Viernes, 20 de enero 2023
Dos días antes de cumplir 86 años, el papa Francisco recibió al misionero comboniano P. Jaime Calvera, director de la Editorial Mundo Negro, y al Sr. Javier Fariñas, redactor jefe de la revista Mundo Negro, en la biblioteca privada del Palacio Apostólico. Cuando le entregamos un ejemplar del Especial África 2022 responde rápido que ya lo tiene y que lo consulta. A continuación propone sin demora la conversación. «Pregunten lo que quieran». Dialogamos 35 minutos en medio de su agenda matinal. [Javier Fariñas Martín – Mundo Negro]
Santo Padre, usted se hizo jesuita entre otras cosas para ir como misionero a Japón.
Sí, es verdad.
¿Qué queda de aquel P. Bergoglio?
Creo que siempre me interesaron las periferias. Miro a las periferias desde adentro, no solo porque me interesen intelectualmente. Y queda eso, ir más allá de las fronteras.
En 2015, después de pasar por Kenia, Uganda y República Centroafricana, dijo que «África no deja de sorprender». ¿Qué parte de esa sorpresa se le puede atribuir a los misioneros con los que ha coincidido allí?
De los misioneros lo que más me sorprende es la capacidad de meterse en la tierra y respetar las culturas y ayudarlas a que se desarrollen. No desenraízan a la gente, al contrario. Cuando veo a los misioneros, y siempre hay alguno que puede fallar, constato que la Misión católica no es proselitista, sino que anuncia el Evangelio según la cultura de cada lugar. Lo católico es eso, respetar las culturas. No hay una cultura católica como tal; sí un pensamiento católico, pero en lo católico se enraízan cada una de las culturas, y eso ya en la misma acción del Espíritu Santo en la mañana de Pentecostés. Eso es muy claro. Lo católico no tiene uniformidad, tiene armonía, la armonía de las diferencias. Y esa armonía la hace el Espíritu Santo. Un misionero va, respeta lo que se encuentra en cada lugar y ayuda a que se cree la armonía, pero no hace proselitismo ideológico o religioso ni, mucho menos, colonialismo. Algunas desviaciones que hubo en algún otro continente, por ejemplo el problema serio de las escuelas en Canadá, donde estuve y allí hablé de ello, se debieron a que no estaba muy clara la independencia en ese momento, pero el misionero tiene que estar para respetar la cultura de su pueblo, vivir con esa cultura y llevar adelante su trabajo.
El Concilio Vaticano II, del que se cumplen 60 años, supuso un impulso misionero extraordinario. ¿Ha cambiado mucho la Misión desde entonces? ¿Requieren la Iglesia y los pueblos otra Misión?
Gracias a Dios, sí. Dicen los historiadores que para que un concilio tenga un resultado total hacen falta 100 años, por lo que está a mitad de camino. Tantas cosas han cambiado en la Iglesia, tantas cosas para bien… Hay dos signos interesantes: las primeras efervescencias imprudentes del Concilio ya desaparecieron, pienso en las efervescencias litúrgicas, que casi no las hay. Y surgen, surgen resistencias anticonciliares que antes no se veían, algo típico de todo proceso de madurez. Pero han cambiado tantas cosas… En la parte misionera, el respeto por las culturas, el hecho de la inculturación del Evangelio, es uno de los valores que vienen como consecuencia indirecta del Concilio. La fe se incultura y el Evangelio toma la cultura de su pueblo, se da una evangelización de la cultura. Inculturación de la fe y evangelización de la cultura, son esos dos movimientos, y cuando hablo de evangelización de la cultura no hablo del reduccionismo de la cultura ni de ideologizar las culturas ni todo eso que es una tentación seria actualmente, sino que hablo de evangelizar, de anunciar, y nada más, con mucho respeto. Por eso, el pecado más grave que puede tener un misionero es el proselitismo. Lo católico no es proselitista.