Nació el 10 de febrero de 1924 en Santa Maria di Sala, provincia de Venecia, diócesis de Padua. En 1937 entró en el seminario menor de los Combonianos de Padua, después se fue a Brescia y el 8 de septiembre de 1945 pasó al noviciado de Venegono donde hizo los primeros votos el 9 de septiembre de 1947. De 1948 a 1952 estudió teología en Venegono. Hizo los votos perpetuos el 11 de febrero de 1953 en Verona donde fue ordenado sacerdote el 4 de abril del mismo año.
En el mes de octubre salió para Jartum y en noviembre hacia El Obeid. En aquel tiempo, la introducción a la misión, después de la formación, se tenía en el puesto mediante el trabajo. Llegó a Sudán sin saber ni inglés ni árabe. No se hizo ningún problema, se puso sencillamente a aprenderlas y aprendió el árabe muy bien.
Se quedó en la diócesis de El Obeid (que entonces aún no era diócesis) 17 años, desarrollando su ministerio entre Kadugli (Montes Nuba) y El Fasher (Darfur). Eran tiempos de pioneros. No existían aún las comunidades cristianas que se formarían más tarde con la emigración forzada del Sur. En El Fasher existía una comunidad de rito griego católico, formada por comerciantes sirios. De ella hablaba ya el P. Giuseppe Orwalder en sus tiempos. En 1938 la comunidad había construido una iglesia con muros decentes, la única en todo Darfur.
En 1954 la parroquia pasó a ser de rito latino y un Misionero Comboniano sustituyó al sacerdote greco católico sirio. El Fasher fue la única parroquia de Darfur hasta que no se abrió Nyala en 1961. El P. Lorenzo fue de los primeros que residió en ella establemente. La comunidad cristiana la constituía unas pocas familias del Medio Oriente y el trabajo pastoral no era excesivo. El hermano que la seguía, normalmente, lo hacía solo y esto se reflejaba en su personalidad. También el P. Lorenzo tuvo esta influencia y es ella la que explica, probablemente, algunos aspectos del carácter que se le quedaron de por vida. Miraba mucho los detalles, no solo en la liturgia, sino también en otras muchas cosas pequeñas como el cultivo de flores y el mantenimiento de conejos y gallinas.
El P. Giancarlo Ramanzini escribe: “Incluso si por su naturaleza era mas bien un solitario, tengo que decir que para el P. Lorenzo no debió ser fácil vivir solo durante muchos años en Nyala, El Fasher, En Nahud y Kadugli. Eso le suponía largos periodos de soledad. Por otra parte, desde mi punto de vista, el haberse quedado durante tanto tiempo en esos lugares fue una providencia: de hecho, empezó y continuó una presencia comboniana que más adelante se revelaría muy positiva, porque abrió las puertas a misioneros como el P. Silvano Gottardi, el P. Alberto Modonesi, el P. Davide Ferraboschi, etc. Si hoy existe una comunidad cristiana en esos lugares se debe seguramente a que el P. Lorenzo supo resistir hasta el final”.
En 1970 pasó a Jartum y allí la situación fue muy distinta. La gente, cada vez en mayor número, llegaba desde el Sur y encontraba en los misioneros el único punto de referencia en un ambiente desconocido y, a menudo, hostil. Y la Iglesia empeñó todas sus energías y recursos en responder a la situación. Se improvisaron centros de acogida y se abrieron centros de oración un poco por todas partes en la periferia de la ciudad, donde esos refugiados acampaban como podían. Los PP. Mario Castagnetti e Igino Benini, que habían trabajado en Sur Sudán, se empeñaron de manera especial en este ministerio de acogida y ayuda. Muchos hermanos dejaron la enseñanza para dedicarse a tiempo completo al apostolado. Después de nueve años, el gobierno dio permiso para construir una nueva iglesia, la primera después de Omdurman y la catedral.
así en 1970 se abrió la parroquia de los Santos Pedro y Pablo. El P. Benini se convirtió en párroco mucho antes de que la construcción (obra del Hno. Angelo Crivello y del P. B. Agostino Galli) estuviese acabada. El P. Lorenzo fue su asistente. Una parroquia muy laboriosa. El P. Benini, desde el centro, salía cada vez más lejos, abriendo otros centros y otros catecumenados. El trabajo aumentaba de día en día, pero los sacerdotes siguieron siendo tan solo dos, con la ayuda de algunas hermanas combonianas. Cuando parecía que habían logrado echar raíces, el P. Benini tuvo que irse a abrir otra parroquia y el P. Lorenzo pasó a ser párroco de la catedral durante algunos años. Cuando llegaron los misioneros de las misiones extranjeras canadienses, el P. Lorenzo se alegró de poder pasar a ser vice párroco de la parroquia de Jartum Norte. En aquel periodo, con su diplomacia y su paciencia, logró construir una capilla dentro de las cárceles de Kobar. También abrió un catecumenado e inició la tradición de celebrar la Misa todos los domingos.
Los últimos años en Sudán los pasó en El Obeid. Echaba una mano en el ministerio, y se ocupaba de pequeños servicios tales como las compras para la casa, del jardín y el gallinero. Los achaques eran más frecuentes y, a menudo, caía enfermo. Algunas veces debía estar en cama varios días. En esa situación los superiores pensaron llamarlo a Italia.
En 2001, después de 48 años de trabajo misionero en Sudán, se rindió. Arco se convirtió en su nueva comunidad, hasta que una caída lo obligó a irse a Verona.
Fue un misionero fiel y laborioso. Disponible para servir donde la obediencia lo mandaba y capaz de adaptarse con facilidad a las situaciones en las que se encontraba. Se sentía misionero tanto en el desierto de Darfur como en la catedral de Jartum, y prestaba su servicio con naturalidad y sin problemas. Su buen conocimiento del árabe lo ayudaba mucho a instaurar buenas relaciones con la gente.
Mons. Antonio Menegazzo ha escrito: “El P. Lorenzo pasó casi 50 años en el Norte de Sudán, una tierra que daba pocas satisfacciones pastorales, sobre todo en aquellos primeros años de misión. Estaba siempre dispuesto a transferirse de una parroquia a otra, dependiendo de las necesidades y de lo que le pedían los superiores: Kadugli todavía en construcción, El Fasher, Kadugli otra vez, catedral de Jartum, Jartum Norte... siempre en el trabajo pastoral. Experto en jardinería y horticultura, dejaba su impronta en cualquier lugar en el que trabajase. De salud frágil, con continuos problemas de estómago, no hacía pesar a los demás su condición física. Tenía buena memoria, se acordaba fácilmente y le gustaba recordar a los hermanos acontecimientos, encuentros y hechos acaecidos muchos años atrás. Entablaba fácilmente amistad con otros y no se olvidaba de ella ni siquiera después de muchos años. Amaba mucho al Sudán y esperaba volver allá aunque sus condiciones físicas le hicieran saber que no habría sido posible realizar su sueño. A nosotros nos toca ahora orar por su descanso eterno y para que el Señor le recompense todos sus merecimientos y, a él, interceder ante el buen Dios por el bien y la paz en Sudán”.
Escribe Mons. Camillo Ballin: “El P. Lorenzo era bueno, sencillo y sabía acoger a las personas con calor humano. Su humildad y su sencillez lo hacían ser aceptado en la comunidad y se podía vivir bien con él. No tenía ninguna ambición particular, ni aspiraba a cargos. Vivió su vida misionera en la humilde y cotidiana donación total. El Señor lo acoja entre sus santos”.
(P. Salvatore Pacifico)