La fiesta de hoy es una provocación abierta sobre la realidad de Dios y nuestra percepción de Él. Hay una pregunta insistente en el corazón de los creyentes de todas las religiones: ¿Cómo es Dios por dentro? ¿Cómo vive, qué hace Dios? ¿Hasta qué punto tiene interés por el hombre? ¿Por qué los hombres se interesan por Dios?... Y así otras muchas preguntas.
¡En todo lo que existe está impreso el Nombre de la Trinidad!
“El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa.”
Juan 16,12-15
Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Durante el tiempo de Cuaresma y Pascua, hemos experimentado la acción salvadora del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Este domingo, después de Pentecostés, la Iglesia nos invita a contemplar esta acción amorosa de las tres Personas divinas en su unidad y sinergia.
La solemnidad de la Santísima Trinidad es una fiesta relativamente reciente. Fue introducida en el calendario litúrgico en el siglo XIV y asignada al domingo siguiente a Pentecostés, considerado el momento más adecuado, ya que la Trinidad fue plenamente revelada con la venida del Espíritu Santo.
No celebramos una verdad del catecismo encerrada en una fórmula dogmática, ni un misterio enigmático. Se trata de una realidad viva, hermosa, sorprendente, que está en el corazón de la Buena Noticia del Evangelio, y que san Juan resume en esta afirmación: “Dios es amor” (1 Juan 4,8).
El camino hacia la fe en la Trinidad
Todos los cristianos profesan la fe en la Trinidad: “Dios es uno en tres Personas”. No encontramos esta definición en la Biblia, y las primeras generaciones cristianas aún no usaban la palabra “Trinidad”. El primero en utilizarla (Trinitas) fue Tertuliano, Padre de la Iglesia (+240). No fue una invención, por supuesto, sino fruto de su meditación sobre la Sagrada Escritura.
En el Nuevo Testamento no faltan las alusiones a esta verdad de fe. La conclusión del Evangelio según san Mateo nos ofrece la fórmula trinitaria más explícita: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28,19).
En el contexto de la fe profundamente monoteísta de Israel, podemos imaginar lo escandaloso que resultaba que Jesús se proclamara Hijo de Dios y hablara de la persona del Espíritu Santo. Los primeros cristianos fueron realmente valientes al iniciar la fe en la Trinidad, que no se formularía claramente hasta el siglo IV, en los Concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381). Solo una convicción profunda, recibida a través de la enseñanza y el testimonio de Jesús, pudo hacerlos tan audaces: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, él lo ha revelado” (Juan 1,18).
La Trinidad, exigencia del amor
Si por un lado el misterio de la Trinidad es difícil de comprender porque va contra nuestra lógica, por otro lado, podríamos decir que es simple, porque es una exigencia del mismo amor. Un Dios en una sola Persona sería solipsista: ¿cómo podría ser amor? Un amor entre dos podría volverse un amor de reciprocidad, un amor reflejado, donde los dos amantes se miran el uno al otro: aún sería un amor imperfecto. Se necesita un Tercero, que encarne la diversidad y saque al amor de la lógica de la reciprocidad para integrar al diferente.
Dios creó a la humanidad “a su imagen y semejanza” (Génesis 1,26-27), pero el icono de la Trinidad no es la pareja, sino la familia: la pareja fecunda que acoge al “otro” y sale de la lógica especular. Dios es Familia. La humanidad lleva en sí la huella trinitaria. En la Trinidad está contenida la revelación de nuestra identidad profunda y de nuestra vocación.
No solo la familia humana, sino toda la realidad lleva esta huella trinitaria, como lo dijo Benedicto XVI: “En todo lo que existe está, de alguna manera, impreso el nombre de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta las últimas partículas, es ser en relación; y así se manifiesta el Dios-relación, se manifiesta, en definitiva, el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con distintos grados de conciencia y libertad.” (Ángelus, 7 de junio de 2009)
Dos acentos sobre el Evangelio de hoy
1. Jesús habla de la estrecha relación que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Santísima Trinidad solo puede comprenderse en este entrelazamiento de relaciones. Dios es pura Relación. Esto lo expresa bien el famoso icono de Andréi Rublev, que, inspirado en el relato del Génesis sobre la visita de Dios a Abrahán, pinta a tres ángeles sentados alrededor de una mesa, cuyas miradas se cruzan con infinita ternura.
