El 8 de diciembre celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. María fue concebida sin pecado original, en previsión del papel que tendría como Madre del Salvador. No se trata de la concepción virginal de Jesús, sino del hecho de que María misma fue preservada del pecado desde el primer instante de su existencia. Esta celebración se inserta armoniosamente en el contexto del Adviento, invitándonos a vivir este tiempo litúrgico bajo la mirada de María, madre de Jesús y nuestra madre. (...)
La Inmaculada y nuestra concepción
«He aquí la esclava del Señor.»
Lucas 1,26-38
El 8 de diciembre celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. María fue concebida sin pecado original, en previsión del papel que tendría como Madre del Salvador. No se trata de la concepción virginal de Jesús, sino del hecho de que María misma fue preservada del pecado desde el primer instante de su existencia. Esta celebración se inserta armoniosamente en el contexto del Adviento, invitándonos a vivir este tiempo litúrgico bajo la mirada de María, madre de Jesús y nuestra madre.
El dogma de la Inmaculada Concepción de María fue proclamado solemnemente por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, tras una amplia consulta con el episcopado de todo el mundo. En la declaración papal leemos: «La Santísima Virgen María, desde el primer instante de su concepción, por una gracia y un privilegio singular de Dios Todopoderoso, en vista de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original» (Ineffabilis Deus).
Cuatro años después, el 25 de marzo de 1858, en Lourdes, la Virgen María se presentó a la adolescente Bernadette Soubirous (1844–1879) con estas palabras: «Yo soy la Inmaculada Concepción», pronunciadas en dialecto local: «Que soy era Immaculada Councepciou».
La proclamación del dogma es reciente, pero la fiesta de la Inmaculada Concepción tiene raíces profundas en la tradición cristiana. Es fruto de siglos de reflexión teológica, celebración litúrgica y devoción popular. Podemos decir que el dogma fue anticipado por el sensus fidei, la intuición del pueblo cristiano. De hecho, desde la época patrística, María era vista como «la nueva Eva» (San Ireneo). En esta visión estaba la primera premonición del dogma de la Inmaculada Concepción. Eva, como primera mujer, fue creada por Dios sin mancha de pecado; María, la nueva Eva, llamada a ser la Madre de Dios, fue concebida también inmaculada.
Contemplar esta gracia y belleza singular de María, sin embargo, no debería llevarnos a elevarla por encima de la tierra y de nuestra humanidad, como si fuera una estrella inalcanzable. Mirar a María solo como una mujer agraciada con privilegios y dones celestiales corre el riesgo de alejarla de nosotros. Para descubrir el papel de la Virgen María, es necesario volver a la sencillez de los Evangelios. Una vez que «el ángel se alejó de ella», María regresa a la vida cotidiana gris, hecha de alegrías y sufrimientos, preocupaciones y esfuerzos, dudas e incertidumbres… Una de nosotros, que camina con nosotros, que vive de fe.
Decía Santa Teresa de Lisieux: «Para que un sermón sobre la Santa Virgen me guste y me haga bien, debe mostrarme su vida real, no su vida supuesta; estoy segura de que su vida fue absolutamente sencilla. Se la muestra inaccesible; habría que mostrarla imitable, descubrir sus virtudes, decir que vivía de fe como nosotros, citando el Evangelio. […] De lo contrario, si escuchas un sermón y te ves obligado a asombrarte de principio a fin y exclamar: “¡Ah! ¡ah!”, ¡ya es suficiente!» (21/8/1897).
Puntos de reflexión
1. Concebidos en el misterio
Toda concepción está envuelta en misterio. Concebida por sus padres – Joaquín y Ana, según la tradición –, sin ser conscientes del plan divino, solo Dios conocía ese momento en que concibió la Virgen Maria en Su amor. La creó como nueva Eva, «a Su imagen y semejanza», con vistas a Su proyecto para ella. Algo similar ocurrió con cada uno de nosotros. El Señor nos conoció y nos amó antes de que nuestros padres fueran conscientes de nuestra existencia.
La Inmaculada Concepción revela algo también sobre nuestra concepción. Dios también «nos ha bendecido con toda bendición espiritual»; también «nos eligió antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados ante Él en la caridad, destinándonos a ser para Él hijos adoptivos» (Efesios 1,3-6, segunda lectura).
En cada persona queda una parte «inmaculada», «virgen», el terreno bueno donde la Palabra de Dios puede echar raíces y dar frutos de amor.
