La temática del tercer domingo de Adviento es siempre la venida del Señor y el camino que Él debe recorrer para salir a nuestro encuentro. Todas las lecturas hablan de ello abundantemente y con diversos matices. «¡La venida del Señor está cerca!», repite Santiago en la segunda lectura (St 5,7-10). La Palabra intenta sacudir a los últimos escépticos, indecisos o indiferentes. [...]

La duda: ¿quién se equivocó de camino?

«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Mateo 11,2-11

La temática del tercer domingo de Adviento es siempre la venida del Señor y el camino que Él debe recorrer para salir a nuestro encuentro. Todas las lecturas hablan de ello abundantemente y con diversos matices. «¡La venida del Señor está cerca!», repite Santiago en la segunda lectura (St 5,7-10). La Palabra intenta sacudir a los últimos escépticos, indecisos o indiferentes.

La liturgia de hoy nos invita a despojarnos de los vestidos penitenciales y a revestirnos con los trajes de fiesta. Es el domingo de la alegría: Gaudete, ¡alegraos! Si leemos la primera lectura (Is 35) con un corazón sencillo y dispuesto a dejarse consolar, no podemos permanecer indiferentes ante esta profecía de Isaías. Nos presenta una visión de la realidad que respira alegría, belleza, ligereza y entusiasmo… ¡Un texto de la Escritura donde valdría la pena poner un marcador para volver a leerlo en los momentos oscuros y tristes!

La duda de Juan

En este tercer domingo, Juan sigue presente en escena, pero el contexto cambia radicalmente. Ya no es el hombre libre que grita en el desierto. Está en la cárcel. El rey Herodes (uno de los tres hijos de Herodes el Grande que se repartieron el reino) ha hecho encarcelar al Profeta. Quiere controlar la Voz. Se había vuelto subversiva, una amenaza para su poder. La Voz es sofocada y luego silenciada, pero no domesticada. ¡Permanecerá libre hasta el final!

Pero… aparece un peligro mucho más sutil para la Voz: ¡la duda! En el silencio de la prisión llega el eco de las «obras del Cristo», muy distintas de las que Juan esperaba. Jesús no se presenta con el hacha para cortar el árbol ni con la pala para limpiar su era (cf. el evangelio del domingo pasado). Juan, heredero de Elías, el profeta inflamado por el fuego del celo, parece desautorizado: ¡ni el árbol malo ni la paja son arrojados al fuego! ¡El «día de la venganza» no llega! Y la duda se insinúa.
¿Quién se equivocó de camino? ¿Jesús, que ha llegado por otra vía? ¿O Juan, el maestro de obras, que malinterpretó las instrucciones para preparar el camino? Es una duda inquietante y dramática. Está en juego no solo el sentido de la vida y de la misión de Juan, sino también la identidad misma de Yahvé.

«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»

Palabras extrañas, incluso escandalosas, de una seriedad desesperada —comenta el conocido monje trapense y escritor Thomas Merton—. Jesús responde a los enviados de Juan con el elenco de sus obras:
«Id y contad a Juan lo que oís y veis: los CIEGOS recobran la vista, los COJOS andan, los LEPROSOS quedan limpios, los SORDOS oyen, los MUERTOS resucitan y a los POBRES se les anuncia el Evangelio.»

¡Seis obras! ¿Por qué seis y no siete, el número de la perfección? ¡Falta una obra! ¿Cuál será? El futuro de su misión estaba aún abierto y, por tanto, incierto, y Jesús permanece a la espera de la última Obra del Padre. Y, aunque la conociera, no podría revelarla a Juan: lo habría llevado al desconcierto y a la oscuridad total.
Porque la última Obra será la Cruz, la derrota del Mesías esperado y el triunfo del Amor. Habría sido un escándalo demasiado grande incluso para el Profeta, «el mayor entre los nacidos de mujer». De hecho, también para Jesús, «el más pequeño en el Reino de los cielos», que vino a ocupar el último lugar, el del Siervo, no fue fácil aceptarla: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz» (Mt 26,39).

Nuestras dudas

¡La duda! Es el gusano que puede minar la solidez de nuestra fe. Sin embargo, hay que decir que existen dudas malsanas, que nos paralizan, y dudas saludables, que nos impulsan a la búsqueda y al crecimiento. Y todas ellas pueden convivir en nuestro corazón.

