“Ánimo para el presente y, sobre todo, para el porvenir”

Queridos cohermanos,


Me dirijo a vosotros con esta carta, que no tiene ninguna pretensión salvo la de compartir lo que siento personalmente y lo que os he escuchado a vosotros en los encuentros y contactos que hemos mantenido.
Escribo movido también de sentimientos de agradecimiento al Señor por lo que nuestra Familia Comboniana es y hace.
Escribo para interrogarnos con optimismo confiado, aunque sin infravalorar los problemas que afectan a nuestra vida religiosa y misionera.
Con optimismo y sentimientos de agradecimiento nos ponemos juntos en camino hacia la Asamblea Intercapitular, pidiendo a Dios que el encuentro de septiembre sea un tiempo de gracia para el Instituto y la misión.

Con el optimismo de Comboni


Escribo recordando algunos sentimientos de Comboni, presentes en sus escritos. Son sentimientos que debemos apreciar, imitar y vivir.
Son sentimientos de agradecimiento por sus misioneros y misioneras, y de aprecio por su trabajo. Comboni está orgulloso de sus colaboradores y contento de sus obras: “Tengo un gran consuelo al ver a todos los Misioneros y todas las Hermanas siempre alegres y contentos y dispuestos a padecer y morir. Ellos y ellas hablan de hambre, sed, enfermedades y muerte como de cosas bellas. Estoy convencido de que en cuanto a abnegación y espíritu de sacrificio, ninguna misión tiene misioneros tan sólidos como la mía” (E 6751).
Comboni también confía en Dios. Mira al futuro con optimismo, convencido de que la obra que tiene entre manos es querida por Dios. Escribe desde el principio de su misión, en 1866: “Confianza en Dios, toda. Lo que sé de cierto es que el Plan es voluntad de Dios. Dios lo quiere para preparar otras obras de su gloria. Lo que sé de cierto también es que, entre los obstáculos que encontraré, está la circunstancia de los tiempos difíciles (...) Cierto es igualmente que Dios me ha dado una ilimitada con-fianza en Él, de manera que ningún obstáculo me hará abandonar la empresa, y que sin duda, dentro de no muchos años, empezará una nueva era de salvación para África Central”(E 1390).
Estos sentimientos de optimismo de Comboni deben acompañar nuestras evaluaciones y programaciones durante la Asamblea Intercapitular.

Con el primer amor en el corazón


Nuestro Instituto ha escrito páginas de gracia, de sacrificio y de entrega en el libro de la historia de la misión. El pasado del Instituto es un orgullo para Dios y para Comboni. Dios está contento con nuestro Instituto, pero tiene también alguna cosa que sugerirnos. Podemos usar, simbólicamente, algunas palabras del Apocalipsis para describirnos, para decir que Dios ha bendecido lo realizado por el Instituto y que, al mismo tiempo, tiene alguna cosa que echarnos en cara: “Conozco tus obras, dice el Señor. Conozco tu empeño y tu constancia. Eres constante y has soportado mucho por mi nombre, sin cansarte. Pero tengo que reprobarte que has abandonado tu amor primero. Recuerda, por tanto, de donde has caído y realiza las obras de antes” (Ap 2, 2-5).
El Señor nos está diciendo que está bien volver a aquella fuerza original, a aquel amor de antes que sostuvo al Instituto en los momentos más difíciles. El amor y la donación a Dios y a Su misión.
Iniciamos, entonces, nuestra reflexión con la invitación del Señor: ver con serenidad nuestras dificultades y debilidades y, con fe, proponer respuestas de buena voluntad y fidelidad al carisma comboniano.


DIFICULTADES Y PELIGROS

El peligro existe siempre y es fácil que la cizaña crezca en nuestro campo. “Vigilad”, nos dice el Señor. Con realismo y sin perder el optimismo, veamos algunas formas de la cizaña que amenaza con echar raíces en el campo de nuestra familia misionera. O, utilizando términos más actuales, examinemos algunos “virus” siempre al acecho, dispuestos a atacar nuestra misión.

1. Una espiritualidad insuficiente

Es fácil caer en la trampa del ateismo, es decir, trabajar sin Dios o con una espiritualidad poco profunda (cfr. DC ’03, 22). Es fácil construir sobre arena, con el peligro de que todo sea barrido por el primer viento (cfr. Mt 7, 24-27). Comboni nos dice también que es fácil “ser personas precipitadas en el obrar, sin cabeza y sin espíritu” (E 4260).
Recordamos, a este respecto, un episodio significativo en el evangelio de Marcos: “Los apóstoles se reunieron en torno a Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: ´Venid a parte, a un lugar solitario, y descansad un poco’. De hecho, era tanta la gente que iba y venía, que no tenían ni tiempo para comer” (Mc 6, 31).
Quizás, esa actividad frenética nos ha llevado, también a nosotros, a no tener tiempo para detenernos, reflexionar y oxigenarnos espiritual y teológicamente para una misión más evangélica e incisiva. La oración es la primera actividad del misionero. La oración es poner a Dios en el centro de nuestra vida y de nuestro apostolado.
Orar y meditar la palabra de Dios significa permitir que nuestro corazón sea evangelizado, para después ser personas evangelizadoras.

2. Aislamiento de la vida del Instituto

Los individualismos y personalismos (cfr. DC ’03, 74.3) debilitan la vida del Instituto y traicionan los valores de la consagración religiosa. El día de los votos nos consagramos a Dios en una comunidad, con una comunidad. Pero es extremamente fácil olvidar las promesas hechas a Dios y a los hombres.
Los individualismos van también contra el deseo de Daniel Comboni, que nos quería juntos en un cenáculo misionero de fraternidad. “Resplandecer juntos, calentar juntos, revelar juntos, evangelizar juntos” era el sueño de Comboni. Juntos, para Comboni, quiere decir no grupo de personas, sino familia de hermanos y hermanas que viven por el mismo amor: la missio Dei (cfr. DC ’03, 74.4).
El cenáculo (cfr. DC ’03, 35.3), claramente, no es un grupo que está necesariamente siempre junto físicamente, sino una familia apostólica que ama la misión con el mismo corazón y el mismo entusiasmo.

3. Resistencia a la renovación

Renovarse es gracia para la misión (cfr. DC ’03, 51). La formación permanente es amar la misión. Un misionero cansado, no renovado y atrasado hace injusticia a la misión y al pueblo de Dios.
El día del Shabbat era un día de intimidad. No era un día en el que no se hacía nada; era el día en que uno tenía a sus seres queridos para sí, era el día de comunión íntima con Dios en la oración. Un tiempo sabático bien programado y bien vivido significa hacer espacio para el propio crecimiento espiritual, para la intimidad con Dios, con los herma-nos, con la misión. Es también un tiempo propicio para sanar de las heridas causadas, a lo largo de los años, por el traba-jo.



4. Complejo mesiánico

La omnipotencia y omnipresencia son características de Dios, no nuestras. Debemos calcular las fuerzas y recalificar las presencias. El tiempo de las grandes obras monumentales también ha terminado. Hay que decir, así mismo, que quizás dedicarse demasiado a las obras es caer en el peligro de prestar poca atención a las personas.
Las grandes obras, necesarias en el pasado, deben dejar lugar a formas más flexibles, más necesarias y más aceptables, en medio de las nuevas pobrezas y nuevas emergencias. Esto supone la exploración de nuevos modelos y espacios de diakonia, guiados por el principio de la colaboración con la Iglesia local y por las verdaderas exigencias de la gente, con nuevas formas de respuesta a las emergencias en todos los campos.

5. Complejo cultural

“Nos encontramos en una nueva geografía vocacional y sentimos que con ella llega el don de la interculturalidad” (DC ’03, 17). La RV 162.1 nos recuerda que la mayor riqueza del Instituto son las personas. Precisamente porque estamos convencidos de esto y se quiere obrar en este sentido, no podemos eximirnos del deber de denunciar algunas distorsiones que se producen todavía en este campo y que, por comodidad, sintetizamos en el término “complejo de la cultura”. Sin duda, ha habido fallos y los hay todavía en nuestras comunidades. Hay cohermanos, sin embargo, que se abandonan demasiado fácilmente a hechos pasados y victimismos. El pasado se convierte en campo de enfrentamiento y discriminaciones, cuando no, en ocasiones, en una memoria a utilizar “contra”. Eso genera cerrazón recíproca y hostilidad; en un clima tal, la referencia a la propia cultura se usa no como momento para construir y enriquecerse recíproca-mente, sino más bien para recriminar derechos, espacios de responsabilidad, o encargos y justificar actitudes a veces discutibles. Debemos preocuparnos (DC ’03, 74.7), porque todo esto no ayuda a arraigar el carisma en la cultura ni a hacer pertenecer la cultura al carisma. Es decir, no se crea identificación y sentido de pertenencia. Es un campo a analizar con cuidado para favorecer y valorar la atención a la persona y a su identidad cultural, la belleza y el enriquecimiento de la creatividad de los nuevos cohermanos (cfr. DC ’03, 18). Es importante, al mismo tiempo, evidenciar también la “cizaña” sembrada por quienes, de diversas maneras, querrían utilizar la cultura para no entrar en discusiones o, peor aún, para poder hacer lo que les place. La cultura “santificada” es signo de otros malestares que hay que localizar y curar.
El “preciosismo cultural” constituye, por lo tanto, un límite a la respuesta-compromiso vocacional de la persona a Dios y a la Misión.

6. Tendencia a la misión fácil

Es una característica comboniana: la misión en primera lí-nea, entre los más pobres. Es triste notar la tendencia a huir de la misión difícil y necesitada. Se observa, así mismo, una fuga de ciertas zonas difíciles, especialmente en África, pensando en una misión más fácil (cfr. DC ’03, 36-37).
Volver a la misión difícil y de sacrificio es vivir el carisma comboniano.
Misión es también fidelidad al lugar y fidelidad al tiempo. Con demasiada facilidad se abandona el lugar de trabajo durante períodos prolongados y no justificables. Se nota también poca disponibilidad a ir donde se es enviado o donde hay verdaderamente necesidad. El falso diálogo lleva siempre a escogerse el puesto de misión y a estar poco disponibles para ser enviados donde se piensa que haya verdadera necesidad. Escogerse “la misión” no siempre es un derecho. Podrías ser incluso señal de comodidad personal en nombre de una interpretación egoísta de la atención a la persona.


7. Debilidad en la obediencia

Se ha advertido que en los Documentos Capitulares 2003 no aparece la palabra “obediencia”. Eso, a pesar de que todo el tono de los documentos habla de obediencia evangélica: obediencia a Dios, obediencia a la misión, obediencia a la comunidad, obediencia a la propia vocación, obediencia a los pobres, obediencia a los superiores y obediencia a la obediencia.
Hoy, a quien ejercita el ministerio de autoridad, se le pide una carga pesada e incómoda. Por esa razón, quien sirve en la autoridad tiene necesidad de creatividad, cooperación y responsabilidad por parte de todos.
En otras palabras, tenemos la necesidad de crecer todos en el espíritu de obediencia, comunión y sentido de pertenencia a la provincia y delegación, al Instituto y a la misión. Estamos todos llamados a vivir la obediencia en un modo concreto y maduro, evitando actitudes de individualismo, personalismos o autosuficiencia, a veces con el único propósito de “castigar al superior”.
El grado de madurez de un consagrado se puede ver en su capacidad de obediencia, de comunión y colaboración con los cohermanos y con toda la comunidad. Obedecer es entregarse por el bien de todos. Lo contrario de la obediencia no es la desobediencia, sino falta de confianza, de donación, de responsabilidad. Es falta de madurez vocacional y, sobre todo, falta de presencia en el cenáculo de apóstoles.

8. Pobreza un poco cómoda

Estilo de vida y cercanía a los pobres son los temas más subrayados en los Documentos Capitulares (cfr. DC ’03, 34-36). Nuestro ser consagrados hace nuestra la opción hecha por Cristo, opción por la solidaridad, disponibilidad, providencia y cercanía a los últimos y abandonados. Nuestro anuncio, no debemos olvidarlo, se desarrolla en un mundo concreto, desagarrado por las divisiones; en un mundo donde el abismo entre ricos y pobres se hace cada vez más profundo.


PRIORIDADES - URGENCIAS - RESPUESTAS

Presentamos algunas urgencias y prioridades sentidas por el XVI Capítulo General y por el Consejo General. Son prioridades sentidas también a nivel provincial y de delegación y continental. Las prioridades pueden llevar a visiones y propuestas que querremos examinar juntos. Las prioridades manifiestan deseo de renovación, de renacimiento. Está claro que renovarse no significa ajustar o poner piezas nuevas en vestidos viejos. Toda renovación, todo renacimiento exige ruptura. “Ruptura: esta es una palabra que llena de ansiedad a quien es custodio de la normalidad, del status quo, porque existe una errónea equiparación entre romper y destruir. Ruptura no significa no continuidad, sino búsqueda de un plano distinto de actuación: capacidad de ruptura significa capacidad de hacer nacer” (Testimoni n. 12, 2004). En otras palabras: no cortar las raíces a la planta, sino podarla para tener frutos más abundantes.
Proponemos algunas sugerencias sobre urgencias y prioridades que consideramos importantes con la sola intención de favorecer la reflexión en el camino de cada provincia o delegación y continente.

9. Lectura sapiencial

Es el momento para una lectura sapiencial del camino de estos años. Por eso es prioritario volver a la palabra de Dios, volver al Evangelio y a la Regla de Vida (cfr. DC ’03, 52.1). Los problemas y los desafíos son demasiado grandes para que la respuesta se pueda encontrar solamente en una en una valoración, en una lectura que parta exclusivamente de un examen sociológico, psicológico y humano. Debemos tomarnos una pausa, en compañía del Evangelio, que nos permita profundizar.
Todos los Institutos han hecho lecturas e intentado renovaciones y puestas al día. Todos han hecho programas y re-escrito reglas, redactado documentos para todos los sectores. Y, a pesar de eso, vivimos en un momento de inseguridad e incomodidad: las normas y los Capítulos Generales deben ser asimilados por todos. Hay que profundizar: una Regla de Vida o un Capítulo General no se asimilan si no se asimila el Evangelio. El paso no es de la Regla de Vida o del Capítulo General al Evangelio, sino al contrario.

10. Recalificación espiritual

Todos deseamos volver a poner a Dios en el centro de la vida religiosa, para que la vida religiosa haga visible el Evangelio. Todos deseamos regenerarnos, volviéndonos a la palabra de Dios y a la verdadera tradición teológica y espiritual. El verdadero apóstol busca una espiritualidad que crea anhelos de santidad: la verdadera santidad nace de la misión y se transforma en don para la misión (cfr. DC ’03, 54.1).
Está claro que muchas cosas, aún habiendo tenido un pasado glorioso, han llegado a su final y, por lo tanto, debemos entrar sin más en la fase de regeneración de nuestra espiritualidad: escoger a Cristo y al Evangelio como única razón de vida y de “servicio” apostólico. Dios quiere retomar para sí a este Instituto; lo quiere todo para él, para una misión específica comboniana (cfr. DC ’03, 54.2-4).

