Relanzar la esperanza es siempre una tarea difícil. Tres personajes típicos del tiempo de Adviento lo lograron. Hoy relanzan para nosotros la esperanza y nos preparan al encuentro con Cristo: son el profeta Isaías, Juan el Bautista y María. Cada uno de ellos tiene una relación misionera especial con el Salvador que viene: Isaías lo preanuncia, Juan lo señala ya presente, María lo posee y lo dona.

La Voz y el Camino

«¡Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor!»
Mateo 3,1-12

El Evangelio del segundo domingo de Adviento nos lleva al desierto para encontrar a Juan el Bautista y escuchar el mensaje particular que tiene que transmitir de parte del Dios-que-viene. El desierto no es un lugar que nos atraiga, a no ser que lo visitemos como turistas, equipados con las comodidades y seguridades necesarias. Por otra parte, la figura de Juan no resulta enseguida simpática. Es rudo, no solo en su modo de vestir, sino sobre todo en su palabra, casi agresiva. Pero debemos necesariamente encontrarnos con él en nuestro itinerario de Adviento. Y, después de todo, hemos de reconocer que, aunque sea un personaje extraño, es una persona especial, tanto por el tipo de vida que lleva como por la libertad con la que habla ante las autoridades políticas y religiosas; eso lo convierte en un testigo creíble.

Juan, hijo de un sacerdote, se había despojado de las vestiduras sacerdotales y había dejado el templo para ir a vivir al desierto, llevando una vida austera, al límite de la supervivencia. Y «la palabra de Dios fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto» (Lc 3,2). Entonces Juan comenzó a predicar: «¡Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca!». Serán estas las primeras palabras pronunciadas por Jesús al comienzo de su predicación.

Los profetas en Israel llevaban mucho tiempo sin hablar, e Israel tenía hambre de la palabra de Dios. Se había esparcido la noticia de que Juan era un profeta, y la gente acudía a él desde todas partes. La esencialidad de su mensaje tocaba los corazones y las conciencias, y todos se hacían bautizar por él en el río Jordán, pidiendo perdón por sus pecados. El pueblo reconocía en él la llegada del Mensajero anunciado por Malaquías, el último de los profetas: «He aquí que envío mi mensajero para que prepare el camino delante de mí» (3,1).

Así se cumplía la profecía de Isaías (40,3-5):

«Una voz grita:
En el desierto, preparad el camino del Señor,
allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios.
Que todo valle sea elevado,
y todo monte y colina sean rebajados;
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se allane.
Entonces se revelará la gloria del Señor,
y todos los hombres juntos la verán,
porque la boca del Señor ha hablado.»

Dos palabras están en el centro de la profecía: VOZ y CAMINO. La Voz es la de Juan, fuerte y poderosa como un trueno, ardiente como la de Elías, penetrante como una espada de doble filo (Hb 4,12). Anuncia la voz del Mesías que, como dice la primera lectura (Is 11,1-10), «herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios matará al malvado». La aparición de esta voz es ya un evangelio, una buena noticia. De hecho, todas las voces habían sido amordazadas, silenciadas, instrumentalizadas, portadoras de mentiras. Oír que existe una voz nueva, libre, que nos dice la verdad —aunque nos hiera— es ya una esperanza de vida.

«¡Preparad el camino del Señor!». El camino del Señor es el que conduce hacia Él, pero sobre todo el que Dios recorre para venir a nosotros. Es un camino a menudo interrumpido, que es necesario despejar para que sea transitable.

El camino es la imagen por excelencia del tiempo de Adviento. Se trata de un símbolo muy presente en la Biblia. Recordemos que todo comienza con el viaje de Abraham, luego el de los patriarcas, y el de Moisés que guía al pueblo durante cuarenta años en el desierto… El mismo Jesús, con los suyos, estará siempre en camino, y los primeros cristianos serán llamados «los del camino». Por otra parte, el camino es imagen tanto de la condición humana —homo viator— como del creyente, llamado a ser parte de una «Iglesia en salida», como gustaba recordar el Papa Francisco.

