Como el Hno. Sandro (†), dos años más joven, también él, sacerdote comboniano, creció en un clima de fe profunda, que le acompañó durante toda su vida y que fue lo que le sostuvo, especialmente, en los últimos treinta y dos años señalados por un gran sufrimiento físico. Nació en una familia numerosa y unida. Frecuentó la escuela apostólica de los combonianos. Entró al noviciado en Gozzano, emitió los primeros votos en 1950 y los perpetuos en 1956. Después del escolasticado, pasando un año en Rebbio, Sunningdale, Thiene y Venegono respectivamente, fue ordenado sacerdote el 15 de junio de 1957.
Después de la ordenación, fue enviado a Uganda y trabajó en las misiones de Arua-Ediofe y Adumi, en el West Nile. Participó al Curso de Renovación de Roma (junio 1971-junio 1972) y después volvió otra vez a Uganda a la misión de Arivu, siempre en el West Nile.
En Arivu, en 1976, empezó a notar fuertes y continuos dolores en la espalda, brazo y pierna. En Italia le encontraron un aneurisma en el lado izquierdo del corazón. Fue destinado a la provincia italiana y allí transcurrió el resto de su vida: en Verona, Venegono (1977-1991), Rebbio (1991-1999), Gordola (1999-2001) y Milán. El P. Vittorio murió en Milán el 28 de abril de 2009.
Hablando de su enfermedad, el 12 de diciembre de 1977, el P. Vittorio escribía al P. Tarcisio Agostoni, entonces Superior General: “Doy gracias al Señor y vivo con la certeza que si aún vivo, después de lo que me ha sucedido, solo se lo debo al P. Bernardo Sartori que me ha obtenido esta gracia de la ‘Madre de la Iglesia’ de Arivu”.
El P. Lino Spezia, en la homilía del funeral, nos describió parcialmente la personalidad y la fe del P. Vittorio.
“Fue un misionero que nunca se echó atrás especialmente en el servicio pastoral. Un hombre disponible, que se consumió y empleó todas sus energías y fuerzas en el ministerio presbiteral, arriesgando hasta su salud. Vivió su pertenencia y su identidad comboniana enriqueciendo a los demás con su espíritu misionero, enrique-ciéndose, a su vez, de las diversas experiencias con los grupos de Renovación del Espíritu, con los miembros y los responsables de las peregrinaciones a Lourdes y con los peregrinos que iban a Medjugorie. Un hombre que amaba la Palabra y la Liturgia. Un hombre que esculpía bajo las pruebas del sufrimiento, pero que encontraba la tranquilidad del corazón estando delante de Dios con todo su ser. He podido tener en mis manos algunos de sus escritos, una especie de diarios, que le permitieron expresar lo que no lograba hacer verbalmente. Tres cosas me han impactado: la palabra ‘gracias’ que le pesaba decir a las personas pero que en su diario aparece muy a menudo, su manera de dirigirse al ‘Señor’ con tanta confianza y confidencialidad y, por último, su ‘escritura’ que se hacía irregular cuando el dolor lo cogía y le impedía escribir”.