Quien ha seguido al P. Giovanni en su larga y dolorosa enfermedad, preveía su desaparición en una fecha simbólica. Así, parecía que debía morir para la Asunción, después el 12 de septiembre (Nombre de María). Pasada también aquella fecha, se entrevió la fiesta de S. Daniel Comboni y así ha sido: como una coronación de una vida gastada en el Instituto, por él intensamente amado, y en las misiones, siempre presentes en los días y años de su sufrimiento.
Nacido en Barlassina (Milán), en una numerosa e ilustre familia, el 1 de octubre de 1944, fue presentado por los padres al Instituto con esta singular fórmula de donación: “Doloridos por el gran sacrificio… te damos, Señor, nuestro amado hijito, para que, según tu querer, se convierta en padre y pastor de muchas almas…”. Después de los cursos elementales, había asistido a un Instituto Técnico y, después, había entrado en los seminarios de la diócesis de Milán, Seveso y Venegono inferior. Inició el noviciado con los Combonianos en Venegono Superior, el 14 de octubre de 1944 y emitió los primeros votos el 15 de agosto de 1946.
Pero la salud empezó a condicionar sus estudios, por lo que desde el escolasticado de Rebbio (1946-1948) pasó para las curas a Arco (1948-1950), volvió después a Venegono (1950-1951) y nuevamente a Arco (1951-1952). En octubre de 1952 llegó a Roma, un clima más adaptado a su salud y continuó los estudios teológicos en la Urbaniana. En la comunidad del escolasticado en San Pancrazio, era un ejemplo para todos y un elemento unificante por su carácter benévolo y comprensivo. Fue ordenado sacerdote en Roma, el 9 de abril de 1955.
Fue destinado por los superiores a la formación, en calidad de director espiritual, primero en Carraia (1955-1958) y después en Brescia (1958-1965). Sentía mucho esta responsabilidad y, creyendo que no tenía una preparación adecuada. Pidió ser exonerado. Así pudo dedicarse al ministerio (Milán, Via Saldini) que le daba satisfacción y por el que era correspondido con afecto y estima. El Cardenal Giovanni Colombo lo conocía y estimaba. Aquellos años (1965-1974) fueron interrumpidos solamente por un período en Gozzano como vice maestro (1966-1969).
En el verano del 1974 fue llamado a Roma como asistente al curso de renovación. También en este papel fue amado porque comprendía las expectativas de los hermanos y sus exigencias. Pero en 1977 le sobrevino una neuralgia al trigémino que, progresivamente le impidió realizar cualquier actividad; así continuó, de tratamiento en tratamiento, hasta el último día: veintisiete años de misionero en el sufrimiento.
Inicialmente se buscaron lugares adaptos para las curas específicas, hasta que en 1978 llegó a Civenna (Como) en el Oasis de las Religiosas Carmelitas de Santa Teresa, donde permaneció hasta una semana antes de morir. Jurídicamente perteneció a la Curia generalicia hasta julio de 1988, fecha en la que fue designado a la provincia italiana, por encontrarse cerca de la comunidad de Rebbio.
Siempre hubo un intenso diálogo entre los superiores y el P. Giovanni, así como con las Religiosas Carmelitas de Santa Teresa. La Superiora General en 1982 escribía desde Turín, al Superior General de los Misioneros Combonianos: “Quiero tranquilizarlos con relación al querido P. Giovanni Morazzoni que conozco personalmente y del que muchas veces he podido apreciar su disponibilidad a la voluntad de Dios y la riqueza interior que sabe difundir entre los que se le acercan; tenerlo entre nosotras es, pues, una gracia que todas sabemos apreciar”. También la superiora de Civenna escribía entre otras cosas: “La enfermedad del P. Giovanni es grave y el médico ha dado personalmente la relación. Sinceramente hay días en los que el P. Giovanni, aun queriendo curar, da verdaderamente pena… a pesar de esto está sereno y gozoso. ¡Qué ejemplo para nosotras…! Continuaremos haciendo todo lo que sea necesario, porque justamente, como nos ha recomendado nuestra Superiora General, es una pupila de Dios”.
Casi se puede resumir el horizonte interior del P. Giovanni, copiando un trozo de una carta que escribió desde Civenna en 1978 al P. Tarcisio Agostoni, Superior General: “Continúo las curas para la neuralgia del trigémino; pero el Señor me da una gran serenidad interior: me pongo en sus manos para ser “misionero” como Él quiere, deseo sólo ser útil al mundo, a la Iglesia, al Instituto… no según mi proyecto, sino según el suyo que puede ser manifestar su poder, precisamente a través de mi extrema debilidad. Me curo, obviamente, pero sin estar obsesionado por la salud; hago lo poco que puedo y dejo que sea El que haga a través de lo que yo puedo… A veces me asalta la duda: esta ‘espiritualidad’ ¿no será una coartada? Pero después digo al Señor: ‘Tú sabes mi deseo de trabajar, incluso físicamente, si tuviera fuerzas’ Me abandono por tanto a la obediencia, para estar seguro de seguir el camino justo”.
Fr. Pietro Ravasio.