rosas. La vida es una lucha, en la que no faltan los sufrimientos, las separaciones, las batallas perdidas, las traiciones y los pecados, propios y ajenos. Pero nada de eso tiene la última palabra. Jesús concluyó su paso por este mundo bendiciendo, encomendando a los suyo la misión que tenía en el corazón y prometiendo el Espíritu Santo. Por eso la Ascensión es una separación, pero con una presencia que continúa, una presencia que da alegría, fidelidad, misión.

En cada etapa de nuestra vida personal o familiar, en cada época de la historia tenemos que renovar nuestra fe en esta promesa del Espíritu, en el triunfo de Dios, en la victoria del amor, de la verdad y del bien. En esa promesa y en esa esperanza está anclada nuestra fidelidad, nuestra alegría y nuestra determinación de continuar la Misión. Ante cada nueva batalla sabemos que el Espíritu prometido por Jesús no nos fallará, sino que estará con nosotros y nos impulsará a ser testigos y anunciadores de cambio y conversión.

Esa certeza íntima nos da una alegría resistente, que no se apaga y nos lleva a vivir siempre bendiciendo, anunciando el perdón de los pecados, testimoniando el permanente amor misericordioso del Padre de Jesús y padre nuestro, creando fraternidad, hasta que concluyamos, como Jesús, retornando al seno del Padre, donde ninguna vida se acaba sino que se transforma.
P. Antonio Villarino

Los “pies” de la Iglesia misionera hacia “todos los pueblos”

Hechos 1,1-11; Salmo 46; Hebreos 9,24-28; 10,19-23; Lucas 24,46-53

Reflexiones
La Ascensión de Jesús al cielo se presenta bajo tres aspectos complementarios: 1º. como una gloriosa manifestación de Dios (I lectura), con la nube, hombres vestidos de blanco, referencias al cielo... (v. 9-11); 2°. como epílogo de una hazaña difícil y paradójica, pero exitosa (II lectura); 3°. como envío de los apóstoles (Evangelio), en calidad de “testigos” para una misión tan grande como el mundo: predicar, en el nombre de Jesús, “la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos” (v. 47-48).

El acontecimiento pascual de Jesús da sustento a la gozosa esperanza de la Iglesia y a la serena confianza de los fieles de poder gozar un día de la misma gloria de Cristo (Prefacio). El compromiso apostólico y el optimismo que anima a los misioneros del Evangelio radican en la certeza de ser portadores de un mensaje y de una experiencia de vida lograda, gracias a la garantía de la resurrección. Ante todo, es vida que ya ha tenido éxito pleno en Cristo resucitado; y lo va teniendo, aunque solo parcialmente, también en la vida de los miembros de la comunidad cristiana. Los frutos de vida nueva ya se dan: es preciso verlos y saber apreciarlos.

Los Apóstoles y los misioneros de todos los tiempos se convierten en sus “testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo” (Hch 1,8; Lc 24,48), en un movimiento que se abre progresivamente en espiral, del centro (Jerusalén) hacia una periferia tan vasta como el mundo. En efecto, el mundo entero es el campo al cual Jesús, antes de subir al cielo, envía a sus discípulos como testigos (Evangelio): “a todos los pueblos” para predicar la conversión al Dios de la misericordia, que perdona los pecados y salva (v. 47).

La misión de testimonio es radical y eficaz, como lo demuestra la historia de la evangelización, desde los comienzos (Hechos de los Apóstoles) hasta nuestros días. Esta tarea corresponde a personas adultas por la edad y en la fe, pero también a los jóvenes. El compromiso misionero de los jóvenes brota, en particular, del sacramento de la Confirmación. Esta es una etapa significativa en su camino cristiano, que los prepara al testimonio de la fe y a la misión. La Confirmación ha de llevar a los jóvenes al compromiso apostólico y a ser evangelizadores de otros jóvenes. El Papa Benedicto XVI solía repetirlo a los jóvenes: “Sean los apóstoles de los jóvenes”.

Las últimas palabras de los Evangelios son el lanzamiento de la Iglesia en misión - ¡una Iglesia en permanente estado de Misión! -  para continuar la obra de Jesús. ¡En todas partes, siempre! La mirada al cielo (Hch 1,11), meta final e inspiradora del gran viaje de la vida, no distrae ni quita energías; por el contrario, estimula a los cristianos y a los evangelizadores a tener siempre una mirada de amor hacia el mundo, un compromiso misionero generoso y creativo, sintonizado con las situaciones concretas, en favor de la vida de la familia humana. Dejando de lado, por tanto, todo espiritualismo alienante, hay que estar bien arraigados en la historia, lugar donde Cristo realiza nuestra salvación; jamás separar el cielo de la tierra, sino conjugar la Palabra con la vida, la fe con la historia. Se nos invita a llevar a cabo esta misión con esperanza y realismo, sostenidos por la “fuerza del Espíritu Santo” (Hch 1,8). Con la certeza de la presencia continua de Jesús que bendice a los suyos, los mira con benevolencia y los llena de “gran alegría” (Lc 24,50-52). (*) La Ascensión no significa ausencia del Señor, sino otra manera de estar presente (Mt 28,20; Mc 16,20). Él es siempre Emanuel, todos los días Él actúa junto con sus discípulos y confirma con signos la Palabra que ellos predican.

