Padre Víctor-Hugo Castillo Matarrita: “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo”

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Viernes, 6 de diciembre 2019
El Padre Víctor Hugo Castillo termina seis años de labor como Padre Provincial en Centroamérica. Antes de terminar su servicio el próximo 31 de diciembre, escribió una carta abierta a los co-hermanos, inspirándose en el versículo de libro de Qohélet (3, 1) “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo…”, y en la cual afirma: “Nuestra joven y discreta Provincia de Centroamérica está llamada a crecer en compromiso misionero”.

Carta del Provincial

“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo”
(Qohélet 3, 1)

Estimados todos,
Inspirándome en este versículo de libro de Qohélet (3, 1) quiero dirigirles esta última carta. Lo que tiene un inicio necesariamente tiene un final: “todo tiene su momento y cada cosa su tiempo”. Así, ha llegado el tiempo y el momento de pasar este servicio a otros. Hay que saber cerrar círculos con la misma lucidez y confianza con la que se abren. Una mirada retrospectiva en el tiempo a veces es necesaria, otras, como la presente, es un deber de honestidad. Pronto, precisamente el 31 de diciembre próximo, se cumplirán dos mil ciento noventa días -o si ustedes prefieren seis años- en el servicio de padre provincial. Es por esta razón que en este momento quiero echar una mirada retrospectiva y observar detenidamente las huellas que quedan marcadas en las páginas de la historia de nuestra presencia misionera en Centroamérica. Cierto, no seré exhaustivo como tampoco me detendré en lo que haya podido haber de negativo. Soy consciente de que lo que nos ayuda a crecer como personas, consagrados y misioneros es siempre lo positivo.

La primera sensación que aflora en mí es aquella de la satisfacción. Sí, me siento satisfecho de lo que, no obstante mis límites y mis resistencias, he podido llevar adelante con la ayuda de todos. Me siento satisfecho del compromiso de mis más cercanos colaboradores en la gestión y administración; del acompañamiento recíproco y humano que hemos tenido como personas. Es importante crear, provocar, hacer nacer entre nosotros un clima de confianza recíproca. Me siento satisfecho del compromiso personal y personalizado que cada uno ha tenido, según sus posibilidades, en el servicio confiado. Quizá dirán algunos, que hubiésemos podido exigir más compromiso y empeño. ¡Sí, es posible! Pero, también es cierto que la pasión es el alma de todo servicio.

Satisfecho igualmente de la organización que la Provincia ha llevado adelante durante estos seis años. La provincia está bien organizada; esto nos lo confió el superior general durante su visita en enero pasado. De esta organización somos todos responsables. Confieso que los documentos capitulares han sido un horizonte importante en este proceso. Satisfecho igualmente porque hemos abordado y profundizado estos documentos con iniciativas variadas y desde perspectivas diferentes; hemos seguido su implementación desde nuestra programación del sexenio.

Es cierto que hemos tenido que luchar para vencer la tentación de la instalación y su máxima recurrente: ¡Para qué cambiar si así las cosas caminan bien! O aquella otra que recita: ¡Yo no estaba aquí cuando se tomó tal o tal decisión! En el fondo es la tentación de pensar que todo comienza con mi llegada y que los que me han precedido no lo han hecho bien. Tentación de destruir para reconstruir sobre las bases frágiles de las propias imperfecciones e incoherencias. Tentación de negar la historia sembrada con el cansancio y el compromiso de muchos, tantas veces desde el silencio.

Agradecido porque, salvo algunas excepciones, me he sentido acogido, apreciado y querido por todos. Mis visitas a las comunidades las quise siempre fraternas. Sin olvidar mi rol de ‘padre provincial’, siempre traté de presentarme como un hermano. Agradezco las críticas que escuché en varios momentos, eso es humano e incluso a veces afirmamos que es ‘normal’, pero de pronto nos damos cuenta de que no podemos permitirnos de normalizar lo que desde el Evangelio no lo es. Sobre todo agradezco los comentarios de estima y aprecio. De verdad que me hicieron sentir muy bien. Mi exhortación con todos siempre la resumí en tres palabras: trabajen, recen y descansen. Me viene de pensar que hoy en día un misionero que trabaja mucho no descansa y reza poco, fragiliza la misión y su anuncio del Reino se debilita. En todo hay que buscar el equilibrio.

