Probablemente era otoño y en los pueblos de Galilea se vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas a quienes no tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios hacia todos?

 Stop a los ociosos. ¡Todos en Misión!
Hay trabajo para todos

Isaías 55,6-9; Salmo 144; Filipenses 1,20-24.27; Mateo 20,1-16

Reflexiones
La meritocracia - hoy tan de moda - parece no estar en línea con los criterios de Dios. En la parábola de hoy Jesús presenta la actitud desconcertante, ‘irracional’, provocadora del dueño de la viña, que paga a todos los obreros de la misma manera. Pero, ¿cuál es el mensaje? El texto de Isaías (I lectura) nos ofrece una clave de lectura para entender la parábola de Jesús: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos” (v. 8). El salmo responsorial exalta al Señor que es clemente y misericordioso, bueno con todos, es incalculable su grandeza. Solamente con estos parámetros es posible acercarse al misterio de Dios y de sus planes. Para captar el mensaje de Jesús (Evangelio), es preciso salir de una lógica sindical y económica, dejar de lado la mentalidad del contador, optar por la gratuidad, adoptar la lógica del corazón grande y del amor hacia todos, sin exclusiones. Jesús desbarata la tan extendida doctrina del ‘mérito’, según la cual la salvación se convertiría en un derecho para quien ha “aguantado el peso del día y el bochorno” (v. 12), en un salario debido a quien cumple determinadas obras. Y, por tanto, el que más obras cumple más se merece el favor divino. Las protestas contra el amo (v. 11-12) provienen de personas observantes pero mezquinas, envidiosas, como el profeta Jonás (Jon 4,1-2) o el hijo mayor de la parábola (Lc 15,29-30), incapaces de comprender el amor del Padre, celosos e irritados por la acogida y el perdón concedidos al pueblo de Nínive y al hijo menor... A menudo somos nosotros los envidiosos de la parábola.

El Reino de Dios y la salvación que Él ofrece tienen las dimensiones misioneras de la universalidad, son dones abiertos a todos, incluidos especialmente los últimos, los pecadores, los humildes. “El estilo de Jesús es idéntico para todos, judíos y paganos, justos y pecadores. La antigua alianza basada sobre el derecho y la justicia es reemplazada por la nueva, fundada exclusivamente sobre la gracia. El Reino es un don de Dios y no un salario por las obras de la Ley; la salvación no es una recompensa debida casi por contrato; es, ante todo, una iniciativa divina hecha de amor y de comunión, en la que el hombre es invitado a tomar parte con gozo y sin restricciones” (G. Ravasi). Incluidos los pobres, los desamparados, porque Dios cuida en particular de aquellos a los que nadie ha contratado (v. 7); porque también ellos tienen que mantener una familia e hijos. Dios es un amo bondadoso: acoge a todos sin rechazar a nadie, pero es libre de tener sus preferencias (v. 15). Él revela un nuevo estilo de relaciones con las personas, una jerarquía desconcertante, que desbarata los criterios humanos (I lectura). Es la jerarquía definitiva del Reino.

El amo de la viña es una imagen de Dios, que llama a todos a trabajar por el Reino: llama a cada hora, a cualquier edad y condición; llama uno por uno, para tareas diferentes… Aprecia también al que puede dar tan solo un aporte menor, o incluso mínimo. Es un amo con un corazón grande; pide tan solo que los obreros confíen en Él, trabajen por su Reino, por amor, con gratuidad. Él llama a algunos a ser obreros y misioneros de la primera hora: los asocia desde el amanecer al trabajo por el Reino. En la oración colecta, pedimos al Padre que sepamos apreciar el impagable honor de trabajar en la viña desde el amanecer. Para el que ha entrado en la lógica del amor, del servicio, de la gratuidad, el peso del día y el bochorno no son un castigo, sino un privilegio. La Misión a la que Jesús nos llama es diferente en sus formas; está en todo lugar, siempre, sobre todo entre los más lejanos, cerca de los últimos. “Hoy en día todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la misión ad gentes, en la que todos los miembros de la Iglesia están llamados a participar” (Papa Francisco). Así lo había entendido San Pablo (II lectura), para el cual “la vida es Cristo” (v. 21) y, por tanto, estaba decidido a seguir trabajando por sus hermanos (v. 24).