El profeta Isaías (el Segundo Isaías) fue el ideador, el ingeniero del «camino del Señor». Juan es el capataz. Debemos seguir sus instrucciones. Tomemos pico, pala y azadón. Sí, herramientas sencillas: se trata de un trabajo manual que requerirá tiempo, constancia y paciencia. Siguiendo el plan de Isaías, Juan nos da tres indicaciones principales:

1. «Que todo VALLE sea elevado»: es la primera indicación. El evangelista Lucas habla de barranco (3,5). Se trata del barranco de nuestro DESÁNIMO, en el que corremos el riesgo de caer y quedar atrapados sin remedio después de tantos intentos y fracasos. Es un peligro a menudo mortal, un abismo que sepulta toda esperanza de progreso humano y espiritual. ¿Cómo rellenarlo? A veces puede convertirse en una tarea casi imposible. ¿Qué hacer entonces? ¡Lo único es construir un puente! El puente de la esperanza en el «Dios de los imposibles». Por eso Pablo, en la segunda lectura (Rm 15,4-9), nos invita a «mantener viva la ESPERANZA». A veces se trata de «esperar contra toda esperanza» (Rm 4,18), porque «la esperanza no defrauda»… ¡nunca! (Rm 5,5).

2. «Que todo MONTE y colina sean rebajados»: se trata del monte de nuestro ORGULLO. Colina, monte, a veces incluso una montaña difícil de escalar. Nos engrandecemos la cabeza y nos ilusionamos creyendo que somos grandes. El «monte» ocupa todo el camino, haciéndolo infranqueable. Es necesario desmontar nuestras «alturas» para hacernos accesibles a Dios y a los demás. ¡Cuántos golpes de pico se necesitan! ¡Cuánto cuesta convertirse en un valle llano por el que todos puedan transitar tranquilamente! A veces hace falta una excavadora para quitar ciertos obstáculos. Es la excavadora de la HUMILDAD, cantada por la Virgen María en su Magníficat. Pero no despreciemos los pequeños golpes de pico cotidianos: una crítica, un servicio humilde, un silencio ante una observación injusta, un descuido que nos mortifica… Nos prepararán para recibir esas paladas de excavadora que la vida, tarde o temprano, nos dará.

3. «Que el terreno ACCIDENTADO se convierta en llanura, y los escarpes en valle»: hay demasiadas piedras y zarzas en el camino, que hacen tropezar a los caminantes y los arañan a cada paso. Son nuestros DEFECTOS y PECADOS, que con frecuencia escandalizan o hieren a los demás. También aquí se requiere un trabajo incesante, sabiendo que nunca lo lograremos del todo. Ciertas asperezas permanecerán allí, obstinadamente inamovibles. Ciertas zarzas, cortadas cien veces, volverán a brotar, casi burlándose de nuestra persistencia. Están allí para recordarnos que no podemos prescindir de la MISERICORDIA del Señor y de los hermanos; y para recordarnos que también nosotros debemos ser misericordiosos con los demás. Pablo nos lo recuerda de nuevo en la segunda lectura: «Aco­géo­s los unos a los otros, como también Cristo os acogió».

Estas son las instrucciones del capataz. Nos espera un trabajo exigente. No se trata de hacer algún pequeño propósito, creyéndonos ya cristianos, al estilo de fariseos y saduceos que se sentían seguros solo por ser hijos de Abraham. También ellos recibían el bautismo, pero para muchos era una mera formalidad, un gesto superficial. Juan, sin embargo, no fue indulgente con ellos. Los llamó «raza de víboras». Tengamos cuidado para que no termine diciéndolo también de nosotros. Y añade: «Todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego». Es algo serio: no tomemos a la ligera esta gracia del Adviento.
P. Manuel João Pereira Correia, mccj

Misión es relanzar la esperanza

Isaías 11,1-10; Salmo 71; Romanos 15,4-9; Mateo 3,1-12

Reflexiones
Relanzar la esperanza es siempre una tarea difícil. Tres personajes típicos del tiempo de Adviento lo lograron. Hoy relanzan para nosotros la esperanza y nos preparan al encuentro con Cristo: son el profeta Isaías, Juan el Bautista y María. Cada uno de ellos tiene una relación misionera especial con el Salvador que viene: Isaías lo preanuncia, Juan lo señala ya presente, María lo posee y lo dona. También otros “pobres de Yahvé” del Primer Testamento vivían a la espera de un Mesías, aunque para muchos la espera resultaba confusa y mezclada de esperanzas humanas. El mensaje de esos tres personajes es actual y necesario también para nosotros hoy.

