Sábado, 26 de septiembre 2015
Cada seis años nos toca hacer toda una serie de procesos de discernimientos en los que el Espíritu Santo nos invita a colaborar con El  para seguir avanzando en nuestra tarea de cumplir y desarrollar la vocación a la que el Señor nos ha llamado como misioneros combonianos. Soy consciente de que todo un Capítulo Genera sigue adelante y que el próximo año será el tiempo para que todas las circunscripciones del instituto elijan una vez más sus líderes. No escribo para influenciar a nadie, sino casi como haciendo un ejercicio sofista que clarifique a las generaciones antiguas e instruya a las nuevas generaciones sobre cómo participar en un ejercicio de elecciones dentro de la congregación. Las opiniones de este escrito ya las tenía en el ordenador desde hace años, pero sólo ahora he sacado el tiempo para organizarlas por escrito lo mejor que he podido. [Por P. Tomás Herreros Baroja, en la foto, en Kenya].

 

 

P. Tomás H. Baraja,
misionero comboniano.

 

En los meses después de la entronización del Papa Francisco, algunas revistas publicaron una entrevista que el jesuita Antonio Spadaro le hizo.

En dicha conversación Jorge Mario Bergoglio se sinceraba y abría su mente y corazón acerca de temas que mostraban su visión de Iglesia, del sacerdocio y de su propia persona. Decía que un elemento importante de la espiritualidad Ignaciana en el “el discernimiento de espíritus” es cuando la persona logra reconocerse pecador. No un pecador cualquiera, sino una persona que reconoce sus pecados, su fallos y sus propias debilidades. Una persona que se pregunta a sí mismo: ¿Qué he hecho por Cristo? Que estoy haciendo por Cristo ahora? ¿Qué más puedo hacer por El?

Cuando nos hacemos ese tipo de preguntas, demostramos que estamos en un proceso real de conversión. Esto significa que desde ese momento, la persona se está poniendo a disposición del Reino de Dios. Claro está para bien de adquirir la conciencia de ser pecadores necesitamos aceptar nuestros fracasos, y reconocer que no hemos cumplido nuestras promesas y cómo nos hemos escabullido de nuestros juramentos.

El discernimiento es un instrumento importante de la de la espiritualidad Ignaciana y un elemento clave en nuestros sistema formativo. Así mismo debería ser una herramienta a utilizar más a menudo cuando nos toca tomar decisiones. Discernir no es solamente un ejercicio intelectual, debe ser conclusivo, y llevarnos a conclusiones que pongamos en práctica y que sean posibles de realizar; no solamente plausibles –porque con frecuencia presentamos decisiones que son puros buenos deseos-.

En la entrevista el Papa confiesa cuando era superior provincial de los jesuitas en Argentina era joven (36 años) y como joven no pudo evitar cometer errores porque se tuvo que enfrentar a situaciones complicadas que superaban sus capacidades. ¡Que humildad! Y aceptaba que algunas de aquellas decisiones no estuvieron a la altura de las circunstancias en las que estaban bajo la dictadura militar de entonces. Hay que ser valeroso para aceptar fallos del pasado que tuvieron repercusiones trágicas; pero para cuando lo reconocemos resulta que es como el agua que ya ha pasado por debajo del puente, y ya no se puede hacer nada para corregir los errores.

Alentado por la siceridad del Papa Francisco, reflexioné sobre nuestros procesos de discernimiento y me di cuenta de que incluso cuando los superiores son los que tienen la mayor responsabilidad cuando se toman decisiones trascendentales, el hecho es que todos estamos involucrados en esos procesos, porque empiezan desde el momento en que elegimos a los superiores (el término superior, líder, responsable, administrador, etc no tiene connotaciones de superioridad, sencillamente indica “autoridad” que significa capacidad de decidir y la posibilidad de obligar a cumplir). Nuestros superiores tienen el mandato de decidir en fidelidad al carisma. También pueden imponer esas decisiones, pero el mejor sistema de liderazgo es aquel inspira, propone y atrae (Cf. RV 35.5; 106,107).

En la vida consagrada de la iglesia, la autoridad recae sobre personas que han sido elegidas por los miembros de la circunscripción que les toca dirigir. Esto significa que todos los co-hermanos juegan un papel importante a la hora de determinar quién tiene que ser el líder y cómo será su dirección pues su persona condiciona el modo de ejercerlo. En el mundo de la política civil ese tipo de gobierno se llama democracia, en la iglesia se prefiere denominar “sinodal”. El término implica que las visiones y opiniones de la mayoría fijan la dirección del timón que dirige la barca, que es la congregación. Así pues, la mayoría decide cómo ha de evolucionar el carisma (se supone que en fidelidad al carisma original y al mismo tiempo adaptándolo a las tiempos y a las necesidades de los miembros y de los destinatarios del carisma). Documentos presentados por el magisterio de la iglesia, textos propuestos por teólogos y misionólogos, el testimonio de gente santa y de profetas influye en nuestro razonar, pero no deciden.