Id también vosotros a mi viña” (Mt 20,4): es la invitación-mandato misionero de un Amo que tiene preocupaciones grandes y proyectos urgentes, porque “la mies es mucha y los obreros pocos” (Mt 9,37). La llamada no se dirige solo a los obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, sino que se extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo. Se trata de un llamado que tiene una especial actualidad en la inminencia del octubre misionero y del DOMUND (Domingo Mundial de las Misiones). (*)

Palabra del Papa

(*) “En este año, marcado por los sufrimientos y desafíos causados ​​por la pandemia del COVID-19, este camino misionero de toda la Iglesia continúa a la luz de la palabra que encontramos en el relato de la vocación del profeta Isaías: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8). Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: «¿A quién enviaré?» (ibíd.). Esta llamada viene del corazón de Dios, de su misericordia que interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial… En este contexto, la llamada a la misión, la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo”.
Papa Francisco
Mensaje para el Día Mundial de las Misiones – DOMUND, octubre 2020

P. Romeo Ballan, MCCJ

“Hay, hermanos, mucho por hacer”

Un comentario
a Mt 20, 1-16

Seguimos avanzando en la lectura de Mateo, que nos acerca cada vez más a la figura de Jesús, a sus enseñanzas y valores. Hoy leemos la primera parte del capítulo 20, que nos transmite la parábola de los trabajadores que llegan a distintas horas a trabajar en la viña, recibiendo todos la misma paga.

De esta lectura yo saco tres lecciones principales:

1. “Vayan ustedes también a mi viña”

En la viña del Señor, que es el amplio mundo, hay trabajo para todos y a todas las horas del día. Al leer este texto me acordé de una famosa frase del escritor peruano, César Vallejo: “Hay, hermanos, tanto por hacer”. Realmente, en nuestro mundo hay mucha tarea pendiente: tanta hambre que alimentar, tantos niños que educar y ayudar a crecer sanos en el cuerpo y en el espíritu, tantos jóvenes que orientar hacia los grandes ideales, tantas familias que construir en un amor gratuito y sólido, tanta justicia que instaurar en el trabajo y en la vida pública, tanta comunión que favorecer en la Iglesia, tanta palabra de luz que compartir… ¿En qué parte de la viña trabajas tú? Mira a tu alrededor y verás que el Señor te llama a comprometerte un poco más, a dar un poco más de tu tiempo, a amar con más generosidad.

2. “Los últimos serán primeros”

En el trabajo por el Reino no cuenta la herencia recibida sino el tiempo aprovechado cuando uno es llamado. No vale decir: en la juventud yo era muy generoso,  mi familia ha sido siempre católica, como si eso te diese algún privilegio; no vale decir: en mi pueblo siempre hemos celebrado las fiestas religiosas, como si un pasado fiel pudiese justificar un presente infiel… En el trabajo por el Reino no hay privilegios adquiridos y todos son bienvenidos, sea cual sea su historia precedente. Cada generación, cada tiempo tiene su propia misión que cumplir, sus desafíos que afrontar, sus valores que proteger. No podemos “dormirnos en los laureles”, como si lo hecho ayer fuera lo mejor, ni desesperar de que mañana pueda ser mejor. Siempre hay una nueva oportunidad para empezar a hacer el bien y a mejorar nuestra vida.

3. Trabajar por el Reino es un gozo gratuito

El trabajo por el Reino es en sí mismo la paga que se nos debe. Amar a Dios, servir al prójimo, trabajar por la felicidad de la familia, colaborar en una parroquia, ayudar a unos niños necesitados… todo eso no requiere paga, eso se paga en sí mismo, porque eso nos hace ser verdaderos hijos de Dios, que ama generosa y gratuitamente, sin exigir nada a cambio.

Aprovechemos la celebración del domingo para preguntarle al Señor: ¿A qué parte de tu viña me llamas?

Y peguntémonos a nosotros mismos: ¿Hago algo gratuitamente, por amor puro y simple o estoy buscando siempre una compensación, un reconocimiento, una paga?
P. Antonio Villarino
Bogotá

Mateo 20,1-16

BONDAD ESCANDALOSA

porque soy bueno

Probablemente era otoño y en los pueblos de Galilea se vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas a quienes no tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios hacia todos?

