Jueves, 11 de enero 2024
Hoy es lunes, uno de los días más ajetreados, comienza otra semana en la Casa Familiar Rural, la escuela agrícola en la que estoy dando una mano. Nos ponemos en marcha: a las 7.30, Nete, la cocinera de la escuela, y yo empezamos a hacer la compra de la semana para los 30 alumnos de primer curso; a las 8.15, la compra está hecha. 8.30 h. Llamo al conductor de los dos autobuses para confirmar el transporte de los alumnos, algunos vienen de muy lejos: salen de casa a las 6.00 h, sólo después de 3 horas en autobús llegan a la escuela. En la plaza frente al mercado se reúnen todos, vienen de varias partes de la región, y a las 10 de la mañana un autobús recoge a los chicos y los lleva a la escuela.

La Casa Familiar Rural está situada en medio de una mezcla de “campo y bosque”. Para llegar, hay que atravesar el barrio obrero Jardim de Aulidia, un conjunto de casas todas iguales en el horizonte montañoso, un barrio sardinero a las afueras de Açailândia. Tras pasarlo, te encuentras frente a una casa de adobe, como diríamos nosotros, construida con biomateriales, finalmente rodeada de vegetación.

Ahora sigues por el largo camino de tierra, a ambos lados los pastos se extienden hasta donde alcanza la vista en un sube y baja entre las colinas del valle. A mitad de camino el paisaje cambia, a la izquierda hay un cultivo agroforestal mientras que a la derecha hay una zona de bosque vivo, aún intacto, hasta que, finalmente, frente a ti está la Casa Familiar Rural.

No te imagines una gran escuela como a las que estamos acostumbrados; aquí estudian un máximo de 35 a 40 alumnos a la semana. Es un entorno acogedor, muy rústico, es una “casa-escuela”, con espacios para dormitorios, dos aulas, el gran refectorio con mesas de madera, la biblioteca, la sala de informática y el taller. Y alrededor, espacios verdes gestionados de diversas formas: huerto, jardín frutal, apiario, plantas medicinales, gallinero y pocilga. Todo en función del estudio y el aprendizaje.

Los alumnos de la casa son jóvenes de entre 15 y 19 años que cursan el “ensino medio”, que dura tres años y es el equivalente a nuestro instituto con orientación agrícola. Estos jóvenes provienen del campo, de familias campesinas donde además de hijos constituyen una fuerza de trabajo, por eso en la escuela se utiliza lo que se llama la Pedagogía de la Alternancia, ya que durante el año alternan constantemente una semana en la escuela y una semana en la casa, para no quitarle un apoyo importante al trabajo en el campo, pero también porque a través de estos años de estudio el objetivo es que los chicos y chicas lleven a casa nuevas técnicas y mejoren la agricultura familiar desarrollándola desde una perspectiva Agroecológica.

La particularidad es que se imparten 10 horas diarias de clases: asignaturas básicas y técnicas: desde matemáticas a ganadería, pasando por historia. Un programa intenso entre la práctica y la teoría, una escuela que se convierte en una familia gracias a todo el tiempo que pasan juntos, y se convierte en un hogar porque todos tienen la responsabilidad de mantener limpio este lugar poniendo de su parte.  

Pero esta no es una escuela como las demás: es una escuela que simboliza la RESISTENCIA. Aquí, de hecho, es necesario resistir para sobrevivir a lo que se llama AGRONEGOCIO, es decir, a esos grandes productores de Soja y Eucalipto, que con sus monocultivos invaden, devastan y deterioran el medio ambiente, fomentando la deforestación y el uso de agrotóxicos mediante fumigaciones aéreas. Una herramienta que está matando en pequeñas dosis a las comunidades que aún intentan vivir del campo y de la agricultura familiar.

Quienes eligen venir a esta escuela eligen darle un futuro diferente no sólo a su familia sino también a su comunidad. El objetivo es formar a estos chicos y chicas para que cuiden su tierra a través de métodos de cultivo innovadores capaces de adaptarse al medio sin destruirlo.

Anna e Gabriele,
Laicos Misioneros Combonianos en Brasil