En estos domingos estamos leyendo el capítulo XII de san Lucas, un entramado de dichos, enseñanzas y breves parábolas, sin una clara unidad entre ellos. Mientras buscamos un poco de descanso y distracción para olvidar las preocupaciones de la vida, esta Palabra nos desconcierta, proponiéndonos temas demasiado serios e incómodos. Tal vez por eso el Señor nos dice, ante todo: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino». [...]
«¡Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón!»
Lucas 12,32-48
En estos domingos estamos leyendo el capítulo XII de san Lucas, un entramado de dichos, enseñanzas y breves parábolas, sin una clara unidad entre ellos. A algunos de nosotros que lo escuchemos en tiempo de vacaciones nos podrá parecer un Evangelio fuera de tiempo y de lugar. Mientras buscamos un poco de descanso y distracción para olvidar las preocupaciones de la vida, esta Palabra nos desconcierta, proponiéndonos temas demasiado serios e incómodos. Tal vez por eso el Señor nos dice, ante todo: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino».
Vigilando en la noche
El pasaje de este domingo tiene un tono de espera apocalíptica, presentando la vida cristiana como la espera del regreso del Señor en la “noche”. Tres veces se repite la invitación a estar preparados: «Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas»; «Estad preparados, porque a la hora que no penséis, vendrá el Hijo del hombre». La invitación de Jesús a vigilar para no ser sorprendidos desprevenidos a su llegada se ilustra con tres breves comparaciones: la espera del señor que regresa de unas bodas, el ladrón y el administrador de la casa.
La noche que se alterna con el día es una fuerte metáfora de la vida. ¡Cuántas veces nos parece estar en la oscuridad, sin saber adónde ir, agobiados por los problemas, con amenazas que se ciernen sobre nuestra vida…! O vivir tiempos oscurecidos por la guerra y la injusticia, por la incertidumbre sobre el futuro… La Palabra de este domingo nos ayuda a comprender y a vivir en esta “noche”.
La noche del Éxodo
La primera lectura (Sabiduría 18,6-9) presenta esta noche como la noche del Éxodo, cuando todo el pueblo en espera «se impuso, de común acuerdo, esta ley divina: compartir por igual los éxitos y los peligros».
La vida cristiana es un éxodo, un camino de liberación, muchas veces jalonado de tentaciones, de incertidumbre sobre las decisiones tomadas, de nostalgia del pasado… A menudo se convierte en una larga noche. Habíamos imaginado una travesía más rápida y menos fatigosa, y que pronto estaríamos instalados en la Tierra Prometida. Llegados al Sinaí, Dios nos dijo: «Vosotros mismos habéis visto lo que hice a Egipto, y cómo os llevé sobre alas de águila y os traje hasta mí» (Ex 19,4). Pensábamos, por tanto, que lo peor había pasado. Pero el Señor consideró que aún no estábamos preparados para entrar y que se necesitaban “cuarenta años” de desierto para liberar nuestro corazón de las estructuras mentales y de los hábitos que nos mantenían en “Egipto”, en la “casa de esclavitud”. Allí seguían estando nuestros tesoros. Y «donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».
Por eso la noche de nuestro éxodo será aún larga. Nosotros también gritaremos a la centinela del profeta Isaías: «Centinela, ¿cuánto queda de la noche?». Y la centinela nos responderá, algo enigmática: «Llega la mañana, pero también la noche; si queréis preguntar, preguntad; convertíos, venid» (Is 21,11-12). ¡Corresponde a cada uno de nosotros escuchar e interpretar esta Voz!
La noche de la fe
La segunda lectura (Hebreos 11,1-19) presenta la noche del creyente como la noche de la fe: «En la fe murieron todos estos, sin haber recibido lo prometido, pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran extranjeros y peregrinos en la tierra».
La definición de la fe que encontramos al comienzo de la lectura es sorprendente: «La fe es garantía de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve». Por eso la noche es el ámbito de la fe. Aunque somos hijos de la luz, «caminamos por fe y no por vista» (2Cor 5,7). Es necesario aceptar y atravesar la noche de la fe para aprender a «esperar contra toda esperanza» (Rom 4,18).
