El P. Angelo Confalonieri había nacido en Seregno, pequeña ciudad en la provincia de Milán. A la gran fe recibida de su familia y de la comunidad cristiana, unirá también la típica iniciativa de aquella gente. Será su carta vencedora como hombre y como misionero. A los 17 años entra en el noviciado en Venegono y dos años después se consagra a Dios para la misión, con la profesión religiosa. Los tres años de liceo lo ven en Verona en la Casa Madre. Terminado el liceo está en Venegono para los estudios teológicos. El 31 de mayo de 1958 es ordenado sacerdote en la catedral de Milán, por el arzobispo Juan Bautista Montini, futuro Pablo VI. Con veintiséis años parte para Sudan Sur, pero ya es el tiempo de la expulsión de los misioneros. En 1963 lo encontramos en Italia para la animación vocacional y la formación. Trabaja en Barolo, en lo que debía ser el segundo liceo para candidatos combonianos en Italia, después Carraia.
En 1969 deja Italia por el Canadá (Brossard, Québec), donde trabajará como animador misionero hasta su destino a la que era entonces la Región del Togo (1978). Conseguirá muchos amigos que serán preciosos para realizar en Ghana muchas obras de promoción social.
Anunciando al superior regional, P. Nazareno Gaetano Contran, su próxima llegada, escribe: “Se me ha dicho que iré a Abor. Estoy contento (¡no sé si lo estarán también los otros!). Lo haré lo mejor posible. Por una parte me ha disgustado dejar Canadá, por otra no… Es mejor que conserve de Canadá el recuerdo positivo”. Y continúa pidiendo al P. Contran que le envíe noticias sobre la misión de Abor o sobre Ghana en general: “situación religiosa, política, social, pobres, etc. Antes de marchar, quisiera escribir dos letras en el periódico local de Seregno. Si quieres, hazme tú el artículo (unas dos columnas de periódico). Te estaré agradecido. ¡Sabes que no soy periodista!”.
El 20 de septiembre de 1978 llega a la Región del Togo. Trabajará en Ghana, dado que conoce el inglés además del francés. En Ghana, sobretodo en Abor, consagrará los años más hermosos de su vida misionera: en verdad le ha permitido realizar su sueño misionero. Se lanza al trabajo de evangelización con gran dedicación y celo apostólico ocupándose del catecumenado, de formación de catequistas, visitando las comunidades, en la búsqueda continua del contacto con la gente. Un modo de hacer misión tradicional, se diría, pero que consiguió sus frutos espirituales (con el nacimiento y crecimiento de nuevas comunidades) y materiales (capillas, escuelas y otras construcciones). Era de una creatividad e iniciativa no comunes, siempre con los pies en tierra y la cabeza sobre los hombros, trabajador asiduo e incansable. Pero quería las cosas bien hechas y no se le escapaban los detalles: incluso lo hermoso formaba parte en las construcciones. Y continuará así hasta el final. A él se debe el comienzo, en estos últimos años, de las estructuras para una futura parroquia en Mafi Kumasi, comunidad dependiente de Adidome. Estaba siempre disponible para acoger y escuchar, haciendo de manera que la gente se siente a gusto con él. Y esto, a pesar de sus problemas de salud que durante años han sido para él un verdadero calvario (dolores en el trigémino). Sin disturbar, cuando sufría, se retiraba y esperaba que el dolor pasase. Y después reemprendía como si nada ocurriera.
Se entregó todo, teniendo los ojos particularmente atentos a los más pobres y necesitados, sobre todo a los muchachos con algún handicap. Él está en el origen del St. Theresa Centre for the Handicapped de Abor que sigue a los muchachos hasta asegurarles una cierta autosuficiencia y autonomía. Serán los Siervos de la Caridad (los Guanelianos) los que le reemplazarán en este trabajo, solicitados por él mismo. Esto revela el sentido de provisionalidad que vivía y el sentido de desprendimiento de las cosas que habría podido considerar “suyas”. Era capaz de quitarse de en medio y pensar que otras fuerzas eclesiales podían reemplazarlo y hacerlo mejor que él. Supo traducir el sentido de la promoción humana, fundando además la escuela artesanal de St. Agnes, ayudando a los estudiantes más necesitados y principiantes, y colaborando con los servicios sociales (escuela y sanidad).