11. Recalificación de los compromisos
(DC ’03, 30.1-2)
La divergencia entre compromisos y personal continúa y cada día se hace más preocupante. Desde hace tiempo, los compromisos superan a nuestras fuerzas. El proceso de revisión y recalificación es irreversible y debe ser prioritario en las programaciones.
Una tarea que no puede esperar es reprogramar el Instituto, las provincias y las delegaciones, rediseñar y recalificar nuestras presencias en línea con nuestro carisma y según las opciones y criterios sugeridos por el XVI Capítulo General.

12. Vida comunitaria
(cfr. DC ’03, capítulo IV)
La comunidad no es obra nuestra, sino de Dios y solamente puede ser acogida como don: “Quien la hace un proyecto suyo destruye la comunidad en lugar de construirla” (Bonhoeffer).
Dejar que la vida fraterna favorezca el individualismo significa dejar crecer el tumor en el cuerpo del Instituto y condenarlo a muerte.
Un religioso que lleva adelante solo su vida, siempre ausente de la mesa fraterna, de la mesa de la colaboración y de la mesa eucarística, se separa de la fecundidad de la propia vocación.
La Iglesia misionera tiene necesidad de comunidades vivas que sean una llamada a la gracia del vivir juntos. La vida misionera encontrará en la comunión y en la unidad caminos inéditos por los cuales vale la pena aventurarse.

13. Formación
(cfr. DC ’03, 63-64)
Creemos que ha llegado el tiempo para una revisión total de nuestro sistema formativo. Creemos que nuestro sistema formativo no responde ya a las exigencias de las nuevas generaciones y que son necesarias nuevas estrategias pedagógicas y evangélicas.
El sistema formativo no consigue dar una respuesta a las problemáticas que el conjunto de las diversas culturas presenta. Señales concretas nos dicen que el Instituto debe creer en los jóvenes y prepararles para la misión con una mejor calidad misionera.
La formación debe formar creyentes: creyentes en Dios y en su Evangelio; creyentes en el hombre y en su cultura; creyentes en la misión como única pasión de la vida; creyentes en el sueño de Dios, un sueño que lleva a crear, atrever-se, desafiar y entregarse sin reservas.

14. Internacionalidad

Es un camino de gracia que debemos continuar (cfr. DC ’03,52.5). Es un camino irreversible, que nos compromete a acoger con gratitud el don de Dios de los cohermanos, de la riqueza que suponen para el Instituto, promoviendo el crecimiento y la responsabilización gradual en todos los sectores. La internacionalidad es uno de los testimonios que el mundo de hoy necesita más particularmente.
Pero, sin duda, esta gracia de la internacionalidad, si no se administra bien, podría transformarse en una carga pesada. Hay que decir inmediatamente que la internacionalidad no es un medio para aumentar en cantidad y salvar al Instituto de la extinción. La internacionalidad genuina no entra en el juego de la supervivencia. Un Instituto no crece sólo con números, sino con calidad. Un Instituto puede incluso des-aparecer. Lo importante es que haya cumplido bien su misión. La internacionalidad debe ser símbolo de la Trinidad: diferencia e igualdad al mismo tiempo. El congregavit nos in unum se convierte en escuela de amor, de fraternidad y de misión evangélica. La vida comunitaria internacional va contra el pecado de la torre de Babel; es decir, negar la diversidad, la pluralidad. Es pecado encerrarse en una sola lengua o cultura para evitar el esfuerzo de vivir y comprender la diversidad. La internacionalidad debe convertirse en Pentecostés, es decir, celebración de las diversidades reconducidas a unidad de Espíritu. Vivir la internacionalidad no es fácil. Debemos continuar con la conciencia de que el otro será siempre distinto y debemos amarlo como tal. Amarse y vivir la fraternidad aún cuando no se consigue entender al otro.
Es un desafío, como un desafío es amar y vivir el futuro del Instituto, un Instituto completamente nuevo, recreado por una nueva geografía vocacional, regenerado en las nuevas generaciones.

