Lunes 17 de julio 2023
27/07/1923 27/07/2023. Han pasado cien años desde la división del Instituto comboniano en dos Congregaciones separadas y autónomas. Muchos se preguntarán: ¿Por qué recordar la herida de la división? ¿Por qué conmemorar un acontecimiento doloroso?”. [
Ver anexo]

Centenario de la división del Instituto Comboniano

«“Viribus unitis”, se lograría más rápida y fácilmente la empresa.
Además, todas las obras cuyo objetivo es favorecer a los africanos,
obras todas de Dios, mientras que separadas unas de otras producen
escasos e incompletos frutos, unidas y dirigidas al único fin de implantar
establemente la fe en Africa interior, cobrarían mayor vigor, se desarrollarían
más fácilmente y se volverían grandemente eficaces
para alcanzar la meta deseada». (Escritos 1100)

«El Señor ha pedido la unidad entre nosotros “para que el mundo crea” (Jn 17,21).
El mundo no creerá porque le convenzamos con buenos argumentos,
sino si hemos dado testimonio del amor que nos une.»
(Papa Francisco - Audiencia general del 20/01/2021)

Los superiores generales de 1909 a 1932: P. Vianello Federico (1909-1919) y P. Meroni Paolo (1919-1931) [FSCJ]; P. Lehr Jakob (1923-1932) [MFSC].

Queridos hermanos,
Que un deseo de paz llegue a todos vosotros.

27/07/1923 27/07/2023. Han pasado cien años desde la división del Instituto comboniano en dos Congregaciones separadas y autónomas. Muchos se preguntarán: ¿Por qué recordar la herida de la división? ¿Por qué conmemorar un acontecimiento doloroso?”.

Como Consejo General, elegimos hacer tal recuerdo, e invitamos a todos a hacerlo. Porque 1923 es una fecha que marcó la historia de nuestro Instituto, y sentimos que es nuestro deber y honestidad volver a reflexionar sobre las causas de ese amargo acontecimiento, interrogándonos también sobre los acontecimientos que lo precedieron, que podrían en parte explicarlo, aunque no justificarlo.

Todos estamos de acuerdo en que estar divididos es siempre doloroso, y también una señal de contra-testimonio al Evangelio, especialmente si esa señal proviene de los consagrados a la causa del Evangelio. Al mismo tiempo, el recuerdo puede -y debe- convertirse en una oportunidad para consolidar los cimientos, equiparnos y activarnos para que, en el presente y en el futuro, nunca volvamos a llegar a una situación en la que la separación pueda considerarse una opción viable. Aportar claridad al pasado ayuda a vivir hoy con más serenidad y a afrontar el mañana con esperanza.

Recordar el dolor de la división debe fortalecer en nosotros la indescriptible belleza de la reunificación, del descubrimiento hecho -juntos de nuevo- de nuestro carisma más auténtico, y de la conciencia actual de que ser “uno” nos hace estar más dispuestos a afrontar la misión, a captar su verdadero significado y a aceptar sus implicaciones y sacrificios.

En toda institución existe siempre la tentación, debida a acontecimientos históricos -como, en nuestro caso, la escalada de tensiones entre italianos y austroalemanes durante y después de la Primera Guerra Mundial- de buscar “mi” camino en lugar de “el nuestro”, de trazar el propio camino particular en lugar de seguir el camino decidido en común, de afirmar las propias verdades frente a los errores de los demás...

Pero hoy estamos más convencidos de que la división nunca lleva al enriquecimiento, y nunca libera las mejores energías para convertirse en protagonistas de un verdadero camino de construcción. La división lleva siempre a vivir aislados y replegados en sí mismos, y esto produce empobrecimiento intelectual, cultural, religioso, carismático y misionero.

A menudo se percibe el pasado, ahora lejano, como insondable y, por tanto, irrepetible. Pero no podemos excluir que realidades o situaciones futuras puedan tentarnos con la perspectiva de no vivir juntos. El peligro de repetir un error del pasado está siempre al acecho. Por eso es importante que el Instituto asuma la tarea de transmitir la memoria, porque es indispensable para orientarnos en el mundo y en la Iglesia. Esto implica siempre opciones decisivas, portadoras de conocimientos, de juicios, de valores, de emociones capaces de orientar nuestro presente y nuestro futuro.

Evidentemente, recordar, hacer memoria nunca puede degradarse a una narración retórica que no refleje la complejidad de los hechos. Hacer memoria debe implicar un conocimiento histórico preciso, porque sólo así la anamnesis será útil para conocer verdaderamente el pasado en todos sus aspectos. Y esto se convierte en un compromiso que debe implicar a todos, porque todos queremos seguir dando fuerza e impulso a lo que sucedió en 1969, el “bendito” año en que se decidió iniciar el proceso de reunificación.

Siguió un arduo camino, emprendido por hermanos que, con su humanidad y fragilidad, pero también con un fuerte sentido de la responsabilidad, supieron revisitar, leer, interpretar los desafíos y los grandes cambios de la sociedad y de la Iglesia de la época (véase el Concilio Vaticano II), y luego tuvieron la sabiduría de trazar un camino de comunión que felizmente concluyó en 1979, el “santo” año de la reunificación. Siempre tendremos que estar muy agradecidos a todos los hermanos que creyeron en la reunificación y trabajaron para llevarla a cabo, así como a la Iglesia que siempre nos ha acompañado -con su aliento constante- a lo largo del camino.

En el contexto comboniano de hoy, recordar la herida de la división, recordar la voluntad de volver a estar cerca y colaborar, recordar la alegría de volver a ser “uno”, es fundamental, porque nos permite mantener y preservar nuestra propia identidad. Que la memoria de este retorno a la unidad sea para nosotros una “escuela” para nuestra llamada hoy a vivir la interculturalidad en nuestras comunidades y en nuestro Instituto.

Al hacer memoria -y al preservarla- nadie puede ni debe quedarse solo. Porque la vida y la historia de cada uno de nosotros devuelve valor y reconocimiento a la vida de innumerables hermanos que entregaron su vida, con dedicación y disponibilidad, al servicio de los más pobres y abandonados de la historia.

Nos gusta concluir con una observación sencilla y, esperamos, significativa. A lo largo de nuestra historia han aparecido diversas siglas como nuestros “nombres” propios: FSCJ (Filii Sacri Cordis Jesu), MFSC (Missionarii Filii Sacri Cordis Jesu) y MCCJ (Missionarii Comboniani Cordis Jesu). Dos palabras permanecieron siempre presentes, incluso cuando los dos “sarmientos” de la única “vid” se separaron: Cordis Jesu. Queremos creer que nuestro deseo de volver a ser “uno” y la unificación conseguida fue siempre “una cuestión del Corazón”. ¿Fue realmente nuestra creencia en el Corazón de Jesús, donde el amor trinitario se manifestó en la carne, lo que nos llevó de nuevo a ser mejores testigos de un Dios que es amor, y por tanto comunión, fraternidad, y a anunciar y servir juntos?

Que el Corazón de Jesús nos mantenga siempre unidos.

El Consejo General
Roma, 1 de julio de 2023

Foto de los dos Superiores Generales, P. Tarcisio Agostoni y P. Georg Klose, el día de la reunificación, fiesta del Corazón de Jesús, 22 de junio de 1979, en Roma: