El Hno. Paul Zeller nació en Ailringen (Baden-Württemberg) el 20 de enero de 1920. Siendo niño le cayó en sus manos un número de la revistilla misionera “Stern der Neger”, de los combonianos de Ellwangen, que relataba muchas informaciones sobre el trabajo de los Hermanos en Sudáfrica, en particular la actividad del Hno. Heinrich Sendker. En 1932 la revista publicó un artículo sobre la bendición de las campanas de la estación misionera de Lydenburg (Sudáfrica), que había sido donada por la parroquia de Altkrautheim, cercana a la de Airlingen. El evento fue recordado en toda la región y también en la parroquia de Paul. Desde aquel momento el pensamiento de la misión no lo abandonó nunca. Cuatro años más tarde, el comboniano Alfred Stadtmüller organizó en Ailringen una jornada misionera que fue un momento decisivo para la elección de Paul. En mayo de 1935 entró en la casa misionera de Ellwangen y empezó a aprender el oficio de hortelano para hacerse Hermano.
En 1937 comenzó el noviciado en Josefstal y lo terminó con los primeros votos el 28 de mayo de 1939. Luego, de improviso, todos sus proyectos fueron desbaratados, igual que los de tantos otros hermanos, y tuvo que hacer el servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial. Fue herido gravemente en una mandíbula de cuya herida llevará la señal durante toda su vida. En marzo de 1946 terminó aquella larga aventura. El Hno. Paul, también como soldado durante la guerra, había continuado renovando los votos anualmente. De este modo, el 27 de octubre de 1949 hizo los votos perpetuos.
Durante su larga vida misionera el Hno. Paul no hizo solamente el hortelano sino que trabajó también como formador de postulantes Hermanos y en este cargo fue siempre muy valorado y amado. Con muchos de sus ex postulantes siguió en contacto epistolar hasta el final de su vida. Se interesó siempre por ellos, no sólo por los que llegaron a misioneros, sino también por todos los demás que siguieron un camino diferente.
En 1960 formaba parte de un primer grupo de misioneros combonianos alemanes elegidos para iniciar la nueva fundación de Palencia en España. El Hno. Paul consideró siempre aquellos años como los más hermosos de su vida, no obstante las privaciones y el duro trabajo inherentes a los comienzos de toda fundación. Él era el alma del grupo.
En 1973 fue llamado a Ellwangen donde, una vez más, fue encargado de los trabajos de la huerta y de la formación de aspirantes.
El Hno. Paul apreciaba y cuidaba mucho los contactos con los familiares, con los ex compañeros y con la gente que vivía cercana a la casa de Ellwangen. Todos estaban siempre dispuestos a ayudarlo, como aconteció con ocasión de un grave accidente que sufrió mientras trabajaba en el huerto.
También desde fuera de la provincia eran muchos los hermanos que preguntaban por él y lo recordaban, sobre todo, aquellos que lo habían conocido en España.
Siempre permaneció fiel a sí mismo y a sus principios. Reflexionaba antes de hablar, pero no sabía fingir, era sincero y se mostraba tal como era. Participaba en la vida del Instituto y de la provincia, sufriendo por los acontecimientos y las situaciones negativas y acogiendo con gozo las buenas noticias y las hermosas iniciativas.
Serio y al mismo tiempo dotado de sentido del humor, uno se encontraba bien en su compañía. En la comunidad estaba siempre presente, sabía escuchar y dedicar su tiempo. Tenía una intensa vida de fe y una dilatada autoridad. Fue siempre un polo de atracción para los demás Hermanos.