15. Ministerio de la autoridad

Todos estamos llamados a coordinar el Instituto. Debemos ayudarnos pensando en el bien del Instituto, evitando encerrarnos en la propia provincia o delegación y fosilizarnos en problemáticas locales, a veces menores y pasajeras. Los consejos provinciales y continentales son “ojos vigilantes y corazón abierto” al verdadero camino que el Instituto debe recorrer. A este punto, el Consejo General siente la exigencia de encontrarse aún más a menudo con todos los provinciales y delegados y piensa convocarlos alguna vez más.
No podemos reducirnos a esperar un Capítulo General para afrontar los problemas. Encontrarse, ahora, es de extrema importancia porque juntos podemos escrutar constantemente, evaluar, leer la realidad y proponer nuevas metas.
El estilo de gobierno se ha visto ya obligado a grandes cambios de sentido y prioridad. De corresponsabilidad y proyección: ya no vigilantes de la disciplina y partidarios de la sumisión, sino guías para el discernimiento (cfr. DC ’03, 99.5); no más pilotar para salvaguardar normas, leyes y tradiciones, sino para ser inspiradores de iniciativas valerosas; para ser garantes de un diálogo eficaz, participado y no estrangulado por el centralismo o por el verticalismo. Juntos podemos ser más capaces de riesgos y de sabia creatividad.
La fragilidad que estamos sufriendo en tantos sectores puede ser el regazo de una gran fecundidad. Si permanecemos unidos en este momento de dificultad y cambio, podemos prepararnos a nuevas etapas de gracia para la misión.

16. Ratio Missionis: en camino todos juntos

El proceso de la Ratio Missionis, ya en camino, quiere ser exactamente esa lectura sapiencial de la vida del Instituto, de su actividad y de los diversos ámbitos en que nos movemos. Se ha trabajado mucho de un Capítulo General a otro y la renovación no ha llegado. Incluso ha habido una desobediencia a los Capítulos Generales. Y la desobediencia, con el tiempo, se paga cara. ¿A qué se debe esto? Quizás al hecho que ciertos procesos humanos tienen un recorrido lento y hace falta simplemente tener paciencia; o bien, al hecho que hemos fallado en algo y es necesaria una corrección del rumbo. Cada Capítulo General hace análisis clínicos: desde hace tiempo observamos que de cada Capítulo General sur-gen los “mismos análisis clínicos”, las mismas enfermedades. Se ha tratado de concluir o que los Capítulos Generales no han hecho bien los análisis, no han identificado bien las enfermedades, o que las medicinas propuestas no han surtido efecto.
Estamos todos de acuerdo en que el nuestro es todavía el tiempo del silencio, de la escucha, de la reflexión. Continuamos trabajando (¡faltaría más!), pero recordamos que, por ahora, no es el hacer lo que cuenta. Por ahora, cuenta comprender lo que Dios quiere de nosotros. Todos juntos.
La Ratio Missionis tiene un objetivo: no llegar a un documento, sino reflexionar, evaluar y compartir. La meta de nuestro camino es reconfirmar la misión y reconfirmar el carisma comboniano. Para esto es necesaria una lectura desde la base, profundizando e interrogándonos: quiénes somos, cuántos somos, dónde estamos, qué hacemos, y cómo hacemos eso que hacemos.
La Ratio Missionis tiene un método: debe convertirse en un proceso de formación misionera permanente en cada provincia y delegación. Es importante saber implicar a todos para renovar nuestra espiritualidad misionera, para poner combonianidad en nuestra evangelización, para poner contemplación en nuestra acción y misión en nuestra formación y animación.
La lectura sapiencial de la realidad, hecha mediante el pro-ceso de la Ratio Missionis, podría llevarnos a la exigencia de un Capítulo General especial. Quizás, después de treinta y cinco años, el Espíritu nos dice que ha llegado el tiempo de un Capítulo General profético. Un Capítulo General que nos lleve a morder el polvo y a ensuciarnos verdaderamente las manos para llegar a “cambios que verdaderamente cambien”. Demasiadas veces, por amor a la concordia, por amor al se-ha-hecho-siempre-así, la profecía de un Capítulo General evapora en propósitos generales, en eslóganes rimbombantes, pero distantes de la realidad de la misión, de los sufrimientos de la gente y de las verdaderas necesidades del Instituto.
Así se continúa viviendo fuera de la historia con el peligro de caer en el juego ridículo de “cambiarlo todo para no cambiar nada”.


