Con el primer domingo de Adviento comienza un nuevo año o ciclo litúrgico: el año A, en el que meditamos el evangelio de Mateo. ¡Es el Año Nuevo de nuestra vida de fe! En efecto, el año litúrgico no coincide con el civil. Empieza con el primer domingo de Adviento y concluye con la semana de Cristo Rey. No se trata de una simple repetición de los misterios de la fe cristiana. El Misterio nos encuentra en una situación personal diferente, y la vida de la Iglesia y del mundo también ha cambiado. Podríamos hablar de un avance en espiral.
«Vigilad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.»
Mateo 24,37-44
Con el primer domingo de Adviento comienza un nuevo año o ciclo litúrgico: el año A, en el que meditamos el evangelio de Mateo. ¡Es el Año Nuevo de nuestra vida de fe! En efecto, el año litúrgico no coincide con el civil. Empieza con el primer domingo de Adviento y concluye con la semana de Cristo Rey. No se trata de una simple repetición de los misterios de la fe cristiana. El Misterio nos encuentra en una situación personal diferente, y la vida de la Iglesia y del mundo también ha cambiado. Podríamos hablar de un avance en espiral.
1. El Adviento: una triple venida
Adviento, del latín Adventus, significa venida, la Venida de Cristo. Pero cuando hablamos de la venida de Cristo no se trata solo de evocar su visita en el pasado, sino de reavivar nuestra esperanza en la promesa de su retorno. Sin embargo, entre pasado y futuro está la realidad de su manifestación en el presente: Cristo vino y volverá, pero VIENE hoy, actualizando para nosotros su visita de Belén y anticipando su llegada al final de los tiempos.
San Bernardo dice al respecto: «Conocemos una triple venida del Señor. En la primera venida vino en la debilidad de la carne; en la última vendrá en la majestad de la gloria. Una venida oculta se sitúa entre las otras dos, que son manifiestas. Esta venida intermedia es, por así decirlo, un camino que une la primera con la última: en la primera Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta es nuestro descanso y nuestro consuelo».
2. En camino, acompañados: las figuras del Adviento
Cuatro personajes nos acompañarán en este tiempo de Adviento:
3. ¿A quién esperamos: al amigo o al ladrón?
Jesús utiliza diversas imágenes para hablar de su retorno, pero tres son particularmente significativas: el ESPOSO que llega en la noche (Mt 25,1-13, parábola de las diez vírgenes); el DUEÑO de la casa que llega de improviso (Mt 24,43; Mt 25,14-30, parábola de los talentos); y el LADRÓN que irrumpe en la noche (Mt 24,43-44).
El Señor quiere ciertamente ser esperado como esposo o como amigo. Pero no podemos ignorar que, a veces, su llegada nos intimida, como el dueño intimida al siervo. En efecto, es el Señor ante quien debemos rendir cuentas. Sin embargo, no es un amo que tiraniza, sino que, al contrario, aprecia nuestro servicio y se dispone a hacernos sentar a la mesa y servirnos él mismo (Lc 12,37). Pero ¿qué decir de la intrigante imagen del ladrón? Permitidme aludir a una experiencia personal.
En 1998, predicando unos ejercicios espirituales en Lima (Perú), me impresionó de modo especial la advertencia de Jesús a la comunidad de Sardes: «Si no estás en vela, vendré como un ladrón, sin que sepas a qué hora vendré a ti» (Apocalipsis 3,3). Intuía que tal visita sería particularmente dolorosa. Desde entonces, y durante años, me acompañó esta oración: «Señor, ¡no me visites como un ladrón! ¡Visítame como un amigo! Y si acaso me encuentras distraído, llama a la puerta de mi corazón como un amigo insistente; llama y llama hasta que me vea obligado a abrirte. Pero no vengas a mí como un ladrón».
