El domingo pasado Jesús nos hablaba de jornaleros. Hoy nos habla de hijos. En el AT, el pueblo en su conjunto, se consideraba hijo de Dios. Jesús distingue ahora dos hijos: los que se consideran verdaderos israelitas y los que los jefes religiosos consideran pecadores. Recordemos que ser hijo significaba hacer en todo la voluntad del padre. Un buen hijo era el que salía al padre. El que dejaba de hacer la voluntad del padre, dejaba de ser hijo. “¿Quién hizo la voluntad del padre?” quiere decir “¿quién es verdadero Hijo?”

 Obras son amores y no buenas razones

Un comentario a Mt 21, 28-32

La lectura del evangelio de Mateo que hacemos hoy sitúa a Jesús en Jerusalén, en claro conflicto con fariseos, escribas y sacerdotes del Templo, es decir, con los representantes de la religiosidad oficial de su tiempo.

Aquellas personas se preocupaban mucho por las apariencias externas, por la exactitud de los ritos y por las palabras que hoy llamaríamos “políticamente correctas”, pero Jesús les recuerda que lo que importan no son tanto las buenas intenciones y las palabras “correctas”, cuanto las acciones.

La sabiduría popular castellana tiene dos dichos que nos pueden ayudar a entender esta parábola de Jesús sobre el hijo que dice que sí, pero no hace lo que le mandan y el hijo que dice que no, pero hace lo que le mandan.

El primer dicho afirma que “las paredes del infierno están construidas con buenas intenciones”.  San Daniel Comboni, primer obispo de África central, decía que temía a las “personas buenas”, que se conforman con buenas palabras, buenos sentimientos y deseos, pero no mueven un dedo para mejorar la situación de los pobres, no hacen nada para ayudar a un enfermo, nunca defienden a un maltratado…

Ciertamente esta enseñanza no nos invita a despreciar las buenas palabras y los buenos deseos, ya que “de lo que hay en el corazón” surgen las buenas o malas acciones. Pero Jesús nos avisa que no basta con eso: las buenas palabras y los buenos deseos, por sí solos, se quedan estériles como el árbol que tiene muchas hojas, pero ningún fruto

El otro dicho popular al que me refiero -“Obras son amores y no buenas razones”- se parece a lo que Jesús dijo en otra ocasión:

“No todo el que dice: Señor, Señor, entra en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21). Y la voluntad del Padre es que todos sus hijos tengan vida en abundancia. Por tanto, si quiero ser hijo verdadero del Padre Dios estoy llamado a realizar acciones de vida, de amor, de justicia.

Hoy es un buen día para preguntarme por mis omisiones: ¿Debería hacer algo más por mi familia, por mis amigos, por mi comunidad, por los pobres? No lo olvidemos: “Obras son amores y no buenas razones”.
P. Antonio Villarino, MCCJ

 “¡Vete hoy a trabajar…!”
Actualidad de la misión

Ezequiel 18,25-28; Salmo 24; Filipenses 2,1-11; Mateo 21,28-32

Reflexiones
Un padre, dos hijos, una hacienda familiar que llevar adelante con el trabajo de todos, haciendo equipo, sin echarse atrás… Es la escena que Jesús presenta en la parábola (Evangelio), con la invitación-mandato a ir a trabajar en la viña. Es decir, para el crecimiento del Reino de Dios en el mundo. Retorna aquí el mensaje del domingo pasado sobre el trabajo en el campo de Dios, la conversión del corazón, la gratuidad del amor y del servicio, la aceptación del plan de Dios Padre… El Señor no se conforma con palabras, se fija en los frutos: “No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21). La palabra de Jesús y el mensaje de la parábola suenan como una fuerte llamada a la conversión, a la coherencia entre fe y obras. Una llamada que aparece evidente en los frecuentes debates-polémicas entre Jesús y los fariseos. Cuando Mateo, algunas décadas después de la muerte y resurrección de Jesús, escribía estos textos, las comunidades cristianas estaban ya formadas principalmente por personas procedentes del paganismo, mientras que la mayoría de los hijos de Israel no había reconocido en Jesús al Mesías prometido, y, por tanto, había rehusado entrar en la viña.

La profecía de Jesús ya se había hecho realidad: “Los publicanos y las prostitutas les llevan la delantera en el camino del Reino de Dios” (v. 31). Esta palabra no da pie a una gradación de mérito o de lugares privilegiados, indica tan solo una precedencia en la disponibilidad y apertura a la novedad de Dios. Jesús no quiere elogiar la prostitución, sino más bien elogiar a quien tiene el valor de cambiar su vida, de convertirse, como la adúltera, como Mateo y Zaqueo. La parábola nos garantiza que nuestro Padre bueno acepta que uno se atrase y necesite tiempo para recapacitar, acoge incluso a aquellos que parecen los más indignos, si creen y se arrepienten (v. 32). Porque Él es un Dios especial, que manifiesta su poder sobre todo con el perdón y la misericordia.