CONCLUSIÓN

La misión – lo hemos dicho a menudo – es salir, estudiar tácticas, renovar metodologías y programas de apostolado. Pero es, sobre todo, creer. ¿Pero creer en quién, en qué?
Creer en Dios que escoge a sus apóstoles: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he escogido a vosotros y os he constituido para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca”, dice el Señor (Jn 15,16).
Creer en nuestra vocación: Dios nos ha dado el privilegio de la vocación misionera. Debemos, por tanto, creer en el Dios que cree en nosotros y que, con humildad divina, ha manifestado tener necesidad de nosotros para continuar su obra en el mundo.
Creer en la misión, en el servicio que se nos ha pedido, en la tarea que nos ha sido confiada. Y la misión es un servicio de amor y donación total: “Nadie tiene mayor amor que éste: dar la vida por sus amigos”, dice el Señor (Jn 15,13).
Creer en el Instituto. El Instituto es cenáculo misionero querido por el Espíritu; es “fuerza sagrada para la Misión de Cristo”. El Instituto es ayudante del Espíritu, protagonista de la misión y, por tanto, tiene una vocación que le viene de Dios para garantizar la continuidad de la misión.
Amor al Instituto es, entonces, amor a la acción misionera. Creer en el Instituto es creer en la comunión de las provincias y delegaciones, del pueblo de Dios y de la Iglesia.
Creer en Comboni. Es creer en Comboni, que estaba convencido de que su obra era de Dios: “Mi obra no morirá”, dijo ante tiempos humanamente frágiles, ante su propia muerte, seguro de que un proyecto de Dios sigue adelante con Dios. “El apóstol –escribe Comboni– suda no para sí, sino para la eternidad; no busca su propia felicidad, sino la de sus semejantes. Sabe que su obra no muere con él, que su tumba es cuna de nuevos apóstoles; por eso sus pasos no siempre son a la medida con sus deseos, pero sí lo necesariamente prudentes para asegurar el éxito de la redentora empresa” (E 2171).
Creer en Comboni no es un simple imitar a Comboni. Hay un solo Comboni y no puede ser clonado, y nosotros no estamos llamados a ser una mala fotocopia de una gran figura de la evangelización. Comboni no esperaba que sus misioneros estuvieran hechos a su imagen y semejanza. Quería sólo misioneros con profundo amor. Cuando Comboni veía amor por la misión, era capaz de redimir y canonizar a sus compañeros (cfr. E 6851). También para Comboni, la misión exigía una donación total, ad vitam: “El más feliz de mis días será aquel en que podré dar la vida por vosotros” (E 3159).

Queridos hermanos, más que escribir, he querido hablar con el único deseo de compartir con espontaneidad lo que sentimos como Consejo General.
Y como Consejo General, estamos siempre a la escucha y agradecidos por la colaboración, las sugerencias y ayuda para coordinar, caminar y acompañar la vida del Instituto.
Que San Daniel Comboni nos acompañe y bendiga mientras nos encaminamos hacia la Asamblea Intercapitular. Y que nuestro encuentro de septiembre sea gracia para nuestra misión.

Junto a los Asistentes Generales, os mando a cada uno un saludo de estima y afecto fraterno.


1 enero 2006
P. Teresino Serra, mccj
Superior General

P. Teresino Serra - 1 enero 2006