Lunes, 28 de febrero 2022
La cultura del encuentro es un tema que recorre toda la carta encíclica Fratelli tutti y es un tema querido por el Papa Francisco, porque contrasta con la cultura del «desperdicio» que caracteriza nuestra era global. Estamos hablando de una situación compleja, que el Papa describe de la siguiente manera:

En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados” (FT 22)

Así, insiste la encíclica, una porción cada vez mayor de la humanidad parece ser prescindible, las personas ya no son vistas como un valor primario a respetar y proteger, y prevalece una cómoda indiferencia, la tentación de distanciarse del sufrimiento y el llanto de los pobres y la Tierra. Un signo tangible de este espíritu de nuestro tiempo son los muchos muros, tanto físicos como socioculturales, que se están construyendo en todo el mundo, cimentando un cierre en uno mismo y en los propios intereses. Así, el despilfarro adopta formas concretas como el desempleo, el racismo, la xenofobia y las nuevas formas de esclavitud, y es una dimensión estructural del sistema consumista. El objeto de desperdicio no son sólo los alimentos, los recursos naturales y los bienes superfluos, sino a menudo los propios seres humanos.

La cultura del encuentro, por otro lado, crea nuevas relaciones y conduce a experimentar la fraternidad y una comunión universal que trasciende las diferencias. El tema de la cultura del encuentro emerge con frecuencia en la enseñanza del Papa Francisco, y en Fratelli tutti se trata con detenimiento y profundidad. Es un conjunto de actitudes, valores y prácticas que informan un estilo de vida marcado por la apertura a los demás, que es una dinámica esencial para el desarrollo humano integral, para ser fructífero como individuos y como pueblos. Sin tal apertura, no es posible dar vida a un mundo fraterno, como comunica la imagen del poliedro, que tiene muchos rostros y diferentes caras, pero todos juntos conforman una unidad rica en matices, en la que las diferencias coexisten integrándose, enriqueciéndose e iluminándose mutuamente. (FT 215)

Hay muchos elementos de la cultura del encuentro destacados en la encíclica. Giran en torno a tres puntos de referencia: hospitalidad, diálogo y compromiso. Estos tienen un efecto importante en quienes los practican, pero no están motivados principalmente por la conveniencia, sino por la gratuidad.

La hospitalidad es una actitud y una práctica de escucha, es el gesto de «sentarse a escuchar al otro». Consiste en el encuentro con la humanidad más allá del propio grupo, y se caracteriza por la bondad, que produce » una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás» (FT 224). Sobre este punto, la encíclica ofrece una reflexión conmovedora cuando afirma que: «». (FT 224)

El diálogo se construye sobre todo en el respeto al punto de vista del otro, de la alteridad e identidad de los demás, aceptando la posibilidad de que contenga convicciones o intereses legítimos, en la conciencia de que todos tienen algo importante que dar. Diálogo -explica el Papa Francisco- significa «acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto» (FT 198), aunque haya aspectos que no puedan tomarse como convicciones propias (FT 203). Sin embargo, la comparación con diferentes perspectivas y con aquellos que son diferentes es fundamental para un conocimiento completo y claro de uno mismo. Mirándose a uno mismo desde el punto de vista del otro, uno puede reconocer mejor las particularidades de la propia persona y de la propia cultura, las riquezas, las posibilidades y los límites (FT 147). Además, el diálogo, como cultura del encuentro, implica también la dimensión corporal, estar presente al otro en la propia humanidad, a través de gestos físicos, expresiones faciales, silencios, lenguaje corporal e incluso perfume, temblor de las manos, enrojecimiento, sudor (FT 43). No se puede sobre valorar la importancia de la comunicación no verbal, así como de idiomas como la música y la danza, las artes visuales y otras expresiones culturales como la cocina.

En la cultura del encuentro, el compromiso requiere actitudes como la ternura, definida como «amor que se hace cercano y concreto» (FT 194), la inclusión social y la solidaridad que se expresa concretamente como un servicio, que es en gran medida el cuidado de la vulnerabilidad. La solidaridad es pensar y actuar en términos de comunidad, dando prioridad a la vida de todos sobre la apropiación de bienes por parte de algunos. Pero también es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, el desempleo y la negación de derechos; es enfrentar los efectos destructivos del imperio del dinero y cuidar nuestra casa común (FT 116).

¡Malankeba! Un encuentro transformador

La encíclica Fratelli tutti destaca cómo la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás, de modo que «la vida no es el tiempo que pasa; la vida es un tiempo de encuentro» (FT 66). Y las historias de migrantes en nuestro tiempo son historias paradigmáticas de encuentros entre personas y culturas (FT 133). Tuve la suerte de experimentar todo esto gracias a la iniciativa Malankeba!, un espacio para el intercambio y el diálogo intercultural que reúne a grupos de jóvenes italianos y jóvenes solicitantes de asilo, especialmente africanos. Nació a raíz de un campamento de verano en un centro de recepción para solicitantes de asilo en agosto de 2016. La iniciativa partió de los jóvenes que participaron en ese campamento y luego quisieron llevarla adelante, involucrando a más y más personas y continuando hoy en Padova, con el apoyo de los Misioneros Combonianos y la Asociación Pueblos Juntos.