Desde los inicios de estos últimos seis años tuve que hacerle frente a urgencias en varios compromisos de la provincia. El sentido de responsabilidad y la comprensión de muchos de ustedes me llevó a asumir de manera contemporánea dos responsabilidades: padre provincial y formador. Algunos quizá no lo entendieron, ¡poco importa! Lo cierto es que fueron momentos que disfruté enormemente y sentía, como no dejo de sentirlo ahora, que estoy viviendo los mejores años de mi servicio misionero. Siento que cuanto más exigente es la misión más soy capaz de dar lo mejor de mí mismo. Estoy satisfecho de cuanto he podido hacer y ser en lo que se me ha confiado. Me siento maduro, sereno y en paz. Y sobre todo con el entusiasmo de seguir sirviendo la misión, el Instituto y la Iglesia.

Quiero agradecer a los muchos jóvenes con los que he hecho camino durante estos años como formador en el postulantado. La satisfacción más grande para mí es aquella de ver el camino que los jóvenes recorren desde la libertad interior fruto de un proceso de encuentro consigo mismos. Esto los ha llevado a tomar una decisión importante, y no me refiero solo a la decisión de continuar el camino con nosotros. Desde los inicios me convencí de que sin un clima de confianza la formación auténtica no es posible. Ese clima de confianza hay que crearlo. Recuerdo que a cada inicio de año formativo a los jóvenes les decía: “yo les ofrezco la libertad y ustedes ponen los límites; o si prefieren yo pongo los límites y ustedes la libertad. ¿Qué eligen?”. El crecimiento se da cuando se toma conciencia de la libertad ofrecida y uno mismo es capaz de poner los límites no por temor sino por convicción y amor a la vocación. ¡Una Libertad sin límites no es auténtica libertad!

A ustedes hermanos escolásticos y novicios que me permitieron caminar y crecer con ustedes desde el postulantado hasta el día de hoy mi más grande gratitud y confianza. Los animo a seguir creyendo y confiando en su vocación misionera y comboniana: Miren el testimonio bueno de nuestros hermanos mayores que nos han precedido, desde Comboni hasta el último que hayan conocido. No pierdan el contacto con su provincia o más aún como decía un gran filósofo hablando del tiempo: “No perdamos nada de nuestro tiempo; quizá los hubo más bellos pero este es el nuestro” (J.P Sartre).

A los laicos combonianos les digo también gracias por el camino recorrido juntos durante estos seis años. La vocación del laico misionero es muy bonita y digna de ser admirada pero sobre todo apoyada. Así, los animo a continuar el proceso de formación y a impregnarse de los rasgos fundamentales del carisma de san Daniel Comboni. Cuando sientan que se están estancando o instalando, ‘salten el muro’ en busca de la pasión misionera olvidada y retomen el camino.

En este recorrido no puedo olvidar el testimonio siempre fresco y jovial que recojo de la experiencia de nuestros hermanos mayores. Ustedes son los combonianos de la primera hora en Centroamérica. Les agradezco el testimonio y la pasión por la misión, por su vocación misionera y por su ministerio: ¡Gracias! Reconozco que a veces me hubiese gustado verlos descansar más y trabajar un poco menos. Pero, poco a poco fui comprendiendo que la ‘madera’ con la que ustedes fueron formados, en sus familias y seminario, los lleva a permanecer siempre con la “lámpara encendida”. Una lámpara sostenida no por manos insensatas. La historia de nuestra presencia en Centroamérica les reconocerá trabajo y sacrificio, pasión y entusiasmo, Evangelio y alegría.

Francisco de Quevedo (1580-1645) gran escritor y poeta español del Siglo de Oro escribía: “Cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, estamos condenando el futuro sin conocerlo”. Entonces, no perdamos de vista el horizonte del presente que nos impulsa a leer con mirada penetrante y honesta el tiempo pasado. Con objetividad leamos lo bueno y lo positivo sin por lo tanto calificarlo de mejor o peor. El presente es lo único que tenemos y con él construyamos el futuro. Nuestra joven y discreta Provincia de Centroamérica está llamada a crecer en compromiso misionero. La experiencia de todos es sin duda una ‘escuela’ de espiritualidad misionera. Es una riqueza. Esto no debemos perderlo de vista, ni olvidarlo.

“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo”

A todos un inmenso gracias. Sigamos sirviendo la misión con alegría en la discreción. La huella más profunda que dejaremos a nuestro paso depende de la honestidad con que vivimos al servicio del Evangelio. San Daniel Comboni nos dé su bendición y acompañe a todos por el camino de su fidelidad: “¡Yo muero pero mi obra, que es obra de Dios, no morirá! Cada uno de nosotros es misión, es la obra de Comboni en el hoy de la historia de nuestra Provincia, del Instituto. ¡Ánimo!

Les pido una oración por mí y por la Provincia.
Con aprecio y estima,
Víctor-Hugo Castillo Matarrita
Padre Provincial