A orillas del lago se respira aire fresco de universalidad y de misión en el mundo. El tercer encuentro de Jesús resucitado con un grupo de discípulos (Evangelio) no tiene lugar en el Cenáculo de Jerusalén, con las puertas cerradas, sino al aire libre, a orillas del lago de Galilea, en una mañana de primavera. El evangelista describe el hecho de esa pesca milagrosa post-pascual y la misión que Jesús confía a Pedro con el lenguaje propio de la experiencia mística, con rica simbología y con detalles de una profunda afectividad.

El encuentro con el Resucitado lleva a la Misión

Hechos 5,27-32.40-41; Salmo 29; Apocalipsis 5,11-14; Juan 21,1-19

Reflexiones
A orillas del lago se respira aire fresco de universalidad y de misión en el mundo. El tercer encuentro de Jesús resucitado con un grupo de discípulos (Evangelio) no tiene lugar en el Cenáculo de Jerusalén, con las puertas cerradas, sino al aire libre, a orillas del lago de Galilea, en una mañana de primavera. El evangelista describe el hecho de esa pesca milagrosa post-pascual y la misión que Jesús confía a Pedro con el lenguaje propio de la experiencia mística, con rica simbología y con detalles de una profunda afectividad. De este modo, es posible captar el mensaje en su globalidad: el retorno ferial a la pesca, el número de siete pescadores, el mar, el hecho de pescar, la noche infructuosa, el amanecer, el Señor en la orilla, la pesca abundante, el fuego para calentar el desayuno, el banquete; y luego, la misión confiada a Pedro tras un sorprendente test sobre el amor, la triple entrega del rebaño, el compromiso de un seguimiento por toda la vida hasta la muerte...

El simbolismo místico enriquece el hecho y favorece una comprensión más plena y universal del mismo. Por ejemplo, si el mar es símbolo de las fuerzas enemigas del hombre, el hecho de pescar y de convertirse en pescadores de hombres (Mc 1,17) significa liberarlos de las situaciones de muerte, y la pesca se convierte en símbolo de la misión apostólica. El éxito de esta misión, aunque muy arriesgada, se ve en los “153 peces grandes” (v. 11). Entre las muchas interpretaciones de este número, cabe subrayar dos: ante todo, la exactitud contable de un testigo ocular, pero, a la vez, el simbolismo del “50 x 3 + 3”, donde el número 50 es símbolo de la totalidad del pueblo y el 3 indica la perfección. Por tanto, ningún pez se escapa. El banquete, al que Jesús invita, alude a la conclusión de la historia de la salvación.

Las diferentes apariciones del Resucitado se pueden catalogar en dos grupos: apariciones de reconocimiento, en las que Jesús quiere, en primer lugar, darse a conocer como viviente; y las apariciones de misión, en las que Jesús confía encargos específicos de inmediata aplicación (vayan a decir a...) o de largo alcance (vayan al mundo entero, hagan discípulos de entre todas las naciones...). De esta manera, se va perfilando gradualmente en los discípulos el alcance universal del acontecimiento ‘resurrección’: el Resucitado (I lectura) es “jefe y salvador” de todos los pueblos (v. 31), y esta Buena Noticia debe anunciarse a todos y en todas partes. Obedeciendo a Dios antes que a los hombres (v. 29). Los discípulos empiezan a realizarlo enseguida en su calidad de testigos de los hechos (v. 32), con valor y alegría, a pesar de sufrir ultrajes “por el nombre de Jesús” (v. 41). A Él, Cordero degollado (II lectura), todas las criaturas del cielo y de la tierra deben rendir honor y alabanza por siempre (v. 12-13).

Pedro y los demás discípulos están plenamente convencidos de ello, porque han experimentado la misericordia del Padre y la ternura del perdón de Jesús. En especial, Pedro el cual, respondiendo a las tres preguntas de Jesús  -“¿me amas?”-  recibe la triple consigna misionera que lo transforma de pecador en pastor de todo el rebaño. Si Pedro ama verdaderamente al Señor, debe aprender a hacerse cargo de los corderos”, de los pequeños, de los últimos, de aquellos que no cuentan, de aquellos que viven entre muchas dificultades. Vivir por los demás es servir, es la nueva regla del amor. El que ama de verdad va, sale, se hace cargo de todas las personas que encuentra en su camino.