En efecto, también hoy la esperanza es un valor en crisis de contenidos, porque muchos desconocen lo que más necesitan para conseguir el crecimiento y desarrollo integral de su persona. En una pieza teatral emblemática de nuestro tiempo, el escritor irlandés Samuel Beckett, Premio Nobel de Literatura (1969), denuncia lo absurdo de la condición humana: la obra Esperando a Godot se desarrolla en la larga espera de un personaje importante, pero desconocido. Se imagina el encuentro, se sueña sobre lo que podría ocurrir. Sin embargo, cuando ya se anuncia que ese personaje está a punto de llegar, la espera baja de tensión, se pierden las ganas de prepararse y su presencia se desvanece. El encuentro no se da. La larga espera ha sido en vano. ¡Pura ilusión!

La esperanza cristiana es diferente; esta es un dinamismo de apertura y de encuentro con una Persona conocida, de la cual uno se siente profundamente amado: es el Salvador de todos, con un nombre y un rostro bien definidos. Se llama Jesucristo. Él es el centro del anuncio misionero de la Iglesia. El Papa Francisco invita a todos a no quedar presos de las cosas terrenas, sean muchas o pocas, porque estas provocan solo tristeza y cerrazón egoísta; mientras el encuentro personal con Jesucristo trae gozo y esperanza, abre a la misión. (*)

El primer personaje del Adviento, el profeta Isaías (I lectura), ocho siglos antes de Cristo, en tiempos de violencia y desolación, fue capaz de cantar la esperanza en un futuro de vida, reconciliación y prosperidad para su pueblo. En situaciones análogas de sufrimiento, también otro joven profeta, Jeremías, fue capaz de ver el almendro en ciernes (Jer 1,11). Allí donde todos ven solo negatividad, los profetas ven más allá, lejos, una historia y una esperanza diferente: la historia de Dios que lleva a todos a la salvación. Isaías veía despuntar un retoño, que en seguida fue lleno del multiforme espíritu del Señor (v. 1-3). Y describe el estupendo jardín de la convivencia pacífica de los seres vivientes (animales y personas humanas) entre sí y con la creación (v. 5-9). Tan solo un pueblo que vive así, en la justicia y armonía de relaciones, tiene algo positivo que decir a los otros, puede llegar a ser un “estandarte de pueblos” (v. 10). Tan solo así tendrá algo hermoso y verdadero que compartir en el concierto de las naciones. ¡Y se convierte en comunidad misionera! Entre las notas de ese pueblo en paz dentro y fuera, S. Pablo (II lectura) incluye la capacidad de acogerse mutuamente como nos acogió Cristo (v. 7), por su misericordia (v. 9).

El segundo personaje del Adviento, Juan el Bautista (Evangelio), profeta austero e interiormente libre, con palabras de fuego prepara el camino del Señor que viene detrás de él, bautiza “con agua para la conversión”, anunciando la presencia de uno que es más fuerte que él, el cual “bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego” (v. 11). Por eso, Juan grita: “Conviértanse” (v. 2).

María es la criatura ya plenamente convertida, es decir, totalmente orientada hacia Dios, llena de Espíritu Santo; María es la toda pura, sin mancha; es la Inmaculada (fiesta el 8 de diciembre). En el centro de Vietnam, donde he trabajado durante seis años como misionero, he visitado el santuario mariano de La Vang: allí la Virgen se apareció en 1798, en tiempo de persecuciones contra los cristianos, llevando un mensaje de consuelo y de esperanza. Es un mensaje que va bien igualmente para nosotros en el camino hacia la Navidad: “Tengan fe, hijos míos, acepten los sufrimientos con paciencia. Yo escucho siempre vuestras peticiones. Si alguien viene a rezar conmigo, escucharé sus oraciones”. María ha acogido a su Señor y le ha dado un cuerpo humano; ahora lo ofrece a todos, incluso a aquellos que todavía no lo conocen.

El Adviento es un tiempo privilegiado para vivir la misión: en Adviento y en Navidad el Señor llega a nosotros; no faltará a la cita. Pero Él quiere que otros también -¡todos!- lo conozcan y lo acojan; quiere llegar a otros también por medio de nosotros. ¿Cómo hacerlo? Haciéndonos sus discípulos-misioneros.

Palabra del Papa

(*)La Navidad es un día de gran alegría también exterior, pero es sobre todo un evento religioso por lo que es necesaria una preparación espiritual. En este tiempo de Adviento, dejémonos guiar por la exhortación del Bautista: “Preparen el camino al Señor, allanen sus senderos” (v. 3). Que la Virgen María nos ayude a prepararnos al encuentro con este Amor cada vez más grande que en la noche de Navidad se ha hecho pequeño, como una semilla caída en la tierra, la semilla del Reino de Dios”.
Papa Francisco
Angelus 4-12-2016

P. Romeo Ballan, MCCJ