Jueves, 10 de enero 2019
Este mensaje nuestro pretende animar a cada uno de vosotros y a cada una de nuestras comunidades a afrontar con alegría y fuerza el nuevo tema de la formación que se nos propone para este año 2019. Estamos seguros de que los frutos de este camino pueden ser abundantes, para ser testigos de la nueva humanidad en un contexto en el que parecen prevalecer el aislamiento, las sospechas y el rechazo del otro precisamente porque es diferente. (El Consejo General)

CARTA DE PRESENTACIÓN
DEL AÑO DE REFLEXIÓN SOBRE LA INTERCULTURALIDAD

"Así, pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va  levantando hasta formar un templo consagrado al Señor.  Por él también vosotros entráis con ellos en la construcción, para  ser morada de Dios, por el Espíritu.
(Ef. 2, 19-22)

Este mensaje nuestro pretende animar a cada uno de vosotros y a cada una de nuestras comunidades a afrontar con alegría y fuerza el nuevo tema de la formación que se nos propone para este año 2019. Estamos seguros de que los frutos de este camino pueden ser abundantes, para ser testigos de la nueva humanidad en un contexto en el que parecen prevalecer el aislamiento, las sospechas y el rechazo del otro precisamente porque es diferente.

1.  Nuestro Capítulo General de 2015, para hacer realidad el sueño de nuestra vocación, ha elegido varios instrumentos, entre los cuales algunos temas de reflexión para cada año.

El Consejo General en su "Guía para la actuación del XVIII Capítulo General y Programación de las actividades" ha elegido el tema de la interculturalidad para este año 2019.

Es un tema muy importante para nosotros, pero también se subraya su importancia a nivel eclesial, porque muchos otros Institutos y Organizaciones eclesiales ven su urgencia. Y a nivel de la sociedad en su conjunto: frente a los retos de los viajes por trabajo, el turismo y la migración, muchos documentos son producidos por organismos e instituciones.

2.  Para nosotros es un tema de formación permanente. No nos limitamos a la reflexión teórica, profundizando el significado de las palabras: internacionalidad o multiculturalidad, interculturalidad, etc...

Tema de la formación permanente significa que nos ayuda a leer nuestra experiencia, el descubrimiento y redescubrimiento de este don que forma parte de nuestro carisma, y su potencial; de los desafíos que vivimos: las alegrías y las tensiones, las dificultades y las riquezas que experimentamos al hacer fructificar este don. No nos conformamos con la superficialidad, ni nos conformamos con vivir o aceptar pasivamente la realidad de la interculturalidad como si fuera algo que nos sucediera por casualidad.

La reflexión, la oración y el compartir a varios niveles sobre este tema nos deben llevar a compromisos concretos, que pueden incluir un cambio en el estilo de las relaciones entre nosotros, diferentes opciones incluso en los aspectos más prácticos de nuestra vida comunitaria y nuevos caminos en nuestro servicio misionero. Es por eso que queremos entrenarnos en habilidades, involucrarnos en un proyecto para que este don sea una fuerza vital para el crecimiento.

3.  Nuestra experiencia. La experiencia, el gusto por el don de la interculturalidad es parte integrante de nuestra vocación como misioneros combonianos. Desde el principio, la inspiración del Espíritu llevó a San Daniel Comboni a vivir la misión de la regeneración de África con África como "católica": "La Obra debe ser católica, no española ni francesa ni alemana ni italiana" (Escritos 944).

Ciertamente para él esta catolicidad significaba estar por encima de los poderes políticos y coloniales; y por eso quería que toda la Iglesia se comprometiera en este servicio a los más pobres y abandonados: en el Postulatum pedía que las diócesis e institutos pusieran a disposición de la misión los mejores elementos: sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas. Si Comboni no podía pensar en términos de "interculturalidad", entendemos que esta catolicidad que está en el sueño de Comboni significa mucho más de lo que se podía captar en aquel momento histórico. Precisamente porque no es una elección táctica, una elección de oportunidad o una necesidad eficiente, sino un don del Espíritu que lleva en sí mismo el potencial que descubrimos y redescubrimos en el camino de la historia.

En nuestra historia ha habido momentos en que las diferencias de visión de la misión, de la vida consagrada en relación con el servicio misionero, de las lenguas y de las costumbres, han provocado tensiones que han llevado también a la separación. En todo esto han entrado factores políticos, pero también a la incapacidad de dialogar, de entender y entenderse, de aceptar las diferencias y de convivir con ellas en una convivencia que no es resignación, sino enriquecimiento. El fracaso llegó cuando se quiso imponer el modelo único, en el que todo ya es comprendido, entendido,.... y los otros tienen sólo que adaptarse.

