Acojamos a Jesús, el Sol de justicia, que vuelve para calentar nuestros corazones, sanar nuestras heridas y devolvernos la esperanza. Al entrar en el mundo a través del seno de María, Dios encendió una luz que ninguna oscuridad puede apagar. También nosotros, humanos y limitados, podemos comenzar de nuevo desde aquí, con la certeza de que aquello que parecía inalcanzable —la promesa de renacimiento y renovación— se vuelve posible. Les deseamos una Navidad llena de acogida, amor, luz y esperanza. ¡Feliz Navidad, de verdad! (El Consejo General)
La importancia de “tomar conciencia”
Queridos hermanos:
En este tiempo de Navidad se nos ofrece una oportunidad extraordinaria: la de emprender un viaje interior que nos lleve desde la simple conciencia de nosotros mismos a la verdadera cercanía con los demás y con el mundo.
Este año, el Adviento comenzó con un pasaje evangélico que debería habernos impactado: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca. No se dieron cuenta de nada hasta que vino el diluvio y se los llevó a todo. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre”» (Mateo 24,37-39).
Tomar conciencia del mundo que nos rodea, de las personas con las que vivimos y a quienes dirigimos nuestra misión, significa captar la esencia de nuestro “estar presentes” y de nuestro “ser conscientes”. Tomar conciencia no es una acción pasiva, sino un acto intencional de coraje y presencia, que requiere esfuerzo, práctica, atención y sensibilidad. Se trata, por tanto, de un arte verdadero y propio, que posee el inmenso poder de transformar nuestra percepción de la realidad. Cuando tomamos conciencia, ya no somos esclavos de los hábitos ni de los estímulos externos; podemos elegir nuestras respuestas y vivir con mayor autenticidad y sentido.
Tomar conciencia es un acto de coraje cotidiano. Es difícil estar verdaderamente presentes y ver las cosas tal como son, sin juicios ni reacciones automáticas. Requiere la valentía de enfrentar nuestros propios pensamientos y emociones, y la realidad del momento.
Una vez que aprendemos el arte de tomar conciencia, cambia nuestra manera de estar en el mundo: nos volvemos más empáticos, más conectados, más capaces de apreciar las pequeñas cosas y de afrontar las dificultades con mayor sabiduría y serenidad. En otras palabras, tomar conciencia es despertar a nuestra propia vida y emprender un camino de crecimiento personal hacia una mayor plenitud y libertad interior, capaz de transformar nuestra manera de vivir y de relacionarnos con el mundo, pasando de una existencia automática a una viva y consciente. Tomar conciencia nos arraiga en el presente, nos ayuda a abrir el corazón, a ver el mundo con mayor claridad y a escuchar de verdad. Solo desde una escucha auténtica nace la cercanía – el don de estar cerca, sin necesidad de muchas palabras, con el corazón atento a la vulnerabilidad del otro.
Ser cercanos significa tener el coraje de descentrarse, de dejar de lado el propio ego y de dedicar una atención sincera y efectiva a quienes viven en situaciones de profundo malestar o fragilidad: ya sean inmigrantes en busca de un futuro seguro, víctimas de alguno de los numerosos conflictos que desfiguran nuestro mundo, o simplemente personas que cruzan nuestro camino. Ser cercanos es redescubrir la belleza de una compasión activa, de una sonrisa que da esperanza, de un gesto que sana las heridas más profundas. Es esta la forma más concreta de mostrar que en nuestro corazón no hay espacio para la indiferencia, sino solo para el amor verdadero.
Esta aventura de la conciencia, si se amplía, nos conduce a una espiritualidad profunda, caracterizada por la conciencia de la simbiosis que existe entre todas las criaturas y la creación. Entonces, la maravilla del ciclo de las estaciones, la fuerza de un árbol, el aliento vital de la naturaleza sabrán recordarnos que formamos parte de un designio sagrado, y esta conciencia nos abrirá los ojos a la belleza de todas las cosas y a la gracia de cada instante, despertando en nosotros la gratitud.
El Adviento nos invita a mirar hacia adelante con esperanza, a creer que el futuro puede ser distinto y mejor. No somos “seres-para-la-muerte”, sino “seres-para-la-vida”. Y la Navidad nos impulsa a “orientar el corazón” en la espera del Hijo del hombre. Cuando Jesús llegue, queremos que nos encuentre preparados: con los corazones enamorados y la mirada puesta solamente en Él, dispuestos a acoger su amor que todo lo transforma.
Deseamos que esta Navidad nos devuelva el coraje de escalar montañas, sin detenernos en el primer refugio, y de subir a nuestra barquita anclada en medio del mar, tomar los remos y hacerse a la mar. Porque, si es cierto que esperamos a “Alguien”, es aún más cierto que ese “Alguien” —desde siempre y para siempre— nos espera a nosotros, y espera que nuestro Instituto se convierta verdaderamente en aquello que nuestro Fundador soñaba, convencido como estaba de que su sueño era el de Dios.
Acojamos a Jesús, el Sol de justicia, que vuelve para calentar nuestros corazones, sanar nuestras heridas y devolvernos la esperanza. Al entrar en el mundo a través del seno de María, Dios encendió una luz que ninguna oscuridad puede apagar. También nosotros, humanos y limitados, podemos comenzar de nuevo desde aquí, con la certeza de que aquello que parecía inalcanzable —la promesa de renacimiento y renovación— se vuelve posible.
Les deseamos una Navidad llena de acogida, amor, luz y esperanza.
¡Feliz Navidad, de verdad!
El Consejo General
Roma, 13 de diciembre de 2025