La experiencia del Resucitado va más allá de las apariciones iniciales (Evangelio): se prolonga en el reconocimiento de la presencia verdadera y eficaz del Señor en la vida sencilla de cada día. “Jesús se da a conocer por sus gestos: uno, extraordinario  -la pesca milagrosa-;  los demás, muy sencillos y familiares. Ha preparado pan y pescado y los invita amablemente a comer. Toma el pan, se lo da y también el pescado, como ya lo había hecho muchas veces... Los cristianos están llamados a reconocer a Jesús en sus hermanos... a un Jesús que se hace presente en los más pobres, humildes, necesitados: en ellos los cristianos deben reconocer la gloria misteriosa de su Señor y el poder de su acción divina, que cumple prodigios sirviéndose de instrumentos humildes y sencillos” (Albert Vanhoye). Creer en Cristo resucitado nos desafía a vivir la vida diaria como resucitados, en las opciones concretas de cada día, con fe, amor y un creativo compromiso misionero hacia los demás, sembrando por doquier vida, esperanza, misericordia, reconciliación, alegría… (*)

Palabra del Papa

(*)Juan se dirige a Pedro y dice: «¡Es el Señor!» (v. 7). E inmediatamente Pedro se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús. En aquella exclamación: «¡Es el Señor!», está todo el entusiasmo de la fe pascual, llena de alegría y de asombro, que se opone con fuerza a la confusión, al desaliento, al sentido de impotencia que se había acumulado en el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros”.
Papa Francisco
Regina Coeli en el III domingo de Pascua, 10-4-2016

P. Romeo Ballan, MCCJ

Después de cada noche, siempre aparece Jesús vivo

Un comentario a Jn 21, 1-19

El capítulo 21 de Juan, que leemos hoy, es una especie de epílogo, un segundo final, añadido con posterioridad a la redacción del evangelio mismo. En este epílogo se nos habla de  la misión evangelizadora de la Iglesia, una vez que Jesús había “vuelto al Padre”. Me permito compartirles unos breves comentarios a modo de lectura orante:

Refugiarse en el pasado

La primera parte está construida sobre un relato de Pesca milagrosa (Cfr Lc 5, 1-11). La escena sucede en el lago de Genesaret o Tiberíades, donde Jesús había conocido y llamado a Simón Pedro, Andrés y los hijos del Zebedeo (Santiago y Juan).

Con ello se nos dice que, de alguna manera, los discípulos habían vuelto a un lugar familiar, tanto por su propia familia natural cuanto por su experiencia de “nueva familia” con Jesús. En momentos de confusión y dolor, después de la muerte de Jesús y de su propia infidelidad, los discípulos buscan refugio en experiencias positivas del pasado.

La crisis

Los discípulos reunidos era siete: cinco identificados por su nombre, dos anónimos. ¿Dónde estaban los otros cuatro? Puede que estuvieran ausentes por alguna razón válida o que su crisis fuera más fuerte que la de los otros. El grupo se mantiene razonablemente unido, pero no unánime. ¿No es demasiada pretensión querer que en la Iglesia todo funcione a la perfección, que nadie entre en crisis?

Tenemos que aceptar los límites, las frustraciones y hasta las divisiones. Entre los presentes estaba Tomás, al que en el capítulo anterior se nos había mostrado como dubitativo, a pesar de que en Jn 11, 16 está dispuesto a morir con Lázaro.

El liderazgo de Pedro

Pedro aparece como líder, pero no se impone. Simplemente toma la iniciativa, algo que esperaban los demás. El liderazgo se muestra, no en asumir privilegios o hacer gala de poder, sino en tomar iniciativas que todos están necesitando y esperando. Iniciativas no impuestas sino propuestas.

“Vamos contigo”, dicen los demás. La comunidad se une a la iniciativa, con buen ánimo. Entre ellos reinaba un aprecio y respeto mutuo. Ese ambiente se crea cuando nadie se quiere imponer sobre los demás, cuando se permite que todos se expresen libremente, cuando se crea en el grupo un sentimiento de pertenencia. “Salieron juntos”.