Cuando, algunos años después, me diagnosticaron mi enfermedad (ELA), brotó espontáneamente esta queja: «Señor, ¡me visitas precisamente como un ladrón!». Pero hice un descubrimiento: ¡también la visita del ladrón es gracia! Cada vez que la enfermedad me quitaba algo, el Ladrón me dejaba otra cosa mucho más valiosa, y así cada visita suya, misteriosamente, me enriquecía.
Un consejo: ¡hazte amigo del Ladrón y cada una de sus visitas será gracia!
4. El domingo de Noé
El tiempo de Adviento que nos conduce a la Navidad se desarrolla en cuatro domingos, que corresponden a los cuarenta días de Cuaresma en preparación para la Pascua. Cada domingo tiene su fisonomía. El primero podríamos llamarlo el domingo de Noé, porque Jesús nos recuerda esta figura para interpretar el tiempo de su regreso: «Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre». Este domingo nos invita a la CONCIENCIA y a la VIGILANCIA en la espera del retorno del Señor.
Los contemporáneos de Noé «no se dieron cuenta de nada hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos». San Pablo, en la segunda lectura (Rm 13,11-14), nos exhorta a ser «conscientes del momento: ¡ya es hora de despertar del sueño!». Ser «conscientes del momento» que estamos viviendo es más urgente que nunca. En consecuencia, Jesús nos dice en el evangelio: «Vigilad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor».
Debemos reconocer que también nosotros vivimos demasiado distraídos. La distracción y la superficialidad son «el vicio supremo de nuestra época» (R. Panikkar). Corremos el riesgo de vivir también nosotros «sin darnos cuenta de nada» y, por tanto, de ser arrastrados por los acontecimientos, absorbidos por la rutina de la vida, de hacer muchas cosas sin darles un sentido u orientación.
La evocación de Noé y de su arca en este primer domingo de Adviento no me parece puramente casual. En realidad, ¡el relato de Noé y de su arca habla de nosotros y de nuestros tiempos! ¡Hoy más que nunca, muchos y variados tsunamis amenazan la vida de todos y nuestro planeta! Cristo es el verdadero Noé, el que ha construido el Arca de la Nueva Alianza, de comunión de vida entre el cielo y la tierra. Cada uno, sin embargo, está llamado a ser un nuevo Noé y a construir un arca interior, en su propio corazón, para acoger y proteger la vida.
Una propuesta para este Adviento: construir un arca, cada uno la suya, personal, según la propia vocación y capacidad, para proteger una dimensión concreta de la vida o a personas que conocemos y que corren el riesgo de ser arrastradas por las olas tempestuosas de la vida.
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
Adviento:
tiempo de espera de la humanidad y tiempo de misión
Isaías 2,1-5; Salmo 121; Romanos 13,11-14; Mateo 24,37-44
Reflexiones
Hoy damos inicio a un nuevo año litúrgico, con el compromiso misionero de anunciar “la Alegría del Evangelio”, como el Papa Francisco nos ha encomendado durante octubre misionero extraordinario, y nos enseña repetidas veces. El Papa nos estimula a salir al encuentro del Señor que viene también en la próxima Navidad, para ofrecer a todos la vida de Jesucristo. (*) En este año litúrgico (Año A) nos acompaña el Evangelio de Mateo, que podemos llamar también el Evangelio del Emmanuel; en efecto, “Dios con nosotros” es uno de los nombres de Jesús, y lo encontramos al comienzo y al final del texto de Mateo: ver Mt 1,18 y Mt 28,20.
Al comienzo del tiempo litúrgico del Adviento, vuelve con fuerza el imperativo de la vigilancia (Evangelio): “Velen, pues, porque no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien… Estén preparados” (v. 42-44). Los ejemplos que Jesús emplea - la experiencia de la gente en los días de Noé antes del diluvio (v. 37-39) y la llegada del ladrón a la hora que menos se piensa (v. 43) - no están ahí para infundir terror, sino para estimular a la vigilancia y animar la esperanza para el encuentro con el Salvador. La vigilancia no es algo especulativo, sino la capacidad espiritual de captar los signos de la salvación de Dios presentes en la historia humana. Velar es mantenerse firmes en la Palabra del Señor, sin titubeos y sin buscar falsos mensajes. La vigilancia es una manera de vivir y afrontar la realidad; es una actitud concreta de compromiso y esperanza.