En algunas imágenes del misterio de la Ascensión, una nube envuelve el cuerpo de Jesús, dejando que se vean tan solo sus pies: emblemáticamente, son los pies de la Iglesia misionera, los pies de los cristianos, evangelizadores y evangelizadoras, que, por los caminos del mundo, llevan a todos el Evangelio, que es mensaje de misericordia, acogida, inclusión. Ellos anuncian el Evangelio con su misma vida, con la palabra, utilizando también los medios más modernos de la comunicación social (prensa, filmes, videos, e-mails, internet, sms, blog, facebook, twitter, chat, sitios web y otras redes digitales), que ofrecen oportunidades nuevas para la evangelización y la catequesis. En la Jornada de las Comunicaciones Sociales el Papa Francisco exhorta a los medios de comunicación a ser siempre instrumentos de comunión entre las personas. ¡Son los desafíos siempre nuevos de la Misión!

Palabra del Papa

(*) «Solo prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos podemos crecer en el arte de comunicar… Lamentablemente, la falta de escucha, que experimentamos muchas veces en la vida cotidiana, es evidente también en la vida pública, en la que, a menudo, en lugar de oír al otro, lo que nos gusta es escucharnos a nosotros mismos. Esto es síntoma de que, más que la verdad y el bien, se busca el consenso; más que a la escucha, se está atento a la audiencia. La buena comunicación, en cambio, no trata de impresionar al público con un comentario ingenioso dirigido a ridiculizar al interlocutor, sino que presta atención a las razones del otro y trata de hacer que se comprenda la complejidad de la realidad… Escuchar es, por tanto, el primer e indispensable ingrediente del diálogo y de la buena comunicación».
Papa Francisco
Mensaje para la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales, 2022

 P. Romeo Ballan, MCCJ

Lucas 24,46-53
LA BENDICIÓN DE JESÚS

Son los últimos momentos de Jesús con los suyos. Enseguida los dejará para entrar definitivamente en el misterio del Padre. Ya no los podrá acompañar por los caminos del mundo como lo ha hecho en Galilea. Su presencia no podrá ser sustituida por nadie.

Jesús solo piensa en que llegue a todos los pueblos el anuncio del perdón y la misericordia de Dios. Que todos escuchen su llamada a la conversión. Nadie ha de sentirse perdido. Nadie ha de vivir sin esperanza. Todos han de saber que Dios comprende y ama a sus hijos e hijas sin fin. ¿Quién podrá anunciar esta Buena Noticia?

Según el relato de Lucas, Jesús no piensa en sacerdotes ni obispos. Tampoco en doctores o teólogos. Quiere dejar en la tierra “testigos”. Esto es lo primero: “vosotros sois testigos de estas cosas”. Serán los testigos de Jesús los que comunicarán su experiencia de un Dios bueno y contagiarán su estilo de vida trabajando por un mundo más humano.

Pero Jesús conoce bien a sus discípulos. Son débiles y cobardes. ¿Dónde encontrarán la audacia para ser testigos de alguien que ha sido crucificado por el representante del Imperio y los dirigentes del Templo? Jesús los tranquiliza: “Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido”.  No les va a faltar la “fuerza de lo alto”. El Espíritu de Dios los defenderá.

Para expresar gráficamente el deseo de Jesús, el evangelista Lucas describe su partida de este mundo de manera sorprendente: Jesús vuelve al Padre levantando sus manos y bendiciendo a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sobre el mundo desciende su bendición.

A los cristianos se nos ha olvidado que somos portadores de la bendición de Jesús. Nuestra primera tarea es ser testigos de la Bondad de Dios. Mantener viva la esperanza. No rendirnos ante el mal. Este mundo que parece un “infierno maldito” no está perdido. Dios lo mira con ternura y compasión.

También hoy es posible buscar el bien, hacer el bien, difundir el bien. Es posible trabajar por un mundo más humano y un estilo de vida más sano. Podemos ser más solidarios y menos egoístas. Más austeros y menos esclavos del dinero. La misma crisis económica nos puede empujar a buscar una sociedad menos corrupta.

En la Iglesia de Jesús hemos olvidado que lo primero es promover una “pastoral de la bondad”. Nos hemos de sentir testigos y profetas de ese Jesús que pasó su vida sembrando gestos y palabras de bondad. Así despertó en las gentes de Galilea la esperanza en un Dios Salvador. Jesús es una bendición y la gente lo tiene que conocer.
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