Fue él el que tuvo la idea de tener una presencia comboniana en Accra, en la capital. Adquirió una casita en Kaneshie, facilitando la acogida y el reposo de los hermanos que venían del Volta Region, para las compras, sin contar que, cuando la cosa maduró, fue precisamente en Kaneshie donde se instaló el Centro de Animación Misionera de los Combonianos en Ghana.
Se sentía miembro efectivo de la provincia y aunque no brillase por su presencia en las reuniones generales, participaba asiduamente a las de zona. Prefería expresar su pertenencia a la provincia de manera discreta. Cuando se le pedía su colaboración financiera para la realización de ciertas obras de la provincia, no se echaba nunca atrás. Un ejemplo entre todos, la adquisición del terreno de Cacaveli, donde surgió la casa provincial y el postulantado Hermanos. Pero la lista de esta colaboración sería larga.
Sin hacer demasiada teoría, vivía su ser miembro de una Iglesia local, colaborando con el obispo y los sacerdotes diocesanos de modo muy generoso. Cuando se le pidió su aportación para el economato diocesano, sobre todo al nacer la diócesis de Keta-Akatsi, puso su competencia al servicio del obispo Anthony Adanuty Kwami (que lo visitó en el centro Ambrosoli de Milán donde estaba ingresado y permaneció junto a él durante los cinco días antes de su muerte) y de toda la diócesis. Sentía como hermanos suyos a los sacerdotes diocesanos. Y sabía estar allí para darles una mano. La que es hoy la iglesia catedral de la diócesis de Akatsi es fruto de su actividad (y de la pericia arquitectónica del Hno. Virginio Negrin).
Estaba dotado de una inteligencia creativa que lo llevaba a prever y organizar, poco a poco, la autosuficiencia de las obras que realizaba con una atención particular a las personas, para que pudieran, con sus medios, realizarse autónomamente.
Tenía un estilo de hacer misión que no es quizás de los más en boga hoy, pero los testimonios de los hermanos africanos son unánimes en tejer el elogio de un hombre que estaba atento a las personas. Se había dejado comprometer fácilmente en la promoción vocacional comboniana y en la de todas las vocaciones sacerdotales y religiosas, masculinas y femeninas. Algunos de nuestros hermanos africanos le deben la fe recibida a través del bautismo y ha sido mirándole a él, cuando han sentido nacer su vocación misionera. Sabía acoger a los candidatos combonianos y valorarlos del mejor modo para el trabajo de evangelización. Los novicios que hicieron su aprendizaje comunitario con él, no lo olvidarán fácilmente. Sabía bromear sobre los límites propios y de los otros, con mucha franqueza y si tenía algo que decir no se hacía de rogar. Desde el cielo no podrá no interceder, para que el Patrón de la mies mande Combonianos, originarios de Ghana, santos y capaces.
No le faltaban medios económicos, porque había sabido tejer una intensa red de amistades, en Italia, como en Canadá. A los amigos y bienhechores consagraba su tiempo libre: respondía personalmente a todos, a cada gesto de generosidad, sin tardar. De este modo consiguió comprometer a tantísimas personas en su trabajo misionero que sabía resaltar con vivacidad. Y esto no hacía sino aumentar la solidaridad con el trabajo que desarrollaba. Había heredado también los amigos del P. Cuniberto Zeziola que lo había precedido en Abor y que se convirtieron en bienhechores de los Combonianos y amigos de la Iglesia local. No tenía miedo de extender la mano, a ejemplo de nuestro santo Fundador, cuando se trataba de ayudar a quien estaba necesitado.
Para todos nosotros queda el ejemplo de un hombre fiel a la misión y que para evangelizar se entregó totalmente. En los últimos tiempos, la enfermedad ha venido a purificarlo de aquellos defectos y límites humanos que hacen de los evangelizadores los predilectos del amor misericordioso del Padre.
(P. Aurelio Boscaini)