Hno. Carlo Mosca (16.04.1929 - 15.03.2007)
El Hno. Carlo Mosca, nacido en 1929, en Erba, provincia de Como, entra a los 17 años en los Misioneros Combonianos y realiza el noviciado, primero en Venegono y después en Gozzano. Emite los votos temporales en 1949 y los perpetuos en 1955. Es mandado al seminario de Troia como adjunto a la casa y, un año después, parte para el Sudán Sur, en la misión de Mupoi donde desarrolla principalmente el trabajo de carpintero. De vuelta a Italia, en Pordenone, enseña este oficio a los candidatos Hermanos. En 1963 es mandado de nuevo a misión, esta vez a Rungu, Congo, como instructor de escuela profesional. Cuando estalla la revuelta de los Simba, con otros misioneros se entrega a ellos para salvar la vida de la gente que había sido acusada de esconder a los misioneros. Pero fueron llevados todos al puente del río Bomokandi y fusilados. El Hno. Carlo se salva milagrosamente y, liberado por los paracaidistas belgas, vuelve a Italia. Es destinado a la comunidad de Brescia y dos años después, en 1967, a las misiones de Centráfrica. A excepción de dos períodos (1978-1982 y 1991-1998) en Roma, transcurre el resto de su vida al servicio de las misiones en Centráfrica. En 2004 vuelve a Italia para curarse y es destinado al Centro P. Ambrosoli de Milán, para los hermanos enfermos. Aquí el Hno. Carlo murió el 15 de marzo de 2007. Fue sepultado en la tumba de la Familia Comboniana en Brusuglio di Cormano, cerca de Milán.
Escribe el P. Fermo Bernasconi: Sabíamos que la salud del Hno. Carlo Mosca se había deteriorado, sin embargo, sentimos esta pérdida. El Hno. Carlo formaba parte del primer grupo de Combonianos llegados al Congo y había sido destinado a la misión de Rungu como instructor de escuela profesional.
Un año después de su llegada estalló la revuelta de los Simba. Los Misioneros Combonianos y los Dominicos de la zona decidieron entregarse voluntariamente a los rebeldes que los buscaban, para evitar represalias contra la población, en particular maestros y catequistas, acusados de esconderlos. El 1 de diciembre de 1964 fueron llevados sobre el puente del río Bomokandi y fusilados. El Hno. Carlos fue herido y se fingió muerto. Fue echado, como los demás, a las aguas del río. Dio vueltas en el bosque sin ninguna ayuda de parte de la gente que temía represalias: alguno incluso intentó envenenarlo. Hecho prisionero de nuevo y llevado a Mungbere, fue liberado por los paracaidistas belgas y finalmente repatriado.
A veces el Hno. Carlo volvía a Rungu y nos llevaba a ver los escondites que había usado y el puente sobre el río Bomokandi, contándonos detalladamente los hechos de aquel 1 de diciembre. Me acuerdo claramente de él con gran afecto desde cuando, todavía muchacho, había venido al seminario de Rebbio, después de su vuelta del Congo. Después, en lo sucesivo, lo he encontrado cuando estábamos ambos en Brescia y me decía que, a veces, durante la noche se despertaba por aquellos sueños… Siempre me ha hecho reflexionar sobre la misión que puede pedir el don de la vida y no de héroes, ¡pero por amor!
Todos lo recordamos como uno de nosotros, sobre todo, por el gesto que realizó, junto a los otros, “entregándose espontáneamente”, como Jesús en el momento de la pasión. El Hno. Carlo es para nosotros un testimonio vivo, a cuya intercesión confiamos nuestra misión, el pueblo y la Iglesia del Congo que, en este momento, están saliendo de otra larguísima guerra”.
