Relanzar la esperanza es siempre una tarea difícil. Tres personajes típicos del tiempo de Adviento lo lograron. Hoy relanzan para nosotros la esperanza y nos preparan al encuentro con Cristo: son el profeta Isaías, Juan el Bautista y María. Cada uno de ellos tiene una relación misionera especial con el Salvador que viene: Isaías lo preanuncia, Juan lo señala ya presente, María lo posee y lo dona.

Misión es relanzar la esperanza

Isaías 11,1-10; Salmo 71; Romanos 15,4-9; Mateo 3,1-12

Reflexiones
Relanzar la esperanza es siempre una tarea difícil. Tres personajes típicos del tiempo de Adviento lo lograron. Hoy relanzan para nosotros la esperanza y nos preparan al encuentro con Cristo: son el profeta Isaías, Juan el Bautista y María. Cada uno de ellos tiene una relación misionera especial con el Salvador que viene: Isaías lo preanuncia, Juan lo señala ya presente, María lo posee y lo dona. También otros “pobres de Yahvé” del Primer Testamento vivían a la espera de un Mesías, aunque para muchos la espera resultaba confusa y mezclada de esperanzas humanas. El mensaje de esos tres personajes es actual y necesario también para nosotros hoy.

En efecto, también hoy la esperanza es un valor en crisis de contenidos, porque muchos desconocen lo que más necesitan para conseguir el crecimiento y desarrollo integral de su persona. En una pieza teatral emblemática de nuestro tiempo, el escritor irlandés Samuel Beckett, Premio Nobel de Literatura (1969), denuncia lo absurdo de la condición humana: la obra Esperando a Godot se desarrolla en la larga espera de un personaje importante, pero desconocido. Se imagina el encuentro, se sueña sobre lo que podría ocurrir. Sin embargo, cuando ya se anuncia que ese personaje está a punto de llegar, la espera baja de tensión, se pierden las ganas de prepararse y su presencia se desvanece. El encuentro no se da. La larga espera ha sido en vano. ¡Pura ilusión!

La esperanza cristiana es diferente; esta es un dinamismo de apertura y de encuentro con una Persona conocida, de la cual uno se siente profundamente amado: es el Salvador de todos, con un nombre y un rostro bien definidos. Se llama Jesucristo. Él es el centro del anuncio misionero de la Iglesia. El Papa Francisco invita a todos a no quedar presos de las cosas terrenas, sean muchas o pocas, porque estas provocan solo tristeza y cerrazón egoísta; mientras el encuentro personal con Jesucristo trae gozo y esperanza, abre a la misión. (*)

El primer personaje del Adviento, el profeta Isaías (I lectura), ocho siglos antes de Cristo, en tiempos de violencia y desolación, fue capaz de cantar la esperanza en un futuro de vida, reconciliación y prosperidad para su pueblo. En situaciones análogas de sufrimiento, también otro joven profeta, Jeremías, fue capaz de ver el almendro en ciernes (Jer 1,11). Allí donde todos ven solo negatividad, los profetas ven más allá, lejos, una historia y una esperanza diferente: la historia de Dios que lleva a todos a la salvación. Isaías veía despuntar un retoño, que en seguida fue lleno del multiforme espíritu del Señor (v. 1-3). Y describe el estupendo jardín de la convivencia pacífica de los seres vivientes (animales y personas humanas) entre sí y con la creación (v. 5-9). Tan solo un pueblo que vive así, en la justicia y armonía de relaciones, tiene algo positivo que decir a los otros, puede llegar a ser un “estandarte de pueblos” (v. 10). Tan solo así tendrá algo hermoso y verdadero que compartir en el concierto de las naciones. ¡Y se convierte en comunidad misionera! Entre las notas de ese pueblo en paz dentro y fuera, S. Pablo (II lectura) incluye la capacidad de acogerse mutuamente como nos acogió Cristo (v. 7), por su misericordia (v. 9).

El segundo personaje del Adviento, Juan el Bautista (Evangelio), profeta austero e interiormente libre, con palabras de fuego prepara el camino del Señor que viene detrás de él, bautiza “con agua para la conversión”, anunciando la presencia de uno que es más fuerte que él, el cual “bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego” (v. 11). Por eso, Juan grita: “Conviértanse” (v. 2).

María es la criatura ya plenamente convertida, es decir, totalmente orientada hacia Dios, llena de Espíritu Santo; María es la toda pura, sin mancha; es la Inmaculada (fiesta el 8 de diciembre). En el centro de Vietnam, donde he trabajado durante seis años como misionero, he visitado el santuario mariano de La Vang: allí la Virgen se apareció en 1798, en tiempo de persecuciones contra los cristianos, llevando un mensaje de consuelo y de esperanza. Es un mensaje que va bien igualmente para nosotros en el camino hacia la Navidad: “Tengan fe, hijos míos, acepten los sufrimientos con paciencia. Yo escucho siempre vuestras peticiones. Si alguien viene a rezar conmigo, escucharé sus oraciones”. María ha acogido a su Señor y le ha dado un cuerpo humano; ahora lo ofrece a todos, incluso a aquellos que todavía no lo conocen.

El Adviento es un tiempo privilegiado para vivir la misión: en Adviento y en Navidad el Señor llega a nosotros; no faltará a la cita. Pero Él quiere que otros también -¡todos!- lo conozcan y lo acojan; quiere llegar a otros también por medio de nosotros. ¿Cómo hacerlo? Haciéndonos sus discípulos-misioneros.

Palabra del Papa

(*)La Navidad es un día de gran alegría también exterior, pero es sobre todo un evento religioso por lo que es necesaria una preparación espiritual. En este tiempo de Adviento, dejémonos guiar por la exhortación del Bautista: “Preparen el camino al Señor, allanen sus senderos” (v. 3). Que la Virgen María nos ayude a prepararnos al encuentro con este Amor cada vez más grande que en la noche de Navidad se ha hecho pequeño, como una semilla caída en la tierra, la semilla del Reino de Dios”.
Papa Francisco
Angelus 4-12-2016

P. Romeo Ballan, MCCJ