El Hno. Giovanni Cattaneo nació en Milán el 18 de abril de 1930. Es significativo lo que escribe de sus años de juventud: “Ya en 1948, mientras estaba en Milán, estudiaba y trabajaba como albañil. Me había formado con una educación salesiana y nutría el deseo de ser siempre y cada vez más del Señor. En 1957, habiendo conocido el Instituto Comboniano y África, decidí abandonar la empresa constructora de mi padre y todo lo que ganaba, para seguir a Cristo y construir en tierra de misión, solo por amor”.
Entrado en el noviciado de Gozzano en 1951, hizo los primeros votos en 1953. Su aprendizaje anterior le fue muy útil. De hecho, el Hno. Giovanni, se dedicaría siempre a trabajos de construcción: en Sudán meridional (donde fue enviado en 1955 y se quedó hasta 1964, año de la expulsión de todos los misioneros), en España (siete años), en Congo (en Bamokandi). El Hno. Giovanni estuvo también en Portugal, en París (tres años) y después en Italia. En alguno de sus lugares de trabajo también se encargó de la animación misionera. En París y en Limone fue ecónomo local (siete años). Estuvo en Verona, Padua y finalmente en Milán, sobre todo para curarse.
El Hno. Giovanni escribía: “Como Hermano Comboniano puedo decir que me siento realizado y que he vivido mi misionariedad completando con los hermanos sacerdotes lo que la Iglesia hace en el mundo con su misión evangelizadora y de promoción humana. En mi servicio, el Señor me ha dado la posibilidad de servir a los hermanos tanto como coadjutor (iglesias, pozos de agua, hospitales), como enfermero, tanto en el apostolado entre los jóvenes como entre los niños”.
Podríamos resumir diciendo que fue un Hermano misionero que amó a la misión y a los otros con las manos, el corazón y la vida.
Referimos un párrafo del bello testimonio del Hno. Duilio Plazzotta. “Me encontré con el Hno. Giovanni, la primera vez, en París, a finales de 1979. Me estaba preparando para irme al entonces Zaire, aprendiendo un poco de francés. El Hno. Giovanni, al contrario, había tenido que dejar Zaire a causa de un infarto. Habiéndose repuesto bastante bien, había sido enviado por los superiores al escolasticado de Issy les Moulineaux para reponerse en salud y echar una mano a los jóvenes, encargándose de la cocina. Cuando me marché para Congo, pude ver las obras que había construido (en particular la bella y original iglesia de Ngilima) y escuchar los testimonios de los hermanos sobre él.
En 1992 nos volvimos a encontrar en la comunidad de Casa Madre de Verona y estuvimos juntos durante doce años. Un primer aspecto que ya conocía y que siempre me impresionó, era la atención que tenía hacia los hermanos enfermos. Se había encargado de estar cerca de alguno en particular, prestándole todo el tiempo que necesitara, sin ahorrar, ni siquiera lo debido a su corazón enfermo. Se encargó del Hno. Bruno Barbiero, seriamente aquejado de Alzheimer, con una atención materna. El Hno. Bruno reconocía su cara y su voz, y cuando tenía miedo o estaba agitado por fantasmas de su enfermedad, la presencia del Hno. Giovanni lo tranquilizaba.
Otro aspecto característico suyo era su abandonarse en las manos de Dios Padre ante el sufrimiento y la muerte. Sus continuos y graves problemas cardíacos, aunque le impidiesen volver a la misión y desarrollar todas las actividades que hubiese querido, no lo desanimaban y se mantenía siempre sereno, incluso ante el riesgo de la vida. Los dolores le acompañaban siempre, pero no se lamentaba jamás. Un día tuvo más de una vez paros cardíacos.
Desde hacía muchos años dedicaba a la oración por lo menos tres horas al día. Bella es también su devoción a María, nuestra mamá. El Hno. Giovanni fue para mí un gran amigo dándome un gran ejemplo sobre todo por la atención a las personas, en particular a los enfermos, y por su amor a Jesús Crucificado”.
El Hno. Giovanni murió en Milán el 6 de diciembre de 2010.
El P. Lino Spezia, durante la homilía del funeral, habló del Hno. Giovanni como de un hombre de Dios por su sencillez, porque sabía hablar al corazón de todos. Era el hombre de la atención a Dios y a los otros, uno que sabía hacerse prójimo a quien estaba solo, por no ser comprendido o apreciado. Se sentía orgulloso y seguro de su ser Hermano misionero porque testimoniaba una vocación plena y completamente realizada, a pesar de su corazón fatigado y tocado por las distintas intervenciones y largas estancias en el hospital.