Para el creyente, la fe es una elección radical de vida. Significa confiar en una promesa de Dios, como Abraham. De hecho, hay dos maneras de planificar la vida: según un proyecto personal o según una vocación orientada por una promesa de Dios. Proyecto proviene del latín proiectum (pro-icere, arrojar hacia adelante), mientras que promesa proviene de promissa (pro-mittere, enviar hacia adelante). El proyecto lo planifico yo; la promesa la hace Dios. ¿Qué está orientando mi vida: un proyecto mío o una promesa de Dios?
La noche de la vigilia en el servicio
En el pasaje del Evangelio, Jesús habla tres veces de bienaventuranza: «Dichosos los siervos a quienes el señor, al llegar, encuentre en vela»; «Y si llega a medianoche o al amanecer y los encuentra así, ¡dichosos ellos!»; «Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre actuando así».
En el Evangelio de Lucas, el uso de las palabras “dichoso” y “dichosos” (del griego μακάριος – makários, es decir, “feliz”, “bendito”, “afortunado”) aparece en diversos contextos. Jesús vino a revelarnos el camino de la bienaventuranza. Es el camino que conduce al Reino, la meta de todo ser humano. Es un camino que aún hoy permanece oculto y misterioso para muchos, creyentes y no creyentes. Se presenta de forma tan contraria a la lógica que puede parecer una locura. Pero se ha hecho creíble porque Jesús y otros que se atrevieron a confiar en él lo encarnaron. El Evangelio ha recogido su trazado y se ha convertido en la guía para las mujeres y los hombres del Camino, como llaman a los cristianos los Hechos de los Apóstoles.
El Camino es único: es Cristo, pero ¿podemos hablar de senderos diferentes? Tal vez sí. Algunos nos parecen más arduos que otros. Algunos no nos sentimos capaces de recorrerlos. Pensamos en la santidad de ciertos cristianos o en la “santidad” laica de ciertas personas que se dedican heroicamente a aliviar el sufrimiento. Inalcanzables. Pues bien, el sendero que Jesús nos propone hoy me parece accesible a todos. Ciertamente, siempre es para recorrer en la noche del éxodo y de la fe, pero aun así al alcance de los pequeños, de los siervos. No tenemos que hacer cosas extraordinarias, sino simplemente permanecer despiertos y hacer lo que es nuestro deber: ¡servir! Un servicio humilde, oculto, quizá incluso banal, que no se publicitará en las redes sociales ni buscará “me gusta”, pero que se da por hecho: «Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc 17,10). ¿No os parece esta una versión del “caminito” del “camino del amor sencillo y confiado”, al alcance de todos, trazado por santa Teresa del Niño Jesús?
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
VIVIR EN MINORÍA
Lucas 12,32-48
Lucas ha recopilado en su evangelio unas palabras, llenas de afecto y cariño, dirigidas por Jesús a sus seguidores y seguidoras. Con frecuencia, suelen pasar desapercibidas. Sin embargo, leídas hoy con atención desde nuestras parroquias y comunidades cristianas, cobran una sorprendente actualidad. Es lo que necesitamos escuchar de Jesús en estos tiempos no fáciles para la fe.
“Mi pequeño rebaño”. Jesús mira con ternura inmensa a su pequeño grupo de seguidores. Son pocos. Tienen vocación de minoría. No han de pensar en grandezas. Así los imagina Jesús siempre: como un poco de “levadura” oculto en la masa, una pequeña “luz” en medio de la oscuridad, un puñado de “sal” para poner sabor a la vida.
Después de siglos de “imperialismo cristiano”, los discípulos de Jesús hemos de aprender a vivir en minoría. Es un error añorar una Iglesia poderosa y fuerte. Es un engaño buscar poder mundano o pretender dominar la sociedad. El evangelio no se impone por la fuerza. Lo contagian quienes viven al estilo de Jesús haciendo la vida más humana.
“No tengas miedo”. Es la gran preocupación de Jesús. No quiere ver a sus seguidores paralizados por el miedo ni hundidos en el desaliento. No han de perder nunca la confianza y la paz. También hoy somos un pequeño rebaño, pero podemos permanecer muy unidos a Jesús, el Pastor que nos guía y nos defiende. El nos puede hacer vivir estos tiempos con paz.
“Vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. Jesús se lo recuerda una vez más. No han de sentirse huérfanos. Tienen a Dios como Padre. Él les ha confiado su proyecto del reino. Es su gran regalo. Lo mejor que tenemos en nuestras comunidades: la tarea de hacer la vida más humana y la esperanza de encaminar la historia hacia su salvación definitiva.
