Lunes, 3 de noviembre 2025
Por primera vez, un grupo de mujeres beduinas se encontró frente a tantos hombres que no eran de su familia, ni compartían su lengua, su fe o su tierra. Todo parecía separarlas… y, sin embargo, algo invisible y profundo las unió. Desde su humilde choza de láminas y zinc —convertida en sala de encuentro y corazón del poblado [Abu Nawar]— se prepararon con cuidado para el tan esperado momento. 
“Son de la Iglesia”, les dijimos. “Vienen como peregrinos de paz.”
Y ellas, con una mezcla de timidez y dignidad, abrieron su casa y su corazón para acoger a más de treinta obispos y otras personas de las diócesis de Lombardía, en Italia, llegados a esta tierra herida y sagrada, «en peregrinación de paz y esperanza universal, para expresar solidaridad, cercanía y apoyo a las comunidades atravesadas por conflictos y tensiones».
El aroma del café recién hecho y del té con hierbas se mezclaba con el aire cálido del desierto. Jamila, la anfitriona, organizaba con paciencia a las vecinas: cada una traía el café preparado en su casa, como si con cada taza ofreciera una bendición.
Y, por primera vez, como una concesión a la tradición, las mujeres se dejaron ver, compartiendo un mismo espacio con extraños. Con manos firmes y miradas suaves, mostraron sus bordados: hilos de colores que narran su historia, su resistencia, su belleza.
Son unas veinticinco mujeres —abuelas, madres, jóvenes— unidas por el deseo de conservar el arte de sus antepasadas y de tejer con sus manos un futuro más digno. Tras semanas de aprendizaje, algunas recibieron ese día su primer pago.
“Es el primer dinero que gano con mi propio trabajo. Me siento tan feliz”, dice Rimal, con los ojos encendidos. “Soñaba con ser enfermera, pero tuve que dejar la escuela. Caminábamos horas para llegar, a veces sin comer. Desde la guerra, todo se detuvo… pero aún sueño. Me encanta el inglés, quiero escribir un libro. Tengo tantas historias que contar.”
El pequeño salón comunal se llenó de risas, miradas y gratitud. Las mujeres ofrecieron a cada obispo una sencilla tarjeta de Navidad, hecha por otras beduinas que no pudieron estar presentes.
“¿Qué están cantando?”, preguntó curiosa Naufa, al escuchar a los obispos entonar ‘O sole mio’. “Qué bonito... que vuelvan de nuevo”, repetía emocionada.
Al final, el silencio descendió como un manto. Los obispos, guiados por el arzobispo, levantaron sus manos para bendecir. Y bajo el cielo inmenso del desierto, la presencia de Dios se sintió cercana, envolviendonos a todas y a todos —cristianos, musulmanes, creyentes y buscadores— en un mismo abrazo.
En medio de la pobreza y la incertidumbre, donde tantas fronteras dividen, las mujeres beduinas tejieron con su hospitalidad una pequeña profecía:
que aún en la tierra árida, preñada de conflicto y dolor, la vida florece; que aún en la hostilidad, la paz puede nacer; que Dios, el Uno, el de todos y todas, sigue infundiendo su aliento de vida en este desierto, tejiendo entre y con nosotros Hilos de Paz.
Hna. Cecília Sierra,
Misionera Comboniana en el Desierto de Judea
Jirenna