Entre la noche y el día

- “Pero aquella noche no lograron pescar nada”. Los discípulos seguían en la noche, un periodo negativo, en el que nada parecía funcionar. La comunidad, incluso bien avenida, puede encontrarse en tiempo de esterilidad.

- “Al clarear el día”. Si a pesar de no pescar nada, aguantamos toda la noche pescando, en la tarea estéril, aburrida, llegará el amanecer con nuevas esperanzas. Lo preocupante no es la noche, sino nuestra falta de fe, nuestro cansancio, nuestra falta de perseverancia.

- “Se presentó Jesús en la orilla del lago”. En la historia de la Iglesia, después de cada noche, siempre aparece Jesús como lucero del alba. ¿Aparecerá ahora? Hombres de poca fe. La duda no es si aparecerá, sino si lo estamos esperando? “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿habrá fe sobre la tierra?

- “Pero los discípulos no lo reconocieron”. Lo mismo le pasó a la Magdalena, a los discípulos de Emaús y a los reunidos en el Cenáculo. Es que Jesús, siendo el mismo, tiene ahora una apariencia diferente. Ahora es el Resucitado que, por obra del Espíritu, aparece de maneras diversas. ¿Por dónde aparecerá Jesús después de nuestra noche? ¿Estamos con los ojos abiertos y el corazón disponible para reconocerlo?

- “Echen la red a la derecha” ¿Alguien se preocupa por nosotros? ¿Alguien nos da un consejo? No lo desechemos.

- “Echaron la red y se llenó”. Si sabemos escuchar, si aprendemos, si nos abrimos, se hará el milagro.

- “Es el Señor”. Es el momento de reconocer la presencia del Señor. Llega un momento en el que tenemos que desprendernos de nuestras pequeñas seguridades racionales, hincar la rodilla y adorar la presencia misteriosa y real del Señor.

- “Venid a comer”. Celebrar, gozar de la comunidad, servirse mutuamente, aportar el pescado.
P. Antonio Villarino
Bogotá

Juan 21, 1-19

SIN JESÚS NO ES POSIBLE
José A. Pagola

Aquella noche no cogieron nada. El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos junto al lago de Galilea está descrito con clara intención catequética. En el relato subyace el simbolismo central de la pesca en medio de mar. Su mensaje no puede ser más actual para los cristianos: sólo la presencia de Jesús resucitado puede dar eficacia al trabajo evangelizador de sus discípulos.

El relato nos describe, en primer lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la oscuridad de la noche. Todo comienza con una decisión de Simón Pedro: «Me voy a pescar». Los demás discípulos se adhieren a él: «También nosotros nos vamos contigo». Están de nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan escuchando su llamada, sino siguiendo la iniciativa de Simón Pedro.

El narrador deja claro que este trabajo se realiza de noche y resulta infructuoso: «aquella noche no cogieron nada». La «noche» significa en el lenguaje del evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.

Con la llegada del amanecer, se hace presente Jesús. Desde la orilla, se comunica con los suyos por medio de su Palabra. Los discípulos no saben que es Jesús. Sólo lo reconocerán cuando, siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una captura sorprendente. Aquello sólo se puede deber a Jesús, el Profeta que un día los llamó a ser “pescadores de hombres”.

La situación de no pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen. Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda clase de tareas: siempre los mismos y los mismos para todo. ¿Hemos de seguir intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio, o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en nuestro trabajo?

Para difundir la Buena Noticia de Jesús y colaborar eficazmente en su proyecto, lo más importante no es “hacer muchas cosas”, sino cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos.

No podemos quedarnos en la “epidermis de la fe”. Son momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Llenamos nuestras comunidades de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo es que, entre nosotros, se escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la más importante es la que nos congrega cada domingo para celebrar la Cena del Señor. Sólo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.

AL AMANECER

En el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea. Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.

Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.

La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza: “Salieron, se embarcaron y aquella noche no cogieron nada”. Vuelven con las redes vacías. ¿No es ésta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?

Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?

En este contexto de fracaso, el relato dice que “estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla”. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero “no sabían que era Jesús”.

¿No es éste uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.

Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce:”¡Es el Señor!”. No están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente. Con humildad pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús: ”Señor, tú sabes que te quiero”. Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.

En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. Hoy no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.
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