El P. Antonio Soldá nació en Asola, provincia de Mantua, el 8 de noviembre de 1935. Escribe Don Tarcisio Soldá, su sobrino: “Siempre conocí al P. Antonio como un hombre de fe sencilla y fuerte. Así era la fe de su madre, Ana, y de su padre, Gelindo. Su casa, pequeña y perdida en medio de la campiña, supo abrirse al mundo. La fe y la oración en esa familia estaban unidas y tejidas con los ritmos y las vicisitudes de la vida cuotidiana”.
Admitido por los Misioneros Combonianos cuando era un chaval, Antonio frecuentó la escuela primaria y la superior en la escuela apostólica de Crema, provincia de Cremona. Entrado en el noviciado de Gozzano en 1954, emitió los primeros votos el 9 de septiembre de 1956. Hizo sus estudios en el escolasticado de Verona y Venegono, asistiendo al mismo tiempo a los chavales de las escuelas apostólicas. Fue ordenado sacerdote el 30 de marzo de 1963. Después de la ordenación fue enviado a Sunningdale, Inglaterra, donde se quedó hasta 1967 como profesor.
Asignado a la provincia de Uganda en 1967, estuvo en la misión de Aliwang, diócesis de Lira, y en el seminario de Lacor en Gulu como profesor durante cuatro años. Durante cinco años fue párroco de la misión de Opit, siempre en la diócesis de Gulu. En una entrevista que le hizo el P. Cirillo Tescaroli durante este periodo el P. Antonio dice: “He buscado en mi trabajo pastoral hacer crecer grupos de comunidades cristianas locales visitando las familias, dando la posibilidad a la gente de recibir los sacramentos. He intentado encontrar líderes en la zona y cabezas de familia empeñados, tratando de formar pequeñas comunidades cristianas locales y les he enseñado que Cristo vive en medio de ellos, sobre todo de los pobres, de los enfermos y necesitados”.
Trabajó en la formación del Instituto misionero y africano de los Apóstoles de Jesús en Moroto, Karamoya (1978-1982). Cuando este Instituto se transfirió a Langata, Nairobi, en Kenia, el P. Antonio lo siguió y trabajó con ellos durante otros tres años (1983-1986). Después de pasar casi un año de especialización en Londres, fue enviado al postulantado comboniano de Ongata Rongai, siempre en Kenia. Allí pasó tres años como formador (1987-1990) y trece como director espiritual y profesor en el nuevo Instituto de los Contemplativos Evangelizadores (1990-2003), fundado por el comboniano P. Giovanni Marengoni. En la misma entrevista citada más arriba, el P. Antonio dice refiriéndose a su experiencia en la formación de los seminaristas: “Considero la formación del clero local un empeño fundamental del misionero. Nuestra presencia aquí se hace cada vez más dicícil y más precaria y por tanto es esencial que dediquemos nuestras mejores energías a formar sacerdotes locales. Si fallamos en esto, fallamos en nuestro empeño primordial, que es construir la Iglesia local”.
Del periódico “La Cittadella” (viernes 16 de julio de 2010) recogemos el siguiente parágrafo. “El P. Antonio escribía desde Kenia largas cartas a los amigos de Asola en las que contaba, con ánimo de pastor, situaciones de sufrimiento de aquellas poblaciones: hablaba de sequía, cosechas perdidas casi por completo, carestía, turbulencias sociales. Hablaba de la comunidad de los Contemplativos, compuesta solamente de africanos. Con inmensa alegría se refería a las primeras ordenaciones sacerdotales, a las vocaciones que crecían, mientras la comunidad comboniana disminuía. ‘África debe ser salvada por los africanos”, solía repetir.
Y seguimos con el testimonio de Don Tarcisio Soldá: “Siempre consideré al P. Antonio como un hombre de fe sencilla, sin tantos discursos, fuerte y entusiasta, un don precioso recibido para pasarlo a los demás. Así lo encontré también en Kenia, en Langata, en el seminario de los Apóstoles de Jesús. Me parecía infatigable, muy exigente consigo mismo, pero misericordioso con los demás”.
En los primeros meses de 2003 tuvo que volver a Italia a curarse, primero en Milán y hacia el final de 2004 en Verona en el Centro de Enfermos, a causa del Parkinson. Aquí murió la mañana del 13 de julio de 2010, rodeado del cariño de las hermanas. El cuerpo fue sepultado en Asola, su aldea natal.
Del mismo testimonio anterior de Don Tarcisio Soldá: “En estos años de su enfermedad, cuando iba a verle (¡siempre demasiado poco!), recordaba con satisfacción a tantas personas y hechos acaecidos a parientes y me daba cuenta que era un hombre de oración, de mucha oración. Con la oración pedía al Señor que hiciera lo que él no podía hacer, en África y aquí. Durante el funeral en Casa Madre, miraba desde el altar a los muchos misioneros enfermos que estaban concelebrando. Físicamente debilitados por diversas enfermedades, sin embargo no eran un ejército derrotado, sino soldados y oficiales vencedores que lo dieron todo por el Reino de Dios; testimonios fieles del Evangelio anunciado con pasión, sin ahorrarse energías, para hacer crecer la Iglesia entre las gentes. Juan Pablo II nos dijo que Jesús nunca fue tan poderoso para nuestra salvación como cuando estaba en la cruz. De la misma manera estos hermanos son un alma fuerte y preciosa para el Reino de Dios y la Misión. Gracias, P. Antonio, por tu bonito testimonio. Y gracias a la familia comboniana y a los trabajadores sanitarios que le han asistido y acompañado en los años de la enfermedad”.
Del testimonio del P. Aleardo De Berti: “El P. Antonio dedicó la mayor parte de sus cuarenta y siete años de sacerdocio misionero a la educación y formación de jóvenes africanos para la vida religiosa y misionera. Como Jesús que pasó sus años de vida apostólica formando a sus apóstoles. Como hombre, siempre lo consideré de un caracter bueno, modesto y verdaderamente noble, porque lo guiaban profundas convinciones y valores espirituales bien radicados”.