También nosotros estamos invitados a entrar en esa intimidad. Podríamos decir que vive en el seno de la Trinidad quien se compromete a crear vínculos, a tejer comunión, a fomentar relaciones de fraternidad. “Si ves el amor, ves la Trinidad”, dice san Agustín.
2. Al hablar del papel específico del Espíritu Santo, Jesús afirma que aún tiene muchas cosas que decir, pero que los discípulos, por el momento, no podrían soportarlas. Pensemos, por ejemplo, en el peso de la Palabra de la cruz, tan absurda y escandalosa (cf. 1 Cor 1,18-30). Será el Espíritu quien los guíe hacia la verdad plena.
Un poco antes, Jesús le había dicho a Pedro: “Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora; lo comprenderás más tarde” (Juan 13,7). También nosotros estamos aún entre ese “ahora” y el “después”. La verdad es un camino por recorrer. Siempre está más allá, “más allá” de cada etapa. Solo la alcanzaremos “después”, al final. Y cada uno debe recorrer ese camino personalmente. Por eso, la verdad debe proponerse con paciencia y respeto, nunca imponerse. Solo el Espíritu puede iluminar la mente, calentar el corazón y fortalecer la voluntad para “guiarnos hacia toda la verdad”.
“El Espíritu es la vigía en la proa de mi barco. Anuncia tierras que aún no veo. Le escucho y apunto el timón hacia ellas, y puedo actuar con la certeza de que lo que tarda llegará, comportarme como si la rosa ya hubiera florecido, como si el Reino ya hubiese venido.” (Ermes Ronchi)
Ejercicio de oración:
Hacer la señal de la cruz al comienzo del día con una conciencia especial de vivirlo en el nombre de la Trinidad.
Repetir frecuentemente, durante el día, como un aliento del corazón, la doxología:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Recemos con Santa Catalina de Siena:
“Trinidad eterna, eres como un mar profundo, donde más busco y más encuentro; y cuanto más encuentro, más crece la sed de buscarte. Tú eres insaciable; y el alma, saciándose en tu abismo, no se sacia, porque permanece con hambre de ti, deseándote siempre más, oh Trinidad eterna, deseando verte con la luz de tu luz.”
P. Manuel João Pereira Correia, MCCJ
La misión nace de la Trinidad-Amor
Proverbios 8,22-31; Salmo 8; Romanos 5,1-5; Juan 16,12-15
Reflexiones
La fiesta de hoy es una provocación abierta sobre la realidad de Dios y nuestra percepción de Él. Hay una pregunta insistente en el corazón de los creyentes de todas las religiones: ¿Cómo es Dios por dentro? ¿Cómo vive, qué hace Dios? ¿Hasta qué punto tiene interés por el hombre? ¿Por qué los hombres se interesan por Dios?... Y así otras muchas preguntas. A menudo las respuestas son convergentes, otras veces son opuestas, dependiendo de las capacidades de la mente humana y de la experiencia de cada uno. El misterio de Dios es una realidad objetiva que habla por sí sola, y que el corazón humano no puede eludir, a pesar de algunas pretensiones del ateísmo. El misterio divino adquiere para nosotros una luz nueva y valores sorprendentes, desde que Jesús -Dios en carne humana- vino a revelarnos la identidad verdadera y total de nuestro Dios, que es comunión plena de Tres Personas.
Los manuales de catecismo sintetizan con facilidad el misterio divino diciendo que “hay un solo Dios en tres Personas”. Con esto ya se ha dicho todo, pero todo queda aún abierto para ser comprendido, acogido con amor y adorado en la contemplación. El tema tiene una importancia central para la actividad misionera. Con facilidad se afirma igualmente que todos los pueblos –incluidos los no cristianos- saben que Dios existe; por tanto, también los paganos creen en Dios. Esta verdad compartida –aun con diferencias y reservas- es la base que hace posible el diálogo entre las religiones, y en particular el diálogo entre cristianos y otros creyentes. Sobre la base de un Dios único común a todos, es posible tejer un entendimiento entre los pueblos para concertar acciones en favor de la paz, defensa de los derechos humanos, proyectos de desarrollo. Pero esta no es más que una parte de la tarea evangelizadora de la Iglesia, la cual ofrece al mundo un mensaje más novedoso y objetivos de mayor alcance.