Jesús les contó una parábola sorprendente. Les habló de un señor que contrató a todos los jornaleros que pudo. Él mismo vino a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes. Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a todos les dio un denario: lo que su familia necesitaba para vivir.

El primer grupo protesta. No se quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor «ha tratado a los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor al que hace de portavoz es admirable: «Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».

La parábola es tan revolucionaria que, seguramente, después de veinte siglos, no nos atrevemos todavía a tomarla en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos y aquellas que apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su corazón de Padre no hay privilegios basados en el trabajo más o menos meritorio de quienes han trabajado en su viña?

Todos nuestros esquemas se tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los «piadosos» cargados de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas que no tienen acceso al templo.

Nosotros seguimos muchas veces con nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su bondad infinita hacia todos. Hay personas que no se lo merecen. Nos parece que Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y sólo su merecido. Menos mal que Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, Dios sabe entenderse bien con esas personas a las que nosotros rechazamos.

José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com

PENSAR QUE DIOS NOS DEBE ALGO,
ES RIDICULIZARLE

También hoy el evangelio va dirigido a la comunidad. Cuando se escribió este evangelio, las comunida­des llevaban ya muchos años de rodaje pero seguían incorpo­rando nuevos miembros. Los más veteranos seguramente reclamaban privilegios, porque en un ambiente de inminente final de la historia, los que se incorporaban no iban a tener la oportunidad de trabajar como lo habían hecho ellos. La parábola advierte a los cristianos que no es mérito suyo haber accedido a la fe antes, sería ridículo esperar mayor paga.

El contexto inmediato es muy interesante. Jesús acaba de decir al joven rico que venda todo lo que tiene y le siga. A continuación, Pedro se destaca y dice a Jesús: “Pues nosotros lo hemos dejado todo. ¿Qué tendremos?” Jesús le promete cien veces más, pero termina con esa frase enigmática: “Hay primeros que serán últimos, y últimos que serán primeros”. A continuación viene el relato de hoy, que repite, al final, la misma frase pero invirtiendo los términos; dando a entender que la frase de marras se ha hecho realidad.

Las lecturas de los tres últimos domingos han desarrollado el mismo tema, pero en una progresión de ideas interesante: el domingo 23 nos hablaba de la corrección fraterna, es decir, del perdón al hermano que ha fallado. El 24 nos habló de la necesidad de perdonar las deudas sin tener en cuenta la cantidad. Hoy nos habla de la necesidad de compartir con los demás sin límites, no con un sentido de justicia humana, sino desde el amor. Todo un proceso de aproximación al amor que Dios manifiesta con cada uno de nosotros.

Hoy tenemos una mezcla de alegoría y parábola. Esto hace más difícil una interpretación adecuada. Sabéis que en la alegoría, cada uno de los elementos del relato significa otra realidad en el plano trascendente. En la parábola, es el conjunto, el que nos lanza a otro nivel de realidad a través de una quiebra en el proceso lógico de la historia narrada. Está claro que la viña hace referencia al pueblo elegido, y que el propietario es Dios mismo. Pero también es cierto que en el relato, hay un punto de inflexión cuando dice: “Al llegar los primeros pensaron que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario”.

Desde la lógica humana, no hay ninguna razón para que el dueño de la viña trate con esa deferencia a los de última hora. Por otra parte, el propietario de la viña actúa desde el amor absoluto, cosa que solo Dios puede hacer. Lo que nos quiere decir la parábola es que una relación de toma y daca con Dios no tiene sentido. El trabajo en la comunidad de los seguidores de Jesús, tiene que imitar a ese Dios y ser totalmente desinteresado. Si tomásemos en serio esta advertencia, ¿qué quedaría de nuestra religiosidad?

Con esta parábola, Jesús no pretende dar una lección de relaciones laborales. Cualquier referencia a ese campo en la homilía de hoy no tiene sentido. Jesús habla de la manera de comportarse Dios con nosotros, que está más allá de toda justicia humana. Que nosotros podamos imitarle es otro cantar. Desde los valores de justicia que manejamos en nuestra sociedad, será imposible entender la parábola.