Los dos hijos de la parábola son dos pueblos (Israel y los paganos), son dos corazones con diversas vicisitudes, son dos caras de la misma moneda. En realidad, los dos hijos somos cada uno de nosotros, con nuestros altibajos e incoherencias, en una mixtura de y de No, entre tiempos de fidelidad y de fragilidad, según los momentos y épocas de la existencia… La fe no se limita a un sentimiento interior, conlleva un estilo de vida, listos para cambiar, emprender un nuevo camino. No basta con decirse creyentes, hace falta ser creíbles. Ya a finales del primer siglo cristiano (hace unos 1.900 años), san Ignacio de Antioquía escribía: “Es mejor ser cristianos sin decirlo, que decirlo sin serlo”.

Además de los dos hijos de la parábola con su y No, hay un tercer hijo, que no somos nosotros: es Jesús, Hijo del Padre, que conoce y realiza una sola palabra: el Sí de Dios para la salvación de la humanidad (cfr. 2Cor 1,19; Mt 11,26). El grandioso himno cristológico en la carta de San Pablo a los Filipenses (II lectura) es una contemplación orante del misterio de Cristo Jesús: Él es Dios como el Padre y el Espíritu, pero se anonada, se despoja de su rango, toma la condición de siervo obediente, se humilla hasta la muerte de cruz. Pero Dios lo exalta por encima de todos, hasta el punto de que toda lengua proclame que “Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (v. 11). Cristo no se ha encerrado en sus intereses, ha buscado el interés de los demás (v. 4): Él, el Misionero del Padre, ha entregado su vida por todos; por tanto, todo cristiano, cada misionero está llamado a seguir su ejemplo, asumiendo los sentimientos de Cristo Jesús (v. 5): amor, humildad, compasión, entrega total. Él es el camino de la misión.

La orden del padre a los hijos es clara: “Hijo, vete hoy a trabajar a la viña” (v. 28). Esta escena agrícola está en conexión con otra invitación de Jesús a hacerse cargo de la mies ya madura: “Alcen sus ojos y vean los campos que blanquean ya para la siega” (Jn 4,35). Se trata de una mies abundante, para la cual, lamentablemente, faltan obreros (cfr. Mt 9,37). La orden es clara y plenamente actual: “Hijo, vete hoy…” Es una orden para nuestro tiempo. ¡Es para hoy! Las necesidades son cuantiosas y urgentes: en la Jornada mundial del migrante y del refugiado, (*) al comienzo del octubre misionero y cercanos ya al DOMUND, es fácil identificar la viña de la parábola con el mundo de las misiones, donde el trabajo por el anuncio del Evangelio es proverbialmente inmenso, mientras que las fuerzas disponibles – personas y medios – escasean. La orden de Jesús es semejante a la invitación que el sacerdote dirige a los fieles al final de la Misa: vayan en paz a realizar la misión. En latín se decía: ‘Ite, missa est’, que equivale a: ‘Ite, missio est’; es decir: “Vayan. ¡Es la hora de la Misión! Jesucristo espera de cada uno una respuesta personal, libre, generosa y coherente.

Palabra del Papa

(*) “He decidido dedicar este Mensaje al drama de los desplazados internos, un drama a menudo invisible, que la crisis mundial causada por la pandemia del COVID-19 ha agravado. De hecho, esta crisis, debido a su intensidad, gravedad y extensión geográfica, ha empañado muchas otras emergencias humanitarias que afligen a millones de personas, relegando iniciativas y ayudas internacionales, esenciales y urgentes para salvar vidas, a un segundo plano en las agendas políticas nacionales. Pero este no es tiempo del olvido… Extiendo este Mensaje, dedicado a los desplazados internos, a todos los que han experimentado y siguen aún hoy viviendo situaciones de precariedad, de abandono, de marginación y de rechazo a causa del COVID-19… Se trata de un reto pastoral al que estamos llamados a responder con los cuatro verbos que señalé en el Mensaje de 2018: acoger, proteger, promover e integrar”.
Papa Francisco
Mensaje para la Jornada mundial del migrante y del refugiado, 2020

P. Romeo Ballan, MCCJ

Mateo 21,28-32

POR DELANTE DE NOSOTROS

Un día, Jesús pronunció estas duras palabras contra los dirigentes religiosos de su pueblo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el reino de Dios». Hace unos años pude comprobar que la afirmación de Jesús no es una exageración.