Generalmente, el sistema sinodal de decidir no puede ser profético, ni magistral, ni autoritario. Un gobierno profético manda gracias a que el profeta inspira y atrae. Un gobierno magistral lo hace mediante instrucciones que son aceptadas porque los súbditos respetan a la persona que decide, porque él sabe más y mejor (sin que eso quiera decir que lo sabe todo). Un gobierno sinodal manda por consenso. Un gobierno autoritario manda obligando a cumplir sus decisiones porque se ajustan a las normas del grupo (tal y como hacen los jueces en los juzgados).

Los miembros de un sínodo son delegados de aquellos que los han elegido. Por lo tanto, antes de involucrarnos en el proceso de elegirlos necesitamos examinar qué saludable está nuestra identidad personal con el carisma al que el Espíritu de Dios nos ha llamado, en nuestro caso el carisma de San Daniel Comboni. Tal y cómo el P. Jorge Mario Vergoglio hizo reflexionando sobre su pasado.

De todos modos, además de esas consideraciones hay otros temas que influyen en nosotros a la hora de votar: fidelidad al carisma comboniano del candidato, partencia a cierto grupo del candidato, sentimiento de amistad hacia el candidato, percepción de pertenecer a la misma generación, un candidato que no me moleste. Así pues, cinco serían los elementos que influyen nuestro criterio de juicio: fidelidad, pertenencia, gusto, identidad y madurez (reflejada en el carácter, la experiencia y la santidad).

El voto que emitimos es privado y confidencia. Sin embargo, también ha sido parte de nuestra tradición permitir realizar reflexiones comunitarias para confirmar las cualidades del líder ideal para el momento. Cuando se ha hecho ese ejercicio terminamos describiendo un superior que parece un super héroe, un santo de un calibre que difícilmente encontramos. Ese tipo de ejercicio es encomiable y a veces necesario. Sin embargo no llega a solucionar nuestros dilemas, porque solo cuando seamos conscientes de los mecanismos que condicionan nuestras decisiones y prioridades estaremos a la altura de hacer elecciones genuinas delegando autoridad en una persona que lidere, no alguien que se deje llevar por la opinión de la mayoría. Eso ocurre así porque cuando queremos llegar a acuerdos basados en el consenso lo más fácil es aceptar el denominador común menos exigente. En matemáticas el orden de factores no altera el producto, pero en un proceso de elección sí. Basta reflexionar si pongo como cualidad primordial que sea persona que lidere, o que sea alguien de mi generación, o que sea un amigo que me agrada, etc.

A este punto, si queremos involucrarnos en un proceso genuino de elecciones, necesitamos sincerarnos con nosotros mismos como lo hizo el Papa Francisco e intentar descubrir cuáles han sido mis fallos personales a la hora de cumplir con el carisma. También es necesario tener en cuenta los retos de nuestras circunscripciones y comunidades. Necesitamos reconocer qué tipo de relación tengo con los co-hermanos que aparecen como candidatos. Y hemos de hacer ese ejercicio como un espectador que mira un cuadro desde lejos para no perderse en detalles insignificantes. Solo de ese modo abarcaremos toda la panorámica, del pasado y del futuro, y tomaremos decisiones con responsabilidad. Este “nosotros” implica a todos. Y es precisamente por eso que apelo al concepto de “responsabilidad corporativa”.

Responsabilidad corporativa

De una manera sucinta diré un plebiscito genuino necesita seguir tres pasos: Purificación de intenciones, actualización del carisma, y fe en el futuro.

1. Clarificación de intenciones y purificación de errores pasados

En este ejercicio descubrimos qué saludable está nuestra fidelidad a la vocación que el Señor nos dio y que tal fieles hemos sido al carisma. Para evitar consideraciones teóricas basta con que toque las heridas que me han hecho (puede que hayan cicatrizado o que estén frescas), mis frustraciones personales, mis rencillas con co-hermanos, mi descontento con la evolución de la institución, mis quejas sobre cómo he sido tratado por los líderes de la institución. Si no somos concretos y claros en esos asuntos, al ejercitar nuestro derecho de voto en vez de elegir, podemos buscar revancha. Y eso significa un paso atrás no hacia adelante.