Para un cristiano no es suficiente fundamentarse en el Dios único, y mucho menos lo es para un misionero, consciente de la extraordinaria revelación recibida por medio de Jesucristo, una revelación que abarca todo el misterio de Dios, en su unidad y trinidad. El Dios cristiano es uno, pero no solitario. El Evangelio que el misionero lleva al mundo, además de reforzar y perfeccionar la comprensión del monoteísmo, nos abre al inmenso, sorprendente misterio de Dios, que es comunión de Personas. La fiesta de la Trinidad es fiesta de la comunión: la comunión de Dios dentro de sí mismo, la comunión entre Dios y nosotros; la comunión que estamos llamados a vivir, anunciar, construir entre nosotros.
Trinidad no es un concepto que se explica, sino una experiencia que se vive. Tras haber escrito páginas hermosas sobre la Trinidad, San Agustín decía: “Si ves el amor, ves a la Trinidad”. Se puede experimentar sin poderlo explicar. Esto no significa renunciar a pensar. Todo lo contrario: significa pensar a partir de la vida. Como lo hace la Biblia, que nos brinda una clave para comprender la realidad divina, narrando hechos: no nos dice quién-cómo es Dios, pero nos narra lo que Él ha hecho por su pueblo. La liberación de Egipto (Éxodo) no es una idea abstracta, es un evento, una experiencia, el paso de la esclavitud a la libertad; del hecho se pasa a la comprensión de la realidad divina. Jesús nos habla del amor de Dios utilizando las imágenes familiares de padre, madre, hijos, amigos. (*)
Las tres lecturas de esta fiesta nos hablan sucesivamente de las tres Personas de la Trinidad Santa. El Padre se presenta en el rol de creador del universo (I lectura): Dios no aparece solitario, sino compartiendo con Alguien más -una misteriosa Sabiduría- su proyecto de creación. Todo ha sido creado con amor; todo es hermoso, bueno; Dios se revela enamorado, celoso de su creación (v. 30-31). ¡Dichoso el que sabe reconocer la belleza de la obra de Dios! (salmo responsorial). Se encuentran aquí los fundamentos teológicos y antropológicos de la ecología y de la bioética. El Hijo (II lectura) ha venido a restablecer la paz con Dios (v. 1); y el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones el amor de Dios (v. 5). El Dios cristiano es cercano a cada persona, habita en ella, actúa en su favor. Impulsa a la misión.
Para el cristiano la Trinidad es presencia amiga, compañía silenciosa pero reconfortante, como decía santa Teresa de Lisieux, misionera en su monasterio: “He encontrado mi cielo en la Santa Trinidad que mora en mi corazón”. El misterio de Dios es tan rico e inagotable que nos sobrepasa siempre. Los mismos apóstoles (Evangelio) eran incapaces de “cargar” con todo el misterio divino. Por eso, Jesús ha confiado al “Espíritu de la verdad” la tarea de guiarlos “hasta la verdad plena” y comunicarles “lo que está por venir” (v. 12-13). La ‘carga’ mayor del misterio de Dios es ciertamente la cruz: el dolor en el mundo, la muerte, el sufrimiento de los inocentes, la muerte misma del Hijo de Dios en la cruz... Sin embargo, gracias a la luz-amor-fuerza interior del Espíritu prometido por Jesús, este misterio adquiere sentido y valor. Hasta el punto que Pablo (II lectura) se gloriaba “en las tribulaciones” (v. 3); Francisco de Asís encontraba la “perfecta alegría” en las situaciones negativas y alababa a Dios por “la hermana muerte”; Daniel Comboni llegó a escribir al final de su vida: “Soy feliz en la cruz, que, llevada de buena gana por amor de Dios, genera el triunfo y la vida eterna”. ¡Tan solo Dios-Amor puede iluminar incluso la absurda locura de la cruz!
Dios-Amor sostiene a los mártires y a los misioneros del Evangelio. Porque la Iglesia misionera tiene su origen en el amor del Padre, fuente del amor, por medio del Hijo, con la fuerza del Espíritu, como afirma el Concilio Vaticano II (AG 2). De ahí el binomio inseparable de amor-misión.