Un grupo de prostitutas de diferentes países, acompañadas por algunas Hermanas Oblatas, reflexionaron sobre Jesús con la ayuda de mi libro Jesús. Aproximación histórica. Todavía me conmueve la fuerza y el atractivo que tiene Jesús para estas mujeres de alma sencilla y corazón bueno. Rescato algunos de sus testimonios.

«Me sentía sucia, vacía y poca cosa, todo el mundo me usaba. Ahora me siento con ganas de seguir viviendo, porque Dios sabe mucho de mi sufrimiento […] Dios está dentro de mí. Dios está dentro de mí. Dios está dentro de mí. ¡Este Jesús me entiende…!».

«Ahora, cuando llego a casa después del trabajo, me lavo con agua muy caliente para arrancar de mi piel la suciedad y después le rezo a este Jesús porque él sí me entiende y sabe mucho de mi sufrimiento […] Jesús, quiero cambiar de vida, guíame, porque tú solo conoces mi futuro».

«Yo pido a Jesús todo el día que me aparte de este modo de vida. Siempre que me ocurre algo yo le llamo y él me ayuda. Él está cerca de mí, es maravilloso […] Él me lleva en sus manos, él carga conmigo, siento su presencia».

«En la madrugada es cuando más hablo con él. Él me escucha mejor, porque en este horario la gente duerme. Él está aquí, no duerme. Él siempre está aquí. A puerta cerrada me arrodillo y le pido que merezca su ayuda, que me perdone, que yo lucharé por él».

«Un día, yo estaba sentada en la plaza y dije: “Oh, Dios mío, ¿será que yo solo sirvo para esto? ¿Solo para la prostitución?” […] Entonces es el momento en que más sentí a Dios cargando conmigo, ¿entendiste?, transformándome. Fue en aquel momento. Tanto que yo no me olvido. ¿Entendiste?».

«Yo ahora hablo con Jesús y le digo: aquí estoy, acompáñame. Tú viste lo que le sucedió a mi compañera [se refiere a una compañera asesinada en un hotel]. Te ruego por ella y pido que nada malo les suceda a mis compañeras. Yo no hablo, pero pido por ellas, pues ellas son personas como yo».

«Estoy furiosa, triste, dolida, rechazada, nadie me quiere, no sé a quién culpar, o sería mejor odiar a la gente y a mí, o al mundo. Fíjate, desde que era niña yo creí en ti y has permitido que esto me pasara. Te doy otra oportunidad para protegerme ahora. Bien, yo te perdono, pero, por favor, no me dejes de nuevo».

¿Qué misterio se encierra en Jesús para tener ese poder en el corazón de las personas? Cómo cambiaría la vida de muchos si le conocieran mejor.

José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com

RECTIFICAR ES MÁS HUMANO
QUE HACER ALARDE DE BONDAD

Jesús acaba de realizar la “purificación del templo”. En el episodio inmediatamente anterior, los sumos sacerdotes y los senadores, preguntan a Jesús con qué autoridad actúa así. Él les responde con otra pregunta: ¿El bautismo de Juan era cosa de Dios o cosa humana? No se atreven a contestar, y Jesús les cuenta esta parábola. Mateo trata de justificar que la comunidad cristiana se apartara del organigrama religioso judío, pero quiere advertir también a la nueva comunidad, que no debe caer en el mismo error.

En este capítulo, siguen las advertencias a la comunidad. Es muy peligroso creerse perfecto. Lo importante es descubrir los fallos y rectificar lo que has hecho mal. La pura teoría no sirve para nada, solo la vida salva. Lo que digamos o lo que proclamemos son palabras vacías, mientras no vayan acompañadas por una actitud vital, que inevitablemente se manifestará en las obras. En el evangelio de Juan, Jesús pone como instancia definitiva sus obras. “Si no me creéis a mí, creed a las obras”.

El domingo pasado nos hablaba de jornaleros. Hoy nos habla de hijos. En el AT, el pueblo en su conjunto, se consideraba hijo de Dios. Jesús distingue ahora dos hijos: los que se consideran verdaderos israelitas y los que los jefes religiosos consideran pecadores. Recordemos que ser hijo significaba hacer en todo la voluntad del padre. Un buen hijo era el que salía al padre. El que dejaba de hacer la voluntad del padre, dejaba de ser hijo. “¿Quién hizo la voluntad del padre?” quiere decir “¿quién es verdadero Hijo?”

Jesús se enfrenta a los jefes religiosos, como respuesta a la radical oposición que ellos le han manifestado. Todos los evangelios dejan clara esa lucha a muerte de las instancias religiosas contra Jesús. Sin embargo, no podemos sacar de estas parábolas argumentos antisemitas.

Las prostitutas y los recaudadores de impuestos, que Jesús pone por delante de los jefes religiosos, eran también judíos; y los primeros cristianos eran todos judíos.