Todos - creyentes y no - estamos inmersos en los mismos acontecimientos de la historia humana; sin embargo, la comprensión de ellos cambia radicalmente, según cómo se los mire. La fe, en efecto, es una clave de lectura de los acontecimientos, capaz de captar y de evidenciar un plan amoroso de salvación que otros, al no poseer este don, no captan y no se dan cuenta de nada (v. 39). Las actividades pueden ser las mismas, pero el creyente y el no creyente, el cristiano y el no cristiano, las viven de manera diferente, e incluso opuesta. Jesús lo explica hablando de la gente en los días de Noé antes del diluvio: comer, beber, casarse, trabajar en el campo o en casa… (v. 38-41) son realidades ordinarias de la vida cotidiana que se pueden vivir distraídamente o bien como momentos de salvación.
“La diferencia entre el creyente y el no creyente no radica tanto (o solo) en determinados comportamientos externos, sino en una actitud interior diferente. El no creyente vive como si Dios no existiera; como si Dios no tuviera que llegar nunca para él... El creyente, en cambio, vela, sabe que el Señor no tarda. No vive de una manera acomodaticia, sin importarle cómo. No se instala en una cotidianidad alienante. El creyente no rehúye el presente; es más, se compromete lo mismo que los demás; pero no queda preso de las cosas” (Horacio Petrosillo). San Pablo (II lectura) llama así las dos maneras opuestas de vivir: obras de las tinieblas o armas de la luz. El cristiano debe escoger, sin tardar, porque el tiempo es un don precioso para la salvación (v. 11). Sobre este famoso texto paulino fue madurando la conversión del joven Agustín. ¡Y descubrió la vida plena!
Ya desde el comienzo del Adviento, aparece el tema fuerte de la paz y el desarme (I lectura). El pequeño reino de Judá estaba amenazado e involucrado en una guerra arriesgada contra Asiria. El rey, atemorizado, busca alianzas militares estratégicas. Tan solo el profeta Isaías “ve más allá, ve lejos”, invita a la confianza en Dios, único árbitro de pueblos numerosos, y lanza un desconcertante oráculo de paz: nada menos que transformar las armas en instrumentos de producción y desarrollo: hacer arados de las espadas, sacar hoces de las lanzas (v. 4). ¡No más armas de muerte, no se adiestrarán más para la guerra! La utopía será una realidad, dice el profeta, el día en que todos “caminemos hacia la luz de Yahvé” (v. 5). Los cristianos tenemos aquí nuevas motivaciones para apostar siempre y definitivamente por la paz y el desarme.
La reducción-eliminación de las armas, antes que una decisión política, es un imperativo que nace de la fe en Cristo. En nombre de esta fe, es un deber protestar y denunciar a los gobiernos por los excesivos, criminales y absurdos gastos militares y por la fabricación y el comercio de nuevas armas de muerte. El Papa Francisco las ha condenado nuevamente el domingo pasado, 24 de noviembre, en un discurso en Nagasaki, durante su reciente viaje a Japón: “En el mundo de hoy, en el que millones de niños y familias viven en condiciones infrahumanas, el dinero que se gasta y las fortunas que se ganan en la fabricación, modernización, mantenimiento y venta de armas, cada vez más destructivas, son un atentado continuo que clama al cielo”.