Palabra del Papa
(*) Dios desea «ser llamado Padre, es más “Papá” -Dios es “nuestro Papá”-, con la total confianza de un niño que se abandona en los brazos de quien le ha dado la vida. El Espíritu Santo, actuando en nosotros hace que Jesucristo no se reduzca a un personaje del pasado, no, sino que lo sentimos cerca, nuestro contemporáneo, y experimentamos la alegría de ser hijos amados por Dios».
Papa Francisco
Angelus, 27 de mayo de 2018
P. Romeo Ballan, mccj
Solemnidad de la Santísima Trinidad
El maestro interior
Un comentario a Jn 16, 12-15
Después de la fiesta de Pentecostés, la Liturgia católica comienza lo que se llama “tiempo ordinario”, pero con un tema de meditación nada “ordinario”, ya que se contempla el misterio de la Santísima Trinidad, una realidad insondable, a la que solamente podemos acercarnos “a tientas” y “como en un espejo”, por usar una expresión de San Pablo.
Como guía para la contemplación de este misterio, se nos ofrece un breve pasaje del evangelio de Juan en el que se nombra a Jesús-Hijo, al Espíritu y al Padre. Es decir, se menciona a las tres personas divinas.
Como siempre, esta lectura evangélica puede leerse enfatizando uno u otro aspecto, según el momento que vive cada uno o la comunidad a la que pertenecemos, ya que la Palabra de Dios es viva y eficaz, precisamente porque en ella nos habla Jesús, que, por medio de su Espíritu, nos comunica el amor del Padre.
Por mi parte, quisiera detenerme en la promesa que Jesús nos hace de conducirnos hacia la verdad plena:
“Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podréis entenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras. El me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer, lo recibirá de mí. Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer, lo recibirá de mí” (Jn 16, 12-15).
La historia humana no se ha acabado con la vida de Jesús en Palestina. La creación continúa “creándose”, el amor del Padre sigue actualizándose con cada ser humano y con cada generación; y la enseñanza de Jesús sigue germinando como una semilla cuya vitalidad sigue fuerte por la acción del Espíritu, que lo comparte todo con el Padre y con el Hijo.
En el Libro de los Hechos de los Apóstoles podemos comprobar como los discípulos, que habían vivido pocos años antes con Jesús, no tenían todos los problemas resueltos de antemano, sino que debían discernir continuamente qué hacer y cómo hacerlo. Cuando las viudas griegas se quejaron por falta de atención, los discípulos “inventaron” los diáconos o servidores de los pobres. Cuando los gentiles empezaron a querer entrar en masa en la Iglesia, que era judía, tuvieron que discernir y decidir, “ellos y el Espíritu Santo”, qué hacer.
Así el Espíritu les iba conduciendo -en libertad, responsabilidad y creatividad- a la “verdad plena”, que no es una verdad monolítica, aprendida de una vez para siempre, sino la verdad del amor de Dios que va respondiendo a cada situación y circunstancia.
Desde entonces son muchos los creyentes que hacen experiencia de esta presencia del Espíritu. Hace unos días una religiosa de 90 años me contaba el origen de su vocación. Pocos meses antes de casarse, en el momento de la comunión, experimentó una presencia del Espíritu tal que tuvo claro que su vocación no era la vida casada sino la vida religiosa, que ese era el camino que el Padre le preparaba para ser feliz, para amar y ser amada… Siguió esa inspiración y encontró la plenitud de su vida.
Estoy seguro que el Espíritu nos habla a todos y a todas en este momento de nuestra vida. Lo hace a través de la Palabra, de una celebración, de un encuentro. Pero sobre todo lo hace desde el santuario de nuestra conciencia personal, donde nos habla el “maestro interior”, si sabemos guardar silencio, evitar los ruidos y abrirnos a esta presencia. Ojalá todos nosotros sepamos buscar esos espacios de interioridad, en los que escuchar la suave brisa del Espíritu, que nos conduce a la verdad plena.
P. Antonio Villarino, mccj
ABRIRNOS AL MISTERIO DE DIOS
José A. Pagola
Todo lo que tiene el Padre es mío.