2. Visitados por Dios
Al igual que a María, Dios visita a cada uno de nosotros. Él envía a Su ángel, Su Palabra, para transmitirnos un triple mensaje:
– «¡Alégrate! Porque el Señor está contigo.» Dios nos invita a la alegría. Toda verdadera alegría nace de esta conciencia de que no estamos solos, a merced de los acontecimientos de la vida, sino que el Señor está con nosotros.
– ¡No temas! Porque has hallado gracia ante Dios.» El Señor nos dice que no tengamos miedo. El miedo – todo miedo, pero especialmente el de la muerte – nos impide vivir serenamente y disfrutar plenamente de la vida. San Pablo, consciente de esta realidad, exclama: «Estoy convencido de que [nada] podrá separarnos del amor de Dios» (Romanos 8,35-39).
– «Y he aquí que concebirás un hijo. Porque nada es imposible para Dios.» ¡Cuántas veces hemos pensado que nuestra vida es estéril, insignificante, vacía o incluso sin sentido! El Señor nos dice: «Déjame entrar en tu corazón, y te prometo hacer fecunda tu vida, fecunda como la de Abraham».
3. «¿Dónde estás?» – ¡Aquí estoy!
Dios nos visita continuamente, pero ¿estamos listos para dejarnos encontrar? «¿Dónde estás?» Es la pregunta existencial que Dios sigue dirigiendo a cada uno de nosotros. No es una pregunta de juicio, sino la expresión de la preocupación amorosa de un Padre o del Buen Pastor.
A menudo, nos escondemos de Su mirada por pudor. Nos sentimos desnudos, indignos de estar en Su presencia. Sin embargo, la alegría de Dios al encontrar al hijo o la hija perdida es tan grande que olvida nuestro extravío.
¡Ánimo! Salgamos de nuestros escondites. Acerquémonos a Él y respondamos con confianza a Su llamado, como lo hizo la Virgen: «¡Aquí estoy!» Él nos revestirá de inmediato con la túnica del Hijo, renovando nuestra dignidad.
P. Manuel João Pereira Correia, MCCJ
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María
Papa Francisco
Las lecturas de esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María presentan dos momentos cruciales en la historia de las relaciones entre el hombre y Dios: podríamos decir que nos conducen al origen del bien y del mal. Estos dos pasajes nos conducen al origen del bien y del mal.
El Libro del Génesis muestra el primer no, el no de los orígenes, el no humano, cuando el hombre prefirió mirarse a sí mismo antes que a su Creador, quiso hacerlo todo según su propio parecer y ser autosuficiente. Saliendo así de la comunión con Dios, se ha perdido y ha comenzado a tener miedo, a esconderse y a acusar a quien le estaba cerca (cf. Gn 3, 10, 12). Estos son los síntomas: el miedo es siempre un síntoma del no a Dios, indica que le estoy diciendo no a Dios; acusar a los demás y no mirarse a sí mismo indica que me estoy alejando de Dios. Esto hace el pecado. Pero el Señor no deja al hombre a merced de su mal; lo busca inmediatamente y le dirige una pregunta llena de preocupación: “¿Dónde estás?” (v. 9). Como si dijera: “Detente, piensa, ¿dónde estás?”. Es la pregunta de un padre o de una madre que busca al hijo que se ha perdido: “¿Dónde estás? ¿En qué situación te has metido?”. Y esto Dios lo hace con mucha paciencia, hasta colmar la distancia que se ha creado en los orígenes. Este es uno de los pasajes.
El segundo pasaje crucial, que narra hoy el Evangelio, es cuando Dios viene a habitar entre nosotros, se hace hombre como nosotros. Y esto fue posible por medio de un gran sí – el del pecado era el no; este es el sí, ¡es un gran sí! – el de María en el momento de la Anunciación. Por este sí Jesús ha comenzado su camino por los senderos de la humanidad; lo ha comenzado en María, transcurriendo los primeros meses de su vida en el vientre de su madre: no ha aparecido ya adulto y fuerte, sino que ha seguido todo el recorrido de un ser humano. Se hizo en todo igual a nosotros, menos en una cosa, aquel no, excepto en el pecado. Por eso eligió a María, la única criatura sin pecado, inmaculada. En el Evangelio, con una sola palabra, ella es denominada “llena de gracia” (Lc 1, 28), es decir, colmada de gracia. Quiere decir que en ella, de inmediato llena de gracia, no hay espacio para el pecado. Y también nosotros, cuando nos dirigimos a ella, reconocemos esta belleza: la invocamos “llena de gracia”, sin sombra de mal.
