“Con inmensa gratitud les invito a entrar contemplativamente en el triduo pascual para renovar nuestro espíritu, nuestro cuerpo y todo lo que somos con la gracia de Jesús Resucitado quien nos ha llamado a convertirnos en discípulos suyos en un mundo que no necesita de jueces sino de testigos fieles, alegres; de misioneros movidos por una fe que está al origen de la humanidad nueva que todos soñamos”, es el deseo del Superior General y su Consejo.

 “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que quien crea en él no muera,
sino tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por medio de él.

(Jn 3,16-17)

Queridos hermanos,

En estos días en que nos disponemos a celebrar la Pasión y la Muerte y la Resurrección del Señor, tal vez ocupados en el ministerio que nos permite ser testigos de primera mano de este misterio, las palabras de san Juan seguramente resonarán con fuerza en nuestros corazones y nos moverán a la gratitud, pues es lo único que puede corresponder al amor infinito del Padre por nosotros.

El Padre nos ha entregado su Hijo para que vivamos en él y de él, de manera que su amor no se interprete como un hecho solo de palabras que se pierden en el tiempo. El Padre nos ha regalado a su Hijo para que de él tengamos la vida que no se acaba y para que en él seamos salvados.

En estos dos versículos de san Juan se encierra todo el misterio de nuestra vocación misionera. El Dios de la vida se ha dado en su Hijo para que toda la humanidad goce de esa vida eternamente y a nosotros nos toca sencillamente ser anunciadores y testigos de este gran don. No podríamos haber recibido bendición y responsabilidad más grande.

Con inmensa gratitud les invito a entrar contemplativamente en el triduo pascual para renovar nuestro espíritu, nuestro cuerpo y todo lo que somos con la gracia de Jesús Resucitado quien nos ha llamado a convertirnos en discípulos suyos en un mundo que no necesita de jueces sino de testigos fieles, alegres; de misioneros movidos por una fe que está al origen de la humanidad nueva que todos soñamos. Porque esta es la hora de Dios para nuestro mundo.
Felices Pascuas de Resurrección

P. Enrique Sánchez G., mccj
y Consejo General