A lo largo de los siglos, los teólogos han realizado un gran esfuerzo por acercarse al misterio de Dios formulando con diferentes construcciones conceptuales las relaciones que vinculan y diferencian a las personas divinas en el seno de la Trinidad. Esfuerzo, sin duda, legítimo, nacido del amor y el deseo de Dios. Jesús, sin embargo, no sigue ese camino. Desde su propia experiencia de Dios, invita a sus seguidores a relacionarse de manera confiada con Dios Padre, a seguir fielmente sus pasos de Hijo de Dios encarnado, y a dejarnos guiar y alentar por el Espíritu Santo. Nos enseña así a abrirnos al misterio santo de Dios.
Antes que nada, Jesús invita a sus seguidores a vivir como hijos e hijas de un Dios cercano, bueno y entrañable, al que todos podemos invocar como Padre querido. Lo que caracteriza a este Padre no es su poder y su fuerza, sino su bondad y su compasión infinita. Nadie está solo. Todos tenemos un Dios Padre que nos comprende, nos quiere y nos perdona como nadie.
Jesús nos descubre que este Padre tiene un proyecto nacido de su corazón: construir con todos sus hijos e hijas un mundo más humano y fraterno, más justo y solidario. Jesús lo llama “reino de Dios” e invita a todos a entrar en ese proyecto del Padre buscando una vida más justa y digna para todos empezando por sus hijos más pobres, indefensos y necesitados.
Al mismo tiempo, Jesús invita a sus seguidores a que confíen también en él: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí”. Él es el Hijo de Dios, imagen viva de su Padre. Sus palabras y sus gestos nos descubren cómo nos quiere el Padre de todos. Por eso, invita a todos a seguirlo. El nos enseñará a vivir con confianza y docilidad al servicio del proyecto del Padre.
Con su grupo de seguidores, Jesús quiere formar una familia nueva donde todos busquen “cumplir la voluntad del Padre”. Ésta es la herencia que quiere dejar en la tierra: un movimiento de hermanos y hermanas al servicio de los más pequeños y desvalidos. Esa familia será símbolo y germen del nuevo mundo querido por el Padre.
Para esto necesitan acoger al Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús: “Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y así seréis mis testigos”. Éste Espíritu es el amor de Dios, el aliento que comparten el Padre y su Hijo Jesús, la fuerza, el impulso y la energía vital que hará de los seguidores de Jesús sus testigos y colaboradores al servicio del gran proyecto de la Trinidad santa.
http://www.musicaliturgica.com
PARA NOSOTROS TRINIDAD ES UNA UNIDAD
Fray Marcos
De Dios no sabemos ni podemos saber nada, ni falta que nos hace. Tampoco necesitamos saber lo que es la vida fisiológica, para poder tener una salud de hierro. La necesidad de explicar a Dios es fruto del yo individual que se fortalece cuando se contrapone a todo bicho viviente, incluido Dios. Cuando el primer cristianismo se encontró de bruces con la filosofía griega, aquellos pensadores hicieron un esfuerzo para “explicar” el evangelio desde su filosofía. Ellos se quedaron tan anchos, pero el evangelio quedó hecho polvo.
El lenguaje teológico de los primeros concilios, hoy, no lo entiende nadie. Los conceptos metafísicos de “sustancia”, “naturaleza” “persona” etc. no dicen absolutamente nada al hombre de hoy. Es inútil seguir empleándolos para explicar lo que es Dios o cómo debemos entender el mensaje de Jesús. Tenemos que volver a la simplicidad del lenguaje evangélico y a utilizar la parábola, la alegoría, la comparación, el ejemplo sencillo, como hacía Jesús. Todos esos apuntes tienen que ir encaminados a la vivencia no a la razón.
Pero además, lo que la teología nos ha dicho de Dios Trino, se ha dejado entender por la gente sencilla de manera descabellada. Incluso en la teología más tradicional y escolástica, la distinción de las tres “personas”, se refiere a su relación interna (ab intra). Quiere decir que hay distinción entre ellas, solo cuando se relacionan entre sí. Cuando la relación es con la creación (ad extra), no hay distinción ninguna; actúan siempre como UNO. A nosotros solo llega la Trinidad, no cada una de las “personas” por separado. No estamos hablando de tres en uno sino de una única realidad que es relación.
Cuando se habla de la importancia que tiene la Trinidad en la vida cristiana, se está dando una idea falsa de Dios. Lo único que nos proporciona la explicación trinitaria de Dios es una serie de imágenes útiles para nuestra imaginación, pero nunca debemos olvidar que son imágenes. Mi relación personal con Dios siempre será como UNO. Debemos superar la idea de que crea el Padre, salva el Hijo y santifica el Espíritu. Esta manera de hablar es metafórica. Todo en nosotros es obra del único Dios.
