Resuena en el Evangelio de hoy (Lucas 16,19-31) el juicio crítico y severo de Lucas sobre el dinero, la riqueza, la injusticia social... En la parábola de Jesús, al rico le interesan tan solo dos cosas en la vida: vestir lujosamente y banquetear espléndidamente cada día (v. 19). Con dos pinceladas Lucas describe la dramática diferencia entre el rico y el pobre Lázaro hambriento, cubierto de llagas, que los perros le lamían (v. 21-21).

El proyecto alternativo de Dios sobre hambre, injusticias, desigualdades…

Amós 6,1.4-7; Salmo 145; 1Timoteo 6,11-16; Lucas 16,19-31

Reflexiones
Otro latigazo de Amós y de Lucas sobre el uso de las riquezas. El profeta Amós (VIII siglo a. C.), en una época de bienestar lanzaba duras amenazas (I lectura) a los ricos del pueblo que banqueteaban apoltronados sobre camas de marfil, entre comilonas, música, vino, perfumes exquisitos… (v. 4-6); vivían de manera disoluta, despreocupados del desastre que amenazaba el país: los dos reinados del norte y del sur acabarían pronto en exilio en Nínive y en Babilonia (v. 6-7).

Resuena nuevamente en el Evangelio de hoy el juicio crítico y severo de Lucas sobre el dinero, la riqueza, la injusticia social... En la parábola de Jesús, al rico le interesan tan solo dos cosas en la vida: vestir lujosamente y banquetear espléndidamente cada día (v. 19). Con dos pinceladas Lucas describe la dramática diferencia entre el rico y el pobre Lázaro hambriento, cubierto de llagas, que los perros le lamían (v. 21-21). Los dos solo tienen en común una cosa: la muerte que llega inexorablemente (v. 22). Pero enseguida emerge una nueva diferencia aún más dramática, por el destino opuesto que los separa sin remedio: los ángeles llevan al mendigo junto a Abrahán, amigo de Dios (v. 22), mientras el rico acaba “en el infierno, en medio de los tormentos” (v. 23), incapaz ya de conseguir una gota de agua (v. 24-25), la anulación del “abismo inmenso” (v. 26), o por lo menos un mensaje para sus cinco hermanos (v. 28).

En la parábola el hombre rico no tiene nombre, mientras Jesús da un nombre al pobre: Lázaro, (Eleazar, significa “Dios ayuda”), al fin de subrayar su dignidad y la certeza de que “Dios le ayuda”. Dios ese el único que piensa en el pobre y lo ayuda. La parábola narra la inversión de las dos situaciones opuestas, durante la vida y después de la muerte de los dos personajes, sin emitir un juicio moral sobre su conducta, hasta tal punto que no se entiende inmediatamente por qué razones se condena al rico, mientras el pobre se salva. No se dice que el mendigo fuera una persona piadosa, fiel, humilde, trabajadora… No se dice tampoco que el rico fuera malo con los criados, ladrón, vicioso, transgresor de los mandamientos… Entonces ¿por qué esa inversión de situaciones? Porque hay un hecho que es en sí mismo pecaminoso: la desigualdad entre ricos y pobres es contraria al plan de Dios, el cual quiere, por el contrario, que los bienes se compartan.  El pecado del rico es el egoísmo, la indiferencia: “no ve”, no hace nada para el pobre. El verdadero discípulo de Jesús no es el que no hace daño, sino el que ayuda a vivir, el que se hace próximo de quien pasa necesidad. “El primer milagro es darse cuenta de que el otro, el pobre existe” (Simone Weil). En efecto, la parábola de Lucas tiene una estrecha relación con la del buen samaritano (cfr. Lc 10,29-37), que “vio y sintió compasión” (v. 33).

Con esta parábola Jesús afirma que el plan de Dios para la familia humana no admite desigualdades escandalosas: es decir, “que el ricachón pueda convivir al lado del miserable, con tal de que no robe y haga limosnas. Jesús quiere demoler esta convicción. En la parábola Él habla de un rico al que no se le condena por ser malo, sino simplemente por ser rico, es decir, porque se encierra en su mundo y no acepta la lógica de compartir sus bienes. Jesús quiere que los discípulos entiendan que la existencia de dos clases de personas - los ricos y los pobres - es contraria al proyecto de Dios. Los bienes son para todos; el que tiene más debe compartirlos con los que tienen menos” (F. Armellini).

S. Ambrosio lo expresa así: “Cuando tú das algo al pobre, no le ofreces lo que es tuyo, simplemente le restituyes lo que ya es suyo, porque la tierra y los bienes de este mundo son de todos, no de los ricos”. ¡Es un cambio radical! ¡Una bocanada de esperanza para una vida nueva y diferente! El plan alternativo de Dios es hermoso y se ha de realizar en el tiempo; es la meta que se abre ante nosotros, el objetivo que hay que conseguir gradualmente, con métodos pacíficos. Lo importante es avanzar en la dirección justa: compartir con los hermanos necesitados lo mucho o lo poco que tenemos y difundir la lógica y el estilo de la auténtica solidaridad.