Isaías es también el profeta de la universalidad de la salvación que Dios ofrece a todos los pueblos (v. 2-3). Nosotros los cristianos, que ya creemos en Cristo, sabemos quién es el Salvador que ha venido, que viene y que vendrá también en la próxima Navidad, a la cual nos estamos preparando; mientras que los no cristianos –que son todavía la mayor parte de la familia humana (dos terceras partes)– esperan, o no han acogido aún, el anuncio de Cristo Salvador. Por eso, el Adviento, que nos recuerda el largo tiempo de espera de la humanidad, es un tiempo litúrgico propicio para redescubrir “la Alegría del Evangelio” y para despertar en nosotros los cristianos la conciencia de la responsabilidad misionera, con la oración, el testimonio y el anuncio.
Palabra del Papa
(*) “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús... Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría… Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo... Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida”.
Papa Francisco
Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 24-11-2013, n. 1 y 49
P. Romeo Ballan, MCCJ
Primer Domingo de Adviento
Un comentario a Mt 24, 37-44
Comienza el nuevo Año Litúrgico, con el primer domingo de Adviento, de preparación a la Navidad. Como sabemos, la Iglesia católica organiza las celebraciones dominicales en tres ciclos: A, B y C. El domingo pasado concluimos el ciclo “C” con la Solemnidad de Cristo Rey, leyendo el texto de Lucas que nos narra el diálogo de Jesús en cruz con el buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ese es el objetivo final del camino vital de todo discípulo: estar en el paraíso con su Señor Jesucristo.
Hoy comenzamos un nuevo ciclo, el ciclo “A”, leyendo el capítulo 24 de Mateo, que nos invita a una esperanza activa y vigilante, una actitud de apertura hacia la venida del Señor, que se renueva constantemente en cada etapa de nuestra vida y de la historia de la humanidad. Así preparamos la Navidad, que consiste ciertamente en hacer memoria del nacimiento de Jesús, pero también y, sobre todo, en abrirse a esa venida del Señor que sucede en cada época de nuestra historia personal, comunitaria y social.
Cierto que el Señor ya vino a nuestra tierra; por eso lo celebramos agradecidos y por eso recordamos el amor que nos ha mostrado de manera tan extraordinaria, pisando nuestra tierra, asumiendo nuestra carne mortal, iluminándonos con su Palabra, reuniéndonos en su Iglesia… Pero el Señor sigue viniendo hoy a nosotros de muchas y diversas maneras: en la Eucaristía de cada domingo, en la loración personal que hacemos cada día, en las palabras de verdad que escuchamos, en el amor que recibimos… A veces el Señor se nos hace presente también en un problema, en una enfermedad, en una dificultad que tenemos que superar…
Puede parecer que las cosas se repiten, pero la vida nunca se repite, es siempre nueva, como el agua del río: uno nunca puede beber la misma agua, aunque se agache para ello en la misma curva del mismo río. De la misma manera la gracia de Dios es siempre nueva, aunque parece que hacemos la misma celebración, con parecidas palabras y gestos; la gracia del año 2016 es distinta de la recibida en el año 2015.
Pero puede pasar que el Señor venga a nuestras vidas y nosotros no nos demos cuenta, que se nos pase de largo, porque estamos distraídos, dispersos, inconscientes, como el padre de familia que se duerme con la casa abierta y se deja robar tontamente o como el turista distraído que se deja robar la cartera sin darse cuenta. No seamos así, mantengámonos con el corazón y la mente abiertos para descubrir los signos de la presencia de Dios hoy en nuestra vida.
Por eso el evangelio de Mateo que leemos hoy nos advierte: “Velen y estén preparados, porque nos aben qué día va a venir el Señor”.
Dicen que algunos grandes inventos de la humanidad (como, por ejemplo, la electricidad) se dieron por casualidad, pero gracias a científicos que estaban atentos y preparados. Lo mismo nos pasa a nosotros en el campo espiritual: Dios se nos revela de muchas e inesperadas maneras, pero, para comprenderlo, tenemos que estar preparados y vigilantes: con la oración, con la caridad, con una búsqueda honesta de la verdad, con buenas obras…
El Adviento consiste precisamente en eso: en ponernos alertas y preparados para ser capaces de “ver” como Dios se acerca a nuestras vidas, “naciendo” (haciéndose presente de nuevo) en nuestra historia personal, llenándonos con su amor, de una manera nueva y quizá sorprendente para nosotros.
