La experiencia pascual de los dos discípulos de Emaús (Evangelio) está marcada por etapas evidentes, parecidas al camino espiritual de muchas personas. El evangelista construye toda la narración en torno a la imagen del camino: un camino de ida y un camino de vuelta. Un camino que lleva lejos de Jerusalén (con sentimientos de desilusión, tristeza, aislamiento) y un camino de vuelta (con ojos abiertos, corazón ardiente, paso veloz, alegría por llevar una ‘buena noticia’).

Emaús:
Superar la derrota

Un comentario a Lc 24, 13-35

El texto es muy conocido, pero sabemos que cualquier texto bíblico, si lo leemos desde la realidad de nuestra vida y abiertos a la acción del Espíritu Santo, es siempre nuevo y siempre iluminador. Hagamos de entrada algunas breves observaciones:

a) El contexto en el que escribe Lucas

Lucas escribe hacia el año 85 para la comunidad de Grecia y del Asia Menor que vivían en una difícil situación, tanto interna como externa. Aquellas comunidades vivían su fe en medio de graves conflictos, con diferencias internas y con sensibilidades diversas, como nosotros ahora. Entre ellos había aperturistas y tradicionalistas, unos más fieles a Pablo y otros a Apolo. En su entrono el mundo les era hostil y sufrían persecución y desprecio. A esa comunidad le escribe Lucas sobre esta experiencia de fe que hacen los discípulos de Emaús, que, decepcionados, encuentran a Jesús vivo y vuelven a la comunidad.

b) Las actitudes de los discípulos que refleja Lucas

Huyen de Jerusalén, el lugar de la cruz y de la muerte, del fracaso histórico. A pesar de saber que Jesús era un profeta y que su propuesta del Reino venía de Dios, ahora consideran que fue una experiencia bonita, pero que, como todo lo bonito, se acaba.

Están “ciegos” y tristes: Sus ojos estaban incapacitados, como los de la Magdalena en el huerto, o los de Pablo al caerse del caballo. Su dolor, su orgullo herido, su concentración en el pasado, su decepción, les impiden “abrir los ojos” y ver lo que sucede realmente. No ven los signos de la presencia de Jesús en sus vidas. Todo lo ven negativo, como personas derrotadas y fracasadas

Han perdido la esperanza. Creían que Jesús iba a ser el Mesías, el salvador del pueblo, el gran líder…Y no fue así. Nos pasa a nosotros también cuando ponemos mucho entusiasmo en algo. Cuando las cosas no salen como esperábamos, reaccionamos con despecho y perdemos toda esperanza, negándonos a empezar de nuevo. 

c) La actitud de Jesús

Se acerca, camina con ellos y se interesa por sus vidas y sus preocupaciones. Es impresionante las veces que en el evangelio Jesús se acerca a la situación de las personas concretas. No sólo camina con la gente; muchas veces, Jesús se presenta pidiendo un favor, como es el caso de la Samaritana. Jesús no empieza ofreciendo algo, sino pidiendo agua. (Juan 4).

Relee la Escritura con ellos. Después de entender cuál era el problema de los discípulos, Jesús repasa con ellos la Escritura. Lo hace de tal manera que la Biblia ilumina la situación y transforma la experiencia de la cruz de señal de muerte en señal de vida y esperanza. Así lo que impide ver, se convierte en luz y fuerza a lo largo del camino.

Reconstruye la comunidad. Jesús, no sólo se acerca y se interesa por sus vidas y relee las Escrituras con ellos, sino que entra en su casa y come con ellos, compartiendo el pan y restableciendo los lazos afectivos con la comunidad. Sabe crear un ambiente orante de fe y fraternidad, donde el Espíritu pueda obrar y hacer que la Eucaristía sea algo más que un gesto banal. La Eucaristía se hace gesto de memoria, de pertenencia, de misión compartida.

d) Y lo reconocieron

Al final los discípulos piden a Jesús que se quede con ellos; Jesús comparte el pan (celebra la Eucaristía) y los ojos de los discípulos “se abren” para reconocerlo, recuperar la esperanza y volver a la comunidad, dispuestos a continuar con la misión que Jesús les ha encomendado en todo el mundo. De derrotados pasan a ser testigos entusiastas.

También hoy si leemos la Palabra con el corazón sincero, si celebramos la Eucaristía, si volvemos a la comunidad, el Espíritu nos hablará al corazón y recuperaremos la alegría de la fe y podemos decir: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba? No hay derrota que pueda con nosotros.
P. Antonio Villarino, misionero comboniano, en Bogotá

De Emaús al mundo:
para anunciar la experiencia del encuentro con el Resucitado

Hechos 2,14.22-33; Salmo 15; 1Pedro 1,17-21; Lucas 24,13-35

Reflexiones
La experiencia pascual de los dos discípulos de Emaús (Evangelio) está marcada por etapas evidentes, parecidas al camino espiritual de muchas personas. El evangelista construye toda la narración en torno a la imagen del camino: un camino de ida y un camino de vuelta. Un camino que lleva lejos de Jerusalén (con sentimientos de desilusión, tristeza, aislamiento) y un camino de vuelta (con ojos abiertos, corazón ardiente, paso veloz, alegría por llevar una ‘buena noticia’). Se trata de una experiencia ejemplar, emblemática. El itinerario de Emaús es, en realidad, el camino de todo cristiano, de toda persona. El texto de Lucas señala también una clara metodología misionera y catequética, con las etapas del método pastoral: ver, juzgar, actuar, celebrar...

- 1. La experiencia arranca de una realidad de frustración y de fracaso: los dos discípulos, incapaces, igual que los otros, de encontrar un sentido a los hechos ocurridos en esa pascua, se aíslan alejándose del grupo (v. 13-14), están tristes (v. 17), “nosotros esperábamos… ya han pasado dos días…” v. 21).

- 2. El cambio de escenario se produce con la llegada de un forastero que parece ignorar completamente los hechos del día (v. 15-18). Los dos aceptan compartir el viaje con él y lo escuchan. Entran así en una etapa de iluminación sobre los acontecimientos, hecha por Jesús mismo, que les explica “lo que se refería a Él en toda la Escritura” (v. 27).

- 3. Ahora ya están preparados para la celebración y la contemplación: el corazón de los discípulos está ardiendo (v. 32); brota la oración: “Quédate con nosotros” (v. 29); están sentados a la mesa juntos (v. 30); Jesús cumple el gesto ritual de tomar el pan, reza la bendición, lo parte y se lo da (v. 30); se les abren los ojos y lo reconocen (v. 31).

- 4. Y finalmente llega el momento de actuar, la hora de la misión: levantándose al momento, se vuelven a Jerusalén, como siguiendo un imperativo que nace del encuentro con Jesús. Se reintegran a la comunidad de los otros discípulos y comparten cada cual su experiencia del Resucitado (v. 33-35). Ahora los discípulos están seguros de que Cristo ha resucitado y todos ellos son testigos, como lo proclama con valentía Pedro (I lectura) en la plaza de Jerusalén la mañana de Pentecostés (v. 32).

¿Qué es lo que ha cambiado? La ruta Jerusalén-Emaús, el panorama, los kilómetros del recorrido, las vicisitudes de la muerte de Jesús y la tumba vacía… Los hechos siguen siendo los mismos. Pero ahora hay una perspectiva nueva: la fe ha cambiado definitivamente la manera de ver y de vivir esos hechos. La fe marca la diferencia. “Según la narración evangélica, la transformación se debe a la explicación de las Sagradas Escrituras… El itinerario abierto por la palabra de Jesús se cruza con el triste viaje de retorno de los dos discípulos y lo convierte en un camino de esperanza, en un progresivo acercamiento a los proyectos de Dios, en peregrinación hacia la Pascua, la Eucaristía, la Iglesia, la misión hasta los extremos confines de la tierra” (Card. Carlos M. Martini).

Quédate con nosotros, porque atardece” (v. 29). Es la primera y la más conmovedora oración de la comunidad cristiana dirigida a Jesús resucitado. San Juan Pablo II en la carta Mane Nobiscum Domine (Quédate con nosotros, Señor), pone en evidencia el dinamismo misionero que nace de la Eucaristía: “Los dos discípulos «levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén» (Lc 24,33) para comunicar lo que habían visto y oído... El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio... La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad”. Por su parte, el Papa Francisco habla de la atracción, del contagio misionero, de la alegría cristiana, que acompañan la difusión del Evangelio. (*)

Los Evangelios de la Pascua subrayan con claridad la dificultad y, a la vez, el gozo de creer. Los dos de Emaús reconocen que ese compañero de camino es Jesús cuando Él parte el pan (v. 35). Cuando nosotros compartimos nuestra vida y nos hacemos pan partido para los demás, es el momento en el que hacemos experiencia de resurrección; las desilusiones se transforman en esperanza. En el momento en que nos hacemos don para los demás, la vida se enciende de luz y gozo: ¡es Pascua!

Palabra del Papa

(*) «Jesús ha resucitado, los discípulos de Emaús han narrado su experiencia: también Pedro cuenta lo que ha visto. Más tarde, el mismo Señor aparece en la sala y les dice: “Paz a ustedes”. La alegría del encuentro con Jesucristo… es contagiosa y grita el anuncio: ¡y allí crece la Iglesia!... La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción; la atracción testimonial de esta alegría que anuncia a Jesucristo… Es la alegría fundante. ¡Sin esta alegría no se puede fundar una Iglesia! ¡No se puede fundar una comunidad cristiana! Es una alegría apostólica, que se irradia, se expande».
Papa Francisco
Homilía en la iglesia de San Ignacio, en Roma, 24-4-2014

P. Romeo Ballan, MCCJ

Lucas 24,13-35

ACOGER LA FUERZA DEL EVANGELIO

Dos discípulos de Jesús se van alejando de Jerusalén. Caminan tristes y desolados. Cuando lo han visto morir en la cruz, en su corazón se ha apagado la esperanza que habían puesto en él. Sin embargo continúan pensando en él. No lo pueden olvidar. ¿Habrá sido todo una ilusión?
Mientras conversan y discuten de todo lo vivido, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen. Aquel Jesús en el que tanto habían confiado y al que habían amado con pasión les parece ahora un caminante extraño.
Jesús se une a su conversación. Los caminantes lo escuchan primero sorprendidos, pero poco a poco algo se va despertando en su corazón. No saben exactamente qué les está sucediendo. Más tarde dirán: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Los caminantes se sienten atraídos por las palabras de Jesús. Llega un momento en que necesitan su compañía. No quieren dejarle marchar: «Quédate con nosotros». Durante la cena se les abrirán los ojos y lo reconocerán. Este es el gran mensaje de este relato: cuando acogemos a Jesús como compañero de camino, sus palabras pueden despertar en nosotros la esperanza perdida.
Durante estos años, muchas personas han perdido su confianza en Jesús. Poco a poco se les ha ido convirtiendo en un personaje extraño e irreconocible. Todo lo que saben de él es lo que pueden reconstruir, de manera parcial y fragmentaria, a partir de lo que han escuchado a predicadores y catequistas.
Sin duda, la homilía de los domingos cumple una tarea insustituible, pero resulta claramente insuficiente para que las personas de hoy puedan entrar en contacto directo y vivo con el Evangelio. Tal como se lleva a cabo, ante un pueblo que ha de permanecer mudo, sin exponer sus inquietudes, interrogantes y problemas, es difícil que logre regenerar la fe vacilante de tantas personas que buscan, a veces sin saberlo, encontrarse con Jesús.
¿No ha llegado el momento de instaurar, fuera del contexto de la liturgia dominical, un espacio nuevo y diferente para escuchar juntos el Evangelio de Jesús? ¿Por qué no reunirnos laicos y presbíteros, mujeres y hombres, cristianos convencidos y personas que se interesan por la fe, a escuchar, compartir, dialogar y acoger el Evangelio de Jesús?
Hemos de dar al Evangelio la oportunidad de entrar con toda su fuerza transformadora en contacto directo e inmediato con los problemas, crisis, miedos y esperanzas de la gente de hoy. Pronto será demasiado tarde para recuperar entre nosotros la frescura original del Evangelio. Hoy es posible. Esto es lo que se pretende con la propuesta de los Grupos de Jesús.

José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com

DEL DESENCANTO AL ENTUSIASMO

Hay que olvidar lo que sabemos

Para comprender el relato de los discípulos de Emaús hay que olvidar todo lo leído en los días pasados, desde la Vigilia del Sábado Santo, a propósito de las apariciones de Jesús. Porque Lucas ofrece una versión peculiar de los acontecimientos. Al final de su evangelio cuenta sólo tres apariciones:

1) A todas las mujeres, no a dos ni tres, se aparecen dos ángeles cuando van al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús.

2) A dos discípulos que marchan a Emaús se les aparece Jesús, pero con tal aspecto que no pueden reconocerlo, y desaparece cuando van a comer.

3) A todos los discípulos, no sólo a los Once, se aparece Jesús en carne y hueso y come ante ellos pan y pescado.

Dos cosas llaman la atención comparadas con los otros evangelios: 1) las apariciones son para todas y para todos, no para un grupo selecto de mujeres ni para sólo los once. 2) La progresión creciente: ángeles – Jesús irreconocible – Jesús en carne y hueso.

Jesús, Moisés, los profetas y los salmos

Hay un detalle común a los tres relatos de Lucas: las catequesis. Los ángeles hablan a las mujeres, Jesús habla a los de Emaús, y más tarde a todos los demás. En los tres casos el argumento es el mismo: el Mesías tenía que padecer y morir para entrar en su gloria. El mensaje más escandaloso y difícil de aceptar requiere que se trate con insistencia. ¿Pero cómo se demuestra que el Mesías tenía que padecer y morir? Los ángeles aducen que Jesús ya lo había anunciado. Jesús, a los de Emaús, se basa en lo dicho por Moisés y los profetas. Y el mismo Jesús, a todos los discípulos, les abre la mente para comprender lo que de él han dicho Moisés, los profetas y los salmos. La palabra de Jesús y todo el Antiguo Testamento quedan al servicio del gran mensaje de la muerte y resurrección.

La trampa política que tiende Lucas

Para comprender a los discípulos de Emaús hay que recordar el comienzo del evangelio de Lucas, donde distintos personajes formulan las más grandes esperanzas políticas y sociales depositadas en la persona de Jesús. Comienza Gabriel, que repite cinco veces a María que su hijo será rey de Israel. Sigue la misma María, alabando a Dios porque ha depuesto del trono a los poderosos y ensalzado a los humildes, porque a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Los ángeles vuelven a hablar a los pastores del nacimiento del Mesías. Zacarías, el padre de Juan Bautista, también alaba a Dios porque ha suscitado en la casa de David un personaje que librará al pueblo de Israel de la opresión de los enemigos. Finalmente, Ana, la beata revolucionaria de ochenta y cuatro años, habla del niño Jesús a todos los que esperan la liberación de Jerusalén. Parece como si Lucas alentase este tipo de esperanza político-social-económica.

Del desencanto al entusiasmo

El tema lo recoge en el capítulo final de su evangelio, encarnándolo en los dos de Emaús, que también esperaban que Jesús fuera el libertador de Israel. No son galileos, no forman parte del grupo inicial, pero han alentado las mismas ilusiones que ellos con respecto a Jesús. Están convencidos de que el poder de sus obras y de su palabra va a ponerlos al servicio de la gran causa religiosa y política: la liberación de Israel. Sin embargo, lo único que consiguió fue su propia condena a muerte. Ahora sólo quedan unas mujeres lunáticas y un grupo se seguidores indecisos y miedosos, que ni siquiera se atreven a salir a la calle o volver a Galilea. A ellos no los domina la indecisión ni el miedo, sino el desencanto. Cortan su relación con los discípulos, se van de Jerusalén.

En este momento tan inadecuado es cuando les sale al encuentro Jesús y les tiene una catequesis que los transforma por completo. Lo curioso es que Jesús no se les revela como el resucitado, ni les dirige palabras de consuelo. Se limita a darles una clase de exégesis, a recorrer la Ley y los Profetas, espigando, explicando y comentando los textos adecuados. Pero no es una clase aburrida. Más tarde comentarán que, al escucharlo, les ardía el corazón.

El misterioso encuentro termina con un misterio más. Un gesto tan habitual como partir el pan les abre los ojos para reconocer a Jesús. Y en ese mismo momento desaparece. Pero su corazón y su vida han cambiado.

Los relatos de apariciones, tanto en Lucas como en los otros evangelios, pretenden confirmar en la fe de la resurrección de Jesús. Los argumentos que se usan son muy distintos. Lo típico de este relato es que a la certeza se llega por los dos elementos que terminarán siendo esenciales en las reuniones litúrgicas: la palabra y la eucaristía.

Del entusiasmo al aburrimiento

Por desgracia, la inmensa mayoría de los católicos ha decidido escapar a Emaús y casi ninguno ha vuelto. «La misa no me dice nada». Es el argumento que utilizan muchos, jóvenes y no tan jóvenes, para justificar su ausencia de la celebración eucarística. «De las lecturas no me entero, la homilía es un rollo, y no puedo comulgar porque no me he confesado». En gran parte, quien piensa y dice esto, lleva razón. Y es una pena. Porque lo que podríamos calificar de primera misa, con sus dos partes principales (lectura de la palabra y comunión) fue una experiencia que entusiasmó y reavivó la fe de sus dos únicos participantes: los discípulos de Emaús. Pero hay una grande diferencia: a ellos se les apareció Jesús. La palabra y el rito, sin el contacto personal con el Señor, nunca servirán para suscitar el entusiasmo y hacer que arda el corazón.

José Luis Sicre
https://www.feadulta.com