Es cierto que tanto los individuos como las instituciones se equivocan. Pero por la razón que sea parece ser que resulta fácil señalar con el dedo a las personas equivocadas, y al mismo tiempo disculpar el modus operando de las instituciones. Dos ejemplos en los que me tengo mis dudas que hayamos sido fieles al Espíritu: la destinación de nuestras fuerzas juveniles, y la elección de superiores mayores.

Destinación de las fuerzas juveniles

La comprensión del término “joven” ha cambiado desde 1988 cuando se aprobó nuestra Regla de Vida (aunque casi todos su contenido ya había sido preparado en 1979)- En aquel tiempo, los jóvenes co-hermanos terminaban su formación alrededor de los 26 años de edad. Hoy en día, el promedio es de 32. En aquel tiempo, pocos eran los co-hermanos que llegaban a una vejez de 80 años; hoy son muchos los que superan los 90. Las generaciones adultas de aquellos años habían crecido en la comprensión de que los misioneros tenían que ser hombres adustos y de una salud indeleble para poder soportar dificultades de todo tipo (el clima, las enfermedades, las incomodidades). Los jóvenes de hoy también comparten esos ideales pero poniendo más hincapié en temas como compartir la vida con los pobres y defender a los oprimidos. Temas que quedan englobados en la famosa frase “los pobres y más abandonados”.

De entonces acá, la medicina ha dado pasos agigantados, vivimos más años y nos recuperamos con más rapidez de las enfermedades. La fórmula carismática “pobre y abandonados” sigue inspirando, aunque todavía resulte confusa. De cualquier modo, cualquiera que sea la comprensión, sí hay expectativas comunes respecto a los jóvenes se quiere que sean valerosos, entusiastas, fervorosos, energéticos. Y puesto que esas deben de ser las características de los más jóvenes pueden cuadrar mejor en la vanguardia de los compromisos pastorales del instituto. Creo que debemos al Espíritu de Dios lo mejor de nosotros y de la congregación. Cómo ayudar a la institución a permanecer sana y fuerte y al mismo tiempo dedicar lo mejor de nosotros a la vanguardia y a las periferias existenciales continúa siendo un gran desafío. También hay que considerar que, según parece, las generaciones anteriores a 1968 estaban más convencidas de su compromiso de por vida hacia el Señor que las generaciones que han venido después, cualquiera que sea su origen cultural.

La institución corre el riesgo de centrarse demasiado en sí misma preocupada en su supervivencia. Cuando esto ocurre el instituto se convierte en estéril, como una joven mujer que se preocupa tanto de la esbeltez y belleza de su cuerpo que se olvida que como tal una de sus funciones es la de generar vida. Y para cuando quiere concebir ya es demasiado tarde y se le han terminado las oportunidades.

Continuidad en las planificaciones y en las administraciones

Solemos aceptar fallos personales, pero a las instituciones les resulta muy difícil hacer lo mismo. ¿Quién sería el responsable de hacerlo? ¿Cómo se haría correctamente? Los libros de Esdras y de Ester nos muestran cómo al mencionar la culpa del pueblo de Israel lo hacen en primera persona plural, ellos mismos se incluyen entre los que se han equivocado y se han alejado de Dios y de sus planes. Recientemente, varios papas han reconocido públicamente los pecados de la Iglesia, pero lo han hecho en tercera persona, como si el asunto no les atañera personalmente. En nuestro caso, y que conste que no tengo ninguna autoridad para disculpar a nuestra congregación, me parece que nos hemos equivocado a la hora de mantener continuidad en la planificación del instituto y de las provincias.

En la preparación de los planes sexenales que todos hacemos, sí parece que logremos continuidad, pero en la elección de superiores mayores y de sus consejeros no tanto. Bien que en la gran mayoría de casos los superiores provinciales son re-elegidos para su segundo mandato. Sin embargo, en algunas provincias se prefiere, renovar por completo todo el consejo provincial. A nivel de dirección general, me parece un error la práctica de los últimos veinticinco años en la que siempre se ha renovado completamente a la dirección general (aunque los secretarios han continuado). Ese cambio total se puede interpretar como que hicieron su trabajo bien y lo terminaron, como que, por el contrario, no estuvieron a la altura de las circunstancias. A juzgar por algunos comentarios, me da la impresión que algunos de esos cambios se hicieron en reacción a decisiones controvertidas que tomó la dirección general y que no gustaron a los votantes, lo que no quiere decir que tales decisiones no estuvieran bien hechas, y ciertamente siempre fueron bien intencionadas.