¡No lo dejemos escapar!
P. Antonio Villarino, mccj
SIGNOS DE LOS TIEMPOS
Mateo 24,37-44
Estad en vela. Los evangelios han recogido, de diversas formas, la llamada insistente de Jesús a vivir despiertos y vigilantes, muy atentos a los signos de los tiempos. Al principio, los primeros cristianos dieron mucha importancia a esta “vigilancia” para estar preparados ante la venida inminente del Señor. Más tarde, se tomó conciencia de que vivir con lucidez, atentos a los signos de cada época, es imprescindible para mantenernos fieles a Jesús a lo largo de la historia.
Así recoge el Vaticano II esta preocupación: “Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de esta época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura…”.
Entre los signos de estos tiempos, el Concilio señala un hecho doloroso: “Crece de día en día el fenómeno de masas que, prácticamente, se desentienden de la religión”. ¿Cómo estamos leyendo este grave signo? ¿Somos conscientes de lo que está sucediendo? ¿Es suficiente atribuirlo al materialismo, la secularización o el rechazo social a Dios? ¿No hemos de escuchar en el interior de la Iglesia una llamada a la conversión?
La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin sacar ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha? ¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras comunidades?
Muchos de los que se van eran cristianos sencillos, acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse con Cristo?
Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el “escándalo permanente” de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién les hará creíble la Buena Noticia de Jesús?
El Papa viene insistiendo en que el mayor peligro para la Iglesia no viene de fuera, sino que está dentro de ella misma, en su pecado e infidelidad. Es el momento de reaccionar. La conversión de la Iglesia es posible, pero empieza por nuestra conversión, la de cada uno.
José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com
ADVIENTO
Los textos bíblicos de los cuatro domingos de Adviento no constituyen propiamente una preparación a la Navidad, sino una introducción a todo el nuevo año litúrgico. Por eso abarcan etapas muy distintas: 1) lo que se esperó del Mesías antes de su venida; 2) su nacimiento; 3) su actividad pública, y las reacciones que suscitó; 4) su vuelta al final de los tiempos.
Estas cuatro etapas se mezclan cada domingo y resulta difícil relacionar las distintas lecturas. Si buscamos un elemento común sería el tema de la esperanza: ¿qué debemos esperar?, ¿cómo debemos esperar?
1. ¿Qué debemos esperar? La utopía de la paz universal
La primera lectura (Isaías 2,1-5) responde a una de las experiencias más universales: la guerra. Israel debió enfrentarse desde su comienzo como estado a pueblos pequeños, a guerras civiles y a grandes imperios. Pero no sólo los israelitas era víctimas de estas guerras, sino todos los países del Cercano Oriente, igual que hoy día lo son tantos países del mundo.
Podríamos contemplar este hecho con escepticismo: el ser humano no tiene remedio. La ambición, el odio, la violencia, siempre terminan imponiéndose y creando interminables conflictos y guerras. Sin embargo, la lectura de Isaías propone una perspectiva muy distinta. Todos los pueblos, asirios, egipcios, babilonios, medos, persas, griegos, cansados de guerrear y de matarse, marchan hacia Jerusalén buscando en el Dios de Israel un juez justo que dirima sus conflictos e instaure la paz definitiva.
El texto de Isaías une, lógicamente, la desaparición de la guerra con la desaparición de las armas. En este contexto, hoy día es frecuente hablar de las armas atómicas, los submarinos nucleares, los drones de última generación. Quisiera recordar unos datos muy distintos, de armas mucho más sencillas.
