Jueves, 24 de marzo 2016
Deseamos a cada uno de ustedes que esta Pascua sea un verdadero paso a una vida nueva, fundada en el encuentro transformador con Cristo. El encuentro vivo con Jesús el Cristo, muerto y resucitado por la vida del mundo, es la fuente de nuestro ser misioneros combonianos. Es de esta experiencia fundante que brota nuestra vocación: ser en las fronteras testigos y profetas de relaciones fraternas, basadas en el perdón, la misericordia y la alegría del Evangelio. Siguiendo las huellas de Daniel Comboni, alcanzamos las periferias del sufrimiento entre los más pobres y no evangelizados. Este es el horizonte de nuestra misión. En la foto, el Consejo General: P. Tesfaye Tadesse Gebresilasie; P. Jeremias dos Santos Martins; P. Rogelio Bustos Juárez; P. Pietro Ciuciulla; y Her.no Alberto Lamana Cónsola.

 

 

QUE VAYAN A GALILEA,
ALLÁ ME VERÁN


Queridos hermanos
Si la resurrección de Jesús aconteciera hoy, como tuvo lugar hace 2000 años, estaría de inmediato en internet y en los periódicos: “Un muerto ha resucitado en Jerusalén”. Y los periodistas se pondrían manos a la obra para explicar como un cierto judío de nombre Jesús, conocido por muchos por el bien realizado, ha sido condenado a muerte y crucificado. Luego, sin dar muchas explicaciones, dirían que corren voces que ha resucitado, después de permanecer un breve periodo en el sepulcro, en un jardín fuera de la ciudad. Posiblemente hablarían de sus discípulos, que lo abandonaron después de haberlo acompañado por tres años por los caminos y senderos de la Palestina. Un acontecimiento extraordinario, inédito, que, después de pocos días de ser noticia de primera página, desaparecería de los encabezados de los periódicos porque otros hechos tomarían la delantera.

Sin embargo, aquel acontecimiento de la Resurrección de hace dos mil años se repite hoy ante nuestros ojos. Jesús, el Señor resucitado es la Buena Noticia, quizá no tanto en los periódicos sino en la vida de los pueblos y de la Iglesia, de nuestro Instituto y en la vida de cada uno de nosotros. Jesús resucita a pesar de las “pruebas contrarias” y las noticias de violencia y guerra, hambre y pobreza, que desfilan todos los días ante nuestros ojos. Y no sólo las noticias en las pantallas de la TV, sino las situaciones concretas que nos toca vivir cada día y que hacen llorar al Dios de la vida y a cada uno de nosotros. Jesús, hijo de Dios e hijo del hombre, resucita de nuevo, no sólo en Jerusalén, sino en todo el mundo, también en los lugares más recónditos, entre la gente humilde y sencilla, desconocida por los grandes noticieros de nuestros días. Jesús resucita en nuestras casas, en nuestras comunidades, en medio de los pueblos con los que realizamos nuestro peregrinar, a veces largo y fatigoso, por los caminos del mundo. Jesús resucita aún sobre todo en los lugares y circunstancias inesperadas, en las barriadas de las grandes ciudades y en las “periferias existenciales” de nuestro mundo. Jesús remueve de nuevo la piedra del sepulcro en todo lugar en que se repiten gestos de salida hacia los otros, de atención a aquellos que sufren, de preocupación por aquellos que son extranjeros, inmigrantes, refugiados o en busca de asilo político. Es ahí que la vida suprime la muerte y una sonrisa de esperanza renace en el rostro de la gente, reflejo del rostro de nuestro Dios.

Y nosotros somos testimonios de varias y únicas esencias de Jesús vivo, porque él nos precede en los caminos de la misión como la zarza ardiente y luminoso. Él sigue repitiendo hoy las palabra dichas a las mujeres que lo buscaban en el sepulcro: “no teman; vayan a anunciar a mis discípulos que vayan a Galilea: allá me verán” (Mt 28,10). Ir a Galilea quiere decir ir sin miedo para recomenzar allá donde había estado el primer encuentro con Cristo, donde se había encendido el fuego de la vocación; releer nuestra historia a la luz de la Resurrección; mirar el mundo y nuestro servicio misionero desde las periferias, la “Galilea de las gentes”; redescubrir, “ver” al Resucitado en medio a los pobres y a los no evangelizados, aquellos que son considerados deshechos e incómodos en nuestra sociedad. Como los discípulos, después de haber hecho la experiencia del encuentro con el Resucitado, después de haber visto, estamos llamados a anunciar: “lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manos han tocado, o sea el Verbo de la vida porque la vida se ha hecho visible, nosotros la hemos visto y de eso damos testimonio y les anunciamos la vida eterna, que estaba junto al padre y se ha hecho visible a nosotros… eso les anunciamos para la alegría de ustedes sea completa” (1Jn 1,1-4).

Como Consejo General, en primer lugar, deseamos profundamente que cada uno busque la manera de ser consciente de la presencia del Resucitado en su vida, dedicando tiempo a la reflexión y a la oración. Que cada uno pueda sentir y ver de nuevo el Resucitado en su vida personal y en su encuentro con la historia de los pueblos entre los cuales vive. Cada acontecimiento pequeño o grande de nuestra jornada y de nuestro trabajo, también aquellos que comportan malestar y sufrimiento, pueda ser transformado en evento de gracia y de vida nueva. En segundo lugar, que cada uno de nosotros, a través del encuentro con el Resucitado, pueda renovar o recuperar el gozo de ser misionero comboniano y redescubrir a la luz de la Resurrección la belleza de nuestra vocación misionera: “Una vida donada a Jesús y a su pueblo es una vida bella, una vida que da alegría” (DC 2015, 4).

Deseamos a cada uno de ustedes que esta Pascua sea un verdadero paso a una vida nueva, fundada en el encuentro transformador con Cristo: “El encuentro vivo con Jesús el Cristo, muerto y resucitado por la vida del mundo, es la fuente de nuestro ser misioneros combonianos (RV 21,1). Es de esta experiencia fundante que brota nuestra vocación: ser en las fronteras testigos y profetas de relaciones fraternas, basadas en el perdón, la misericordia y la alegría del Evangelio. Siguiendo las huellas de Daniel Comboni, alcanzamos las periferias del sufrimiento entre los más pobres y no evangelizados. Este es el horizonte de nuestra misión” (DC 2015, 1).

“Este Corazón adorable, divinizado por la hipostática unión del Verbo con la humana naturaleza en Jesucristo Salvador nuestro, exento por siempre jamás de culpa y exuberante de toda gracia, no conoció un instante desde su formación en que no palpitase del más puro y misericordioso amor por los hombres. Desde la sagrada cuna de Belén se apresura a anunciar por primera vez la paz al mundo: niño en Egipto, solitario en Nazaret, evangelizador en Palestina, comparte su suerte con los pobres, invita a que se le acerquen los pequeños y los desdichados, conforta y cura a los enfermos, devuelve los muertos a la vida, llama al buen camino a los extraviados y perdona a los arrepentidos; moribundo en la Cruz, en su extrema mansedumbre ruega por sus mismos crucificadores; resucitado glorioso, manda los Apóstoles a predicar la salvación al mundo entero” (Escritos 3323).

Felices Pascuas de parte del Consejo General
15 de marzo 2016