María responde a la propuesta de Dios diciendo: “He aquí la sierva del Señor” (v. 38) . No dice: “Bueno, esta vez haré la voluntad de Dios, estoy disponible, luego ya veré…”. No. El suyo es un sí pleno, total, para toda la vida, sin condiciones. Y como el no de los orígenes había cerrado el paso del hombre a Dios, ahora el sí de María ha abierto el camino a Dios entre nosotros. Es el sí más importante de la historia, el sí humilde que derroca el no soberbio de los orígenes, el sí fiel que sana la desobediencia, el sí disponible que desbarata el egoísmo del pecado.
También para cada uno de nosotros hay una historia de salvación hecha de un sí y de un no a Dios. A veces, sin embargo, somos expertos en los síes a medias: se nos da muy bien fingir que no entendemos lo que Dios quiere y la conciencia nos sugiere. También somos astutos y para no decir un no verdadero y propio a Dios decimos: “Lo siento, no puedo”, “hoy no, creo que mañana”, “mañana seré mejor, mañana rezaré, haré el bien, pero mañana”. Y esta astucia nos aleja del sí, nos aleja de Dios y nos lleva al no, al no del pecado, al no de la mediocridad. Es el famoso “sí, pero…”; “Sí, Señor, pero…”. Así cerramos la puerta al bien, y el mal se aprovecha de estos sí que faltan. ¡Cada uno de nosotros tiene una colección de ellos dentro! Pensemos, encontraremos muchos síes que faltan. En cambio cada sí pleno a Dios da origen a una historia nueva: decir sí a Dios es verdaderamente “original”, es origen, no el pecado, que nos hace viejos por dentro. ¿Habéis pensado que el pecado nos envejece por dentro? ¡Nos envejece pronto! Cada sí a Dios origina historias de salvación para nosotros y para los demás. Como María con su propio sí.
En este camino de Adviento, Dios desea visitarnos y espera nuestro sí. Pensemos: Yo, hoy, ¿qué sí debo decir a Dios? reflexionemos, nos hará bien. Y encontraremos la voz del Señor dentro de Dios que nos pide algo, un paso adelante. “Creo en Ti, espero en Ti, Te amo; que se haga en mí tu voluntad de bien”. Este es el sí. Con generosidad y confianza, como María, digamos hoy, cada uno de nosotros, este sí personal a Dios”.
Angelus 8.12.2016
UN ANUNCIO SORPRENDENTE
José A. Pagola
El ángel le dijo: Alégrate
Lucas narra el anuncio del nacimiento de Jesús en estrecho paralelismo con el del Bautista. El contraste entre ambas escenas es tan sorprendente que nos permite entrever con luces nuevas el Misterio del Dios encarnado en Jesús.
El anuncio del nacimiento del Bautista sucede en «Jerusalén», la grandiosa capital de Israel, centro político y religioso del pueblo judío. El nacimiento de Jesús se anuncia en un pueblo desconocido de las montañas de Galilea. Una aldea sin relieve alguno, llamada «Nazaret», de donde nadie espera que pueda salir nada bueno. Años más tarde, estos pueblos humildes acogerán el mensaje de Jesús anunciando la bondad de Dios. Jerusalén por el contrario lo rechazará. Casi siempre, son los pequeños e insignificantes los que mejor entienden y acogen al Dios encarnado en Jesús.
El anuncio del nacimiento del Bautista tiene lugar en el espacio sagrado del «templo». El de Jesús en una casa pobre de una «aldea». Jesús se hará presente allí donde las gentes viven, trabajan, gozan y sufren. Vive entre ellos aliviando el sufrimiento y ofreciendo el perdón del Padre. Dios se ha hecho carne, no para permanecer en los templos, sino para «poner su morada entre los hombres» y compartir nuestra vida.
El anuncio del nacimiento del Bautista lo escucha un «varón» venerable, el sacerdote Zacarías, durante una solemne celebración ritual. El de Jesús se le hace a María, una «joven» de unos doce años. No se indica donde está ni qué está haciendo. ¿A quién puede interesar el trabajo de una mujer? Sin embargo, Jesús, el Hijo de Dios encarnado, mirará a las mujeres de manera diferente, defenderá su dignidad y las acogerá entre sus discípulos.
Por último, del Bautista se anuncia que nacerá de Zacarías e Isabel, una pareja estéril, bendecida por Dios. De Jesús se dice algo absolutamente nuevo. El Mesías nacerá de María, una joven virgen. El Espíritu de Dios estará en el origen de su aparición en el mundo. Por eso, «será llamado Hijo de Dios». El Salvador del mundo no nace como fruto del amor de unos esposos que se quieren mutuamente. Nace como fruto del Amor de Dios a toda la humanidad. Jesús no es un regalo que nos hacen María y José. Es un regalo que nos hace Dios.
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