El Evangelio de este domingo nos recuerda que estamos en camino con Jesús hacia Jerusalén. Estar en camino es la condición, el modus vivendi del cristiano. «No tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la futura» (Hebreos 13,14). Somos «extranjeros y peregrinos» (1 Pedro 2,11). Peregrinamos hacia una meta que está delante de nosotros, siempre «más allá». Nunca podemos olvidar esta realidad esencial de la vida cristiana. [...]
¡Confianza sí, superficialidad no!
“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha.”
Lucas 13,22-30
El Evangelio de este domingo nos recuerda que estamos en camino con Jesús hacia Jerusalén. Estar en camino es la condición, el modus vivendi del cristiano. «No tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la futura» (Hebreos 13,14). Somos «extranjeros y peregrinos» (1 Pedro 2,11). Peregrinamos hacia una meta que está delante de nosotros, siempre «más allá». Nunca podemos olvidar esta realidad esencial de la vida cristiana.
En el camino el Maestro tiene numerosos encuentros. Hoy uno le pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Ese alguien podría ser uno de nosotros. En efecto, le llama «Señor». También nosotros consideramos importante esta cuestión. Está en juego, en realidad, nuestra salvación. Veamos cómo responde Jesús a esta pregunta.
1. «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha»
Esperábamos cifras o porcentajes, pero Jesús, como tantas otras veces, se niega a satisfacer nuestra curiosidad. Responder directamente podría alimentar falsas seguridades, por un lado, o infundir miedo y desánimo, por otro. Como profeta, Jesús más bien amonesta a sus oyentes: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán». En el pasaje paralelo de san Mateo leemos: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la encuentran!» (Mt 7,13-14). Por lo tanto, no solo la puerta es estrecha, sino también angosto el camino que conduce a ella.
¿Cuál es la puerta estrecha? La Puerta es Cristo (cf. Jn 10,7.9). Pero, ¿por qué estrecha? Porque pasa por la cruz. Y es estrecha no solo en el espacio, sino también en el tiempo. Es una puerta que tarde o temprano se cerrará. Esta perspectiva hace decir al autor de la Carta a los Hebreos: «Exhortaos los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice “hoy”» (Heb 3,13).
Este pasaje evangélico puede iluminarse más aún con lo que Jesús dice tras la frustrada vocación del llamado joven rico: «¡Qué difícil les resulta a los que tienen riquezas entrar en el Reino de Dios! Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios» (Lc 18,24-25; cf. Mc 10,23-25; Mt 19,23-24). Aquí se habla de pasar por el «ojo de una aguja». Jesús utiliza una hipérbole semítica: una imagen intencionadamente exagerada y paradójica para expresar lo imposible.
Algunos autores han sugerido que Jesús se refería a una pequeña puerta secundaria en las murallas de Jerusalén, llamada «ojo de aguja», tan baja y estrecha que un camello solo podía pasar arrodillado y descargado de su carga. Aunque probablemente se trate de una elaboración simbólica tardía, la imagen es sugestiva. El camello, animal ritualmente impuro, era símbolo de riqueza, comercio y abundancia. Preguntémonos: ¿nuestro «camello» pasará por el «ojo de la aguja»? ¡Solo haciéndose pequeño, arrodillándose y despojándose lo logrará!
2. «No sé de dónde sois»
«Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, y vosotros, quedándoos fuera, empecéis a llamar a la puerta diciendo: “¡Señor, ábrenos!”, él os responderá: “No sé de dónde sois”».
Nos hallamos ante una de las palabras más duras del Evangelio. San Lucas es el evangelista de la misericordia y de la mansedumbre de Cristo, y, sin embargo, aquí Jesús nos sorprende con un lenguaje muy drástico. ¿Cómo conciliarlo con la parábola donde todos son invitados al banquete: «los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos» (Lc 14,15-24)? Buscábamos una respuesta tranquilizadora y, en cambio, el Señor desconcierta nuestras seguridades.
Jesús se dirige a sus contemporáneos, al pueblo de Israel, pero san Lucas piensa en los creyentes de su comunidad, donde se había introducido la dejadez, donde algunos se habían acomodado creyéndose ya «salvados», con pleno derecho a participar en el banquete celestial.
Prestemos atención: Jesús habla de nosotros, que hemos escuchado su palabra, comido y bebido con él en la mesa eucarística. Esto nos recuerda que no basta con participar en la misa o frecuentar los ritos para ser reconocidos por él. Es necesario también reconocerlo en los caminos de la vida: en el hambriento, el sediento, el forastero, el desnudo, el enfermo y el encarcelado (cf. Mt 25,31-46).
Esta palabra de Jesús suena como una amenaza, pero las «amenazas» de Dios están hechas para que nunca se cumplan. Su finalidad es despertarnos de nuestro sopor, recordarnos la seriedad de la vida y el sentido de la responsabilidad. Por tanto, confianza en la bondad y la misericordia de Dios, SÍ. ¡Siempre y en toda circunstancia! Superficialidad, NO. ¡Nunca! No existe un cristianismo barato. La ligereza, el descuido y la presunción de que «todo irá bien» sin más conducen a construir nuestra casa sobre la arena. La humildad y la prudencia, en cambio, la edifican sobre la roca (cf. Mt 7,24-27).