¿Utopía? Los últimos Papas no dudan en proponer con fuerza en sus encíclicas sociales el plan alternativo de Dios sobre el hambre y las desigualdades: Juan XXIII (Pacem in Terris, 1963), Pablo VI (Populorum Progressio, 1967), Juan Pablo II (Sollicitudo Rei Socialis, 1987), Benedicto XVI (Caritas in Veritate, 2009), Papa Francisco (Laudato Si’, 2015). (*) Estos documentos sociales tienen una extraordinaria fuerza misionera para esa transformación del mundo según el plan de Dios, que es el objetivo del Evangelio. El mensaje es sublime. No hay que rebajarlo ni en la doctrina ni en la práctica, con descuentos, perezas y reducciones; hay que vivirlo como profecía y con experiencias de frontera. Pero ¿dónde encontrar la fuerza para realizar este proyecto radical de Dios? La parábola de hoy nos remite dos veces a la Palabra: escuchar a Moisés y a los profetas (v. 29.31). La Palabra - el Evangelio - es la única fuerza para la conversión personal y para la transformación del mundo. Para nosotros hoy esa Palabra está cerca, se ha hecho carne y salvación para todos: es Jesús, como lo recuerda S. Pablo a Timoteo (II lectura).

Palabra del Papa

(*) “La cuestión social ha tomado una dimensión mundial... Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos… Se trata de construir un mundo en donde todo hombre, sin excepción de raza, religión o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana... un mundo donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico”.
San Pablo VI
Encíclica Populorum Progressio (1967), n. 3 y 47

P. Romeo Ballan, MCCJ

NO IGNORAR AL QUE SUFRE
José Antonio Pagola

Estaba echado en su portal.

El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Sólo piensa en «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir sólo para banquetear.
Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Sólo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».
Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.
El rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.
Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.
La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.
Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, a través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.
Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.
http://www.musicaliturgica.com

Cerrar los oídos al grito del pobre

Un comentario a
Lc 16, 19-31

Para entender bien la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro, que leemos hoy, conviene recordar la parábola del domingo pasado sobre el administrador sagaz, con la que Jesús nos invitaba a “administrar” sabiamente los bienes y dones que hemos recibido. A veces pensamos que las enseñanzas de Jesús eran tan sabias que todos las aceptaban inmediatamente. Pero la realidad era más bien la contraria. Muchos, orgullosos y encerrados en su propia sabiduría, las ignoraban y otros se burlaban abiertamente de ellas. Miren, por ejemplo, lo que dice Lucas, después de la parábola del “administrador sagaz”:

“Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de él” (Lc 16, 14).

Los fariseos, amantes del dinero, representan a todos aquellos que “engordan” abusando de los demás y practican una religiosidad aparente o simplemente dicen que no creen en nada más que en su propio bienestar, ignorando a todos los demás, hasta el punto de ni verlos, como le pasaba al hombre rico que no se había dado cuenta del pobre Lázaro, que sobrevivía de sus sobras. Estas personas, entonces y ahora, se ríen de Jesús y de los “bobos idealistas” que creen en Dios, comparten sus bienes con los necesitados y viven honesta y respetuosamente, sin abusar de los más débiles.

Miren lo que les dice Jesús:

“Ustedes son los que se las dan de justos delante de los hombres, pero Dios conoce sus corazones” (Lc 16, 15).

En otras palabras, Jesús les dice: ustedes parecen felices, se creen personas honorables, fingen tenerlo todo controlado y se ríen de las personas sencillas y sinceras que prefieren la honradez a la riqueza, la confianza en Dios al orgullo desmedido, la solidaridad a la explotación.

Para transmitir esta enseñanza, el Maestro de Galilea les cuenta esta parábola, en la que los aquellos fariseos burlones son como aquel rico, “dueño del mundo”, que despreciaba e ignoraba al pobre Lázaro. Aparentemente el rico era un triunfador total y Lázaro un pobre perdedor… Pero la historia completa –dice Jesús- no termina así. Al final, el rico quedará atrapado en su propio egoísmo e insensibilidad, separado de los demás y de Dios por un abismo infinito, mientras Lázaro será acogido en el seno de Abraham, signo de una vida completada felizmente en Dios.

La enseñanza de Jesús se inscribe en la gran corriente de la sabiduría bíblica. El libro de los proverbios, por ejemplo, dice:

Quien cierra su oído a los gritos del pobre, no obtendrá respuesta cuando grite (Pr 21, 13)

Ojalá ninguno de nosotros esté entre los que cierran su oído a los gritos del pobre y se ríen de las enseñanzas de Jesús.
P. Antonio Villarino
Bogotá