“Vended vuestros bienes y dad limosna”. Los seguidores de Jesús son un pequeño rebaño, pero nunca han de ser una secta encerrada en sus propios intereses. No vivirán de espaldas a las necesidades de nadie. Será comunidades de puertas abiertas. Compartirán sus bienes con los que necesitan ayuda y solidaridad. Darán limosna, es decir “misericordia”. Este es el significado original del término griego.
Los cristianos necesitaremos todavía algún tiempo para aprender a vivir en minoría en medio de una sociedad secular y plural. Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin esperar a nada: transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y hacerlo más evangélico. El Papa Francisco nos está señalando el camino con sus gestos y su estilo de vida.
José A. Pagola
http://www.musicaliturgica.com
Vivir es aprender a amar
Un comentario a Lc 12, 32-48
Jesús era un Maestro ambulante, es decir, que no tenía una sede fija, sino que caminaba siempre por pueblos y aldeas para ir al encuentro de campesinos y pescadores, que a veces eran fieles cumplidores de los ritos judíos y a veces pecadores, que vivían al margen de la religión oficial. Todos tenían acceso a él, para todos tenía un gesto y una palabra oportuna, iluminadora, liberadora, porque hablaba con gran verdad y autenticidad, comunicando la sabiduría y el amor que bebía en su contacto permanente con el Padre.
Lucas nos lo describe, a partir del capítulo nueve, como un peregrino que camina con decisión hacia Jerusalén, al frente de un grupo de discípulos y amigos que creen en él y le siguen, a veces con entusiasmo y a veces entre dudas y un poco desconcertados. Por el camino, Jesús les va “amaestrando”, enseñando, consolando y fortaleciendo, para que cuando Él no esté, ellos sepan como comportarse.
En la parte del evangelio que leemos hoy, Lucas hace memoria de algunas de estas enseñanzas, que yo definiría como “pistas” de conducta para los discípulos que se quedarán en el mundo como “administradores” durante un tiempo de espera que puede ser largo. El Reino no va a venir como algo mágico, sino como una semilla que hay que cuidar y que requiere algunas actitudes básicas: confianza, vigilancia, fidelidad, servicio. Repasemos estas actitudes brevemente:
1. Confianza. “No temas, rebañito mío”. A veces parece que los discípulos de Jesús somos una minoría insignificante, que los malos tienen más poder, que nosotros no logramos hacer el bien que queremos… La respuesta de Jesús a su pequeña Iglesia y a todos nosotros es: “No temas”; no te preocupes por acumular dinero o poderes políticos, como si las armas del mundo fuesen más poderosas que las del cielo; confía en el Padre.
2. Vigilancia. Confíen, pero no se duerman. Estén atentos; mantengan los ojos abiertos, los “lomos ceñidos” (es decir, dispuestos a la faena, al trabajo, al compromiso) y las “lámparas encendidas” (con la fe, con la oración, con el amor). En cada época de la historia, en cada circunstancia de nuestra vida, Dios está con nosotros y nos hace señales; pero, si estamos dormidos o si nos dejamos llevar por la pereza, esas señales nos pasarán desapercibidas.
3. Fidelidad. Pase lo que pase, sigan fieles al Maestro, como la Magdalena junto al sepulcro, como los mártires en tiempos de persecución. En las duras y en las maduras, sean siempre fieles al camino enseñado por Jesús.
4. Servicio. Esta vida en la que estamos es como un encargo de “administradores” que el patrón, el Padre, nos ha entregado para que sirvamos a sus hijos. Aprovechemos este tiempo que tenemos para hacer siempre el bien, para servir a las personas que se nos han encomendado (hijos, esposos, amigos, pobres). Como dijo el Abbé Pierre, un famoso cura francés que hizo mucho por los pobres después de la II Guerra Mundial:
“Vivir es un poco de tiempo concedido a nuestras libertades para aprender a amar y prepararse al eterno encuentro con el Amor Eterno. Esta es la certeza que quisiera dejar en herencia”
A veces parece que el Reino de Dios no se ve por ninguna parte y uno puede tener la tentación de abandonarse, de no confiar, de pensar que, al final, da lo mismo ser bueno que malo. ¡Ojo! No caigamos en la tentación. Al contrario, mantengámonos vigilantes, fieles y serviciales. Todo el bien que hagamos tendrá su recompensa.
P. Antonio Villarino, mccj