En Verona, lo conocimos solo como enfermo, y, en los últimos años, casi siempre en la cama. Había vuelto de Méjico diez años antes, después de casi 50 años de actividad misionera en aquella nación (1950-1999), salvo un breve paréntesis en Italia.
Había nacido en Valdagno (Vicenza), el 16 de diciembre de 1919, en una familia de siete hijos. Desde joven se sintió llamado a la vida del seminario, de donde salió como sacerdote en 1942. Seis años después, entró en el noviciado comboniano de Florencia, donde hizo sus votos temporales en junio de 1950 y los perpetuos el 31 de mayo de 1953. Fue destinado enseguida a la provincia de Méjico. Eran los primeros años de la presencia comboniana allí. El P. Ermenegildo desarrolló su actividad pastoral en el territorio de Baja California y en el interior del país, sobre todo en la capital. Primero trabajó en la parroquia de “La Purísima”, después en el noviciado de Sahuayo y en el seminario diocesano de La Paz. Más tarde pasó a trabajar en el interior.
Tres hermanos, que lo conocieron en Méjico, nos ayudan a alabar al Señor por todo lo que el P. Ermenegildo hizo para que el Reino de Dios creciera.
El P. Rafael González Ponce, provincial de Méjico, escribe: “Apenas supimos de la muerte del P. Ermenegildo, los comentarios de los hermanos y amigos no se hicieron esperar. A todos nos había tocado profundamente su vocación misionera comboniana, desempeñada durante casi 50 años en estas tierras mejicanas con absoluta generosidad.
Quisiera subrayar tres elementos en su favor:
1. Una pasión enorme por la Palabra de Dios. El P. Ermenegildo fue un biblista por sus estudios y, sobre todo, por su vida enamorada y contemplativa de la Sagrada Escritura. Los libros sagrados, en la lengua original, eran la fuente continua de su espiritualidad y apostolado.
2. Su visión profética en el uso de los medios modernos de comunicación para evangelizar. Todavía circulan algunos de sus librillos catequéticos populares, opúsculos, cuñas radiofónicas, etc. Todo, en su deseo de nutrir al pueblo de Dios, con un lenguaje comprensible y rico de símbolos que tocan los corazones sencillos.
3. El amor filial hacia la Virgen de Guadalupe. Sus paseos y momentos de descanso consistían en hacer una visita a la basílica mariana para encontrar fuerza y alivio.
El P. Ermenegildo era una persona de pocas palabras y de una gran humildad. Trabajaba muchísimo, sin mostrarse jamás, a su manera, se hizo querer de mucha gente que ahora reza por él y pide su paterna intercesión. La Virgen de Guadalupe y San Daniel Comboni lo acojan allá donde resplandece la Palabra Eterna que tanto siguió y amó”.
El P. Bernardo Becchio dice: “Recuerdo al P. Ermenegildo de mis años de servicio en Méjico. En la Ciudad de Méjico, la casa de la Colonia Moctezuma servía de apoyo para hacer las prácticas de inmigración ante el gobierno mejicano y como escuela apostólica. Todo era muy precario, en la periferia de la capital mejicana, poco lejos del viejo aeropuerto militar, que ya no se usaba. Había una quincena de aspirantes a misioneros. Encontré al P. Ermenegildo como reclutador de vocaciones. No sé exactamente desde cuando lo llevaba haciendo, pero puedo asegurar que ponía todas sus energías sin reservarse ninguna. Estaba siempre en movimiento. Con un coche viejo recorría, sobre todo, los estados centrales de la República: Jalisco, Guanajuato y Michoacán. Se cansó terriblemente, como si le atacara una depresión, y se cogió una infección bacterial en lo alto de su pulmón derecho. Hubo que ingresarlo en una clínica especializada (Instituto Nacional de Neumología) de Tlalpan, donde los médicos decidieron operarlo con cirugía plástica. Después de sufrir lo indecible, el P. Ermenegildo se curó, pero empezó a manifestar un lento declive a nivel cerebral. Cuando pareció que se había curado, fue encargado de la capilla que se había construido y abierto al público en ese tiempo y dedicado a los Mártires de Uganda. El P. Ermenegildo puso todo su empeño, se puso a trabajar en el trabajo pastoral formando grupos de oración y de estudio de la Palabra de Dios. Era un misionero verdaderamente enamorado de la Palabra y, especialmente, de San Pablo. Empezó a divulgar traducciones bíblicas con un lenguaje popular, obteniendo mucha estima y suceso. Encontró apoyo en amigos que se había hecho con estas divulgaciones y consiguió hacer un viaje de estudios en Oriente, siguiendo las huellas de S. Pablo”.
Quien habla ahora es el P. Umberto Parizzi: “Recuerdo que desde el principio el P. Ermenegildo se puso a disposición de la radio local de la ciudad de La Paz para hacer algunas transmisiones sobre la Biblia. Su transmisión era muy seguida, porque había inventado un personaje algo extraño, que hacía preguntas muy sencillas a las que el P. Ermenegildo respondía. En la capital, en Moctezuma, tenía semanalmente cursos bíblicos. Esa fue la pasión de toda su vida”.
Personalmente – dice el P. Romeo Ballan – recuerdo que, al llegar a Méjico la primera vez en 1982, camino de Perú, me mostraron en la sede del CAM (sede de nuestras revistas), una habitación llena de casetes y grabaciones del P. Ermenegildo. En estos días me he enterado de que había escrito un librito que tuvo una gran difusión que llevaba por título: “Darle sabor al caldo” (Ed. La Buena Prensa), opúsculo popular de historias y testimonios.
El P. Ermenegildo fue enterrado, la mañana del 7 de abril del 2009, en la capilla de los sacerdotes del cementerio de Novale (Valdagno, Vicenza).
(P. Romeo Ballan)