En nuestra historia hay también muchos momentos de encuentro y apertura, de enriquecimiento mutuo a través de la comunión de nuestras diferencias. Tenemos el gran "signo" de la reunificación entre los dos institutos combonianos y otros "signos" más pequeños, pero ciertamente tan fértiles como una semilla. Del "gran signo" que es la reunificación de los dos Institutos Combonianos masculinos, este año 2019 es el cuadragésimo aniversario. Junto con el Señor, muchos hermanos han colaborado en la realización de un sueño que ahora es un signo, especialmente en España, Sudáfrica y Perú.

Viviendo con los demás, en la Iglesia y en la sociedad, el nuevo aliento que viene del Concilio, redescubriendo las riquezas de nuestro carisma, una nueva visión de la misión que contempla el protagonismo de las Iglesias locales, que hace caer la división entre la Madre Iglesia y las Iglesias hijas, viviendo progresivamente la realidad de las Iglesias hermanas, todas ellas corresponsables de toda la misión de la Iglesia, nos abrimos a las vocaciones que provienen de los muchos países e Iglesias donde estamos presentes. Otros, conscientes de que esta opción no es una respuesta a las necesidades, como la disminución de las vocaciones, especialmente en Europa, sino la obediencia al Espíritu que está presente y actúa a través de nuestro carisma comboniano, se proponen captar las potencialidades contenidas en este don de nuestro carisma y vivir la conversión que ello implica.

4.  De hecho, muchos jóvenes se han hecho combonianos precisamente porque se sienten impactados y atraídos por el carisma comboniano.

Esta elección significa que el Instituto es un cuerpo donde conviven nuevas generaciones, nuevas culturas, nuevos estilos de formación, nuevas visiones de la realidad del mundo, de las situaciones de pobreza, de la misión, de la Iglesia. Para que en esta convivencia no se creen cuerpos paralelos, una dinámica continua de "nosotros - vosotros", donde no hay nadie que acoja y que sea acogido, quien estaba antes y quien viene después,... es necesario que todos sepamos poner en juego todo nuestro ser. La interculturalidad implica la inculturación del carisma, de la formación. Por lo tanto, también se convierte en un proceso de interculturización.

Vivir este don como fuerza renovadora no puede dejarse al azar, como si se tratara de una "generación espontánea". Vivir la riqueza y los desafíos de la interculturalidad como forma de vida requiere competencias, constituidas por motivaciones, actitudes y compromisos, a nivel personal y comunitario. Por eso en nuestro Instituto encontramos en muchos documentos los frutos de la reflexión y las indicaciones sobre esta dimensión de nuestro carisma. Como ejemplo de esto, podemos recordar:

  • Los documentos capitulares de 1969, donde se habla de algún modo, especialmente en las páginas 80-83 y 311-314.
  • Nuestra Regla de Vida, especialmente en el nº 18.
  • Las Actas Capitulares de 1997, en los nn. 51-52 y 148.
  • En enero de 1999, el Consejo General envió una larga carta a todos titulada "Interculturalidad en la comunidad comboniana".
  • Las Actas del Capítulo de 2003 hablan de ello con abundancia en nuestros 4, 17, 26, 27.1, 35.9, 52.5, 73, 74.7, 82 y 112.
  • El último Capítulo de 2015 consagra todo el número 47, y allí encontramos también la invitación a todas las circunscripciones a no cerrarse formándose sólo con miembros radicales, sino con miembros que vienen de muchas otras provincias.
  • La Ratio de la formación sitúa la interculturalidad entre los elementos esenciales de nuestro carisma (nn. 158-159) y, por tanto, esboza las indicaciones para subrayar que la verificación de esta capacidad es un elemento de discernimiento de la vocación comboniana, pero también la necesidad de itinerarios de formación.

Todos estos documentos subrayan la belleza de este don, los desafíos que implica vivirlo, los frutos y las dificultades que aparecen, las indicaciones para vivirlo con fruto.

5.  La interculturalidad es un don que se convierte en proyecto

5.1 En primer lugar, es el plan de Dios el que ha creado al hombre a su propia imagen y semejanza y, por tanto, en sí mismo como relación. Las Actas Capitulares de 2015, en el capítulo dedicado a la "Persona", subrayan esta relación que permite humanizar a la persona: "La llamada a salir de uno mismo y a salir al encuentro de los demás reafirma la visión cristiana de la persona como ser en relación,... Queremos vivir una relación de comunión con Dios y compartirla con los que nos rodean. ... Sentimos la profunda necesidad de una espiritualidad que nos sane y humanice, capaz de integrar nuestra propia humanidad y la de los demás con sus limitaciones, fragilidad e incoherencias. (AC 2015 ns 27...30)

En la relación, el hombre descubre sus dones y sus límites, se descubre rico y al mismo tiempo inacabado. Sólo en la relación, compartiendo la reciprocidad, la persona crece y se hace a sí misma, hacia la plenitud de su "estatura".

Por eso, la interculturalidad es un camino que hace crecer a la persona.

5.2 En el plan salvífico de Dios, ha puesto a diferentes pueblos en relación unos con otros.

Se dice de Abraham que su tienda estaba siempre abierta, para que todos pudieran entrar, encontrar hospitalidad y compartir sus dones.