Hay quienes no tienen dudas porque se adaptan a la opinión común transmitida por los medios de comunicación. Otros no tienen dudas porque ven el mundo solo en dos colores: blanco y negro. Tienen ideas claras y distintas: de un lado la verdad, el bien, los buenos; del otro la mentira, el mal, los malos, a los que hay que combatir incluso en nombre de Dios.

Otros dudan de todo y de todos: una duda sistemática. Siempre tienen algo que criticar. Es la actitud de quien se considera juez y espectador de la realidad que le rodea. Es una forma de descompromiso. Otros más están bloqueados por una duda paralizante, incapaces de discernir debido a la complejidad de las situaciones o a la indecisión y al miedo al riesgo.

Sería oportuno preguntarnos si nos encontramos en alguna de estas categorías, porque en ellas la esperanza no puede germinar.

Pero ¿cuál es realmente la duda del Bautista? ¿De dónde procede? Es importante preguntárnoslo. Juan esperaba un mesías que llegara por el camino de la JUSTICIA, un juez que castigara a los impíos y premiara a los buenos. Jesús, en cambio, llega por otro camino: el de la MISERICORDIA. También Juan Bautista estaba llamado a cambiar de camino, a convertirse.

¿No será que también nosotros esperamos al mesías por el camino de la justicia? ¿Que ponga un poco de orden en nuestro mundo y en esta sociedad? ¿Que muestre claramente que «tenemos razón», que estamos del lado correcto? Si es así, el Adviento, de tiempo de esperanza, se convertirá en tiempo de decepción. Por eso Thomas Merton afirma: «Es importante recordar la profunda y, de algún modo, angustiosa seriedad del Adviento».

La bienaventuranza de nuestro tiempo

Jesús concluye su respuesta a Juan con una bienaventuranza:
«Dichoso el que no se escandalice de mí».
Es la décima que encontramos en el Evangelio de Mateo. Quizá sea la bienaventuranza de nuestro tiempo, en el que el cristiano navega contracorriente. Pienso en el debate cultural en curso sobre algunas opciones éticas o en el debate intraeclesial sobre temas controvertidos. Es difícil ver con claridad los contornos de los problemas y vislumbrar soluciones, sin hablar de los escándalos.

Es un tiempo en el que muchos se sienten tentados a abandonar la «Barca», confundidos, heridos, decepcionados, escandalizados… Entonces surge aquella pregunta desafiante que Jesús dirigió a los suyos cuando muchos lo abandonaron después de su discurso en Cafarnaún (Jn 6): «¿También vosotros queréis marcharos?»
Nuestra respuesta no puede ser otra que la de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

P. Manuel João Pereira Correia, mccj

MÁS CERCA DE LOS QUE SUFREN
Mateo 11,2-11
José Antonio Pagola

¿Eres tú el que ha de venir?
Encerrado en la fortaleza de Maqueronte, el Bautista vive anhelando la llegada del juicio terrible de Dios que extirpará de raíz el pecado del pueblo. Por eso, las noticias que le llegan hasta su prisión acerca de Jesús lo dejan desconcertado: ¿cuándo va a pasar a la acción?, ¿cuándo va a mostrar su fuerza justiciera?
Antes de ser ejecutado, Juan logra enviar hasta Jesús algunos discípulos para que le responda a la pregunta que lo atormenta por dentro: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro» ¿Es Jesús el verdadero Mesías o hay que esperar a alguien más poderoso y violento?
Jesús no responde directamente. No se atribuye ningún título mesiánico. El camino para reconocer su verdadera identidad es más vivo y concreto. Decidle a Juan «lo que estáis viendo y oyendo». Para conocer cómo quiere Dios que sea su Enviado, hemos de observar bien cómo actúa Jesús y estar muy atentos a su mensaje. Ninguna confesión abstracta puede sustituir a este conocimiento concreto.
Toda la actuación de Jesús está orientada a curar y liberar, no a juzgar ni condenar. Primero, le han de comunicar a Juan lo que ven: Jesús vive volcado hacia los que sufren, dedicado a liberarlos de lo que les impide vivir de manera sana, digna y dichosa. Este Mesías anuncia la salvación curando.
Luego, le han de decir lo que oyen a Jesús: un mensaje de esperanza dirigido precisamente a aquellos campesinos empobrecidos, víctimas de toda clase de abusos e injusticias. Este Mesías anuncia la Buena Noticia de Dios a los pobres.
Si alguien nos pregunta si somos seguidores del Mesías Jesús o han de esperar a otros, ¿qué obras les podemos mostrar? ¿qué mensaje nos pueden escuchar? No tenemos que pensar mucho para saber cuáles son los dos rasgos que no han de faltar en una comunidad de Jesús.
Primero, ir caminando hacia una comunidad curadora: un poco más cercana a los que sufren, más atenta a los enfermos más solos y desasistidos, más acogedora de los que necesitan ser escuchados y consolados, más presente en las desgracias de la gente.
Segundo, no construir la comunidad de espaldas a los pobres: al contrario, conocer más de cerca sus problemas, atender sus necesidades, defender sus derechos, no dejarlos desamparados. Son ellos los primeros que han de escuchar y sentir la Buena Noticia de Dios.
Una comunidad de Jesús no es sólo un lugar de iniciación a la fe ni un espacio de celebración. Ha de ser, de muchas maneras, fuente de vida más sana, lugar de acogida y casa para quien necesita hogar.

