Nacido en Ricengo (Crema) el 19 de julio de 1939, a veintinueve años (1968) entró en los Misioneros Combonianos en el noviciado de Gozzano, donde frecuentó el primer año, para pasar después a Sunningdale (Inglaterra), el segundo año. Hizo sus votos temporales en 1970.
Frecuentó los tres primeros años del escolasticado en Roma y el cuarto año en Kitgum (Uganda). Fue ordenado sacerdote el 21 de abril de 1974, por el obispo de Crema, Mons. Carlo Manzania.
El P. Alessandro trascurrió el resto de su vida como misionero en Uganda, en la diócesis de Gulu, la más antigua misión comboniana en Uganda, madre de todas las Iglesias del Norte de Uganda y habitada por el grupo étnico “acholi”. El P. Alessandro trabajó en varios sitios: Namokora, Pajule, Padibe, Awach, Kitgum, Patongo y Opit. Murió en la misión de Opit el 5 de octubre de 2009 en un accidente que le causó un antílope domesticado que por un falso movimiento lo hirió una pierna con los cuernos cortándole una arteria.
Cuando el P. Alessandro llegó a Uganda para acabar su último año de teología, esta maravillosa tierra estaba gobernada por el cruel Idi Amin que, con un golpe de estado, había depuesto al presidente Milton Obote. Después de sucesivos cambios, elecciones trucadas y otros golpes de estado, en 1986 Yoweri Museveni conquistó el poder. Por desgracia la historia de Uganda independiente ha sido marcada y ha sufrido una profunda división entre las poblaciones del Sur, más poblado y materialmente más desarrollado, y las del Norte. Semejante división no se ha resuelto aún. El Norte ha sufrido muchísimo, sobre todo el distrito acholi, donde durante más de 17 años el ejército de Resistencia del Señor (LRA) guiado por Joseph Kony, ha atacado y oprimido incluso a la población civil, sin que las fuerzas gubernativas hayan sabido o querido resolver el problema. Este cuadro general nos ayuda a entender la situación difícil con la que el P. Alessandro y, con él, los misioneros y la gente han vivido.
En su homilía, Mons. Oscar Cantoni, obispo de Crema, dijo: “La vocación misionera lo apresó de tal forma que lo empujó a anunciar el evangelio como ‘misionero de por vida’, en la familia religiosa Comboniana, una congregación nacida en África y para África. Para socorrer a los pobres en sus necesidades el P. Alessandro, en estos años, no tuvo miedo de “extender la mano” hacia parientes, paisanos y parroquias, incluso en nuestra diócesis, donde encontró tanta gente que lo sostuvo con generosidad. Tuvo varias enfermedades, incluso momentos en los que escapó de una muerte segura, en manos de los rebeldes del “ejército del Señor”, que lo secuestraron dos veces, después de haber matado a gente inocente, violentado a mujeres, enrolado forzosamente en su ejército a muchos niños, robados a sus familias. Que el sacrificio del P. Alessandro contribuya a que se realice lo que hasta ayer podía parecer un sueño para África, o sea, que llegue un mundo reconciliado en África todavía deshecha por tantas discordias, divisiones étnicas, sociales y religiosas”.
El alcalde de Ricengo, país natal del P. Alessandro, dirigió a todos los presentes en el funeral estas conmovedoras palabras: “La noticia de su muerte nos cogió por sorpresa dejándonos a todos consternados e incrédulos. Mi pensamiento corrió enseguida hacia su figura, humilde, de gestos discretos y reservados, acompañados siempre de una sonrisa dulce, serena y que daba aliento. Dio su vida a favor de los más pobres. A su amada Uganda dio todas sus energias. Nunca se echó atrás ante nada, nunca perdió el coraje y la esperanza incluso cuando todo parecía perdido. Amó tanto su tierra de misión que eligió permanecer en ella para siempre”.
Mons. Giuseppe Filippi, su provincial desde el 2005, con ocasión del funeral que se tuvo en Opit, recordaba: “Los rebeldes te han parado, secuestrado, maltratado, pero nunca dejaste tu puesto ni tu gente. Compartiste plenamente con ellos la misma suerte y los mismos peligros, cada día durante muchos años, como el buen pastor listo a morir por su grey. Si tu puerta era despanchurrada durante los ataques de los rebeldes, tu la tenías siempre abierta para quienes llegaban a pedirte ayuda. Y esos no solo encontraban tu puerta abierta sino también tu corazón, lleno de compasión y simpatía. Tu solicitud se prodigó especialmente hacia los enfermos de Sida, y para ellos diste lo mejor de ti mismo”.
Podemos terminar con las palabras del mismo P. Alessandro que, cuando la enfermedad ya se había manifestado escribía desde Ricengo: “Estoy tan contento del don de la fe que Dios me ha concedido. Le doy gracias por el don de la oración y de la alegría, que ha impreso en mi corazón y por el don del servicio hacia los más débiles, especialmente hacia los enfermos… Agradezco a todos por haberme ayudado. Pido a todos perdón por lo que os haya podido ofender. Un fuerte abrazo a todos y hasta la vista, algunos pronto, otros más tarde”.