Al centro del programa se encuentran las reuniones temáticas mensuales, que incluyen una bienvenida, juegos de presentación y actividades de conocimiento mutuo, compartir sobre un tema de actualidad con métodos participativos, una cena compartida, música y danza africana. Entre un encuentro y otro, también hay otras iniciativas, como capacitaciones y sesiones en profundidad, especialmente sobre dinámicas interculturales; o incluso salidas autoorganizadas por los participantes, en pequeños grupos mixtos. En la tercera edición del programa, también se introdujeron otras actividades, como «¡Malankeba Futbol!», que involucra a los jóvenes en el intercambio intercultural a través del deporte, y el intercambio coreográfico, eventos en los que los participantes comparten bailes de diferentes culturas entre sí.

En esta experiencia, los jóvenes se reúnen en un contexto grupal, sintiéndose acogidos y escuchados. Esto crea las condiciones para establecer relaciones horizontales y simétricas en un espacio libre de clichés, roles predefinidos y prejuicios, que permita un diálogo respetuoso abierto a las interacciones interculturales.

A través de actividades y dinámicas apropiadas, se transforma la forma de relacionarse con el otro. Los jóvenes crecen en la conciencia crítica de su propio punto de vista y en la acogida del de los demás. También desarrollan la capacidad y determinación de actuar e interactuar con el territorio para la recepción e inclusión de migrantes.

¡En el centro de Malankeba existe el protagonismo de los jóvenes!, que se nutre de su implicación y liderazgo en el equipo educativo. El papel del equipo es facilitar las reuniones a través de espacios informales y flexibles, con la posibilidad de diferentes niveles de participación que acojan las diferentes necesidades de los participantes; la atención a las dinámicas de grupo, y la oferta de oportunidades para compartir y la libertad de expresión. Otro elemento importante es el cuidado de las necesidades expresadas y no expresadas y el uso de lenguajes significativos, como la música, la danza, el juego, el cuerpo y la expresión creativa.

El crecimiento se desarrolla gradualmente gracias a la combinación de momentos experienciales, intercambio profundo y reflexión sobre la experiencia; así como el ejercicio de la creatividad y la adquisición de habilidades interculturales, sin olvidar momentos de espiritualidad basados en la experiencia.

La arquitectura de la reunión

A partir de esta y muchas otras experiencias de los últimos 20 años, me di cuenta de que existe una arquitectura de encuentro, es decir, las estructuras invisibles que sostienen la dinámica del encuentro y conducen a experiencias transformadoras grupales y comunitarias. Observando patrones recurrentes, noté 5 dinámicas interdependientes que generan experiencias de encuentro que unen a las personas, crean amistad y construyen convivencia y visiones compartidas. Tales dinámicas son: evocar a la humanidad, facilitar la participación, trascender las diferencias, escuchar profundamente y ayuda mutua.

El mero hecho de acoger y reconocer a las personas evoca en ellas una respuesta desde lo más profundo de su humanidad. Las personas tienden a ser generativas, es como si en ellas se activara una gratuidad de dar. Esta generosidad puede encontrar expresión, por ejemplo, cuando les ofreces la oportunidad de hablar de sí mismos, o de compartir de una manera personal, o de contar esas experiencias transformadoras que han marcado una diferencia en sus vidas. En un proceso de encuentro, evocar la humanidad de las personas debe ser un proceso continuo, no algo que se haga solo al principio para crear la atmósfera del encuentro. Hay una predisposición a centrarse en su humanidad compartida, en lugar de activar oposiciones ideológicas.

La participación es un elemento clave para desencadenar el compromiso y dar rienda suelta a la energía y la creatividad en las personas. Por eso es importante facilitar la participación de todos. Los métodos participativos ayudan a promover las relaciones horizontales, la reciprocidad, la colaboración espontánea y la empatía, así como las oportunidades para expresarse y sentirse acogido.

Cada encuentro auténtico, sin embargo, saca a relucir diferencias, que pueden ser tanto un recurso como una fuente de conflicto o división. De hecho, para llegar a la comunión, es necesario atravesar las aguas turbulentas de las diferencias y los conflictos. Aquí es donde entra en juego la tercera dinámica indispensable: la de trascender las diferencias, sin borrarlas. Esto significa encontrar la unidad más allá de lo que divide, o encontrar un lugar de aterrizaje donde todos se sientan como en casa mientras permanecen ellos mismos y afirman su verdad.

Por lo tanto, es esencial escuchar en profundidad, combinado con una mirada contemplativa para percibir lo que está más allá de la superficie y refinar el discernimiento. Se trata de escuchar la vida que emerge en el encuentro y la experiencia de las personas, así como sus necesidades expresadas y no expresadas, y de contemplar la presencia y la acción de Dios en la situación.

Por último, es importante cuidar o acompañar el proceso. El encuentro sigue siendo un don, pero entonces lo que marca la diferencia -a nivel comunitario y social- es el seguimiento, la planificación de procesos que promuevan la paz y la fraternidad, animando, apoyando y promoviendo la vida y la comunión.

Experimenté estas cinco dinámicas como una especie de marco en el que un encuentro de la humanidad cobra vida. Quienes las concretan iniciando procesos y desarrollando buenas prácticas no son más que artesanos de fraternidad.

H.no Alberto Parise, MCCJ
[combonimission.net]