José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com

¿TENEMOS QUE ESPERAR A OTRO?
Inma Eibe

“En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: “Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”” (Mt 11,2).

Puede resultar desconcertante ver a Juan el Bautista, al hombre que anunciaba la llegada de Jesús como el Mesías, mostrando en este evangelio dudas sobre quién es realmente aquel al que anunció como “el que viene detrás de mí y a quien no merezco ni llevarle las sandalias”. Si bien sabemos que el texto está cargado de contenido teológico, la pregunta nos muestra lo que seguramente sucedería en los primeros tiempos del cristianismo. No serían pocas las discusiones entre los discípulos de Juan y los de Jesús, o las dudas existentes en la comunidad mateana. A los judíos, que habían nacido y se habían criado esperando un Mesías diferente, regio y guerrero, no les sería fácil acoger a Jesús como el Esperado de todos los tiempos. El evangelista, como sucedió entonces, nos invita hoy a replantearnos nuestra imagen de Jesús para posicionarnos y dar una respuesta personal ante la pregunta: “¿tenemos que esperar a otro?”.

La liturgia del domingo pasado nos presentaba a Juan anunciando al que venía detrás de él como el que “os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano, aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga” (cf. Mt 3,12)Son imágenes apocalípticas, que contrastan con las acciones que Jesús realiza y que Mateo nos ha ido describiendo a lo largo de los siguientes ocho capítulos hasta encontrarnos con la lectura de hoy. A los creyentes de los primeros tiempos les tuvo que resultar sobrecogedor acoger a un Mesías que no venía portando fuego y bieldo, fuerza y destrucción; sino encarnación, compasión, bondad y consuelo.

Nosotros, tan acostumbrados a ver a Jesús como el hombre bueno que recorrió Galilea sanando, liberando, compartiendo mesa y palabra, abrazando y consolando, no se nos puede pasar la oportunidad de cuestionarnos personalmente para renovar y afianzar nuestra fe en el Dios que se hizo ser humano para compartirlo todo con nosotros. ¿Acogemos en lo más hondo de nuestro corazón a este Mesías o estamos esperando a otro? ¿Cuál es nuestra imagen de Dios? ¿A quién estamos buscando? ¿A quién estamos siguiendo? ¿Con quién nos estamos comprometiendo?

Porque la respuesta de Jesús no deja resquicio a la duda. Jesús se da a conocer no a través de términos abstractos sino de acciones concretas. “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.” Lo que el profeta Isaías anunciaba como futuro (y que hoy leemos en la primera lectura) se hace presente en Jesús. Estos son los signos del Mesías: alivio para quien sufre, acogida para quien es excluido, vida para quien se siente morir, vista para quien se encuentra en penumbras, fortaleza para las rodillas débiles… “¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”, nos dice Jesús. Dichoso quien acoja que este es el Dios de la Vida, aquel que se abaja, se hace niño, se hace carne humana, para acoger en sí el dolor y el sufrimiento de todos. El tuyo, el mío, pero sobre todo, el de aquellos y aquellas que peor lo están pasando en nuestro mundo. Este es el Dios de Jesús y de este modo y no de otro nos convoca a trabajar en su Reino.

Hoy celebramos el “Domingo de Gaudete”, el conocido como el domingo de la Alegría. Pablo en la segunda lectura nos lo recordará: “Estad siempre alegres”Que nuestra alegría se nutra de la Buena Noticia que Jesús nos anuncia: la certeza del amor absoluto del Dios Todoternura que nos saca de nuestras cegueras, invalideces y lepras llevándonos a una vida nueva y enviándonos a hacer lo mismo.
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