Los fariseos no tenían nada de qué arrepentirse, eran perfectos, porque decían “sí” a todos los mandamientos. Consideraban que tenían derecho al favor de Dios, por eso rechazan de plano, el cambio que les propone Jesús. Como los de primera hora del domingo pasado exigen la paga justa por su trabajo. Para ellos es intolerable que Dios pague lo mismo al que no ha trabajado. No se dan cuenta de que su respuesta es solamente formal, sin compromiso vital alguno. El espíritu de la Ley les importaba un pito.

El escándalo está servido: Para Jesús no hay duda, los que se consideran buenos son los malos, y los malos son los buenos. Los primeros eran lo estrictos cumplidores de la Ley, los segundos ni la conocían, ni podían cumplirla. Los primeros ponían su empeño en el cumplimiento externo de las normas. Los otros buscaban una posibilidad de hacerse más humanos, porque se sabían pecadores. Jesús deja claro cual es la voluntad de Dios, y quién la cumple. Pero Jesús da a entender que tanto los unos como los otros, son hijos.

Los recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino. Es una de las frases más hirientes que pudo decir Jesús a los jerifaltes religiosos. Eran las dos clases de personas más denigradas y odiadas por las instancias religiosas. Pero Jesús sabía muy bien lo que decía. El organigrama religioso-social de su tiempo era represivo e injusto. Que esa situación se mantuviera en nombre de Dios no podía aguantarlo quien había descubierto un Dios, que lo único que quiere es el bien del hombre.

No se alude en el relato a las otras dos situaciones que se pueden dar: El hijo que dice sí y va a trabajar a la viña; y el hijo que dice no, y no va. En estos dos casos no hay posibilidad de equivocarse ni cabe la pregunta de quién cumple la voluntad del padre. Lo que pretende el relato es advertir sobre el engaño en que puede caer el que interprete superficialmente la situación del que dice “sí” y no va; y del que dice “no” pero va.

No debemos engañarnos. La simplicidad del relato esconde una enseñanza fundamental. Como conclusión general, tenemos que decir que los hechos son lo importante, y que las palabras sirven de muy poco. La praxis prevalece siempre sobre la teoría. El evangelio no nos invita a decir primero no y después sí. El ideal sería decir sí y hacer; pero lo maravilloso del mensaje está precisamente ahí: Dios comprende nuestra limitación y admite la posibilidad de rectificación, después de “recapacitar”, dice el texto.

Nuestras actitudes religiosas son incoherentes. Llevamos muchos siglos haciendo una religión de ritos, doctrinas y preceptos. Desde el bautismo decimos “sí voy”, pero nos quedamos siempre en donde estamos. No hay más que ver lo que se entiende por “practicante” para darse cuenta de que no tiene nada que ver con la vida real. Nos estamos yendo cada vez más por las ramas y alejándonos de la raíz del evangelio.

Se nos llena la boca proclamando pomposamente que somos cristianos, pero hay muchos que sin serlo, cumplen el evangelio mucho mejor que nosotros. El fariseísmo se ha convertido en moneda corriente entre nosotros, y damos por hecho que basta hablar del evangelio u oír hablar de él para tranquilizar nuestra conciencia. Hay un refrán que lo expresa muy bien: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”.

En la primera lectura ya se nos dice que ni siquiera los mayores fallos son definitivos. Podemos en cualquier momento rectificar la trayecto­ria equivocada. Los errores cometidos pueden ayudarnos a encontrar el camino verdadero. Somos limitados y tenemos que aceptar esta condición porque es parte de nuestra naturaleza. No podemos pretender, ni para nosotros ni para los demás, la perfección. Cuando exigimos a un ser humano ser pluscuamperfecto estamos exigiéndole que deje de ser humano.

Solo la experiencia me dice qué es lo que me deteriora como ser humano y qué es lo que me enriquece. Cuando damos por absoluta una norma nos anclamos en el pasado y nos negamos a progresar. El gran peligro para esta fijación es creer que Dios nos ha dado directamente esa norma. Desde esa perspectiva se siguen cometiendo verdaderas barbaridades en contra del ser humano. El Dios de Jesús nunca puede ir en contra del hombre; las normas que hemos promulgado en su nombre, sí. Entender la religión como verdades, normas y ritos absolutos, es fundamentalismo puro.

También hoy podemos ir un poco más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tienen valor absoluto. Las obras pueden ser la manifestación de una actitud vital, pero pueden ser reacciones automáticas desconectadas de nuestro verdadero ser, y conectadas solo al interés egoísta. Los fariseos cumplían escrupulosamente todas las normas, pero lo hacían mecánicamente, sin ninguna sinceridad de corazón. No pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos estamos diciendo “no” cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo “sí” con una pasmosa ligereza. La vida es una constante rectificación.

Fray Marcos
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