Se estima que en el mundo existe un arsenal de 639.000.000 de armas de fuego, la mitad de las cuales en manos de civiles, el resto a disposición de los cuerpos policiales y de seguridad, lo que supone un arma por cada diez personas.
Desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial (1945), unos 30 millones de personas han perecido en los diferentes conflictos armados que han sucedido en el planeta, 26 millones de ellas a consecuencia del impacto de armas ligeras. Estas armas, y no los grandes buques o los sofisticados aviones de combate, son las responsables materiales de cuatro de cada cinco víctimas, que en un 90% también han sido civiles (mujeres y niños en particular).
Esta primera lectura bíblica nos anima a esperar y procurar que un día se haga realidad lo anunciado por el profeta: De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
2. ¿Cómo debemos esperar? Vigilancia ante la vuelta de Jesús (Mateo 24,37-44)
La liturgia da un tremendo salto y pasa de las esperanzas antiguas formuladas por Isaías a la segunda venida de Jesús, la definitiva. En el contexto del Adviento, esta lectura pretende centrar nuestra atención en algo muy distinto a lo habitual. Los días previos al 24 de diciembre solemos dedicarlos a pensar en la primera venida de Cristo, simbolizada en los belenes. El peligro es quedarnos en un recuerdo romántico. La iglesia quiere que miremos al futuro, incluso a un futuro muy lejano: el de la vuelta definitiva de Jesús, y la actitud de vigilancia que debemos mantener.
La actitud de vigilancia queda expuesta en dos comparaciones, una basada en el AT, y otra en la experiencia diaria.
La primera hace referencia a lo ocurrido en tiempos del diluvio. Antes de él, la gente llevaba una vida normal, despreocupada. La catástrofe le parecía inimaginable. Lo mismo ocurrirá cuando venga el Hijo del Hombre. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
La segunda comparación está tomada de la vida diaria: la del dueño de una casa que desea defender su propiedad contra los ladrones. El mensaje es el mismo: estad en vela.
A propósito de estas comparaciones podemos indicar dos cosas:
1) Ambas insisten en que la venida del Hijo del Hombre será de improviso e imprevisible; no habrá ninguna de esas señales previas que tanto gustaban a la apocalíptica (oscurecimiento del sol y de la luna, terremotos, guerras, catástrofes naturales).
2) Las dos comparaciones exhortan a la vigilancia, a estar preparados, pero no dicen en qué consiste esa vigilancia y preparación; se limitan a crear un interés por el tema. Esta falta de concreción puede decepcionar un poco. Pero es lo mismo que cuando nos dicen al comienzo de un viaje en automóvil: «ten cuidado». Sería absurdo decirle al conductor: «Ten cuidado con los coches que vienen detrás», o «ten cuidado con los motoristas». El cristiano, igual que el conductor, debe tener cuidado con todo.
3. ¿Cómo debemos esperar? Disfrazarnos de Jesús (Romanos 13,11-14)
Pablo parte de la experiencia típica de las primeras comunidades cristianas: la vuelta de Jesús es inminente, «nuestra salvación está más cerca», «el día se echa encima». El cristiano, como hijo de la luz, debe renunciar a comilonas, borracheras, lujuria, desenfreno, riñas y pendencias. Es el comportamiento moral a niveles muy distintos (comida, sexualidad, relaciones con otras personas) lo que debe caracterizar al cristiano y como se prepara a la venida definitiva de Jesús. Ese pequeño catálogo podría haberlo firmado cualquier filósofo estoico. Pero Pablo añade algo peculiar: «Vestíos del Señor Jesucristo». Esto no es estoico, es típicamente cristiano: Jesús como modelo a imitar, de forma que, cuando la gente nos vea, sea como si lo viese a él. Creo que Pablo no tendría inconveniente en que sus palabras se tradujesen: «Disfrazaos del Señor Jesucristo». Comportaos de tal forma que la gente os confunda con él. Buen programa para comenzar el Adviento.
José Luis Sicre
https://www.feadulta.com