Cuando Dios saca a los hijos de Israel de la esclavitud de Egipto, muchas otras personas se unen a este viaje: "una gran masa de gente promiscua" (Ex 12,38). Dios actúa con todos ellos: con la misma misericordia y poder, todos pasan el mar, les da a todos luz y sombra, agua y alimento, protección en el camino hacia el desierto. Con todos, sin distinción, Dios hace un pacto dándoles las "diez Palabras", para hacer de todos ellos un pueblo: "Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19,6). Toda la legislación busca ayudar a construir la fraternidad en libertad y dignidad, superando las rivalidades, los celos, la codicia por la riqueza y el poder. Pero la obra sigue siendo "una obra inacabada". Por ejemplo, al entrar en la Tierra Prometida, la división del territorio se hace "tribu por tribu". Y esta incapacidad de vivir con los otros conducirá más tarde a divisiones y guerras.

También en los Hechos de los Apóstoles encontramos esta dificultad en construir relaciones que no se basan en la supremacía de un grupo sobre los demás, sino en la "fe que actúa por la caridad", lo vemos en el episodio de las viudas de los prosélitos frente a las de los judíos (Hch 6, 1ss); en la irritación de las primeras comunidades hacia Pedro que entró en la casa de un pagano y se quedó en su casa comiendo con él (Hechos 10-11), en las sospechas cuando se fundó la primera comunidad en Antioquía con gente de cultura griega (Hechos 13), en querer imponer a todos, como condición de salvación, las leyes y tradiciones de un solo grupo.

La comunión no nace de la búsqueda de compromisos, sino de la búsqueda de la fuente y del fundamento de la fraternidad: la fe y el amor mutuo (Hch 15). Es nuestra incorporación a Cristo lo que nos hace estar en comunión unos con otros, uniendo y no aboliendo nuestras diferencias, sin dejarnos devorar por ellas (Gal 3, 27-28; Col 3, 11). Construir la alianza entre personas tan diferentes es un camino que implica confianza en el don recibido y paciencia, esfuerzo y compromiso, incluso sufrimiento, y también saber aceptar los errores y las caídas, transformándolos en puntos de partida y de fuerza para continuar el camino.

Así pues, la interculturalidad es un don para la comunidad.

5.3 El plan de Dios es hacernos caminar hacia la nueva creación, hacia nuevos cielos y tierra donde habita la justicia, que justificando a cada hombre por la gracia nos hace a todos hermanos, aboliendo fronteras, muros, odio,.... En Cristo ya no hay extraños ni huéspedes, sino que todos son coherederos y compañeros de la misma gracia: el don de su Espíritu, con el que Dios crea una nueva humanidad, una inmensa humanidad que nadie puede contar, compuesta por personas de "todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas", que reconocen que la salvación pertenece a Dios (no a una institución) y al Cordero (Ap 7, 9-10). Es el fruto maduro del don del Espíritu dado en Pentecostés. En Babel, el primer mal no fue la diversidad, sino la unanimidad, que da lugar a una sensación de omnipotencia y genera opresión. En Pentecostés, cuando todos escuchan, cada cual en su propia lengua, las maravillas de Dios, las diferencias se convierten en las piezas de un mosaico que sólo si se unen revelan el rostro y el corazón de Dios, su ser el Padre de la humanidad.

De esto la Iglesia, y en ella nuestro Instituto, se convierte en testigo y servidora. No es uniformidad sino comunión de diferencias, sobre una base que es Jesucristo - y nadie puede poner a otro en ella (! Cor 3:11). Es el signo de una nueva humanidad.

El Papa Francisco, en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, señala algunos puntos importantes, al subrayar que el todo es superior a la parte, la tensión entre lo global y lo local, e invita a no cerrarse:

El todo es más que la parte, e incluso más que la suma de todas... Una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando se integra cordialmente en una comunidad, no se anula, sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la esfera global la que cancela, ni la parcialidad aislada la que la hace estéril... El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre un punto y otro. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que mantienen su originalidad en él. Es la unión de los pueblos, que, en el orden universal, conservan su particularidad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común la que verdaderamente incorpora a todos. (EG 235-237)

Por eso, la interculturalidad es un don para la misión.

6.  Gracia y desafío: la interculturalidad es ante todo gracia, un carisma que tiene la fuerza de una semilla para convertirse en un árbol que da fruto. Y se convierte en un proyecto de vida que requiere que nos convirtamos en personas "competentes" para poder asumirlo y realizarlo, para regocijarnos de este don porque quienes lo viven crecen hacia su plenitud, personalmente, como comunidad y como misioneros del Reino, "capaces" de asumir las labores, renuncias, tensiones y desafíos de este don.

Que San Daniel Comboni interceda por nosotros: que nos haga "santos y capaces" para hacer fructificar el don de la interculturalidad.

El Consejo General
El Secretariado General para la Formación