Cuando hay que elegir superiores mayores buscamos la persona ideal, tal y como se ha explicado arriba, pero también hay que tratar que los resultados de las elecciones no trastornen el buen funcionamiento de otros servicios igualmente importantes en el instituto y en la pastoral directa. Porque, gracias a Dios, disponemos de personas que son muy emblemáticas en su ministerio y cuyo modo de hacer marca diferencias. El hecho que dichas personas no llegan a ser superiores mayores no las hace menos transcendentales. Precisamente por eso, considero que a la hora de elegir hemos de intentar no disturbar demasiado los servicios que ya funcionan bien. En este campo, me parece que ha habido muchos formadores que fueron elegidos superiores mayores, y ex-provinciales que fueron nombrados formadores, mientras que las cualidades para ser buen formador o buen provincial son diferentes, aunque tengan elementos en común.

Apelando a la “responsabilidad corporativa”, hay que tener en cuenta la edad y la experiencia de aquellos llamados a funciones de autoridad. La edad influye en la percepción de la realidad. Igualmente refuerza o limita las energías personales. Por eso casi es mejor asignar a los más jóvenes puestos en la pastoral directa más que de autoridad. No porque sean menos capaces que los más viejos, sino porque sus cualidades al servicio de la evangelización directa estarían más en sintonía con los objetivos del carisma.

Tal y como se ha mencionado arriba, la comprensión de lo que es juventud ha cambiado, y las percepciones culturales de los co-hermanos influye en la apreciación de juventud y de madurez. Veamos, antes se entendía que la juventud terminaba a los 25 años y con el matrimonio. Ahora parece ser que el límite serían los 35 y sin ninguna referencia al estado civil. En estos tiempos, los llamados jóvenes en la congregación rondan los cuarenta. Y es que vivimos más tiempo, y nuestras capacidades vitales se deterioran más lentamente. Es por eso que hay que cambiar los paradigmas a la hora de administrar esos dones de Dios con sabiduría. La iglesia institucional nos da algunas lecciones: Generalmente, los obispos son nombrados entre las edades de 45 a 60; los papas alrededor de los 70. Los obispos tienen que dimitir a los 75 (diez años más de lo que hasta ahora era la edad para entrar en pensión en las sociedades occidentales), y sin embargo hay dimisiones que no son tramitadas justo porque se juzga que esa persona es todavía válida, fuerte y hace un buen trabajo.

2. Actualización del carisma al presente

¿Quién tiene que hacerlo?

El charisma de Comboni evoluciona, se adapta a los tiempos y a las necesidades de la misión. En realidad son los miembros del instituto los que hacen dicha adaptación. Hay una evolución práctica y otra teórica. La teórica se hace mediante los documentos públicos que preparan nuestros líderes. La práctica aparece por su cuenta en el modo concreto que tenemos de vivir el carisma. Eso sí, existe el peligro de que abra una brecha entre la teoría y la práctica. El mejor modo de compaginar ambas evoluciones está en la formación: la básica y la permanente. De ahí el valor que tienen los co-hermanos encargados de esas actividades formativas.

Los formadores son nombrados por los superiores mayores. Los superiores mayores son elegidos por todos los co-hermanos. La Regla de Vida determina quienes tienen derecho a voz pasiva y a voz activa. De cualquier modo, a mí no me acaba de convencer la práctica de que co-hermanos en votos temporales tengan voz activa en las elecciones de superiores mayores, razones: la compresión del carisma, la identificación con el carisma, la perservancia en el instituto.

Comprensión del carisma: Nuestra formación de base dura mucho. La asimilación de los valores carismáticos no es automáticamente proporcional a la duración de la formación. La metodología que se aplica condiciona la comprensión. Y las actitudes individuales aumentan o disminuyen la comprensión profunda del carisma.

Identificación con el carisma: Nuestros candidatos antes de la primera profesión están con nosotros por al menos seis años. Esto parece un periodo largo para crecer en el sentido de pertenencia. Sin embargo hay que considerar, ¿es suficiente? ¿De verdad nuestros co-hermanos se sienten identificados con la congregación? (respecto a la identidad tampoco podemos olvidarnos otras generaciones, muchos hemos oído el comentario “esta no es la congregación en la que hice los votos”). ¿Sobre qué personas y sobre qué valores fundamento mi identidad comboniana? ¿Está arraigada en el Señor y en Comboni?