Hoy todo el mundo trabaja para lograr desigualdades; es decir para tener más que el otro, estar por encima y así diferenciarse de él. Esto es cierto, no solo respecto a cada individuo, sino también a nivel de pueblos y naciones. Incluso en el ámbito religioso se nos ha inculcado que tenemos que ser mejores que los demás para recibir un premio mayor. Ésta ha sido la filosofía que ha movido la espiritualidad cristiana de todos los tiempos. Lo que propone la parábola es algo completamente distinto.

Se trata de romper los esquemas en los que está basada la sociedad que se mueve únicamente por el interés. Como dirigida a la comunidad, la parábola pretende unas relaciones humanas que estén más allá de todo interés egoísta de individuo o de grupo. Los Hechos de los Apóstoles nos dan la pista cuando nos dicen: “lo poseían todo en común y se distribuía a cada uno según su necesidad”.

Hay una segunda parte que es tan interesante como la misma parábola. Los de primera hora se quejan del trato que reciben los de la última. Se muestra aquí la incapacidad de comprensión de la actitud del dueño. No tienen derecho a exigir, pero les sienta mal que los últimos reciban el mismo trato que ellos. El relato demuestra un conocimiento muy profundo de la psicología humana. La envidia envenena las relaciones humanas hasta tal punto, que a veces prefiero perjudicarme con tal de que el otro se perjudique aún más.

En realidad lo que está en juego es una manera de entender a Dios completamente original. Tan desconcertante es ese Dios de Jesús, que después de veinte siglos, aún no lo hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que retribuye a cada uno según sus obras (el dios del AT). Una de las trabas más fuertes que impiden nuestra vida espiritual es cree

r que podemos y tenemos que merecer la salvación. El don total de Dios es siempre el punto de partida, no algo a conseguir gracias a nuestro esfuerzo.

Hoy podemos ir incluso más allá de la parábola. No existe retribución que valga. Dios da a todos los seres humanos lo mismo, porque Dios se da a sí mismo y no puede partirse. Dios nos paga antes de que trabajemos. Es una manera equivocada de hablar, decir que Dios nos concede esto o aquello. Dios está totalmente disponible a todos. Lo que tome cada uno dependerá solamente de él. Si Dios pudiera darme más de lo que me ha dado y no me lo diera, dejaría de ser Dios. Lo que Dios es no puede depender de mí.

La obra salvadora de Jesús no está encaminada a cambiar la actitud de Dios para con nosotros; como si antes de él, estuviésemos condenados por Dios, y después estuviésemos salvados. La salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y cómo podemos responder a su don total. Jesús no vino para hacer cambiar a Dios, sino para que nosotros cambiemos con relación a Dios, aceptando su salvación. No sigamos empeñándonos en meter a Dios por nuestros caminos.

Con estas parábolas el evangelio pretende hacer saltar por los aires la idea de un Dios que reparte sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su capricho. Por desgracia hemos seguido dando culto a ese dios interesado y que nos interesaba mantener. En realidad, nada tenemos que “esperar” de Dios; ya nos lo ha dado todo desde el principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay nada que esperar y abrámonos a su don total, que es ya una realidad, aunque no lo hayamos descubierto.

El mensaje de la parábola es evangelio, buena noticia: Dios es para todos igual: amor, don infinito. Queremos decir para todos sin excepción. Los que nos creemos buenos y cumplimos todo lo que Dios quiere, lo veremos como una injusticia; seguimos con la pretensión de aplicar a Dios nuestra manera de hacer justicia. Cómo vamos a aceptar que Dios ame a los malos igual que a nosotros. Debe cambiar nuestra religiosidad que se basa en ser buenos para que Dios nos premie o, por lo menos, para que no nos castigue.

El evangelio propone cómo tiene que funcionar la comunidad (el Reino). ¿Sería posible trasladar esta manera de actuar a todas las instancias civiles? Si se pretende esa relación imponiéndola desde el poder, no tendría ningún valor salvífico. Si todos los miembros de una comunidad, sea del tipo que sea, lo asumieran voluntariamente, sería una riqueza humana increíble, aunque no partiera de un sentido de trascendencia.

Fray Marcos
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