In Pace Christi

Gasparini Antonio

Gasparini Antonio
Fecha de nacimiento : 25/02/1924
Lugar de nacimiento : Carrè
Votos temporales : 07/10/1943
Votos perpetuos : 07/10/1949
Fecha de fallecimiento : 25/07/2007
Lugar de fallecimiento : Awasa

El Hno. Antonio Gasparini había nacido en Carrè, provincia de Padua, el 25 de febrero de 1924. Después del noviciado en Florencia, emitió sus primeros votos en 1943 a los diecinueve años y los votos perpetuos, en 1949. De 1943 a 1950 trabajó en Thiene, como ayudante mecánico, después en las comunidades de Florencia, Verona y Roma, ayudante de casa. Más adelante permaneció algunos meses en Sunningdale, para estudiar el inglés e inmediatamente después fue destinado al Sudan Sur, o mejor a Wau donde permaneció prácticamente siempre, desde 1951 a 1964, ayudante mecánico. Trasladado a Uganda, permaneció diez años como ayudante en el taller mecánico de Gulu, anejo a la parroquia de la catedral (1965-1975). En 1976 pasó a Etiopía, a Awasa, donde continuó su trabajo de mecánico durante 31 años, es decir, hasta su muerte, ocurrida el 25 de julio de 2007, a la edad de 83 años, 55 de ellos pasados en África. Su larga permanencia en tres diversas provincias, pone en seguida en evidencia el aspecto quizás principal del Hno. Gasparini: su gran disponibilidad para ir a donde los superiores lo destinaban.

En el 2005, dos años antes de su muerte, escribía al P. Teresino Serra, Superior General: “Siento que por la misión he dado lo que he podido. Desde ahora en adelante colaboraré con mi oración y el ofrecimiento del sufrimiento provocado por mi enfermedad”.

El P. Sisto Agostini nos cuenta los últimos días del Hno. Gasparini: “Todo estaba pronto para la semana de ejercicios espirituales, dirigidos por el P. Teresino Serra. El último fruto del cultivadísimo árbol de avocado había sido recogido de las manos del Hno. Antonio, aquellas mismas manos que después lo han ofrecido al obispo, con gran satisfacción y con una de aquellas sonrisas que últimamente eran más frecuentes en su rostro, ya tranquilo, de un hombre que sabía que había cumplido una obra a la que sólo faltaban detalles elegantes que el Hno. Antonio añadía cada día con una atención que no se hubiera esperado.

Para los ejercicios espirituales no había otro problema, como decía, que el de poder oír suficientemente bien, pero a falta de aparatos acústicos más sofisticados, se habría puesto en primera fila, cambiando un poco, para aquella semana, sus costumbres y trasladándose de un edificio a otro con su paso controlado y su cuerpo derecho, a pesar del mal de columna que ya le había atormentado durante largo tiempo en Uganda, hasta que el doctor Corti lo había puesto en cama bajo tracción y le había dado la frescura de una columna juvenil, sin más dolores. Hermosos sus recuerdos de Sudan y Uganda, que contaba con gusto, después de la cena a los hermanos: no sólo trabajo constante y metódico, sino también alguna excursión de caza o de pesca, de vez en cuando.

El sábado, 21 de julio de 2007, terminados los ejercicios espirituales, se preparaba a volver a emprender su ritmo normal de actividad en la comunidad de Awasa. El domingo era siempre respetado y honrado: la oración y la Sta. Misa, ante todo (era siempre el primero en la iglesia, aún más, abría la puerta por la mañana); después, regular y rigurosamente, la limpieza personal y del cuarto, el orden en la correspondencia, un paseo por el jardín, la lectura de alguna revista preferida y el descanso en la tumbona para rezar el rosario y, tal vez, descabezar un sueño. Aquel domingo se concedió un dulce que había tenido reservado bastante tiempo. No durmió bien, pero la mañana del lunes estaba en la iglesia el primero, como era costumbre. Pero, después, tuvo que salir porque se sentía mal y le faltaba la respiración, con dificultad arrastraba los pies. Fue puntual al desayuno, pero aceptó el consejo de no pensar en el trabajo aquel día. No aceptó, en cambio, el otro consejo: dejarse visitar por un médico. No lo consideraba necesario, pensando que el malestar era debido a aquel dulce que había comido. Al día siguiente, martes, estaba mejor y se concedió algún pequeño trabajo. Pero continuaba sin tener mucha gana de comer, aunque se preparó el plato con la comida. A la mañana siguiente no participó en la oración, pero después se dejó acompañar al desayuno. Le costaba respirar más de lo acostumbrado y volvió a la cama. Esta vez aceptó dejarse llevar al pequeño hospital donde trabajaban las Franciscanas Misioneras de María. Hubiera querido vestirse y ponerse los zapatos él solo, pero los hermanos se preocuparon de él, también porque decía que no veía casi. Después de la entrega de las llaves y de los pequeños secretos de su pisito, una última mirada alrededor y, al hospital. La oración que rezó conmigo en el coche fue la última rezada en voz alta: “Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Se reanimó a la llegada al hospital al ver a la Hna. Keko que lo atendía. Se dejó acompañar a la habitación ya preparada para él, pero incluso aquellos pocos pasos eran demasiado: notamos ceder sus piernas bajo el peso del cuerpo. Extendido en la cama, quería todavía decir algo, quizás pedir la absolución, que se le dio, precisamente mientras la respiración se debilitaba; una oración sencilla de los presentes lo acompañaba más allá de esta vida, a la eterna.

Todo ocurrió de prisa. De nada sirvieron las atenciones de los médicos, la inyección y el oxígeno. El Hno. Antonio se ha ido sin dar la menor molestia, como siempre. Eran las 11,40 del miércoles, 25 de julio, cinco meses exactos después de su 83 cumpleaños. Murió ofreciendo su servicio hasta el último respiro y dando un ejemplo de fe, dedicación y laboriosidad”.