Lo que experimentaron los primeros cristianos es que Dios podía ser a la vez: Dios que es origen, principio, (Padre); Dios que se hace uno de nosotros (Hijo); Dios que se identifica con cada uno de nosotros (Espíritu). Nos están hablando de Dios que no está encerrado en sí mismo, sino que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo Él mismo. Un Dios que está por encima de lo uno y de lo múltiple. El pueblo judío no era un pueblo filósofo, sino vitalista. Jesús nos enseñó que, para experimentar a Dios, el hombre tiene que mirar dentro de sí mismo (Espíritu), mirar a los demás (Hijo) y mirar a lo trascendente (Padre).
Lo importante en esta fiesta sería purificar nuestra idea de Dios y ajustarla a la idea que de Él nos transmitió Jesús. Aquí sí que tenemos tarea por hacer. Como cartesianos, intentamos una y otra vez acercarnos a Dios por vía intelectual. Creer que podemos encerrar a Dios en conceptos, es ridículo. A Dios no podemos comprenderle, no porque sea complicado, sino porque es absolutamente simple y nuestra manera de conocer es analizando y dividiendo la realidad. Toda la teología que se elaboró para explicar a Dios es absurda, porque Dios ni se puede ex-plicar, ni com-plicar o im-plicar. Dios no tiene partes que podemos analizar.
Entender a Dios como Padre Todopoderoso nos conduce al poder de la omnipotencia y la capacidad de hacer lo que se le antoje. Los “poderosos” han tenido mucho interés en desplegar esa idea de Dios. Según esa idea, lo mejor que puede hacer un ser humano es parecerse a Él, es decir, intentar ser más, ser grande, tener poder. Pero ¿de qué sirve ese Dios a la inmensa mayoría de los mortales que se sienten insignificantes? ¿Cómo podemos proponerles que su objetivo es identificarse con Dios? Por fortuna Jesús nos dice todo lo contrario, y el AT también, pues Dios, empieza por estar al lado, no del faraón, sino del pueblo esclavo.
Un Dios que premia y castiga, es verdaderamente útil para mantener a raya a todos los que no se quieren doblegar a las normas establecidas. Machacando a los que no se amoldan, estoy imitando a Dios que hace lo mismo. Cuando en nombre de Dios prometo el cielo (toda clase de bienes) estoy pensando en un dios que es amigo de los que le obedecen. Cuando amenazo con el infierno (toda clase de males) estoy pensando en un dios que, como haría cualquier mortal, se venga de los que no se someten.
Pensar que Dios utiliza con el ser humano el palo o la zanahoria como hacemos nosotros con los animales que queremos domesticar, es hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza y ponernos a nosotros mismos al nivel de los animales. Pero resulta que el evangelio dice todo lo contrario. Dios es amor incondicional y para todos. No nos ama porque somos buenos sino porque Él es bueno. No nos ama cuando hacemos lo que Él quiere, sino siempre. Tampoco nos rechaza por muy malos que lleguemos a ser.
Un dios en el cielo puede hacer por nosotros algo de vez en cuando, si se lo pedimos con insistencia. Pero el resto del tiempo nos deja abandonados a nuestra suerte. El Dios de Jesús está identificado con nosotros. Siendo ágape no puede admitir intermediarios. Esto no es útil para ningún poder o institución. Pero ese es el Dios de Jesús. Ese es el Dios que, siendo Espíritu, tiene como único objetivo llevarnos a la plenitud de la verdad. Y aquí “Verdad” no es conocimiento sino Vida. El Espíritu nos empuja a ser auténticos.
Un Dios condicionado a lo que hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús. Esta idea, radicalmente contraria al evangelio ha provocado más sufrimiento y miedo que todas las guerras juntas. Sigue siendo la causa de las mayores ansiedades que no dejan a las personas ser ellas mismas. Cada vez que predico que Dios es amor incondicional, viene alguien a recordarme: pero es también justicia. ¿Cómo puede querer Dios a ese desgraciado pecador igual que a mí, que cumplo todo lo que Él mandó?