El Hno. Carlo Mosca así cuenta el estrago del 1 de diciembre de 1964: “El oficial nos hizo subir a un camión. Nos condujo más allá del río y después volvió cerca del puente. Los Simba me hicieron descender del camión y me ordenaron sentarme en el terraplén, vuelto de espaldas a ellos. Después una orden seca: ‘Hazme ver tu cara’. No tuve el tiempo de girar la cabeza cuando sentí una detonación y como un puñetazo en el hombro izquierdo. El brazo se me dobló hacia atrás. Tuve la inspiración de dejarme caer a tierra como muerto. Seguí todas las fases del fusilamiento de los otros cinco misioneros: los tres belgas y los dos hermanos nuestros, P. Lorenzo Piazza y P. Evaristo Migotti… Sentía la sangre fluir de la herida, pero tenía la mente lucidísima. Cumplida la matanza, nos arrastraron por los pies en medio del puente y nos echaron al río. A mí me tocó el último: sentí claramente las cinco zambullidas en el agua. Lanzado desde el puente, sentí los pies tocar, primero el agua y después las piedras del cauce. Me agarré a un pilar luchando contra la corriente. La sotana me ataba las piernas. Me la quité. Los rebeldes se habían ido. Estuve algún tiempo indeciso sobre la dirección que debía tomar. Cuando me decidí, volví a subir el terraplén y me dirigí hacia el bosque”.
El Hno. Luigi Salbego escribe: “El Hno. Carlo era hijo único y cuando decidió entrar entre los Combonianos, el padre le dijo: ‘Piénsalo bien y, si estás decidido a partir, parte y no te vuelvas atrás’. El Hno. Carlo se parecía mucho a su madre y hablaba con frecuencia de ella. Su madre estaba orgullosa de aquel hijo misionero que marchó a encontrarse también en África con una prima. Esta última solía venir a visitar al Hno. Carlo al Centro Ambrosoli de Milán, hasta sus últimos días.
El Hno. Carlo era carpintero de profesión, pero cuando era necesario, salía adelante también con la mecánica. Todos conocen su historia con los Simba y lo que le ocurrió a él y a los cuatro hermanos asesinados. Al Hno. Carlo no le gustaba aparecer como un héroe y picarescamente sabía desviar la conversación, también porque aquella evocación le hacía sufrir y a veces lo tenía desvelado de noche.
Vuelto a Italia, lo pusieron al lado de los hermanos que trabajaban en el GIM. No era un conferenciante, pero su testimonio hizo surgir más de una vocación y alguno de estos ha querido estar presente en su funeral. En Roma, aunque en dos períodos diversos, trabajó en la oficina ‘viajes’, primero en via Laurentina, después en S. Pancrazio.
El amor por África lo llevó a Centráfrica y fue uno de los primeros tres hermanos de la comunidad de Bangui. Le esperaba un trabajo casi pionero, pero su temple y personalidad le ayudaron a adaptarse y a aprender lo que no había estudiado, cómo convertirse en un albañil. La urgencia de la situación y la confianza de los hermanos lo pusieron a la obra. He aquí algunas de sus muchas construcciones: la nunciatura, la casa provincial, la casa de las Hermanas Misioneras Combonianas, la casa de las hermanas en Damarà y en Mongoumba, la casa de la misión en Tokoyo (Bangassou), las capillas de Boganda y Ndolo, el postulantado comboniano, etc. Con los obreros no tenía nunca una actitud de ‘jefe’. Fingía irritarse, pero terminaba riendo y alargando un cigarrillo, incluso a los más reincidentes.
Estaba muy ocupado en el trabajo material, pero sin olvidar sus deberes religiosos. Era un hombre de oración. No era uno que giraba mucho alrededor de los altares, pero con frecuencia se prodigaba en procurar material litúrgico digno del servicio y del lugar sagrado.
El Hno. Carlo estaba bien identificado con su vocación de Hermano Comboniano, por eso era feliz en toda situación. A su funeral en nuestra iglesia del santuario de la Virgen de Fátima, no se habían visto nunca tantos concelebrantes: unos cuarenta. También esto ha sido un ‘signo’ para todos nosotros.