«¡Apartaos de mí, todos los que obráis la injusticia!». ¿Entonces todo ha terminado? ¿Es la última sentencia, irrevocable? Nos queda esta palabra de Jesús: «Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Lc 18,27).
3. «Y mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos»
¡Esperemos sorpresas! Dice san Agustín: «Aquel día muchos que se creían dentro se descubrirán fuera, mientras que muchos que pensaban estar fuera serán hallados dentro». Con estupor, veremos que algunos que considerábamos entre los últimos serán acogidos en el Paraíso con alfombra roja, mientras nosotros nos veremos obligados a hacernos pequeños para lograr pasar por la puertecilla del «ojo de la aguja».
Para la reflexión personal
Meditemos este texto de san Pablo: «Que cada uno mire cómo construye. Pues nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, que es Jesucristo. Y si sobre este fundamento se edifica con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada uno se hará visible; el Día la dará a conocer, porque será revelada con fuego, y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si permanece la obra que uno edificó, recibirá recompensa. Pero si la obra de alguno se quema, sufrirá pérdida; él, sin embargo, se salvará, aunque como a través del fuego» (1 Corintios 3,10-15).
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
¿Cuántos se salvan?
Un comentario a Lc 12, 21-30
Durante la tercera etapa del viaje de Jesús hacia Jerusalén, alguien le hace una pregunta que, al parecer era común en aquella época, como lo sigue siendo ahora en algunos ambientes: ¿Son muchos los que se salvan? La respuesta ordinaria entre los compatriotas de Jesús sería: “Se salvan los judíos que cumplen la ley”. De hecho, incluso algunos decían que los primeros discípulos que venían de la cultura greco-romana, para ser cristianos, tenían que hacerse primero judíos y por eso querían obligarlos a circuncidarse, hasta que San Pablo se opuso rotundamente, diciendo que salva la gracia de Dios y la muerte-resurrección de Jesucristo, no la Ley judía o cualquier otra.
¿Cómo responderíamos nosotros hoy a esa misma pregunta? Algunos dirían que se salvan solo los católicos o los cristianos; otros que se salvan las personas buenas de cualquier religión; otros que se salvan todos; algunos dirían que la salvación no les importa…
¿Que respondió Jesús?
A mí me parece que podemos interpretar las palabras de Jesús en estos términos: la salvación está abierta a todos -“Dios quiere que todos se salve”, dirá más tarde San Pablo -, de Oriente y de Occidente, judíos o no, cristianos o no. Pero para todos es una cuestión seria, que exige emprender la senda estrecha de la conversión al amor y a la misericordia. Cada uno debe hacer su propio camino; no vale acudir a los méritos de nuestros padres, de nuestra nación o de nuestra comunidad religiosa. Cada uno hace su propio camino.
Necesito ser salvado
La salvación puede entenderse a diversos niveles. Por ejemplo, yo puedo necesitar salvarme, liberarme, de una adición que me esclaviza (drogas, alcohol, sexo…); puedo necesitar salvarme (ser perdonado) de un grave pecado que me humilla y me hunde en el abismo de la culpa; puedo necesitar salvarme de mi orgullo y egoísmo y de otras actitudes que me esclavizan; y, en definitiva, necesito salvarme como persona humana con una historia llena de aciertos y fracasos, pero hambrienta de un amor gratuito y firme que sólo Dios me puede dar, aunque yo no me lo merezca, un amor que se hace eterno y definitivo.
En todos esos casos, la salvación (liberación) tiene mucho de don gratuito, ya que “sólo el amor salva”, como dice Benedicto XVI. Pero al mismo tiempo, la salvación requiere que me la tome en serio, que sepa escoger la “puerta estrecha”, que no me abandone a la comodidad o la indiferencia.
Hay algunas puertas por las que no entran las personas demasiado gordas, porque no caben. De la misma manera, cuando nosotros permitimos que nuestro “yo” se infle y se agrande con una vanidad exagerada o una cómoda flojera, no podemos pasar por la “puerta estrecha” del amor, de la misericordia y de la confianza en Dios. Por eso Jesús nos avisa: la salvación no se hereda ni se obtiene por derecho de pertenencia a un determinado pueblo o comunidad.
La salvación exige una cierta “lucha” espiritual, un saber “desinflarse” para dejar que el amor gratuito de Dios nos llene, nos libere y nos dé una vida que dura hasta la eternidad.
P. Antonio Villarino, mccj
CONFIANZA, SÍ. FRIVOLIDAD, NO
Lucas 13,22-30
La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.
Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la “salvación eterna” que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un “final feliz”; otros no quieren recordar experiencias religiosas que les han hecho mucho daño.
Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: “¿Serán pocos los que se salven?” Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones estériles, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?
“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no.
Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el reino Dios y su justicia. De hecho, los que quedan fuera del banquete final son, literalmente, “los que practican la injusticia”.
Jesús invita a la confianza y la responsabilidad. En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la salvación que Dios ofrece a todos.
Jesús termina con un proverbio que resume su mensaje. En relación al reino de Dios, “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.
José A. Pagola