Lo que acabamos de leer del evangelio de Jn, no hay que entenderlo como una profecía de Jesús antes de morir. Se trata de la experiencia de los cristianos que llevaban setenta años viviendo esa realidad del Espíritu dentro de cada uno de ellos. Ellos saben que gracias al Espíritu tienen la misma Vida de Jesús. Es el Espíritu el que haciéndoles vivir, les enseña lo que es la Vida. Esa Vida es la que desenmascara toda clase de muerte (injusticia, odio, opresión). La experiencia pascual consistió en llegar a la misma vivencia interna de Dios que tuvo Jesús. Jesús intentó hacer partícipes, a sus seguidores, de esa vivencia.
S. Juan de la Cruz
Entreme donde no supe, / y quedeme no sabiendo.
Yo no supe donde entraba, / pero cuando allí me vi, /sin saber donde me estaba, /
grandes cosas entendí; / no diré lo que sentí, / que me quedé no sabiendo.
Estaba tan embebido, /tan absorto y agenado, / que se quedó mi sentido /
de todo sentir privado, /y mi espíritu dotado / de un entender no entendiendo.
El que allí llega de vero / de sí mismo desfallece; / cuanto sabía primero /
Mucho bajo le parece, / y su sciencia tanto crece, / que se queda no sabiendo.
Este saber no sabiendo / es de tan alto poder, / que los sabios arguyendo /
jamás lo podrán vencer, / que no llega su saber / ano entender entendiendo.
Y si lo queréis oír, / consiste esta suma sciencia / en un subido sentir /
De la divinal esencia; / es obra de su clemencia / hacer quedar no entendiendo, /
Toda sciencia trascendiendo.
http://www.feadulta.com
¿UN DIOS SOLITARIO O UN DIOS-COMUNIÓN?
Introducción
¿Cuál es el carnet de identidad de los cristianos? ¿Qué característica los distingue de los creyentes de otras religiones? No el amor al prójimo; otras religiones, lo sabemos, hacen el bien a los demás. No la oración; también los musulmanes oran. No la fe en Dios; incluso los paganos la tienen. No basta creer en Dios. Lo importante es saber en qué Dios se cree. ¿Es una ´entidad´ o es ‘alguien’? ¿Es un padre que quiere comunicar su vida o un potentado que busca nuevos súbditos?
Los musulmanes dicen: Dios es el Absoluto. Es el Creador que habita allá arriba, que gobierna desde lo alto, no desciende nunca; es juez que espera la hora de pedir cuentas. Los hebreos, por el contrario, afirman que Dios camina con su pueblo, se manifiesta dentro de la historia, busca la alianza con el hombre. Los cristianos celebran hoy la característica específica de su fe: creen en un Dios Trinidad. Creen que Dios es el Padre que ha creado el universo y lo dirige con sabiduría y amor; creen que no se ha quedado en el cielo, sino que su Hijo, imagen suya, ha venido a hacerse uno de nosotros; creen que lleva a cumplimiento su proyecto de Amor con su fuerza, con su Espíritu.
Toda idea o expresión de Dios tiene una consecuencia inmediata sobre la identidad del hombre. En el rostro de todo cristiano debe reflejarse el rostro de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Imagen visible de la Trinidad debe ser la Iglesia, que todo lo recibe de Dios y todo lo da gratuitamente, que se proyecta toda, como Jesús, hacia los hermanos y hermanas en una actitud de incondicional disponibilidad. En ella la diversidad no es eliminada en nombre de la unidad sino considerada como riqueza.
Se debe descubrir la huella de la Trinidad en las familias convertidas en signo de un auténtico diálogo de amor, de mutuo entendimiento y disponibilidad a abrir el corazón a quien tiene necesidad de sentirse amado.
Evangelio
Es la quinta vez que, en el evangelio de Juan, Jesús promete enviar al Espíritu y afirma que será éste el que lleve a cumplimiento el proyecto del Padre. Sin su acción, los hombres no podrían recibir la Salvación. El pasaje comienza con las palabras de Jesús: “Muchas cosas me quedan por decirles, pero ahora no pueden comprenderlas” (v. 12). Estas palabras sugerirían la idea de que Jesús, habiendo vivido con sus discípulos pocos años, no ha tenido la posibilidad de trasmitirles todo su mensaje; y así, para no dejar incompleta su misión, interrumpida bruscamente por la muerte, habría enviado al Espíritu Santo a anunciar lo que aún faltaba.