Perseverancia en el instuto: Al final de los noventa, cuando la persevancia de los co-hermanos parecía frágil y era como si hubiéramos tocado fondo, pensé que quizás era arriesgado confiar a los co-hermanos en votos temporales la responsabilidad de decidir quienes tenían que ser los líderes de las circunscripciones. Me preguntaba si los cinco años de introducción al carisma comboniano eran suficiente para asimilar y apropiar sus características. Se muy bien que no era el único que se hacía esas conjeturas y que dudaba sobre la sabiduría de la Regla de Vida 119.1; 150) que trata sobre los derechos a voz pasiva y voz activa de los co-hermanos inmediatamente después a la primera profesión. Pensaba, ¿No es mejor esperar a que hagan los votos perpetuos? Al menos durante los cuatro años de votos temporales hubieran profundizado el carisma y crecido en su identidad, hubieran madurado en el, tal y como lo explica la RV 97, gracias a la vida en comunidad, a la oración, al estudio y al ministerio. Claro está cuando se nos confía participar en la toma de decisiones quiere decir que se os considera maduros para ello, y es decidiendo que también maduramos. De todos modos, ¿no resulta demasiado arriesgado para circunscripciones con muchos jóvenes depender de ellos en estas decisiones transcendentales? Claro que el entusiasmo y optimismo de los jóvenes debería ayudar a decidir con valentía. Sin embargo, dado que el índice de perseverancia en la congregación y en otros compromisos no ha mejorado, ¿el criterio utilizado en los ochenta es válido hoy?

3. Fe en el futuro y en sus protagonistas: Discriminación positiva.

Allá por el año 1978, cuando la Regla de vida se confeccionaba, la edad media de los que hacían la primera profesión era 19 años, hoy es 26. En aquel tiempo de los co-hermanos en votos temporales 60% eran europeos, hoy es un 4% (el último catalogo muestra: 84% africanos, 4% europeos, 10% americanos). Los padres de la Regla de Vida eran optimistas, la crisis de perseverancia ya existía, pero se pensó que pasaría pronto… justo porque ellos pertenecían a las generaciones de los 50 y 60, y ellos permanecían firmes contra viento y marea.

En el ejercicio de nombrar personal adecuado para posiciones clave o elegir superiores mayores, intentamos considerar las capacidades personales: la edad ideal, experiencia humana, energías vitales, espiritualidad, carácter, etc. También evaluamos cuales son las necesidades del momento. E intentamos que nuestras amistad y nuestros gustos no nos influyan en demasía.

Con frecuencia elegimos personas que ya han demostrado con anterioridad su idoneidad; pero actuando así cerramos las puertas a nuevos talentos que se ven depravados de la oportunidad de probar sus capacidades y su santidad. Para bien de romper esa tendencia que muestra miedo y recelo, necesitamos utilizar “discriminación positiva”.  Por otra parte también ocurre lo contrario, que a veces elegimos a alguien que es completamente nuevo para dar una sacudida a la institución y que así cambie de rumbo, basándonos en el principio “probar para ver”. Una congregación que actúe así muestra su grado de desesperación.

De cualquier modo, creo que no podemos amilanarnos y recelar del método “discriminación positiva” porque con frecuencia nuestros prejuicios y nuestras viejas alianzas nos ciegan. Siendo así no podemos ver las cualidades de nuevos talentos. El modo de destruir esa tendencia es precisamente confiriendo a nuevas generaciones liderazgo. Sin discriminación positiva difícilmente las minorías tendrán acceso a puestos de importancia y cualidades personales encomiables se quedarán sin explotar adecuadamente.

Conclusion

No creo que sea necesario cambiar las reglas que rigen los procesos de elecciones para posiciones clave en la congregación. Pero tampoco podemos poner trabas al Espíritu Santo. Por eso que creo que nos puede ayudar ser conscientes de ciertos mecanismos que influyen nuestras decisiones para que así podamos liberarnos de ellos. No soy ni sociólogo ni sicólogo, mejor así para no escribir un tratado, pero puede que estas consideraciones introduzcan a los jóvenes al proceso de elegir y a comprender por qué las cosas son como son. Necesitamos apuntar a lo que es mejor para el conjunto no para intereses particulares. Todos sabemos bien que no porque un equipo de football tenga buenos delanteros va a ganar siempre. Los punteros necesitan del apoyo de la media y de la defensa. Así debe de ser cuando intentamos ser más eficaces en nuestro ministerio y ser más fieles al carisma comboniano con autenticidad.
P. Tomás Herreros Baroja