¿Eres tú el que ha de venir? Encerrado en la fortaleza de Maqueronte, el Bautista vive anhelando la llegada del juicio terrible de Dios que extirpará de raíz el pecado del pueblo. Por eso, las noticias que le llegan hasta su prisión acerca de Jesús lo dejan desconcertado: ¿cuándo va a pasar a la acción?, ¿cuándo va a mostrar su fuerza justiciera?

Mateo 11,2-11

MÁS CERCA DE LOS QUE SUFREN
José Antonio Pagola

¿Eres tú el que ha de venir?
Encerrado en la fortaleza de Maqueronte, el Bautista vive anhelando la llegada del juicio terrible de Dios que extirpará de raíz el pecado del pueblo. Por eso, las noticias que le llegan hasta su prisión acerca de Jesús lo dejan desconcertado: ¿cuándo va a pasar a la acción?, ¿cuándo va a mostrar su fuerza justiciera?
Antes de ser ejecutado, Juan logra enviar hasta Jesús algunos discípulos para que le responda a la pregunta que lo atormenta por dentro: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro» ¿Es Jesús el verdadero Mesías o hay que esperar a alguien más poderoso y violento?
Jesús no responde directamente. No se atribuye ningún título mesiánico. El camino para reconocer su verdadera identidad es más vivo y concreto. Decidle a Juan «lo que estáis viendo y oyendo». Para conocer cómo quiere Dios que sea su Enviado, hemos de observar bien cómo actúa Jesús y estar muy atentos a su mensaje. Ninguna confesión abstracta puede sustituir a este conocimiento concreto.
Toda la actuación de Jesús está orientada a curar y liberar, no a juzgar ni condenar. Primero, le han de comunicar a Juan lo que ven: Jesús vive volcado hacia los que sufren, dedicado a liberarlos de lo que les impide vivir de manera sana, digna y dichosa. Este Mesías anuncia la salvación curando.
Luego, le han de decir lo que oyen a Jesús: un mensaje de esperanza dirigido precisamente a aquellos campesinos empobrecidos, víctimas de toda clase de abusos e injusticias. Este Mesías anuncia la Buena Noticia de Dios a los pobres.
Si alguien nos pregunta si somos seguidores del Mesías Jesús o han de esperar a otros, ¿qué obras les podemos mostrar? ¿qué mensaje nos pueden escuchar? No tenemos que pensar mucho para saber cuáles son los dos rasgos que no han de faltar en una comunidad de Jesús.
Primero, ir caminando hacia una comunidad curadora: un poco más cercana a los que sufren, más atenta a los enfermos más solos y desasistidos, más acogedora de los que necesitan ser escuchados y consolados, más presente en las desgracias de la gente.
Segundo, no construir la comunidad de espaldas a los pobres: al contrario, conocer más de cerca sus problemas, atender sus necesidades, defender sus derechos, no dejarlos desamparados. Son ellos los primeros que han de escuchar y sentir la Buena Noticia de Dios.
Una comunidad de Jesús no es sólo un lugar de iniciación a la fe ni un espacio de celebración. Ha de ser, de muchas maneras, fuente de vida más sana, lugar de acogida y casa para quien necesita hogar.

José Antonio Pagola
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¿TENEMOS QUE ESPERAR A OTRO?
Inma Eibe

“En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: “Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”” (Mt 11,2).

Puede resultar desconcertante ver a Juan el Bautista, al hombre que anunciaba la llegada de Jesús como el Mesías, mostrando en este evangelio dudas sobre quién es realmente aquel al que anunció como “el que viene detrás de mí y a quien no merezco ni llevarle las sandalias”. Si bien sabemos que el texto está cargado de contenido teológico, la pregunta nos muestra lo que seguramente sucedería en los primeros tiempos del cristianismo. No serían pocas las discusiones entre los discípulos de Juan y los de Jesús, o las dudas existentes en la comunidad mateana. A los judíos, que habían nacido y se habían criado esperando un Mesías diferente, regio y guerrero, no les sería fácil acoger a Jesús como el Esperado de todos los tiempos. El evangelista, como sucedió entonces, nos invita hoy a replantearnos nuestra imagen de Jesús para posicionarnos y dar una respuesta personal ante la pregunta: “¿tenemos que esperar a otro?”.

La liturgia del domingo pasado nos presentaba a Juan anunciando al que venía detrás de él como el que “os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano, aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga” (cf. Mt 3,12)Son imágenes apocalípticas, que contrastan con las acciones que Jesús realiza y que Mateo nos ha ido describiendo a lo largo de los siguientes ocho capítulos hasta encontrarnos con la lectura de hoy. A los creyentes de los primeros tiempos les tuvo que resultar sobrecogedor acoger a un Mesías que no venía portando fuego y bieldo, fuerza y destrucción; sino encarnación, compasión, bondad y consuelo.

Nosotros, tan acostumbrados a ver a Jesús como el hombre bueno que recorrió Galilea sanando, liberando, compartiendo mesa y palabra, abrazando y consolando, no se nos puede pasar la oportunidad de cuestionarnos personalmente para renovar y afianzar nuestra fe en el Dios que se hizo ser humano para compartirlo todo con nosotros. ¿Acogemos en lo más hondo de nuestro corazón a este Mesías o estamos esperando a otro? ¿Cuál es nuestra imagen de Dios? ¿A quién estamos buscando? ¿A quién estamos siguiendo? ¿Con quién nos estamos comprometiendo?

Porque la respuesta de Jesús no deja resquicio a la duda. Jesús se da a conocer no a través de términos abstractos sino de acciones concretas. “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.” Lo que el profeta Isaías anunciaba como futuro (y que hoy leemos en la primera lectura) se hace presente en Jesús. Estos son los signos del Mesías: alivio para quien sufre, acogida para quien es excluido, vida para quien se siente morir, vista para quien se encuentra en penumbras, fortaleza para las rodillas débiles… “¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”, nos dice Jesús. Dichoso quien acoja que este es el Dios de la Vida, aquel que se abaja, se hace niño, se hace carne humana, para acoger en sí el dolor y el sufrimiento de todos. El tuyo, el mío, pero sobre todo, el de aquellos y aquellas que peor lo están pasando en nuestro mundo. Este es el Dios de Jesús y de este modo y no de otro nos convoca a trabajar en su Reino.

Hoy celebramos el “Domingo de Gaudete”, el conocido como el domingo de la Alegría. Pablo en la segunda lectura nos lo recordará: “Estad siempre alegres”Que nuestra alegría se nutra de la Buena Noticia que Jesús nos anuncia: la certeza del amor absoluto del Dios Todoternura que nos saca de nuestras cegueras, invalideces y lepras llevándonos a una vida nueva y enviándonos a hacer lo mismo.
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