No es este el significado. Jesús les ha dicho claramente que no tiene otras revelaciones que hacer: “A ustedes… les he dado a conocer todo lo que escuché de mi Padre” (Jn 15,15). Y en el evangelio de hoy dice que el Espíritu no añadirá nada a lo que Él les ha dicho: “No hablará por su cuenta, sino que dirá lo que ha oído…y se lo explicará a ustedes (vv. 13-14). No tendrá la tarea de completar o ampliar el mensaje sino la de iluminar a los discípulos para hacerles comprender de manera correcta lo que el Maestro ha enseñado. Jesús no explica todo no por falta de tiempo sino por la incapacidad de sus discípulos de “soportar el peso” de su mensaje. ¿De qué se trata? ¿Cuál es este peso insoportable?
El peso de la cruz. Los razonamientos y explicaciones humanas nunca podrán llegar a entender que el proyecto de Salvación de Dios pasa por el fracaso, la derrota, la muerte de su Hijo a manos de los impíos; es imposible entender que la vida solo se logra pasando a través de la muerte, del don gratuito de sí. Esta es la ‘verdad total’, muy pesada, imposible de soportar sin la ayuda del Espíritu.
En la primera lectura hemos considerado el proyecto del Padre en la Creación; en la segunda, se nos ha explicado que este proyecto es realizado por el Hijo, pero no sabíamos todavía que el camino que lleva a la Salvación nos resultaría no solo extraño sino incluso absurdo. Es ésta la razón por la que es necesaria la obra del Espíritu. Solo su impulso puede producir nuestra adhesión al proyecto del Padre y a la obra del Hijo.
Les anunciará el futuro (v. 13). No se trata, como afirman los testigos de Jehová, de previsiones sobre el fin del mundo, sino de las implicaciones concretas del mensaje de Jesús. No basta leer lo que está escrito en el Evangelio, es necesario aplicarlo a las situaciones concretas del mundo de hoy. Los discípulos de Cristo no se engañarán nunca en estas interpretaciones si siguen los impulsos del Espíritu, porque Él es el encargado de guiar hacia “la verdad plena” (v. 13).
¿A quién se revela el Espíritu? Todos los discípulos de Cristo son instruidos y guiados por el Espíritu: “Ustedes conserven la unción que recibieron de Jesucristo y no tendrán necesidad de que nadie les enseñe…Lo que les enseñé consérvenlo” (1 Jn 2,27).
En los Hechos de los Apóstoles, un episodio muestra el modo y el contexto privilegiado en que el Espíritu ama manifestarse. En Antioquía, mientras los discípulos están reunidos para el culto del Señor, el Espíritu ‘habla’, revela sus proyectos, su voluntad, sus decisiones (cf. Hch 13,1-2). Oración, reflexión, meditación de la Palabra, diálogo fraterno, crean las condiciones que permiten al Espíritu revelarse. Él no hace llover milagrosamente del cielo las soluciones, no reserva sus iluminaciones a algún miembro privilegiado de la comunidad, no substituye al esfuerzo humano sino que acompaña la búsqueda apasionada de la voluntad del Señor que los discípulos realizan juntos. Esta es la razón por la que, en la Iglesia primitiva, cada uno era invitado a compartir con los hermanos lo que durante el encuentro comunitario el Espíritu le sugería para la edificación de todos (cf. 1 Cor 14).
Él me dará gloria (v. 14). Glorificar no quiere decir aplaudir, exaltar, incensar, magnificar. Jesús no tiene necesidad de estos honores. Es ‘glorificado’ cuando realiza el proyecto de Salvación del Padre: cuando el malvado se convierte en justo, el necesitado recibe ayuda, el que sufre encuentra alivio, el desesperado descubre la esperanza, el tullido se alza, el leproso queda limpio. Jesús ha glorificado al Padre porque ha llevado a cabo la obra de Salvación que le había encomendado.
El Espíritu a su vez glorifica a Jesús porque abre las mentes y los corazones de los hombres a su Evangelio, les da fuerza para amar incluso a los enemigos, renueva las relaciones entre las personas y crea una sociedad fundada sobre la Ley del Amor. He aquí la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu: Un mundo en el que todos seamos sus hijos y vivamos felices.
Fernando Armellini
http://www.bibleclaret.org